Lozano Garbala | Intruso | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 216 Seiten

Reihe: Gran Angular

Lozano Garbala Intruso


1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1182-425-5
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 216 Seiten

Reihe: Gran Angular

ISBN: 978-84-1182-425-5
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Joel ha muerto. Dani lo hubiera dado todo por ser amigo suyo, pero pertenecían a mundos distintos y ya es tarde. Interno en un centro de menores, Dani se prepara ahora para enfrentarse a una situación que le llevará a dudar de sus propias convicciones: debe recibir al asesino de Joel.  

Licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza, máster en Comunicación y con estudios en Filología Hispánica, en la actualidad compagina la escritura con su labor como guionista para algunas productoras españolas. En 2006 obtuvo el XXVIII Premio Gran Angular de literatura juvenil con la novela Donde surgen las sombras , y en 2018, el premio Edebé por su novela Desconocidos , cuya edición catalana también obtuvo en 2019 los premios Menjallibres y Protagonista Jove, así como el Frei Martín Sarmiento en lengua gallega. Finalista del XXVI Premio Edebé de Literatura Infantil con su novela El ladrón de minutos , es autor de la trilogía de fantasía gótica La Puerta Oscura . En 2023 obtuvo por segunda vez el Premio Gran Angular de literatura juvenil por su obra Intruso . Especializado en el género de suspense, cuenta entre sus títulos más conocidos con las novelas Hyde , Cielo Rojo y Valkiria .
Lozano Garbala Intruso jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


VIII


La tarde va transcurriendo e Iván, sin pronunciar palabra, me observa como si pudiera contaminarse solo con rozarme. En realidad, me vigila del mismo modo en que contempla cada rincón de este módulo: de refilón, a distancia. Necesita tiempo, y lo sé. No pienso forzar la conversación porque ni siquiera yo tengo claro cómo afrontarla, así que me limito a ejercer de sombra, acompañándolo en sus paseos sin rumbo que se parecen demasiado a las rondas carcelarias. La inercia de los animales enjaulados. Si quiere algo de mí, que lo diga. Yo no tomaré la iniciativa.

Iván tiene que asimilar su nueva realidad, y no voy a interrumpir ese proceso tan íntimo. No debo hacerlo. Él necesita volver a encontrarse, aunque no lo logrará si se empeña en buscarse entre sus recuerdos. Esos reflejos no sirven, porque ya no es quien fue.

Ahora es otro.

Joel, tú también has dejado de ser quien fuiste.

Ahora ya no eres.

Permanecemos sentados en el comedor. Él apenas ha probado la merienda y continúa arrastrando los pies a cada paso cuando se desplaza. Frunce los labios en su esfuerzo por impedir las lágrimas. Su intuición –o tal vez el recuerdo de alguna peli– le advierte que mostrar debilidad no es una buena estrategia aquí. Bastante habrá llorado en su celda, antes de bajar.

Pero ahora no hay testigos. El módulo de acogida es territorio fronterizo.

Mi reticencia a ayudarle pierde fuerza conforme asisto a su hundimiento. Quizá lo que se cuela traicioneramente entre mis pensamientos es compasión. ¿Compasión por un asesino?

Perdóname, Joel. Me esperaba un adversario más… inhumano. Necesito entender lo que ocurrió.

–Llorar te hará bien –murmuro casi a regañadientes–. Suéltalo todo, desahógate.

Lo hará por la noche, cuando vuelva a quedarse solo en su habitación. No podrá evitarlo, nadie soporta la primera noche sin derrumbarse. Iván todavía no sospecha lo durísima que es esa experiencia. El verdadero ritual de iniciación. Los hay que se autolesionan durante esas madrugadas desoladoras, interminables. Otros aúllan, destruyen, se golpean contra las paredes o se sumergen en pesadillas de las que despiertan llamando a personas –sus madres– que no aparecerán.

Yo ya pasé por eso.

Durante la primera noche te alcanza lo que has hecho. Y entonces el silencio es insoportable. Por eso se busca el dolor. El dolor como distracción, como salida, es aquí una peligrosa tentación. Y la propia sangre tranquiliza, te hace sentir sólido, real.

Iván tampoco ha respondido a mi consejo. Lo ignora por completo, convertido en una estatua ante su bocadillo. Clava sus pupilas en el plato mientras insiste en equivocarse.

Llora, Iván. Cuanto antes lo saques, mejor. Da rienda suelta a tu rabia, al miedo, a la impotencia. O no aguantarás.

Aquí he visto a gente consumirse por dentro. La culpa es voraz.

Llora, Iván.

* * *

–¿Por qué te han elegido a ti?

Su voz me sobresalta. Suena ronca, exhausta. Permanecemos en el comedor. Iván, por fin, se está abriendo. Acaba de dirigirme sus primeras palabras, erguido con su torso de atleta que apenas apoya en el respaldo de la silla. No consigue relajarse.

–Soy un tío tranquilo –contesto.

Mis dedos bailan sobre la mesa. Aguardo como si tú, Joel, pudieras susurrarme una dirección para continuar.

Los dos permanecemos sentados, frente a frente. Midiéndonos. Fuera anochece. Adivino sus pensamientos: se está preguntando qué delitos habré cometido para tener experiencia en un sitio así, pero no se atreve a planteármelo.

No le preocupa mi tranquilidad: le preocupa mi veteranía.

–Qué se supone que tienes que hacer.

Ha vuelto a dirigirse a mí. Parece que se va animando.

–Tu educador te ha dicho que estarás en acogida hasta mañana –le recuerdo–. Después te asignarán habitación en otro módulo. Mi tarea es ayudarte estos días con la adaptación. Ya sabes: las dinámicas, los horarios, las normas… –hago una pausa–. No es fácil para nadie, ¿sabes? Sobre todo, la primera vez. Esto es otro mundo.

Me mira como si le estuviese diciendo una obviedad, y tiene toda la razón. Tomo nota: debo calcular mejor mis intervenciones. Prefiero que me vea como una amenaza a que me considere idiota.

Decido contratacar para recuperar su respeto:

–Aún no me has dicho que eres inocente.

Iván acusa el golpe. Mi tono ha sido irónico, y lo percibe. Quiero marcar territorio, que entienda que no estoy aquí para compadecerlo. Y entonces logra sorprenderme con su respuesta:

–No lo soy.

Ha bajado la mirada.

Su franqueza me desarma. La gente aquí, acostumbrada a los interrogatorios, activa el piloto automático de la mentira en cuanto sacas temas comprometedores. Pero él, recién llegado, no lo ha hecho.

–¿Tu abogado te ha recomendado que seas tan honesto?

Vuelve a alzar los ojos. Ahora brilla en ellos un aire de desafío.

–Mi abogado me ha dicho que lo que cuenta es la intención.

Comprendo. Una estrategia clásica: recurrir al homicidio imprudente cuando las pruebas contra ti son demasiado sólidas. No es mala opción y, en el caso de Iván, puede incluso que sea verdad. Sigo sin ver en él el aura del mal, aunque no me fío. Todavía no. Yo mismo me muevo con prudencia delante de él.

–¿Y por qué los que te ayudaron no han acabado aquí también?

Descubro mis cartas, prefiero que sepa que estoy al tanto de lo que hicieron.

Iván suspira.

–Ellos… no participaron hasta el final. Por eso se han librado.

Me cuesta arrancarle respuestas largas. Es como si se expresara a remolque. Sin embargo, creo que le resultará más fácil hablar de los otros que de sí mismo y, además, he notado cierto resquemor en su respuesta. Quizá se sienta abandonado por ellos, así que continúo en esa dirección:

–¿Son muy amigos tuyos?

–Eso creía.

Confirmado: lo está viviendo como una traición. Seguro que tiene ganas de despacharse a gusto contra ellos, y debo aprovecharlo antes de que vuelva a bloquearse:

–Te han dejado colgado –ahora alimento su resentimiento para que se suelte–. Háblame de ellos, así nos vamos conociendo.

Iván aprieta los dientes y titubea. Está tan perdido que ni siquiera se ve capaz de decidir si quiere hablar sobre ello, pero seguro que le alivia compartir su malestar, al menos durante un rato.

–Nacho y yo hemos ido a la misma clase desde primaria –comienza–. Es el capitán de nuestro equipo de fútbol. Siempre anima al grupo cuando salimos, y con las tías también es un crack: le levantó la novia a un imbécil de otro colegio –conforme habla, va ganando fluidez, toda la rabia contenida le empuja–. Confiaba mucho en él, no entiendo… Nacho era el primero que quería someter a Joel a la prueba del bautismo, pero luego, cuando ya estábamos en faena, se cortó. Nunca había hecho eso. Y ahora se las da de inocente, cuando sabía perfectamente lo que íbamos a hacer.

Está cabreado, y eso me viene muy bien.

–El bautismo…

–Es una broma, una novatada.

¿Una novatada? Disimulo el rechazo que me provocan estas cosas porque mi prioridad es avanzar. Un «bautismo» en la piscina, claro. Eso es lo que te prepararon, Joel.

–Pero erais tres, ¿no? –sigo animándole.

Iván asiente.

–Beltrán es distinto. Nos conocimos el curso pasado, es un delantero muy bueno. Los tres jugamos en el mismo equipo. Es más callado, muy listo. No se le escapa una, siempre está atento a todo, aunque pasa de protagonismos salvo en los partidos. Yo creo que fue él quien empezó con toda esta idea, no estoy seguro.

–Ya veo.

Así que Beltrán le pudo dar la idea y Nacho estuvo de acuerdo, aunque en el último momento se rajó. Lo único en lo que aceptó colaborar fue en que acabaras metido en la taquilla, sin tirarla a la piscina.

Vaya tropa de descerebrados.

Lo que me sorprende es que, estando el capitán del equipo en ese grupo, fuera Iván quien llevase la iniciativa. Tiene que haber un motivo por el que ese Nacho adopte un papel secundario en este asunto y ceda la autoridad que le corresponde.

Ya habrá ocasión de seguir indagando. No debo forzarlo, o Iván empezará a desconfiar de mí.

–Has tenido suerte con Jaime Martín –recupero un asunto inofensivo para que se relaje–. Es buen tío. Te ayudará mucho.

Me concentro en los bíceps que se le marcan bajo las mangas de la camisa. Imagino que hacía muchas flexiones antes de venir aquí.

–¿Y después?

Su pregunta me pilla desprevenido, y al principio no entiendo a qué se refiere:

–¿Después?

–Qué pasará a partir de mañana.

–Te asignarán a un módulo definitivo, ya te lo he dicho.

–Y será…

No voy a mentirle.

–¿Por homicidio? El B. Ahí están los internos del régimen cerrado de larga duración. No podrás salir hasta que se celebre el juicio.

–¿Duran mucho los juicios?

Le aterra la idea de tener que revivir los hechos, de enfrentarse a más interrogatorios delante de un juez. Solo quiere olvidar, una forma de huir que tampoco funciona aquí.

–Depende –le digo–. Días, semanas, meses… Depende.

–¿Y cuando termine?

–Entonces tendrás ya una sentencia, sabrás el tiempo que vas a pasar en este centro de...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.