E-Book, Spanisch, Band 355, 700 Seiten
Reihe: Historia
Valera Historia y política
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-9953-648-4
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 355, 700 Seiten
Reihe: Historia
ISBN: 978-84-9953-648-4
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
En Historia y política se recogen algunos de los artículos políticos y ensayos literarios publicados por Juan Valera en diferentes medios de prensa. En el primer artículo, por ejemplo, «Literatura arábiga» incluyó un romance pretendidamente traducido del árabe por un orientalista, el texto no es sino una sátira alusiva a la actitud de las potencias europeas en relación con la España victoriosa en el episodio militar africano de 1859. Juan Valera alcanzó una gran popularidad, en su tiempo, por dos novelas de mucho éxito, Pepita Jiménez (1874) y Juanita la Larga (1895). Sin embargo, se suele ignorar su faceta de crítico literario y, sobre todo, la de ensayista e historiador. Para muchos, como el hispanista británico Gerald Brenan, fue el más destacado crítico literario español, después de Menéndez Pelayo. Como ensayista alcanzó probablemente la más penetrante y clarificadora mirada sobre España, los españoles y sus principales problemas. Una mirada tan profunda y tan larga en nuestra historia nacional, que sigue estando vigente en gran medida hoy. Juan Valera colaboró en diversas revistas desde que como estudiante lo hiciera en La Alhambra. Fue director de una serie de periódicos y revistas, fundó El Cócora y El Contemporáneo y escribió en la Revista de Ambos Mundos, Revista Peninsular, El Estado, La América, El Mundo Pintoresco, La Malva, La Esperanza, El Pensamiento Español, entre otras muchas revistas.
Juan Valera y Alcalá-Galiano (Cabra, Córdoba, 1824-Madrid, 1905). España. Era hijo de José Valera y Viaña y de Dolores Alcalá-Galiano. Estudió Lengua y Filosofía en el seminario de Málaga entre 1837 y 1840 y en el colegio granadino de Sacromonte en 1841. Luego estudió Filosofía y Derecho en la Universidad de Granada. Su carrera diplomática empezó en Nápoles junto al embajador y poeta Ángel de Saavedra. Duque de Rivas. Viajó muchísimo por Europa y América y sus viajes y sus numerosas aventuras amorosas quedaron recogidos en su epistolario, publicado sin su consentimiento. En 1858 Valera se estableció en Madrid, y ocupó diferentes puestos políticos: fue diputado por Archidona, oficial de la secretaría de estado, secretario del Congreso, subsecretario y ministro de Instrucción Pública con Amadeo de Saboya. En 1861 se casó en París con Dolores Delavat y un año después fue aceptado como miembro de la Real Academia Española. Valera fue embajador en Lisboa, Bruselas, Viena y Washington; en esta última ciudad mantuvo una relación amorosa con Katherine C. Bayard, hija del entonces secretario de estado americano, y esta acabó suicidándose. Durante los últimos años de su vida Valera mantuvo una conocida tertulia en su casa de Madrid a la que asistían Marcelino Menéndez y Pelayo y Ramón Pérez de Ayala. Juan Valera colaboró y dirigió diversos periódicos y revistas, fundó El Cócora y El Contemporáneo y escribió en la Revista de Ambos Mundos, la Revista Peninsular, El Estado, La América, El Mundo Pintoresco, La Malva, La Esperanza, y El Pensamiento Español entre otras. Conocedor de los clásicos grecolatinos; hablaba, leía y escribía en francés, italiano, inglés y alemán. La novela más famosa de Valera es Pepita Jiménez (1874), publicada por entregas en la Revista de España, traducida a diez lenguas en su época y que vendió más de 100.000 ejemplares.
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Observaciones luminosas
sobre los varios modos que hay ahora de entender la Historia o de explicarla, aunque no se entienda La Historia es un misterioso e inmenso jeroglífico, símbolo de la idea eterna que se va realizando en el tiempo por medio de la Humanidad. Es un Mane, Thecel, Phares, fausto o infausto, que ningún Daniel explica cumplidamente. Muchos son los intérpretes, pero todos interpretan a su antojo. El primero que llegó a descifrar el enigma (¡prodigio singular!) está ya muerto, y habla, sin embargo, y disputa, y hasta combate. Como el Cid, difunto, entró en batalla sobre Babieca, viene éste al certamen sostenido por escritores y periodistas. Persuadido de que no ha muerto aún, es muy procaz e insolente. Quiere combatir, aunque no espera vencer: Cosi colui, del colpo non acortoandava combatendo ed era morto, como dice un antiguo poeta. Pero, muerto y todo, no se puede negar que la entidad de que hablamos, desasosiega, turba y aflige a veces a los vivos. Es la estatua del Comendador (por no traer siempre a cuento a la sombra de Banco), que anubla el regocijo de los que se sientan en el festín de la vida. ¿Y cómo no anublarlo, cuando dispone de un enjambre de Casandras-machos, de continuo afanados en predecir desventuras? Y lo peor es que no se las predicen solo al partido dominante en el mundo, sino al mundo entero, en el cual tienen la conciencia íntima de que no volverán a mandar nunca. Por eso quieren derramar sobre él la copa de la ira de Dios, y por eso anuncian como muy cercanos los tiempos apocalípticos. Claro está que para anunciarlos tienen que saber a fondo no solo las cosas pasadas y las presentes, sino también las venideras, con lo cual saben un punto más que el diablo, que de las cosas venideras nada sabe. Como el diablo, se han metido ellos a predicadores, y dicen: «Haced lo que digo y no lo que me veáis hacer.» Si se los acusa de que no dan el ejemplo, acuden siempre con el texto del apóstol: El espíritu está pronto, mas la carne flaquea. Se guardan, empero, en el alma las sentencias de su verdadero apóstol, que es el padre Molinos; así es que procuran y buscan la vita bona, aun en este valle de lágrimas. Aunque se acerque la consumación de los tiempos, consideran estos santos que crux voluntaria mortificationum, pondus grave est et infructuosum, ideoque dimittendum. Mas no es de su moral, sino de su filosofía de la Historia, de lo que debemos ocuparnos. Rogadles que os descubran el enigma, y tomarán el tono de los inspirados y pronunciarán temerosas sentencias. Entonces se inmutará vuestro semblante, y se conturbarán vuestros pensamientos y las coyunturas de vuestros riñones se descoyuntarán (de espanto o de risa) y vuestras rodillas se batirán la una contra la otra. Ellos hablarán de esta suerte: «Desde que terminó la era paradisíaca con la primera culpa del hombre, el humano linaje ha ido siempre de mal en peor hasta el siglo X u XI de nuestra Era, en que empezó a haber en el mundo un remedo de paraíso con las Cruzadas, con la sumisión completa de los pequeños a los grandes, con la santa miseria y con la ignorancia santísima. Así siguieron las cosas bastante bien hasta la época fatal que llaman los impíos del Renacimiento. En aquella época volvieron los hombres a gustar el fruto prohibido, buscaron la libertad, la ciencia y la riqueza, y quisieron sacudir el yugo que les habían puesto sus dominadores. El mundo desde entonces rueda de abismo en abismo, y no sabemos adónde irá a parar. España, gracias a Felipe II y a los imitadores de su sistema, a la Inquisición, al horror o al desprecio con que miró por mucho tiempo las nuevas ideas políticas y económicas, y al olvido en que puso el estudio del Universo visible, se conservó hasta muy tarde en su primer estado dichoso. Pero ya no tiene Inquisición, ni Felipes segundos, y su juventud va prestando un oído atento a la serpiente de las nuevas doctrinas. No hay pues, esperanza de salvación ni siquiera para España. Ya tenemos ferrocarriles, aunque malos, y telégrafos, y Constitución, y Prensa periódica. ¿Qué nos falta sino ver nacer el Anticristo o saber que ha nacido y que anda por el mundo, cuyo profetizado fin será muy en breve?» Mas he aquí que no bien se escuchan estas palabras, acuden otros Edipos a explicar el enigma de la Esfinge. Los recién llegados no están muertos, pero están próximos a morir. Una decrepitud prematura ha trazado hondas huellas en su semblante. Su vista, débil y cansada, no acierta a percibir los signos fatídicos de la Historia. No ven más que tinieblas, y en medio de ellas seres que luchan como Jacob con el ángel. A veces perciben algún resplandor efímero a manera de relámpago. Es Gutenberg, que descubre la Imprenta, o Copérnico, que para el Sol, o Galileo, que da movimiento a nuestro globo. Para ellos, sin embargo, no empieza a alborear sino en la orilla del Sena, a mediados del último siglo. El contrato social y la Enciclopedia son la luz de su aurora. Vapor de sangre derramada anubla esta luz; mas, al cabo, aparece pura y esplendorosa, por los años de 1812, en el horizonte de Cádiz. Desde entonces se han quedado estáticos, mirándola con la boca abierta, e imitan al doctor don Bartolo, y aunque se llaman progresistas, siguen inmóviles como una estatua, como la estatua de Mendizábal. Solo pudieron estos infelices tartamudear algunas palabras vacías a propósito del misterio. Verdad es que no les dejaron tiempo otros que vinieron echándolos a empujones. Eran jóvenes muy presumidos y satisfechos, tenían traza medio de mercaderes, medio de estudiantes, y se gloriaban de descender de cierto Adán britano que vivió también en el último siglo. «El destino de la Humanidad -dijeron éstos- es comprar y vender, producir y consumir. Sean libres las compras, las ventas, la producción y el consumo, y el interés individual, que es infalible, hará que todo vaya del mejor modo y que reine la paz octaviana. Las causas de todas las guerras y revoluciones han sido solo la ignorancia de la economía. Apréndase y practíquese lo que nosotros enseñamos, y no habrá ni revoluciones ni guerras. Desde Nebrot hasta el día, solo las cuestiones económicas han tenido poder de agitar el mundo. Resuélvanse estas cuestiones y el mundo se quedará como una balsa. El vellocino de oro no era más que muselinas y otras telas de algodón que se vendían en Colcos; los argonautas, ciertos comerciantes que fueron a Colcos a establecer una factoría. Desde aquella época hasta la presente todo se explica por el mismo orden. La influencia que ha ejercido en el mundo el barbero Arkwright ha sido y es más poderosa que la de Napoleón I, con todas sus batallas y conquistas.» Aquí interrumpió el discurso uno que estaba al lado del preopinante con cierto aire de plebeyo enriquecido y soberbio. Era tan débil que caminaba apoyado en un sargentón para no caerse. Su presunción era, sin embargo, superior a su debilidad. Se juzgaba más sabio que todos; habló de esta suerte, con tono dogmático y desembarazado: Vosotros decís la verdad y la negáis, tenéis razón y no la tenéis, veis una cosa y no veis otra. Yo solo veo todas las cosas. En el tesoro de vuestra ciencia hay un átomo de oro purísimo, y lo demás es alquimia. Yo solo poseo el crisol que depura el oro y le separa de todos los demás metales. Cada uno de vosotros posee una mínima parte de la verdad. Yo solo reúno estas partes y compongo el todo. Cada una de vuestras doctrinas es un veneno. Yo las purifico y de todas ellas extraigo el elixir de vida. El instrumento de que me valgo, para realizar este prodigio se llama criterio de elección. La Historia es para mí como un campo de flores de donde saco la miel de mi doctrina. En una palabra: yo elijo y me reposo en el justo medio de todos los extremos. En él me hallo a gusto, y es menester conservarle y conservarme, y que la Humanidad no vaya adelante ni atrás, a fin de que sea feliz y de que yo me sostenga encaramado sobre sus hombros. Yo soy el conservador de lo que existe, porque lo existente es obra mía. Yo soy el mantenedor del equilibrio y del sosiego entre las diversas fuerzas que se combaten. Yo soy el conciliador de la libertad con la autoridad, del libre cambio con el sistema prohibitivo, de los ultramontanos con los regalistas, de los creyentes con los ateos y de los que piensan que todo va bien con los que piensan que todo va mal. Lo cierto es que todo va medianamente, aunque no es posible que vaya mejor; que estamos en una época mediana; que los que mandan deben ser medianos; que la clase dominadora es la mediana o media, y los partidos medios deben tener razón; que la razón misma no es más que lo que está en medio; que estar en medio es lo mismo que estar encima, y que por eso nosotros estamos en medio y encima de todo. Hemos llegado a donde se puede llegar buenamente. Non plus ultra es nuestra divisa. No hay más allá de libertad, ni de felicidad, ni de ciencia para el mundo.» De repente, mientras que yo veía estas cosas y oía estos discursos en espíritu, apareció en escena un número crecido de gente moza que venía cantando aquellos versos de Espronceda: Yo romperé las cadenas, daré paz y libertad y abriré nuevos senderos a la errante Humanidad. Muchos de los que cantaban parecían llenos de entusiasmo y de buena fe. Noté, sin embargo, que no pocos tunos, hipócritas y ambiciosos se habían mezclado y confundido con aquellos jóvenes cándidos. Uno de éstos exclamó con acento lírico: «La Humanidad camina...