E-Book, Spanisch, Band 265, 280 Seiten
Reihe: Las Tres Edades
Wilson El Club de la Mariposa
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16749-65-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 265, 280 Seiten
Reihe: Las Tres Edades
            ISBN: 978-84-16749-65-2 
            Verlag: Siruela
            
 Format: EPUB
    Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Jacqueline Wilson es una autora inmensamente popular en Inglaterra. Entre 2005 y 2007 ostentó el cargo honorífico Children's Laureate. Ha cosechado múltiples premios, como el British Children's Book of the Year, el Guardian Children's Fiction Prize, el Premio Smarties y el Children's Book Award. En 2002, Wilson recibió la medalla de la Orden del Imperio Británico por sus servicios en favor de la literatura en los colegios y en 2008 fue nombrada dama comendadora de dicha orden.
Weitere Infos & Material
Capítulo uno
Somos tres: Phil, Maddie y yo.
Las tres llevamos flequillo. Una vez intenté cortármelo yo misma. ¡Uf!
Tenemos los ojos azules y papá dice que nuestra naricita es preciosa. A veces hace como que nos la quita, pero no duele.
Phil en realidad se llama Philippa. A veces se me olvida cómo se escribe y me hago un lío con las pes y las íes.
El nombre completo de Maddie es Madeleine. También es difícil de deletrear. Me equivoco poniendo las es y la i.
Yo me llamo Tina. Está chupado escribirlo, ¡menos mal!
Somos trillizas. ¡Sorpresa! Porque todo el mundo piensa que yo soy la hermana pequeña. Me molesta mucho. Ya era la más pequeña cuando nacimos. Era realmente muy muy pequeña.
No crecí lo suficiente cuando estábamos todas en la tripa de mamá. Creo que Phil y Maddie se sentaron encima de mí y me aplastaron. Cuando nacimos, yo era demasiado pequeña para irme a casa con mamá, Phil y Maddie. Tuve que quedarme sola en una diminuta cuna de metal con tapa que se llama incubadora. Espero que al menos me llevaran mi osito. No podía usar ropa de bebé como todos y me ponían un ridículo gorrito para que no tuviera frío en la cabeza.
Los médicos descubrieron que algo no iba bien con mi corazón. Quizá era demasiado pequeño, como yo. Me tuvieron que operar. Me pusieron una cajita diminuta en el pecho para que mi corazón latiera bien. Menos mal que me durmieron y no me enteré de nada de todo esto.
Casi me muero. De verdad. Se supone que no debo saberlo, pero he oído a los mayores susurrando. Mamá y papá venían a verme todos los días, mientras los abuelos cuidaban a Phil y Maddie. Mamá lloraba porque no podía cogerme en brazos. No me podían sacar de mi incubadora.
¡Pero me puse mejor! ¡Hasta me dejaron salir al aire libre!
Crecí casi lo suficiente para irme a casa, pero justo entonces tuve una infección en el pecho y tuvieron que darme un montón de medicinas. No me las daban en cuchara, como ahora: la enfermera las inyectaba en el gotero que iba directo a mi brazo. Seguro que era muy maja. Me gustan las enfermeras. Aún tengo que ir al hospital para revisiones y siempre montan mucho alboroto cuando aparezco.
Y por fin me mandaron a casa. Podía estar otra vez con Phil y Maddie. Todavía eran mucho mucho mucho más grandes que yo.
Y siguieron siéndolo.
Cuando empezamos el colegio, estaba un poco asustada, porque yo era mucho más pequeña que los demás niños. No estaba acostumbrada a tantos niños grandes. Nunca había jugado a lo mismo que ellos.
Mamá estaba también un poco asustada. Fue a hablar con la profesora de Infantil, la señorita Oxford.
—Me preocupa Tina, porque aún es muy débil. Tiene el c-o-r-a-z-ó-n-d-é-b-i-l y no puede aguantar mucho ajetreo. Phil y Maddie saben que tienen que ser cuidadosas con su hermana, pero a lo mejor los demás niños no lo entienden. ¿Podría usted prestarle a Tina una atención especial? —dijo. Se esforzó mucho por decir «corazón débil» deletreándolo, pero yo sabía de lo que estaba hablando aunque aún no supiera leer.
La señorita Oxford fue muy amable.
—Por supuesto, señora Maynard. No se preocupe.
¡Qué bonito tener trillizas en mi clase! Todas parecéis niñas muy especiales. ¿Os gustaría sentaros juntas?
—¡Sí, por favor! —contestamos nosotras.
La señorita Oxford me echaba un vistazo en el recreo siempre que podía.
Phil y Maddie también me cuidaban. Si los chicos grandes jugaban a pillar y me arrollaban, mis hermanas se enfadaban mucho. Si las chicas —como la horrible Selma Johnson— no me dejaban jugar con ellas, Phil y Maddie les gritaban.
¡Qué horror esa Selma! La odiaba. Era la niña más grande de la clase y tenía una cara roja que daba miedo. Llevaba el pelo recogido en una coleta tan apretada que daba más miedo aún, sobre todo cuando hacía muecas. Era la jefa de toda la clase, incluidos los niños. Empujaba, pegaba e insultaba. Ni siquiera se molestaba en intentar diferenciar a Phil y a Maddie. Y eso que es fácil, aunque se parecen muchísimo.
¡Fíjate bien!
Phil tiene un lunar pequeñito en la mejilla. No le gusta, pero la abuela dice que es su toque especial. Maddie tiene una cicatriz en la barbilla de cuando se cayó la primera vez que intentó montar en patinete. Ahora se le da de maravilla. Phil se enfada porque Maddie es mejor que ella. No sé si también es mejor que yo, porque a mí no me dejan montar en patinete.
A Maddie se le dan muy bien los deportes, sobre todo el fútbol. Le gusta mucho bromear, pero es muy valiente. Siempre nos defiende a Phil y a mí. Phil es la prudente. Los profesores siempre la eligen para hacer los recados. Es la mejor de la clase. Casi siempre saca dieces y una estrella de oro, que es un reconocimiento especial que ponen los profesores a quienes lo hacen realmente bien. Maddie saca como mínimo nueves. Yo no os voy a decir lo que saco. A veces Phil y Maddie me ayudan.
Selma llama a Phil y Maddie las Gemelas Lelas, algo muy estúpido, porque Phil y Maddie no son lelas para nada, son muy inteligentes. Y es especialmente estúpido porque no son gemelas, sino trillizas.
A mí, Selma me llama Renacuajo. Esto es incluso más insultante, porque a mí me gustan bastante los animales.
No me dan asco los gusanos. Los puedo coger. Es muy divertido, porque Phil y Maddie huyen gritando. También se me dan bien las arañas. ¿Os cuento algo? ¡Hasta mamá tiene miedo de las arañas! Y me gustan las orugas, con todos esos piececitos. Te hacen cosquillas cuando se pasean por tu brazo. Me gustan sobre todo las mariquitas porque son preciosas. Tengo un vestido rojo con lunares negros y digo que es mi vestido de mariquita. Phil lo tiene igual en rosa con lunares blancos y Maddie en azul con lunares amarillos. El mío es el que más me gusta. Nos ponemos los vestidos de lunares para ir a las fiestas.
Solo vamos a pequeñas fiestas. En nuestra clase hay un chico muy gracioso que se llama Harry, y cuando estábamos en segundo nos invitó a todas a una fiesta de cumpleaños futbolera. Phil, Maddie y yo queríamos ir, sobre todo Maddie, porque le encanta el fútbol.
—Lo siento, pollitos, ni hablar del tema —dijo mamá—. Sabéis que Tina no puede jugar a cosas violentas, como el fútbol.
—¿Y por qué no podemos jugar Phil y yo? —preguntó Maddie—. Tina podría mirarnos. ¿A que no te importaría, Tina?
La verdad es que me importaría un poco. Es un asco no poder jugar con ellas, pero negué con la cabeza.
—Quizá podría ir yo también a esa fiesta futbolera —dijo papá—. Podría pelotear un poco con Tina en la banda mientras los otros niños juegan. Así ella también puede divertirse un poco.
A todos nos pareció una gran idea, pero mamá dijo que no. Es que se preocupa por mí. No lo puede evitar.
Así que no pudimos ir a la fiesta de Harry. Fue una lástima, porque me gusta mucho Harry. Una vez nos tocó recoger juntos las pinturas y nos dejamos llevar por el entusiasmo… Le pinté un bigote negro y él me pintó unos grandes labios rojos, así que parecíamos dos adultos. Le pinté a Harry la nariz de rojo, porque muchos hombres viejos tienen la nariz roja —mi abuelo la tiene—. A Harry se le ocurrió que me gustaría teñirme el pelo como una señora mayor y empezó a pintármelo de negro.
La señorita Evelyn, la profesora de primero, casi nunca se enfadaba, pero se puso un poco furiosa cuando nos vio a Harry y a mí. Nos tuvieron que lavar a conciencia.
Entonces Phil, Maddie y yo cumplimos siete años. ¡Mamá y papá nos regalaron nuestro propio iPad! Nos pareció genial y una cosa de mayores, aunque nos hubiera gustado tener uno para cada una. Nos acostumbramos a compartirlo y a turnarnos, pero es muy aburrido tener que esperar el turno del iPad. Especialmente para mí, porque casi siempre me toca la última.
Mamá y papá nos regalaron también unas mochilas nuevas de flores para cuando empezáramos el colegio de mayores. En la mía no cabían tantas cosas como en las de Phil y Maddie, pero mamá dijo que una mochila grande pesaría demasiado para mí.
La abuela nos regaló tres muñecas victorianas con vestidos de volantes. Era un regalo extraño, porque ya éramos un poco mayores para jugar con muñecas, ¿no? Aunque aún nos gustaba jugar con nuestras muñecas Monster High.
Con las muñecas victorianas de nuestro cumpleaños no podíamos jugar, porque eran demasiado valiosas. Tenían que quedarse sentadas en la repisa de la ventana como adorno. Era difícil imaginar que fueran reales, pero les pusimos nombres.
—A la mía la llamaré Rosa, porque lleva un ramo de rosas —dijo Phil.
—¡Pero a la mía no la puedo llamar Pañuelo! —dijo Maddie.
—Podrías llamarla Mocosa, como el enanito de Blancanieves —sugerí.
—¿Por qué no la llamas Narcisa, Maddie? Lleva un vestido amarillo. Y a tu muñeca la puedes llamar Pimpollo, Tina, porque es un poco más pequeña que las nuestras. Así las tres tendrían nombres relacionados con flores —dijo Phil.
Le contamos a la abuela cómo íbamos a llamar a nuestras muñecas y le encantó.
Pimpollo me parecía un poco...




