E-Book, Spanisch, 135 Seiten
G. Novio por treinta días
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18491-39-9
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 135 Seiten
ISBN: 978-84-18491-39-9
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Whitney G. (1988, Tennessee, Estados Unidos) es una optimista de la vida obsesionada con los viajes, el té y el buen café. Es autora de varias novelas best seller incluidas en las listas de The New York Times y de USA Today, y cofundadora de The Indie Tea, página que sirve de inspiración para autoras de indie romántico. Cuando no se encuentra hablando con sus lectores a través de su página de Facebook, la podremos encontrar en su web, en su Instagram, en Twitter... Pero si no la vemos en las redes, es porque está encerrada trabajando en una nueva y loca historia... Novio por treinta días es la nueva novela de Whitney que publicamos en nuestra colección Phoebe, después del éxito de Una noche y nada más y Turbulencias en 2017; Carter y Arizona en 2018; Mi jefe, Mi jefe otra vez y Dos semanas y una noche en 2019; Sexy, descarado, irresistible, Olvidar a Ethan y El rey de las mentiras en 2020 y Fue un martes y Entre tú y yo en 2021.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
2
El Lobo
Nicholas
Tan solo había unos pocos hombres en la ciudad que tuvieran lo que hacía falta para trabajar en Wall Street, un grupo selecto que comprendía el valor del tiempo y la lealtad tan bien como yo. Había creado mi empresa desde los cimientos armado tan solo con el deseo de despedida de mi padre —«No dejes que esa ciudad te coma vivo»— y un traje negro desgastado que me quedaba dos tallas más grande.
Comencé como el chico de los cafés, el suplente indeseado en la nómina inflada de una megacorporación. Ya que nadie quería darme un empleo real, hacía preguntas siempre que podía. Me quedaba hasta tarde y escuchaba las reuniones a escondidas con la excusa de hacer trabajos para la universidad. Y cuando ninguno de los altos ejecutivos quería quedarse hasta tarde para repasar las cuentas del día, yo me ofrecía voluntario.
Y años después, creé mi propio fondo de inversiones e invertí en las acciones que ellos tenían demasiado miedo de tocar. Terminé convirtiéndome en uno de los empresarios más respetados de Wall Street. Si había una empresa que suscitara mi interés, la compraba. Si había acciones en las que quería invertir, para la hora de la cena ya las había adquirido. Y si había un trato que quisiera cerrar, era mío en tan solo unos segundos.
O al menos pensaba que ese era el caso hasta esa misma mañana.
—¿Qué quieres decir con que Watson ya no está seguro de querer que yo le compre la empresa? —Miré a mi asesor, Brenton, totalmente perplejo—. Fue él quien la puso en maldita venta. Quién se la compre da absolutamente igual.
—Ya te he dicho una y otra vez que quiere que el nuevo propietario sea un hombre de familia. Tú no eres un hombre de familia.
—Sí que tengo una familia.
—Una familia propia. —Suspiró—. No una a la que llames en semanas alternas cuando se te ocurre recordar que existen. Ah, y a buen seguro tampoco quieren a alguien que ha sido soltero del año en Page Six durante ocho años consecutivos.
—Diez años consecutivos, pero nadie lleva la cuenta. —Sonreí—. Aunque si eso hará que Watson se sienta mejor en cuanto a mi vida personal y a cómo gestionaré su fondo en el futuro, puedo llamarlo y admitir sinceramente que no he follado con nadie en más de ocho meses.
Me lanzó una mirada inexpresiva.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Por desgracia, no.
Llevo un poco más de ocho meses…
—Incluso aunque te creyera, que no es el caso, el hecho de que elijas no follar con nadie no te convierte en un hombre de familia. Solo significa que no te estás comportando como eres en realidad. Con «hombre de familia» se refiere a alguien que sabe que no todo es trabajo. Alguien que sepa apreciar los momentos de la vida fuera de la sala de juntas.
—Soy fantástico en eso —le contesté—. Tú mismo lo has dicho. Mi empresa paga los sueldos más altos en todos los niveles para que los empleados puedan disfrutar de su vida fuera de la sala de juntas.
—Bueno… —Se irguió en la silla—. Cuando tu segundo director financiero se casó, ¿qué le regalaste para su boda?
—Una prima generosa y un vino vintage.
—Ajá. ¿Y qué es lo que escribiste exactamente en la etiqueta de ese vino?
Suspiré.
—«Me decepciona que te hayas casado; nunca pensé que fueras de esos».
—¿Y qué más?
No respondí. No quería recordarlo.
—Escribiste: «Estoy seguro de que te divorciarás en dos años, así que mejor que la dejes y viajes a Florida a ayudarme con el acuerdo de Tampa». Pero, claro, al menos tuviste la amabilidad de escribir: «P. D.: Espero que hayas firmado un contrato prematrimonial antes de la boda. Te veré en el trabajo cuando regreses. Con cariño, Nicholas». Creo que fueron esas tres últimas palabras las que le hicieron renunciar.
—Eso fue hace dos años —le dije—. Ya no envío ese tipo de notas.
—Porque Emily las escribe por ti. —Puso los ojos en blanco—. Fuera de la empresa no tienes ninguna relación de verdad, y eso es precisamente lo que Watson quiere que su sucesor tenga. Cree que hará que el propietario sea más comprensivo con respecto a ciertas cosas. ¿No estás de acuerdo?
Joder, no.
No estaba seguro de por qué de repente se comportaba como un santo, puesto que era mucho más despiadado que yo cuando dirigía su propia empresa décadas atrás. Una vez escribió tres adjetivos que se correspondían exactamente con mi opinión sobre las relaciones: volubles, inútiles e impredecibles.
Una vez entraban en crisis, ya no podían recuperarse, así que no malgastaba mi energía en ellas. La idea de crear una familia no se me había pasado por la cabeza nunca porque había visto de primera mano lo que había provocado en algunos de mis compañeros con más éxito: su ética laboral se fue ralentizando, su ansia de poder disminuyó y comenzaron a dirigir sus empresas basándose en la felicidad en vez de en los resultados financieros.
Me desconcertaba bastante que después de seis meses de negociaciones, cinco semanas de conferencias interminables y horas de idas y venidas, el director general estuviera ahora pensando echarse atrás en un acuerdo por algo tan frívolo.
Suspiré y me recosté en mi sillón.
—Necesito firmar este trato, Brenton. No voy a aceptar un no por respuesta.
—Estoy seguro de que no. —Sonrió nervioso—. Un acuerdo por valor de cinco mil millones de dólares sería un gran empujón para nuestra cartera, sobre todo porque te permitirá duplicar esa cantidad en diez años, cuando el resto de tratos se cierren.
Pero si no lo conseguimos, perderemos veinte mil millones en el mismo plazo de tiempo…
Podía leer el resto de sus pensamientos sin necesidad de que pronunciara una palabra.
—¿Tienes alguna idea de cómo podríamos hacerle cambiar de opinión?
—¡Por fin! —Comenzó a reírse y abrió una carpeta—. He estado esperando esa pregunta todo el día.
Antes de que pudiera comenzar a hablar sobre su estrategia, un número desconocido llamó al teléfono del despacho.
—Espera un segundo, Brenton. —Hice un gesto—. El señor Wolf al habla —contesté a la llamada.
—Señor Wolf, soy el señor Tanner, de la empresa Tanner and Associates que hay al otro lado de la calle. Me dijo que le llamara si… eh… si Emily Johnson volvía a venir otra vez.
—Sí —respondí—. ¿Cuándo ha ido?
—Justo ahora, señor. Acaba de marcharse hace un momento.
Saqué mi teléfono y comprobé si tenía mensajes nuevos. El último correo que me había enviado había sido hacía media hora.
Asunto: Cita con el dentista
Señor Wolf:
Creo que he olvidado que también tenía una cita con el dentista hoy. Como la oficina está cerca, iré deprisa para aplazarla, justo como usted sugirió.
Emily Johnson
Asistente ejecutiva de Nicholas A. Wolf, Wolf Industries
P. D.: Me olvidé de responderle: feliz aniversario a usted también. :-)
Sigue queriendo colármela…
—¿Qué es lo que le ha pedido, señor Tanner? —le pregunté.
—Lo mismo de siempre, señor. Que echáramos un vistazo al contrato de nuevo para encontrar alguna laguna.
—¿Y la hay?
—No, señor.
—Bien. —Sonreí. También me encargaba de que revisaran esa mierda todos los años—. Enviaré a una becaria con un obsequio de mi parte a la hora del almuerzo. Gracias por avisarme. —Terminé la llamada justo cuando Emily entraba en mi oficina con una bandeja.
Llevaba su vestido azul ajustado favorito, con el que siempre conseguía llamar mi atención, y caminó por la habitación con sus zapatos de suela roja mientras me lanzaba su habitual mirada sexy.
—Buenas tardes, señor Wolf —dijo mientras dejaba la bandeja sobre mi mesa—. Brenton… Aquí está el almuerzo y una copia de los documentos de Watson que solicitó. ¿Quiere que le traiga algo más?
—¿Qué tal la cita con el dentista? —La miré entrecerrando los ojos.
—Igual que la del médico —respondió, mirándome también con los ojos entrecerrados—. Solo tengo que ocuparme de cierta caries que se irá pudriendo durante los dos próximos años.
—Eso no es nada saludable, Emily. —Brenton se colocó la servilleta en el regazo—. Tengo un buen dentista que puede deshacerse de esa caries que dice. Debería ir a verlo si el suyo le está diciendo esas cosas.
Ambos lo miramos.
—¿Qué? —exclamó Brenton mientras se metía una patata frita en la boca—. ¡Es muy buen dentista!
—¿Tiene otras citas...




