E-Book, Spanisch, 320 Seiten
G. Olvidar a Ethan
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-17683-95-5
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
ISBN: 978-84-17683-95-5
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Whitney G. (1988, Tennessee, Estados Unidos) es una optimista de la vida obsesionada con los viajes, el té y el buen café. Es autora de varias novelas best seller incluidas en las listas de The New York Times y de USA Today, y cofundadora de The Indie Tea, página que sirve de inspiración para autoras de indie romántico. Cuando no se encuentra hablando con sus lectores a través de su página de Facebook, la podremos encontrar en su web, en su Instagram, en Twitter... Pero si no la vemos en las redes, es porque está encerrada trabajando en una nueva y loca historia... Olvidar a Ethan es la octava novela de Whitney que publicamos en nuestra colección Phoebe, después del éxito de Una noche y nada más y Turbulencias en 2017, Carter y Arizona en 2018, Mi jefe, Mi jefe otra vez y Dos semanas y una noche en 2019 y Sexy, descarado, irresistible en 2020.
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Pista 2
So It Goes… (4:23)
Rachel
Sinceramente, las autoras de novelas románticas deberían poner en todos sus libros pegatinas con una advertencia tipo: «Esta mierda nunca te va a pasar en la vida real». Esa pequeña tontería podría haber evitado que hubiera tenido esperanzas en que cada una de mis nuevas relaciones terminara de manera diferente a la anterior.
Y tal vez, solo tal vez, si hubieran empezado a poner pegatinas en las novelas románticas antes, esa moda habría podido extenderse a las universidades que engañan a la gente para que pensaran que «Semestre en el Mar: enamórate de tu educación mientras navegas» era algo maravilloso.
Cuando mi tutor pronunció por primera vez las palabras «Semestre en el Mar», pensé que me desmayaba ante todas las cosas que ofrecía el programa. Un «crucero transformado en aula», la manera de «recibir clases en el mar», y una forma de «expandir tu visión del mundo mientras atracas en los numerosos puertos de países extranjeros».
Me imaginé noches interminables junto a la piscina e incontables horas dedicadas a ver pasar las olas y a hacer amigos para toda la vida. Incluso me convencí a mí misma de que encontraría al amor de mi vida a bordo y surcaríamos juntos los mares.
Cuando tenía diecisiete años y era una alumna de primero que solo quería alejarse de su padre, de Ethan Wyatt y de todas las cosas que me recordaran a nuestro pequeño pueblo junto a la playa, estampé mi nombre sobre la línea de puntos para hacer tres cursos en el mar.
Más tarde me arrepentí de esa decisión, y lo único bueno que pude decir fue que todos esos viajes podrían darme una ligera ventaja en los estudios posuniversitarios, cuando cursara Artes Visuales y Diseño. (La palabra clave es «podrían»).
Las «interminables noches en la piscina» no fueron más que falsas esperanzas, ya que la piscina siempre estaba llena de gente y cerraba a las ocho. La constante visión de las olas se convirtió en un recordatorio de lo mucho que extrañaba ver la orilla como cuando estaba en casa, y los «amigos» que hice no fueron para toda la vida: solo duraron un semestre.
La mayoría de la gente inteligente que había elegido la opción «un semestre» lo había gestionado para que fuera como un verano de estudios en el extranjero, y todas esas promesas de «seguiremos en contacto» se habían volatizado tan solo unas semanas después. Entre la falta de wifi, la comida predecible en el comedor y los mares interminables, ya no se parecía nada a la educación de mis sueños. Se había convertido en una pesadilla. No solo eso, sino que, además, cualquier esperanza de encontrar el amor en el mar me parecía igual de sombrías. La mayoría de los chicos que se habían apuntado al curso solo buscaban sexo, y los pocos que no lo hacían… solo se portaban bien hasta el final del viaje.
De hecho, mi última relación había sido un recordatorio más de que solo una persona triste y mal informada se apuntaría durante tres años a bordo de ese barco.
—Hola, nena. —Tate, que había sido mi novio durante los dos últimos semestres, sonrió al entrar en mi habitación—. ¿Qué estás haciendo?
—Escribiendo algunos pensamientos —repuse, y luego señalé el calendario—. También estoy contando los minutos para que llegue mi último día a bordo.
—Genial. —Cerró la puerta y me tendió un montón de sobres—. Te he cogido el correo. ¿Quieres hacer un descanso?
Asentí con la cabeza y cerré la libreta.
—Tengo una hora para tomar un café.
—Bueno, yo pensaba más bien en tenerte a ti durante una hora.
—¿Quieres tener sexo? —Sonreí.
—Bueno, pensaba más bien en nuestra versión personal de sexo. —Se acercó a mí y me hizo levantarme antes de llevarme hacia la litera—. Aún no estamos preparados para la realidad.
Suspirando, me recosté en la cama, completamente vestida con la sudadera y unos vaqueros, y él me dio la vuelta para ponerme a cuatro patas.
—No sabes lo sexy que estás con esta sudadera, nena —me susurró al oído mientras me sujetaba las caderas—. ¿Estás lista para sentirme?
—Sí, claro.
—No puedes decir «Sí, claro» en un momento crucial como este, Rachel. —Se quejó—. Ya sabes lo que tienes que decir para que esto me ponga a tono, lo que necesito oír para asegurarme de que eres la indicada. Dilo.
—Estoy más que lista para sentirte, cari —le dije, en el tono más convincente que pude—. Quiero que nos convirtamos en una sola alma.
—¿Qué más debes decir después de eso?
—Date prisa y hazme sentir bien, Gran Oso.
—Sí, eso es. —Gruñó. Como un maldito oso pardo. Me besó la nuca, moviendo la lengua en círculos, antes de empujarme la cabeza hacia el colchón. Susurró algo sobre tomarnos las cosas con calma, y luego empezó a frotarse contra mis vaqueros. Como todas las demás veces que habíamos hecho aquello, solo pude sentir un pequeño y duro bulto entre sus piernas, y supe que iba a tener otra rozadura en las nalgas cuando terminara.
—Nena, siento que no estás conmigo —me susurró al oído—. ¿Lo estás?
—Estoy aquí. —Fingí un gemido—. Oh, sí…
—«Oh, sí, Gran Oso» —me corrigió—. Dilo más fuerte y gruñe conmigo.
No respondí a eso.
Aceleró el ritmo mientras yo sentía que mi cuerpo me suplicaba que consiguiera algo más satisfactorio con mi tiempo.
«Algo como dormir…».
—Ohhh, sí… —dijo—. Imagíname en lo más profundo de ti, deslizándome dentro de tu codiciosa esponja húmeda. —Me agarró los pechos como si fueran pelotas antiestrés, gruñendo aún más fuerte que antes.
—Ahhh… —Frotó su bulto contra mí unas cuantas veces más y luego me soltó y se dejó caer en la cama.
Me di la vuelta y me fijé en que toda su cara estaba cubierta de sudor como si hubiéramos tenido sexo de verdad.
«¿Qué es esa mancha en la parte delantera de sus pantalones? ¿Se ha corrido de verdad con esto?».
Solté un suspiro y cogí una toalla pequeña para tendérsela.
—¿A ti también te ha gustado, Osita? —preguntó.
Asentí con la cabeza, porque seguía negándome a responder verbalmente a ese nombre.
Permanecimos en silencio durante varios minutos, y estaba a punto de sugerir que tomáramos un café en el comedor cuando él se aclaró la garganta.
—¿Me quieres, Rachel? —preguntó.
—¿Qué? —Arqueé una ceja—. Si nos conocimos el semestre pasado…
—¿Y qué? —Se incorporó—. Yo puedo decir con toda sinceridad que te amo.
—Apenas sabemos nada el uno del otro, Tate.
—Bueno, por eso quería hablar contigo antes de atracar en el próximo puerto… —Se sentó—. Aunque lo que acabamos de compartir ha sido mágico, como todas las demás veces, no creo que seas mi alma, Rachel.
—¿Te refieres a tu alma gemela?
—No, me refiero a mi alma. A que seas… la otra mitad de ella. —Parecía como si estuviera luchando por encontrar las palabras—. Me parece que ya no te emocionas con las cosas que me gustan.
Me apoyé en la pared.
—¿Eso es porque no siempre me apetece hacer sexo en seco?
—No es sexo en seco, Rachel. —Parecía ofendido—. Es una fase de preparación para cuando finalmente hagamos el amor. Algo que no creo que lleguemos a hacer ya.
—Vale, pero… —suspiré— dejando a un lado eso de la fase de preparación para hacer el amor, pensaba que estábamos de acuerdo en todo lo demás. —«Bueno, en casi todo lo demás….».
—¡Ja! —resopló—. Te he escrito cientos de notas de amor en varios post-it, y no me has respondido nunca. Ni una sola vez.
—Eso es porque escribes todas esas notas en ruso.
—¿Y? Si estuvieras realmente enamorada de mí, aprenderías ruso —dijo—. Y existe el Google Translate.
No me molesté en recordarle que el alfabeto ruso no se parece en nada al alfabeto latino y que no habría sabido ni por dónde empezar.
—Me parece muy revelador que en lugar de mostrarme a mí la devoción escrita que necesito prefieras escribir cartas a tu amigo Ethan.
—Por enésima vez: Ethan no es mi amigo.
—Ya. —Puso los ojos en blanco—. Es un enemigo al que, supuestamente, no puedes soportar, pero al que, por alguna razón, le escribes cartas a todas horas. ¿No?
—Llevamos más de tres meses sin escribirnos.
—¿Y? —Se levantó, se acercó a mi escritorio y abrió de un tirón el cajón izquierdo, lo que hizo que un montón de cartas salieran volando por todas partes.
—Veamos… —Las fue recogiendo una a una—. Una carta de Ethan Wyatt. Una carta de Ethan Wyatt. Una carta de Ethan Wyatt. ¿Una carta de Richard Dawson? ¿Quién diablos es Richard Dawson?
—Es mi padre. —Me levanté y le arrebaté la carta.
Continuó recogiéndolas, repitiendo el nombre de Ethan hasta que llegó a la última.
—Son más de treinta cartas, y eso durante el tiempo que llevamos saliendo. —Se acercó a las cajas donde guardaba todo el correo que había recibido, y luego cogió algunas cartas de ahí—. No sé qué clase de tío puede llevar al día tu agenda de atraques a puerto y enviarte cartas a cada uno de ellos; si yo tuviera un enemigo de verdad, no le enviaría ni mierda. Además, necesito ser el único hombre en la vida de mi chica. Si alguien le está enviando cartas, debo ser...




