E-Book, Spanisch, Band 490, 224 Seiten
Reihe: Gran Angular
Reguera La vida en fuera de juego
1. Auflage 2023
ISBN: 978-607-24-4896-4
Verlag: Ediciones SM
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, Band 490, 224 Seiten
Reihe: Gran Angular
ISBN: 978-607-24-4896-4
Verlag: Ediciones SM
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Fútbol, alcohol, sexualidad, amigos o algo tan inesperado como el amor. A los catorce años, la vida puede ser muy complicada.¿Alguna vez has creído que sabías algo y luego te das cuenta de que no tienes ni idea? Y encima te da una vergüenza horrible preguntar, porque sabes que se van a reír de ti, y todo se complica tanto que ya no estás seguro de nada. Es lo que le pasa a Ibon: no sabe lo que es estar en fuera de juego, ni dentro ni fuera del campo. Pero tiene que seguir jugando.
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2
Odio los lunes. Supongo que no soy muy original en esto, y que todos los odiamos. En mi caso, sin embargo, es algo que llevo muy dentro de mí. Cuando iba a San Mamés los domingos y el árbitro silbaba el final del partido y los jugadores enfilaban hacia vestidores, yo me llenaba de tristeza porque esa imagen me recordaba cómo en unas horas yo mismo entraría en fila en la escuela. Sin embargo, me consolaba pensando que cuando creciera eso se pasaría, que cuando fuera mayor los lunes serían otra cosa. Pero no, no lo son. Ahora voy al instituto y se supone que soy más o menos mayor, pero la sensación —mezcla de tristeza, pereza y añoranza del fin de semana— de cada lunes no ha desaparecido. Ni mucho menos. De hecho, supongo que es aún más grande. Ayer fue, además, el peor lunes que recuerdo. Después de lo de mi hermana con el Facebook, estaba aterrado. Cuando llegué al instituto tuve la sensación de que todo el mundo me miraba, que todos conocían el maldito mensaje del muro de Facebook de la idiota de mi hermana. La cuestión es que no sabía si era así, pero sólo sospechar que podían haberlo leído me ponía nervioso. Más nervioso de lo que había estado nunca. Notaba miradas en la nuca, risas a mi espalda, cuchicheos en el pasillo. Poco a poco me fui calentando tanto y tanto que, cuando entré en clase y Gorka, sonriendo muy raro y moviendo su mano de arriba abajo como si se hubiera quemado un dedo, me dijo “qué fuerte lo de ayer, colega, qué fuerte”, exploté: —¡¿Qué fuerte qué?! ¡Sí, de acuerdo, estoy enamorado! ¡¿Y qué?! ¿Qué pasa? ¡¿Es que tú nunca te has enamorado?! ¡¿O sólo te gusta tu mierda de princesa de las galaxias?! ¡¿O igual el que te gusta es Chewbacca?! El pobre Gorka se quedó blanco, con cara de no entender nada. Después pude ver cómo torcía los labios hacia abajo, como un niño que se va a echar a llorar. —Oye… ¿Qué carambas te pasa? —respondió con la voz rota—. Que yo lo decía porque el Barcelona perdió con el Betis… ¡Otras!, el partido que habían ido a ver éstos… Me había olvidado, lo sé, y me arrepentí al instante. ¿Por qué siempre nos la cargamos con los que están más cerca, con nuestros amigos, con los que más nos quieren? Le pedí perdón, pero no sirvió de nada. Lo peor fue que, ahora sí, ya no era una sospecha: toda la clase me estaba mirando. Algunos reían, la mayoría simplemente se divertían. La mirada de Elene, sin embargo, no acerté a entenderla. Estaba seria. Parecía como si me reprochara algo, como si algo la hubiera decepcionado. El resto del día fue horroroso, aunque al menos resultó que nadie había leído el mensaje de mi hermana. Sólo sus amigas, pero ésas me importan un comino. Una de ellas, una que se llama María, me hizo un comentario en el patio durante el recreo, pero la mandé a donde Gorka me había enviado a mí. Me sentí mucho mejor. Por suerte, ningún día de colegio es eterno. Cuando caminaba de vuelta a casa, despacio, con la mochila al hombro, pensé en el famoso poder de las redes sociales y me dije que en realidad Facebook, Twitter, Instagram y esas páginas en las que viven algunos chicos y chicas de mi edad sólo tienen el poder que nosotros les damos, como los monstruos de ese cuento que me contaba mi madre de pequeño, que desaparecían si dejabas de tenerles miedo. Casi me alegré de que mis padres nos tuvieran prohibidas esas páginas. Al menos me libraba de esos chismes virtuales. ¿Qué más me daba a mí que las amigas de mi hermana le dieran un “me gusta”? Como si lo hacían un millón de veces. Me prometí no volver a perder los estribos de esa manera y llamar a Gorka cuando llegara a casa para pedirle de nuevo perdón. Fue justo en ese momento cuando oí a mi espalda una voz de chica que me decía: —O sea, que estás enamorado, ¿eh? Y yo sin saber nada… Me giré dispuesto a enfrentarme a otra amiga de mi hermana, pero me quedé clavado al suelo. ¡Era Elene! ¿Cómo no había reconocido su voz? Sonreía. La vi más guapa que nunca. Esta vez llevaba el pelo recogido en una coleta, pero la misma camiseta del domingo, la del rayo de luz atravesando un triángulo y saliendo convertido en un arcoíris. Un terremoto me sacudió por dentro. Temblé. No es una forma de hablar, temblé de verdad. —Eh…, ho… la…, hola…, uh… Yo… no… —balbuceé sin poder decir nada. Me sentí como un idiota. —¿Y quién es la afortunada? —me cortó ella—. Ya sabes que si quieres que te ayude a conquistarla, aquí me tienes, don Juan… Estaba tan nervioso que creí que moría. Mi corazón latía a punto de estallar. Tuve que apoyarme en la pared. No sé por qué, pero en ese momento algo me dijo que aquélla era la oportunidad de mi vida. No tenía más que decírselo. Era como rematar a puerta vacía. Sólo tenía que empujar la pelota a la red. “Tú, tú, tú, ¿quién va a ser? ¡Tú! ¿Acaso no ves cómo te miro? ¿No te das cuenta de que te trato diferente? ¿No ves que estoy temblando?”. Pero no me atreví. Me temblaron las piernas y el balón pasó de largo. Soy un cobarde. Un pobre gallina, sí, o, como dice mi padre cuando se refiere a un futbolista que no entra fuerte a los balones, un pecho frío. —¿Enamorado yo? Bah, no tengo otra cosa que hacer que ponerme a andar detrás de alguna chica —dije de repente—. Bastantes problemas tengo ya. No sé por qué lo dije. Casi me tapo la boca mientras lo estaba diciendo. ¿Había dicho de verdad eso? Me acordé de una película donde un hombre sufre una maldición y un diablo habla por él sin que pueda hacer nada, insultando a todo el mundo y metiéndole en mil problemas. De pronto me pareció que en Elene aparecía de nuevo el mismo gesto de decepción que por la mañana. Me observaba con los ojos entornados, las cejas arqueadas y los labios ligeramente echados a un lado. ¿Le había molestado lo que había dicho? ¿Y por qué? Por un instante pensé lo impensable: ¿y si ella también estaba enamorada de mí y me había preguntado aquello para ver cómo reaccionaba? Ay, Dios. Una voz dentro de mí me decía (no, no me decía, ¡me gritaba!): “¡Di algo, idiota, di algo!”. Pero mi cobardía hizo que me mantuviera de nuevo en un triste silencio. Entonces, Elene cambió de gesto y de tema, protestando por los deberes que Josu, el profesor de Historia, nos había dejado para mañana justo hoy que daban el último capítulo de no sé qué reality de unos tipos de campo que buscaban esposa. Me sorprendió que Elene viera esas mierdas en televisión y sospeché que había mentido para cambiar de tema, que por alguna razón se sentía incómoda. Pero no me atreví a preguntar nada y sólo respondí con un lamentable y triste “sí, qué maldito” que, más que decir, murmuré entre dientes. Entonces, unos metros más adelante, nuestros caminos se separaron. —Bueno, hasta mañana en clase —se despidió, y me dijo adiós con la mano y yo pensé que ojalá fuéramos adultos, pues los adultos se despiden con dos besos. Cuando llegué a casa, me encerré en la habitación y me tumbé sobre la cama. Me sentía desesperado. Era como si hubiera un abismo inmenso entre lo que quería hacer y lo que hacía en realidad. En ese momento, sobre la estantería vi el diario que hace meses mi madre me regaló, en mi último cumpleaños, con la esperanza de que escribiera algo, y en el que todavía no había puesto ni una palabra. Lo tomé y pasé sus páginas lentamente, pensando. Busqué en el cajón un lápiz o un bolígrafo y, cuando al fin lo encontré (¿cómo podía acumular tantas tonterías en un cajón tan pequeño?), en la primera página escribí una primera frase, que en realidad era una pregunta: “¿Qué demonios me está pasando?”. Todo eso fue ayer. Por desgracia, hoy el día no ha sido muy distinto. Tuvimos entrenamiento, y mis preocupaciones han sido otras, distintas a Elene, pero al final lo eché a perder de tal manera que creo que el domingo me quedo sin jugar. Como otros días, fui al entrenamiento con Gorka. Ayer al final no lo llamé, se me pasó con todo el tema de Elene, así que hoy al principio estaba de malas. Mientras caminábamos, le pedí perdón como diez veces. De verdad, hasta me ofrecí a ponerme de rodillas si así lo quería. Pero él seguía dedicándome la mala cara de un niño enfurruñado. Al final, sin embargo, lo convencí prometiéndole que si me perdonaba haría lo que él quisiera. Joder, en mala hora. Se giró sonriendo y dijo que estaba bien, que lo que quería era que el sábado viéramos las tres películas de El señor de los anillos, seguidas. —No jodas, Gorka, hombre, que ya las hemos visto mil veces —fue mi reacción inmediata. Pero él no cedió: me dijo que nunca las hemos visto de corrido, y que si no veías las tres películas seguidas te perdías parte de la trama, y que además acababa de releer el último de los libros y estaba convencido de que el director de la película no había seguido el argumento de la novela en no sé qué parte y que quería comprobarlo. Gorka, eres un buen amigo, pero a veces te pasas. Espero que de aquí al sábado se te olvide ese plan de locos. En fin, el entrenamiento de hoy era de los buenos. Ésta es una semana clave para nosotros. Ya les dije que nos vamos a enfrentar el domingo a nuestros grandes rivales. Así que hoy entramos al campo con ganas de dar el máximo, de destacar, para que Gaizka tenga que dudar al elegir el once que disputará ese gran partido. Por desgracia, no todo salió bien. Nuestro equipo se llama Sporting de Belako. Para mí es el...