Precht | Amor. Un sentimiento desordenado | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 59, 396 Seiten

Reihe: El Ojo del Tiempo

Precht Amor. Un sentimiento desordenado

Un recorrido a través de la biología, la sociología y la filosofía

E-Book, Spanisch, Band 59, 396 Seiten

Reihe: El Ojo del Tiempo

ISBN: 978-84-9841-790-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



«¿Cómo escribir un libro sobre el amor? ¿Sobre algo tan privado, velado, maravillosamente ilusorio como el amor? De este libro no aprenderá usted nada que mejore sus habilidades en el dormitorio. Tampoco le ayudará en caso de ataques de celos, penas de amor y pérdida de confianza. Y no contiene sugerencias y apenas buenos consejos para la convivencia diaria en pareja. Aunque quizá pueda contribuir a que usted se vuelva más consciente de unas cuantas cosas que antes le resultaban poco claras; a que tenga ganas de sondear con mayor exactitud este reino loco en el que (casi) todos queremos vivir. Y posiblemente piense usted conmigo un poco en las reacciones que ha consolidado como normales y supuestas. Quizá tenga ganas de proceder con usted mismo en el futuro un poco más inteligentemente; aunque, naturalmente, sólo si y cuando usted quiera.» Richard David Precht
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Capítulo 1
Un legado oscuro
Qué tiene que ver
el amor con la biología
Una idea casi buena Los biólogos conocen bien las cosas: a las mujeres les gustan los hombres ricos, saludables, grandes, simétricamente constituidos, con espalda ancha y cejas pobladas; a los hombres les gustan las mujeres jóvenes, esbeltas, de pechos grandes, pelvis bien dispuesta a parir y piel suave. Así pues, toda la Galia está ocupada excepto un pequeño pueblo valiente que resiste hasta hoy al intruso. Si todo es tan sencillo en nuestro gusto sexual, ¿por qué la realidad es, sin embargo, tan complicada? ¿Por qué tanto hombres como mujeres se buscan compañeros que no corresponden a esos criterios de ensueño? ¿Por qué seres humanos maduros no se enamoran siempre de la más bella o el más bello, por no decir nada ya del matrimonio? ¿Por qué hay hombres que aman a mujeres corpulentas y mujeres que se inclinan por hombres delicados, sensitivos? ¿Por qué, incluso, no hay sólo seres humanos bellos, ya que esa propiedad tan apreciada nos proporcionaría una gran ventaja en materia de evolución? Y ¿por qué, en fin, los guapos y ricos no son quienes tienen más hijos? Desde hace ya muchos años los biólogos nos explican nuestro gusto sexual y sus amplias consecuencias. Y conocen su función biológico-evolucionista. A quién encontramos guapo, a quién deseamos, con quién nos apareamos y a quién nos unimos es un asunto inequívoco de leyes naturales, explicable por disciplinas biológicas interconexionadas: bioquímica, genética y biología evolucionista. La fuerza de seducción de esas explicaciones biológicas es inmensa. Nos arrastran las fuerzas desalmadas de la evolución. Por fin ponemos orden en el caos del amor, encontramos la lógica oculta en lo eternamente irracional y descubrimos motivaciones objetivas para nuestro extraño comportamiento. No sólo los investigadores fantasean. Todo un ejército de periodistas científicos lanza al mercado sus bien vendibles libros. Titulares de revistas serias revelan el «código del amor» o la «fórmula del amor». «Encadenado a su herencia evolucionista, dirigido por el dictado de los genes y las hormonas deambula el ser humano en su vida instintiva», ése es el balance que hace el Spiegel en su historia de portada sobre «monos amantes»1. Hace ya tiempo que el tema «amor» no es un asunto vistoso del feuilleton, sino materia dura para las secciones de ciencia de diarios y semanarios, que hoy asumen la soberanía interpretativa en un campo antes más bien ajeno al ámbito científico. Como base diaria de nuevas noticias les sirven la biología evolucionista, la investigación cerebral y la hormonal. Y, con esas tres disciplinas, miles de estudios científicos. ¿Se ha descubierto con eso el código del amor? La ciencia que recapitula todo ello se llama «psicología evolucionista». Pretende explicarnos cómo las múltiples facetas de la naturaleza y la cultura humanas se han desarrollado a partir de los requisitos de nuestra historia evolucionista. Cuando algún best-seller nos cuenta por qué los hombres no saben escuchar ni las mujeres aparcar, nos encontramos con un gracioso preparado de conocimientos de psicología evolucionista. Desde un nivel mayor de seriedad nos cuentan periodistas científicos estadounidenses, y entretanto también alemanes, por qué somos cazadores de mamuts en el metro y bajo nuestra vestimenta se oculta un pellejo de reno. Deseo y amor, ésa es la idea, son química funcional al servicio de la reproducción humana. Y detrás de todo se esconde el lado oscuro de nuestra impotencia: la actividad secreta de los genes. La propuesta es fascinante. ¿No es demasiado hermoso encontrar para todo comportamiento humano una explicación plausible o al menos un marco adecuado de explicación? Quizá sí y quizá no. ¡Mientras unos desean una receta para el alma, otros consideran eso un horror! Porque, si todo puede conjugarse científico-naturalmente, ¿dónde quedan las ciencias del espíritu y de la cultura? ¿Hemos de enviar de vacaciones a la filosofía, la psicología y la sociología del amor, o podemos, al menos, fundir su riqueza de formas en el nuevo oro de la psicología evolucionista? Si hacemos caso al investigador estadounidense del amor y de la pareja, David Buss, la psicología evolucionista es la «consumación de la revolución científica» y constituye «la base de la psicología del nuevo milenio»2. Lo que siempre hemos entendido como cuestiones referentes a la cultura humana (atracción, celos, sexualidad, pasión, vinculación, etc.) no sería sino uno más entre los muchos casos especiales del reino animal. Trátese del juego de apareamiento de peces trompa de elefante en el Níger o de la petición de mano en grandes ciudades alemanas, da igual: el vocabulario descriptivo y las instancias explicativas serían los mismos. Y si los antropólogos ven por doquier peculiaridades étnicas de pueblos y culturas, la psicología evolucionista, con David Buss, desencanta el «mito de la diversidad cultural infinita» en favor de una «igualdad global de sexo y comportamiento erótico»3. El hombre que inventó la expresión «psicología evolucionista» es hoy un investigador relativamente poco conocido de la California Academy of Science. En 1973, cuando Michael T. Ghiselin utilizó por primera vez el concepto en un ensayo especializado para la revista científica Science, era profesor en la Universidad de California en Berkeley. Ghiselin era de la firme opinión de que la idea de esclarecer toda la psicología humana con los medios y métodos de la biología de la evolución era una idea de Darwin. En su segunda obra capital, El origen del hombre (1871), el padre de la moderna teoría de la evolución había explicado biológicamente no sólo la génesis del ser humano, sino también los inicios de su cultura. Moral, estética, religión y amor tenían, según ello, una procedencia natural y un sentido claro. Los contemporáneos y sucesores de Darwin recogieron encantados la pelota, trasladando a la sociedad y a la política los conceptos de la nueva teoría de la evolución por supervivencia de los más adaptados en la lucha con el medio ambiente. El «darwinismo social» inició su marcha triunfal, sobre todo en Inglaterra y Alemania. De la «supervivencia de los más adaptados» al «derecho del más fuerte» sólo había un pequeño paso. Su desarrollo es conocido. En la Primera Guerra Mundial la ideología se volcó en el supuesto «derecho natural de los pueblos» y, por si no fuera ya bastante, en la teoría racista, el holocausto y los programas eugenésicos de los nazis para acabar con la así llamada «vida indigna de ser vida». La catástrofe tuvo consecuencias. Durante más de veinte años hubo paz en el frente. La explicación biológica de la cultura humana se hundió en el sueño de la Bella Durmiente. Pero a mediados de los años 1960 el biólogo evolucionista Julian Huxley sacudió a las masas en Inglaterra hasta despertarlas. Y en Alemania y Austria volvió a tomar la palabra sin reparo alguno el antes teórico racista y nacionalsocialista Konrad Lorenz. A finales de los años 1960 el tiempo estaba maduro para un nuevo comienzo. Por todas partes aparecieron de improviso biólogos que consideraban casi una buena idea la vieja biología de lo social. Se liberó de toda teoría racista la sospechosa investigación. Y tampoco nadie quería seguir manifestándose sobre política, tras el pecado original, si no era de forma recatada. Ghiselin acuñó la expresión «psicología evolucionista» y el biólogo evolucionista Edward O. Wilson la de «sociobiología». En los años 1970 y 1980 se impuso el concepto de Wilson, pero desde los años 1990 lo hizo la expresión menos sospechosa y más moderna de Ghiselin. La asociación de ideas de los sociobiólogos y psicólogos evolucionistas es más o menos como sigue: si se quiere entender cómo se ha producido la competencia de todos los seres vivos en la evolución, la mejor explicación hasta hoy es la máxima de Darwin de la «supervivencia de los más adaptados». Más adaptados son sobre todo aquellos seres vivos que supieron y pudieron acomodarse especialmente bien a las condiciones alteradas del medio ambiente. Las especies mejor adaptadas transmiten su valioso patrimonio genético y se imponen a otras muchas especies con menor nivel de adaptación. Este punto de vista apenas se discute hoy en sus rasgos fundamentales. Se trata de la explicación dominante de la evolución. Los psicólogos evolucionistas infieren de ahí que las características más importantes del cuerpo humano han tenido que suponer una ventaja en la evolución. Pero de manera significativa no sólo las características del cuerpo. También nuestra psique tiene que ser como es porque nos proporcionó ventajas. Nuestra percepción, nuestra memoria, nuestras estrategias de solución de problemas y nuestros comportamientos de aprendizaje tienen que haber repercutido positivamente sobre nuestras oportunidades de supervivencia. Si ése no fuera el caso, probablemente estarían constituidas de modo completamente diferente o el ser humano habría desaparecido. Pero dado que eso no ha sucedido, puede uno partir, aliviado, del supuesto de que se han impuesto nuestras mejores cualidades espirituales. Nuestra psique estaría muy bien sintonizada con el entorno. Pero ese entorno –y éste es el quid de la cuestión– no es nuestro tiempo de hoy sino aquella época en que surgió biológicamente el ser humano moderno: ¡la Edad de...


Reguera, Isidoro
Isidoro Reguera (León, 1947), catedrático de filosofía en la universidad de Extremadura, es traductor e introductor de Wittgenstein en España. Entre sus numerosas publicaciones, cabe destacar La miseria de la razón (1980), La lógica kantiana (1989), El feliz absurdo de la ética (1994), El tercer mundo popperiano (1995)

o Ludwig Wittgenstein (2002).

Precht, Richard David
Richard D. Precht (Solingen, Alemania, 1964). Filósofo, periodista y escritor, estudió filosofía, filología alemana e historia del arte en la Universidad de Colonia, donde se doctoró en filosofía en 1994. Ha trabajado para diferentes periódicos (Die Zeit, Chicago Tribune) y emisoras de radio. Entre sus libros de divulgación puede destacarse ¿Quién soy y… cuántos? Un viaje filosófico, un best seller en Alemania que ha sido traducido a numerosos idiomas.

Richard D. Precht (Solingen, Alemania, 1964). Filósofo, periodista y escritor, estudió filosofía, filología alemana e historia del arte en la Universidad de Colonia, donde se doctoró en filosofía en 1994. Ha trabajado para diferentes periódicos (Die Zeit, Chicago Tribune) y emisoras de radio. Entre sus libros de divulgación puede destacarse ¿Quién soy y… cuántos? Un viaje filosófico, un best seller en Alemania que ha sido traducido a numerosos idiomas.


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