Martín Gaite | Retahílas | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 277, 216 Seiten

Reihe: Libros del Tiempo

Martín Gaite Retahílas


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9841-470-7
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 277, 216 Seiten

Reihe: Libros del Tiempo

ISBN: 978-84-9841-470-7
Verlag: Siruela
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En Retahílas, el viaje que realiza una anciana al pazo familiar para morir, acompañada de su nieta Eulalia, y la llegada sorpresa de Germán, el sobrino de Eulalia, producirá durante esa noche un intenso diálogo entre los dos que dará lugar a seis monólogos, en los que cada uno reconstruirá y contará qué ha sido su vida hasta entonces. «Carmen Martín Gaite era una bebedora de sueños, por eso su realismo es de tan alta calidad. Paul Éluard decía: 'Hay otros mundos, pero están en éste'. Y añadía: 'Hay otras vidas, pero están en ti'. Podría ser una buena definición de la mirada de Carmiña.»Manuel Rivas

Carmen Martín Gaite (Salamanca 1925-Madrid 2000), novelista, poeta, ensayista y traductora, publicó su primera novela El balneario en 1955 y es una de las más destacadas representantes de la generación de la posguerra. De sus libros hay que destacar Entre visillos (Premio Nadal 1958), Ritmo lento (1963), El cuarto de atrás (1978), El cuento de nunca acabar (1983), Usos amorosos de la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo 1987), Nubosidad variable (1992), Lo raro es vivir (1996) o Irse de casa (1998). Carmen Martín Gaite ha recibido también los premios Príncipe de Asturias 1988 y el Nacional de las Letras Españolas 1994.
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Prólogo


La bebedora de sueños

Benjamin y Sarmiento. «El recuerdo es la trama y el olvido la urdimbre.» No deja de golpearme, de vibrar, esta idea de Walter Benjamin a la hora de pensar . ¿Cómo ha llegado aquí? ¿Quién lo ha traído al territorio de esta novela? Tal vez Martín Sarmiento, con ese detalle liminar, con ese aforismo genial, pura modernidad, del precursor ilustrado, y que Carmen Martín Gaite tiene la intuición de colocar en el dintel: «La elocuencia no está en el que habla, sino en el que oye». ¡Qué buena pareja, en el pazo de Louredo, Benjamin y Sarmiento! Los dos caminando atentos y a la vez distraídos, con ese andar de los senti-pensantes, al estilo del vagabundo de Charlot, un pie que pisa en lo firme y otro en lo inaccesible, un pie que apoya en la ilusión y otro en la desolación, uno que es presente y otro que va a lo desconocido. Es el andar de la literatura. Esa simultaneidad de lo casual y lo causal.

y Prólogo. Benjamin no aparece en esta novela, ni en las citas ni en los detalles liminares. La probable y chispeante empatía que uno presupone con el sabio Sarmiento, no deja de ser una voluntariosa asociación. Y, sin embargo, los veo caminar, moviéndose por la margen oeste del libro. El que llega a Louredo llega al límite. Benjamin murió en la frontera. Prefirió matarse, ante la cercanía del tormento. La deidad romana de las fronteras era Terminus, al que alimentaban con sangre cada año. Pero el límite en Louredo, en la geografía física de , es una fuente. «Se diría, en efecto, que en aquella pared se remataba cualquier viaje posible; era el límite, el final.» Esa es la primera impresión del que llega. Del joven Germán, la urdimbre del olvido, antes de entrelazarse con la trama. En el límite, el rumor incesante del agua. El acierto de situar dos figuras silenciosas, la mujer y la vaca, en torno a la fuente, con el hechizo de un nacimiento pagano. El fin, aquí, es una epifanía, como el final de la tierra era, en las creencias célticas, el muelle de embarque hacia el más allá, el comienzo del auténtico viaje. La «aparición» de la fuente, en el crepúsculo, con todo su realismo, sin aspavientos fantásticos, tiene la fuerza de una alegoría que nos transporta a una atmósfera tan cercana como mitológica. Por la fuente habla la boca de la literatura, que ha tenido su primer heraldo en el muchacho que orienta a Germán. Odilo, el niño aldeano, habla con la voz popular, con naturalidad, repitiendo con estilo lo que ha oído en su mundo, pero nos parece oír a un personaje clásico: «Los viejos se mueren siempre contra el día». Y cuando se le pide aclaración, mantiene de forma magistral el vilo de las palabras. De la señora del pazo, la marquesa de Allariz, abuela de Eulalia y bisabuela de Germán, y de la muerte, sin ahora mentarla, dice: «Ya ha llegado aquí, pues a qué va a esperar». El impacto que causa esta forma de expresarse en el recién llegado, y en nosotros, los testigos lectores, va mucho más allá del enunciado. Es el impacto que causa reconocer, y en momento imprevisto, la inconfundible boca de la literatura.

La suspensión de la incredulidad. El , la llegada del inesperado, es un prodigio. La apertura más eficaz de cuantas obras he leído en la narrativa española. Y uso el término eficaz porque la eficacia, en el oficio de escribir, es la mejor herramienta del misterio. Desde el primer momento, Carmen Martín Gaite consigue que suspendamos toda incredulidad. No se trata de ninguna operación de tipismo mágico ni de enredo exotérico. No abandonamos la realidad, sino que nos adentramos en el vientre de la realidad, donde todo está en vigilia, incluso las ruinas, donde la oscuridad da a luz, donde el lenguaje crepita antes de ser ceniza. Lo que aquí llamo «eficacia» va muy unido a la precisión. El lenguaje es el gran protagonista de . En esa vigilia, que anticipa el duelo, que lucha contra la muerte, las palabras esperan ser llamadas. Cuando es necesario, pintan. Veamos con que eficacia crean un espacio que es el lugar de la novela y también el lugar desde el que se «mira» la novela. Veamos, por ejemplo: «Un resplandor rojizo daba cierto tinte irreal, de cuadro decimonónico, a aquel paraje». Palabras que filman. Así en la descripción del galope del caballo negro en el Tangaraño, el monte que representa el lado salvaje del escenario.

El dar pie. Una certidumbre: no sólo pienso, no sólo prologo una obra, sino que la siento viva, prolongarse. «Me das pie, porque retahílas piden retahílas», dice Germán a Eulalia. El dar pie. Ésa es la energía alternativa que activa Martín Gaite. En el capítulo XIV de , uno de los más vibrantes momentos en que la literatura se detiene a pensar sobre su sentido, ese capítulo en el que se entrelaza la memoria individual y colectiva y en el asistimos al proceso germinal de la palabra solidaria, en ese capítulo magistral se dice: «Éste es el principio: del “yo” al “nosotros”». La memoria que van compartiendo Eulalia y Germán, las dos voces que se alternan, no es un depósito de nostalgia sino una búsqueda. El proceso de recordar es, en realidad, un proceso de metamorfosis. Recordar es descubrir, una forma de re-existencia. Carmen Martín Gaite lleva mucho más allá de lo que se ha señalado ese proceso de memoria activa, de búsqueda «proustiana». Esa opción de las voces alternas, que se «dan pie», que tejen como trama y urdimbre la narración, ese proceso que lleva del «yo» al «nosotros», es tal vez el relato más sutilmente erótico de cuantos se hayan escritos, pues lo es, además, sin nominarse, sin proclamarse como tal. Vemos al lenguaje (¡lo vemos!) cómo avanza con la pulsión del deseo, cuando el motivo para el encuentro, el viaje a Louredo, es la pulsión de la muerte. No se explota la morbosidad, con lo fácil que sería, del encuentro entre tía y sobrino, la mujer madura y el joven. Sabemos, además, de una tercera presencia, la de Juana, con una historia secreta, excitante y perturbadora, que la hilvana a la familia. Juana es la voz “más baja”, pero es ella también quien mejor encarna el espacio de Louredo como un lugar de antónimos: pasado y presente, vida y muerte, deseo y fatalidad. Todo en es un paisaje de contrarios y complementarios. Acabamos habitando Louredo como un paisaje mental. El lugar de la condición humana, donde se desdobla y se fracciona el «yo», ese único y su propiedad, y se concilia y construye el «nosotros». Algo que es posible en el tiempo de la noche, cuando se beben los sueños. Sin perder el «yo», la libertad individual, los personajes van desmontando la amnesia, gracias a ese abrazo causal de las palabras, a esa relación erótica, fértil, que produce el deseo del lenguaje, esa energía que contienen las palabras. La pérdida de la memoria es, sobre todo, una pérdida de deseo. Una consecuencia del frío que produce el silencio mudo, forzado. Los cuerpos de los hablantes de acaban aproximándose a la búsqueda de calor y a la manera en que alumbran las palabras en la boca de la literatura, aquella por la que hablaba la Edda mayor islandesa: «La primera y la segunda palabra te llevarán a la tercera».

La mirada de la becada. A la hora de estudiar las miradas en la naturaleza, hay dos conceptos fundamentales en oftalmología. El ángulo de visión y el área de ceguera. Los depredadores tienen una gran capacidad para enfocar la pieza codiciada. Es la cualidad de las rapiñas, que tienen por el contrario una gran área de ceguera, unos 270o. La otra mirada es la de las aves que no son depredadoras, como la becada, que tienen un ángulo de visión de casi 360o y apenas área de ceguera. Por eso la becada es conocida como la centinela del bosque. Su mirada es la más ancha. La que ve por detrás, lo oculto. Carmen Martín Gaite era una bebedora de sueños, por eso su realismo es de tan alta calidad. Paul Éluard decía: «Hay otros mundos, pero están en éste». Y añadía: «Hay otras vidas, pero están en ti». Podría ser una buena definición de la mirada de Carmiña. Gran parte de la narrativa española padece un problema: su ángulo de visión es la del depredador y, por lo tanto, es muy grande su área de ceguera. Se ha paralizado el hemisferio del sueño, de la imaginación. Lo contrario de la mirada de Cervantes, que tenía un ángulo de visión de 360o. Como la becada, la centinela del bosque. Como Carmen Martín Gaite.

Lo que retumba. Pensar, en este caso, es también escuchar lo que retumba, lo que vibra, lo que crepita, después de su final. El baúl de la abuela, ya difunta, se cierra. Imaginamos que el lugar real, el pazo de Louredo, no sobrevivirá mucho tiempo a la ficción. El caballo vuelve al monte Tangaraño (topónimo que en gallego remite a lo endemoniado). La autora pone punto final: «Terminé su redacción definitiva la tarde del 31 de diciembre de 1973, en mi casa de Madrid». Pero Carmen Martín Gaite ha creado otro espacio: el cuerpo abierto de quien lee. Un cuerpo que integra ya, en su paisaje interior, la dualidad del lar y lo irredento, de la casa y la selva, la protección y el peligro: Louredo y Tangaraño. Pensar es una operación inquietante porque es «tomar el hilo», proseguir la búsqueda, alargar la noche, ocupar el lugar de la memoria una vez que se ha apagado el fuego de las palabras. Una vez que ellos se han ido.

Y entre ellos, entre los que se han ido, la muerte.

Mientras...



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