Pikaza Ibarrondo | Historia de Jesús | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 672 Seiten

Reihe: Estudios bíblicos

Pikaza Ibarrondo Historia de Jesús


1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-9945-680-5
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: Estudios bíblicos

ISBN: 978-84-9945-680-5
Verlag: Editorial Verbo Divino
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No fue caudillo militar, ni emperador, sino profeta y pretendiente mesiánico de Galilea, y subió a Jerusalén con una propuesta de cambio social y personal, pero las autoridades lo mataron porque tuvieron miedo.Lo mataron, pero sus amigos siguieron extendiendo su proyecto, afirmando que él estaba vivo en Dios y en su mensaje, y crearon así una alternativa de humanidad que se ha mantenido a lo largo de 2000 años.Muchos afirman hoy que esa alternativa está seca, que la historia de Jesús no ofrece aliciente ni impulso de vida. Pues bien, en contra de eso, analizando los documentos antiguos desde la situación actual, Xabier Pikaza ha contado de nuevo esa historia, para cristianos y no cristianos, con rigor crítico, presentando a Jesús como alternativa de humanidad.

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Introducción


Jesús es quizá la historia más importante de la humanidad. No fue un caudillo militar ni un emperador, sino un profeta y pretendiente mesiánico de Galilea, que subió a Jerusalén para instaurar el Reino de Dios, y fue ajusticiado por el gobernador Poncio Pilato, el 30 d.C., porque su pretensión chocaba contra el derecho imperial de Roma. Así lo mataron, poniendo en su cruz INRI (Jesús Nazoreo, Rey de los Judíos; cf. Jn 19,19), para aviso de posibles seguidores[1], y murió asesinado con miles y millones de víctimas, casi siempre olvidadas. Pero su recuerdo ha pervivido, marcando la historia de los hombres.

Todo pudo haber terminado en la cruz, como suele suceder en otros casos, pero sus mejores seguidores (María Magdalena y Pedro, y después otros muchos como Pablo) mantuvieron su proyecto y afirmaron que Dios lo había acogido en su Vida más alta, y que se hallaba vivo (resucitado) y volvería pronto para culminar su obra. No volvió, en sentido externo, como algunos esperaban, pero su fuerte memoria ha marcado desde entonces nuestra historia. Lógicamente, muchos han escrito su vida, y ya el evangelista Juan afirmaba que eran incontables los libros que podrían dedicarse a su figura (Jn 21,25). A pesar de ello, yo también he querido escribir una nueva historia de su vida, pensando que puedo aportar algo, en perspectiva científica y creyente.

Los creyentes confiesan que Jesús ha sido y es la encarnación de Dios (cf. Jn 1,14), y de esa forma muchos estudian y exponen su historia tomando como base su divinidad. Yo también soy creyente, pero quiero escribir abajo, es decir, desde su proyecto mesiánico, situándolo dentro de la trama de intereses politicosociales (económicos) de su entorno, a los que él quiso oponerse, y por lo que fue condenado a muerte.

Históricamente fue un nazoreo mesiánico, es decir, un judío vinculado al recuerdo de David y comprometido por la causa de Dios, es decir, por la justicia y la vida de los pobres y excluidos, en contra de las estructuras de un poder sociorreligioso impuesto por los sacerdotes de Jerusalén y los soldados de Roma. De un modo consecuente, Pilato y los sacerdotes lo condenaron.

En esa línea, muchos judíos actuales siguen diciendo que los cristianos son nosrim, nazoreos, seguidores de un nazoreo mesiánico (rey fracasado), un hereje que no había aportado nada significativo en la trama real de la vida de su tiempo. Otros, en general no judíos, evitan o minusvaloran su historia, diciendo que nació en un oscuro rincón del imperio (Roma), lejos de los centros de influencia del dinero, la política y la cultura de su tiempo, y que su vida sigue siendo opaca, por lo poco que podemos conocerla y por la carga que en ella han dejado las ideas religiosas posteriores, de tipo idealista o de propaganda religiosa ya anticuada.

Pero eso es solo una verdad a medias, porque Jesús fue un judío que aportó ideas y proyectos esenciales en su tiempo, y porque Galilea y en especial Jerusalén eran entonces un think tank, un laboratorio inmenso de tareas y prácticas sociales, culturales y religiosas que aún siguen definiendo nuestro tiempo. No ha surgido después de Jesús nadie que haya planteado con su radicalidad los temas esenciales de la vida humana, con sus riesgos, promesas y exigencias.

Soy, como he dicho, cristiano y creo que Jesús ha sido (sigue siendo) Hijo de Dios, pero estoy convencido de que su vida puede y debe exponerse en clave histórica, sin apelar (en ese plano) a intervenciones sobrenaturales. Creo que todo es humano en ella, aunque todo puede entenderse como historia y presencia de Dios, y así he querido mostrarlo en este libro, desde una tradición exegética antigua y moderna (cristiana y no cristiana), en una sociedad que ha perdido en parte su fe religiosa, pero que sigue buscando apasionadamente las huellas de Dios (en una línea cercana a Jesús). De un modo especial he destacado las implicaciones económicas del proyecto de Jesús, que siguen siendo, a mi juicio, esenciales para plantear y resolver, en un plano más alto, los problemas básicos de la humanidad en nuestro tiempo (año 2013).

*  *  *

Se llamaba Jesús (en hebreo Yeoshua, Dios-Salva), como el primer conquistador israelita (Josué = Jesús). Era judío de Galilea y nació en torno al 7-6 a.C. (los que fijaron el calendario común o cristiano se equivocaron, suponiendo que había nacido el año 1 d.C.). Fue campesino de origen y artesano de oficio, no letrado (escriba, hombre de letras), de manera que quizá no leía de corrido, pero no se le puede llamar analfabeto, pues, como veremos, tenía una intensa conciencia social y conocía bien las leyes y costumbres de su pueblo, de manera que discutió por ellas con otros maestros y líderes sociales. Fue trabajador, como su padre, y creció en contacto con una realidad social y religiosa que, a su juicio, se oponía a las promesas de Israel y oprimía a los hombres.

Un día, siendo maduro y, al parecer, soltero, abandonó el trabajo y acudió al desierto, al oriente del Jordán (Perea), donde siguió a un profeta llamado Juan Bautista, que exigía conversión y anunciaba el juicio de Dios. Tras un tiempo, cuando Juan fue aprisionado por Herodes Antipas, rey (tetrarca) de Galilea, abandonó el desierto, junto a río, para iniciar su proyecto de Reino en la tierra prometida, precisamente en Galilea. Estaba convencido de que la etapa de opresión había terminado, y así lo proclamó, anunciando la llegada del Reino de Dios, en un tiempo y un espacio convulsos, bajo dominio de Roma. Tuvo gran capacidad de relación, un poder especial para curar y animar a los excluidos (enfermos, pobres…), a quienes invitaba a compartir vida, mesa y esperanza, ofreciéndoles el Reino de Dios.

Consiguió una audiencia y creó comunidades de amigos en la periferia campesina, aunque suscitó el rechazo de la autoridad establecida, a la que acusó de estar aliada con Mamón, que es el anti-Dios (dinero absolutizado). Movido por un fuerte impulso interior, convencido de la verdad y urgencia de su proyecto, subió a Jerusalén como «mesías» (representante de Dios), para desplegar y culminar allí su obra. Algunos lo creyeron, pero su intento fracasó, pues los sacerdotes se opusieron, gran parte de sus discípulos huyeron y el gobernador de Roma mandó crucificarlo, acusándolo de hacerse «el Nazoreo, el Rey de los Judíos». Con su muerte terminó en un plano su historia, pero en otro se fortaleció, pues la tribu de aquellos que lo habían amado lo siguió haciendo hasta el día de hoy (cf. Josefo, Ant. XVI, 63).

Jesús/Josué, a quien remite su nombre, había sido un conquistador israelita, y la Biblia asegura que Dios lo ayudó, pues el sol se detuvo y el día se alargó, mientras caía pedrisco sobre los soldados del ejército contrario a quienes los hebreos remataron, para adueñarse de la tierra (cf. Jos 10,12-13). Jesús, en cambio, murió en la cruz, abandonado, al parecer, por el Dios verdadero, en cuyo nombre había proclamado el Reino, oponiéndose a los representantes de Mamón, el rey del mundo. Tácito lo recuerda como «inspirador de unos reos odiados por el pueblo, ejecutado en tiempo de Tiberio por Poncio Pilato» (cf. Anales 15,44, 2-3), pero los cristianos afirman que es Hijo de Dios.

La historia del primer Jesús-Josué recogida por la Biblia en su libro (Jos), parece solo leyenda victoriosa, destinada a resaltar la protección de Yahvé sobre un pueblo vencedor y afortunado. En contra de eso, los evangelios recogen los rasgos principales de la historia de Jesús, con su itinerario personal y su propuesta económico-social y religiosa (que eran, a su juicio, inseparables). Ciertamente, fracasó en un plano (en un nivel de carne, como dice Pablo: Rom 1,3-4), y no pudo instaurar el Reino; pero sus seguidores entendieron su fracaso como signo y presencia de Dios, que lo resucitó de entre los muertos.

Esos seguidores y otros muchos que formaron después su movimiento reinterpretaron su vida y recrearon su mensaje en unos libros (evangelios, escritos entre el 70-100 d.C.), que no quieren ser la crónica de un muerto, sino el recuerdo y mensaje de alguien que está vivo, como testifican las cartas de Pablo, escritas hacia el 49-65, es decir, a los veinte años de la muerte de Jesús. Algunos de sus seguidores, al parecer más piadosos, destacaron de tal modo su gloria (resurrección) que pudieron olvidar su historia humana y concebirlo solo como una entidad espiritual, un Dios entre los dioses del Oriente, estableciendo así la primera «herejía» de Jesús, que consistió en negar su humanidad (no su divinidad, como hoy se haría). Pues bien, el conjunto de la Iglesia, empezando por el evangelio de Marcos respondió defendiendo y contando la historia humana de Jesús, con su proyecto económico-social.

En esa línea, la primera intención de los evangelios no fue mostrar que Jesús era Dios (Hijo de Dios), sino que el Hijo venerado de Dios había sido y era un hombre de la historia. El riesgo no consistía entonces en rechazar al Dios (de) Cristo, sino al hombre Jesús, con su mensaje de curación, comunicación de bienes y esperanza de Reino. Los cuatro evangelios, escritos entre el 70 y 100 d.C., con tradiciones y recuerdos anteriores, no quisieron defender el dogma...



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