E-Book, Spanisch, 320 Seiten
G. Turbulencias
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16970-49-0
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
ISBN: 978-84-16970-49-0
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Whitney G. (1988, Tennessee, Estados Unidos) es una optimista de la vida obsesionada con los viajes, el té y el buen café. Es autora de varias novelas best seller incluidas en las listas de The New York Times y de USA Today, y cofundadora de The Indie Tea, página que sirve de inspiración para autoras de indie romántico. Su primera novela, Una noche y nada más (Phoebe, 2017), ha sido la sensación del año, batiendo todos nuestros récords de ventas y consiguiendo el aplauso unánime de nuestras lectoras. Cuando Whitney no se encuentra hablando con sus lectores a través de su página de Facebook, la podremos encontrar en su web, en su instagram, en twitter... Pero si no la vemos en las redes, es porque está encerrada trabajando en una nueva y loca historia...
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
Preembarque:
Prólogo
Gillian
¿Cuántas veces me vas a hacer arder?
Tres, cuatro, cinco, quizá diez…
¿Soy yo quien te hace arder a ti?
Sí, esto tiene que terminar.
Si eres tú quien se aleja primero, seguiré tu ejemplo.
Ya te lo he dicho antes y, sin embargo, nunca me marcho…
La primera vez que sufrí una turbulencia grave, me juré que en mi vida volvería a volar de nuevo.
Ocurrió durante un vuelo nocturno de Seattle a Londres; de repente, tres horas después del despegue, fuimos alcanzados por una repentina tormenta de verano. El avión se sacudía de forma violenta mientras los pasajeros gritaban y rezaban por su vida. Mis pausadas órdenes de «relájense. Por favor, tranquilícese todo el mundo» caían en oídos sordos.
El piloto era joven y no tenía experiencia, su tono suave no reconfortaba lo más mínimo. Y mientras los vasos de primera clase se hacían añicos en el suelo en medio del equipaje caído, me prometí a mí misma que, si llegábamos a aterrizar, mis días en el aire habían terminado.
Promesa que rompí unas horas después, por supuesto, pero por fin pude decir que había experimentado una de las peores turbulencias.
O eso pensaba.
—¿Señorita? —Un pasajero de primera clase interrumpe mis pensamientos, tocándome el codo mientras paso a su lado por el pasillo—. ¿Señorita?
—¿Sí?
—¿Cuánto tiempo queda para París?
—Ocho horas, señor. —Reprimo el impulso de decirle que me ha hecho la misma pregunta hace quince minutos—. ¿Quiere que le traiga algo de beber?
—Una copa de vino blanco, por favor.
Asiento moviendo la cabeza y me alejo con rapidez para coger la botella de vino de la nevera del office y llenar una copa hasta arriba. Se la llevo al pasajero tan rápidamente como puedo, para ver si por fin puedo sentarme un momento a solas y tratar de hacer desaparecer el insoportable dolor que siento en el pecho.
—¿Puedes traerme una manta? —pide el hombre antes de que me aleje.
Fuerzo una sonrisa y cojo una del compartimento superior que hay encima de su asiento. La desdoblo y se la coloco sobre el regazo.
—¿Desea algo más?
—No, pero… —Se detiene en mitad de la frase y arquea una ceja—. ¡Oh, guau! Tienes la cara muy roja. ¿Por qué estás llorando?
—No estoy llorando —miento—. Es que tengo alergia.
—¿Alergia? ¿En un avión?
—¿Quiere algo más, señor? —Siento que se me desliza una lágrima por la mejilla—. Si no es así, me acercaré dentro de un momento a ver si desea algo más.
No me responde. Se limita a sacar un pañuelo del bolsillo de la camisa y a tendérmelo.
—Sea por lo que sea —dice, mirándome de arriba abajo—, espero que no sea por un hombre. Eres demasiado guapa para llorar por nadie… Espera…, es por un hombre, ¿verdad?
No digo nada. Acepto el pañuelo y me alejo.
Me dirijo hacia la cola del avión, más allá de la cabina llena de pasajeros a punto de dormir, y me encierro en el baño. Mientras más lágrimas se deslizan por mis mejillas, saco el teléfono y accedo a mi blog privado para releer las palabras que escribí hace meses. Para recordar la dolorosa sensación de no escucharme a mí misma.
Entrada del blog
Esta es la última vez que pienso decir lo mismo.
La última.
Mi corazón no puede soportar otra oleada más de ira, una nueva entrega de este peligroso juego de «¿Lo hacemos? ¿Podemos hacerlo?» ni otro giro en este interminable carrusel emocional de subidas y bajadas.
Sí, la forma de follar de este hombre es incomparable y me deja con ansias de más en cuanto se retira de mi interior. Y sí, la forma en la que me da placer con su boca y cómo consigue que me corra durante horas no tiene igual. Pero la manera en que encajamos (y no, no encajamos) ha alcanzado por fin su punto culminante.
No volveré con él.
No volveré.
No-volveré.
Llaman a la puerta antes de que pueda leer el resto, y suspiro.
—Está ocupado —digo—. La luz roja está encendida.
Vuelven a golpearla de nuevo, ahora más fuerte, así que gimo y abro.
—La luz roja está claramente… —Me interrumpo con un jadeo al ver delante de mí al hombre al que estoy despreciando en este momento, el hombre al que he tratado de evitar durante todo el vuelo. El piloto. Sus hermosos ojos azules están clavados en los míos, tiene los dientes apretados y da igual lo mucho que quiera no sentirme atraída por él en este momento, no puedo evitarlo.
Su rostro duro y perfectamente cincelado, los labios gruesos y definidos, hechos para besos largos y adictivos, y la chulería que irradia cada vez que se mueve hacen que me quede sin aliento cada vez que lo veo, que me excite de golpe.
Detrás de él, parpadean un par de luces de lectura de la cabina del pasaje y en las pantallas de televisión comienza la segunda película del vuelo.
—Gillian, tenemos que hablar —argumenta con la voz tensa—. Ahora mismo.
—Paso. —Trato de cerrar la puerta en sus narices, pero él la mantiene abierta y me empuja al interior, bloqueándola a su espalda.
Durante varios segundos ninguno dice una palabra. Solo nos miramos el uno al otro como tantas veces antes. El dolor y la decepción flotan en el aire que nos separa.
—Jake, no tengo nada más que decirte. —Mi voz sale cascada—. Nada más.
—Vale —sisea—. Pues hablaré yo.
—En fin, es toda una ironía, dado que normalmente no dices nada.
—¿Estás follando con otro? —Sus palabras son tan duras y recortadas que no estoy segura de haberlas oído bien.
—¿Cómo?
—¿Es necesario que lo repita? —Me mira mientras cierra la brecha entre nosotros—. ¿Estás follando con otro?
—Hace semanas que no hablamos. —Aprieto los dientes—. No te veo desde hace una eternidad y ¿esto es lo primero que me preguntas? «Hola, Gillian, ¿qué tal va todo? Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por última vez. ¿Cómo estás?».
—Hola, Gillian. —Se burla de mí sin dejar de mirarme fijamente a los ojos—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos. ¿Qué tal estás? —No me da la oportunidad de responder—. ¿Estás follando con otro?
—No.
—¿Estás saliendo con alguien?
—Es la misma maldita pregunta.
—Entonces dame la misma maldita respuesta.
—No. —Cruzo los brazos—. No, no estoy saliendo con otra persona, pero lo haré muy pronto. ¿Y sabes qué? Será con alguien que no me haga sentir de esta forma cada pocas semanas, alguien que no desaparezca durante un tiempo haciendo que me pregunte todas las noches por qué me he abierto a él. Y mejor todavía, será alguien que me respete y no actúe como si amarme fuera una carga.
—Jamás he dicho que amarte sea una carga.
—Jamás has dicho que me amas.
Silencio.
—Gillian… —Suspira, pasándose una mano por el pelo rubio oscuro—. Escúchame.
—Que te jodan. Y déjame salir, por favor. —Lo empujo en el pecho, tratando de escapar, pero él sigue reteniéndome—. Jake, he dicho que me dejes salir de aquí.
—No. —Me rodea la cintura con un brazo y me estrecha con fuerza, usando la otra mano para secarme las lágrimas con la punta de los dedos. Me acaricia la espalda y me besa las comisuras de los labios, mordiéndome con suavidad el inferior como hace siempre justo antes de follarme—. Sabes que no quiero volver a hacerte daño.
—¿Lo sé?
—¡Joder, deberías! —Me muerde de nuevo el labio inferior, esta vez con más fuerza—. Necesito que nos des otra oportunidad —susurra contra mi boca.
—¿Qué te hace pensar que soy tan estúpida como para hacerlo?
—Porque no soy el único que ha cometido un error. —Me pasa los dedos por el pelo al tiempo que me roza los labios con los suyos—. Te recuerdo que la forma en la que empezamos fue bastante jodida.
—Sigue siendo muy jodido todo. —Lo miro a los ojos—. Sigues sin dejar que me acerque a ti, sigues sin hablar conmigo y solo me dices simplezas. He sido abierta y sincera contigo, y aun así, sigues siendo obtus… —El resto de mi reproche termina cuando frota sus labios y su lengua contra los míos, suplicándome, burlándose, abrumándome…
Trato de resistirme, de alejarlo, pero no sirve de nada. Su beso es una dosis instantánea de lo que he estado echando de menos, un recordatorio de lo bien que podemos estar juntos. Cedo poco a poco, comienzo a susurrar preguntas contra sus labios mientras saquea mi boca una y otra vez.
Le pregunto si está acostándose con otra, me dice que no. Le pregunto si está saliendo con otras mujeres, y me castiga apretándome las nalgas al tiempo que suelta un brusco «no». Comienzo a indagar dónde se ha metido durante las últimas semanas, por qué siempre desaparece una temporada, pero interrumpe mis preguntas con un beso todavía más profundo que me pone la piel de gallina y me hace estremecer.
—Podemos hablar esta noche —susurra. Me coge la mano y la presiona contra la parte delantera de su pantalón, haciéndome sentir lo dura que está su polla—. Esta noche podemos hablar de lo que te dé la gana.
—¿Esta noche será mañana, cuando aterricemos en París, o en este momento?
—Esta...




