E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: ESPECIALES
Houdini Cómo hacer bien el mal
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-949693-8-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: ESPECIALES
ISBN: 978-84-949693-8-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Harry Houdini. Budapest, 1874 - Detroit, 1926 Para ayudar en el sustento de su familia, Houdini se subió por primera vez a un escenario a los nueve años actuando como trapecista. Después de trasladarse a Nueva York, a los doce años empezó a interesarse por la magia, pero su gran oportunidad llegó en 1899, cuando se le ofreció un contrato para actuar en los mejores escenarios de vodevil de Estados Unidos. Houdini, por entonces ya conocido como el 'Rey de las Esposas', viajó por toda Europa durante cinco años, y a su regreso a EE.UU. comenzó a ejecutar los desafiantes y peligrosos retos que lo convertirían en uno de los hombres más famosos del mundo, y también en una de las más populares estrellas del cine incipiente. Publicó The Right Way to Do Wrong en 1906 y fue editor de la revista Conjurer's Monthly Magazine (1906-1907). Su célebre consagración a desenmascarar espiritistas, le llevo a mantener una intensa polémica pública con Arthur Conan Doyle, gran defensor y creyente de estas prácticas. En 1926, tras una actuación, un admirador que había pasado a visitarle al camerino golpeó a un desprevenido Houdini en el estómago para poner a prueba su famoso control muscular. El golpe le rompió el apéndice, y tras sufrir una peritonitis, murió a los 52 años.
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El enigma de Houdini[2]
Arthur Conan Doyle
¿Quién fue el mayor azote de los médiums de los tiempos modernos? Houdini, sin ninguna duda.
¿Quién fue el mayor médium físico de los tiempos modernos? Hay quien se inclinaría por dar la misma respuesta. No sé cómo se podrá demostrar ahora de una vez y para siempre, pero las pruebas circunstanciales pueden ser muy sólidas, como dijo Thoreau al encontrar una trucha en la jarra de leche. Preveo que el asunto será motivo de debate en los próximos años, de manera que mi opinión, dado que lo conocí bien, y siempre tuve en mente esta posibilidad, puede resultar de interés. Si hubiera otros que sumaran su experiencia para apoyar o rebatir mis conjeturas, a la larga quizá se pueda obtener algún resultado.
Expondré, en primer lugar, algunas de mis impresiones personales sobre Houdini. A continuación haré hincapié en algunas fases de su carrera que demuestran su carácter singular; acto seguido, razonaré sobre la fuente de sus poderes únicos.
En primer lugar diré que en una larga vida que ha tocado todos los aspectos de la humanidad, Houdini es, con mucho, el personaje más curioso y enigmático con el que me he encontrado. He conocido hombres mejores, y, sin duda, mucho peores, pero jamás he conocido a un hombre de una naturaleza dotada de tan extraños contrastes, y cuyos actos y motivaciones fuesen más difíciles de prever o conciliar.
En primer lugar, y tal como corresponde, haré hincapié en el gran bien que había en su naturaleza. Poseía en grado sumo la cualidad masculina esencial de la valentía. Nadie ha hecho y, tal vez, no haya posibilidad humana de que nadie haga jamás, proezas tan temerarias. Toda su vida fue una larga sucesión de tales proezas, y cuando digo que entre ellas se contaba el saltar de un aeroplano a otro, con las manos esposadas, a una altura de tres mil pies, podemos hacernos una idea de hasta qué extremos era capaz de llegar. Sin embargo, en esto, como en muchas otras cosas referidas a él, había cierto elemento psíquico que él estaba dispuesto a reconocer abiertamente. Me refirió que una voz completamente independiente de su propia razón o juicio le dictaba qué hacer y cómo hacerlo. Mientras obedeciera a esa voz su seguridad quedaba garantizada. «Es tan sencillo como saltar de lo alto de una viga —me dijo—, pero debo esperar esa voz. Esperas antes del salto y te tragas la cobardía que todo hombre lleva dentro. Y cuando por fin oyes la voz, te lanzas. En cierta ocasión salté por propio impulso y casi me parto la crisma.»
Fue lo más parecido a una confesión que logré conseguir de él y que corrobora que yo tenía razón al pensar que en todas y cada una de sus proezas había un elemento psíquico esencial.
Además de su asombrosa valentía, en la vida diaria destacaba por su jovial cortesía. No cabía desear mejor compañía que la suya, siempre y cuando se estuviera presente, pues en cuanto se ausentaba uno, era capaz de hacer y decir las cosas más inesperadas. Como la mayoría de los judíos, era admirable en sus relaciones familiares. El amor que le profesaba a su difunta madre parecía la pasión rectora de su vida, y lo expresaba en todo tipo de ocasiones públicas de un modo que era, no me cabe duda, sincero, pero que a nuestra sangre occidental, que es más fría, resulta extraño. Había en Houdini muchos aspectos tan orientales como en nuestro propio Disraeli. Se sentía también muy unido a su esposa, y con motivo, porque ella estaba igualmente unida a él, pero una vez más su intimidad se manifestaba de formas poco convencionales. En el curso de su comparecencia en el Comité del Senado, ante el acoso de un defensor del espiritismo que ponía en duda las intenciones de su violenta y vengativa campaña contra los médiums, por toda respuesta se volvió hacia su esposa y comentó:
—Siempre he sido un buen muchacho, ¿no es así?
Otro aspecto favorable de su carácter era la caridad. He oído decir, y estoy más que dispuesto a creerlo, que era el último refugio de los indigentes, sobre todo si pertenecían a su propia profesión de empresario del espectáculo. Esa caridad persistía más allá de la tumba, y si llegaba a enterarse de algún viejo mago cuya lápida necesitaba reparación, de inmediato tomaba cartas en el asunto y la mandaba arreglar. Willie Davenport en Australia, Bosco en Alemania, y muchos otros de su profesión fueron los destinatarios de sus píos oficios. Todo lo que hacía lo hacía a gran escala. Contaba con muchos pensionados a los que no conocía de vista. Un hombre lo abrazó en la calle, y cuando Houdini le preguntó airado quién demonios era, le contestó: «Vaya, soy el hombre cuyo alquiler lleva usted pagando los últimos diez años». Le gustaban los niños, aunque no tuvo hijos. Por ocupado que estuviera siempre se prestaba a dar funciones especiales y gratuitas para los jóvenes. En Edimburgo fue tan grande su impresión al ver a los niños descalzos que los hizo entrar a todos en el teatro y allí mismo mandó que los calzaran a todos con quinientos pares de botas. Era el mayor agente publicitario que jamás haya existido, así que, no es ninguna mezquindad suponer que los periódicos locales habían sido advertidos de antemano, y que la publicidad mereció la pena. No obstante, hubo otras ocasiones en que su caridad fue menos ostentosa. También amaba a los animales y tenía un talento peculiar para domesticarlos y enseñarles trucos. Todos estos ingredientes en una personalidad impulsiva componen, sin duda, un hombre adorable. Es cierto que su generosidad estaba curiosamente teñida de frugalidad; mientras que por una parte dilapidaba sus ganancias a un ritmo que alarmaba a su esposa, por otra, era capaz de incluir en su diario un comentario indignado porque le habían cobrado dos chelines por plancharle la ropa.
Eso en cuanto a sus virtudes —y la mayoría de nosotros se alegraría de poder contar con una lista tan excelente. Pero todo lo que él hacía era extremo, y hay que colocar algo en el otro platillo de la balanza.
Un rasgo destacado de su carácter era una vanidad tan evidente e infantil que resultaba más graciosa que ofensiva. Cuando me presentó a su hermano, por ejemplo, lo hizo en los siguientes términos: «Éste es el hermano del gran Houdini». Lo dijo sin ningún tipo de guiño y de un modo perfectamente natural.
A esta inmensa vanidad se sumaba una pasión por la publicidad que no conocía límites y que debía verse gratificada a toda costa. No se detenía ante nada cuando veía la posibilidad de hacerse propaganda. Incluso cuando iba a dejar flores en las tumbas de los muertos se organizaba de antemano la presencia de los fotógrafos locales.
Este deseo constante de desempeñar un papel público tuvo mucho que ver en su encarnizada campaña contra el espiritismo. Se trataba de un asunto que despertaba un vivo interés en la gente y él sabía que podía constituir una fuente ilimitada de publicidad. Ofrecía constantemente grandes sumas a cualquier médium que accediera a hacer esto o lo otro, pues sabía bien que, incluso en el caso improbable de que la cosa llegara a hacerse, siempre podría plantear alguna objeción y salirse con la suya. En ocasiones su táctica era demasiado evidente para resultar artística. Tras previo acuerdo, se presentó en Boston ante una nutrida multitud congregada en el Ayuntamiento y, con paso solemne, subió las escaleras llevando en la mano diez mil dólares en valores, una de sus perennes apuestas contra estos fenómenos. Ocurrió con ocasión de su contrato para participar en una gira por teatros de variedades. Su argumento preferido, y el de muchos de sus colegas ilusionistas, era esta exhibición de fajos de dólares. Se trata de un absurdo, puesto que sólo se pagará si se satisface a quien lanza el desafío, y como quien lanza el desafío es quien hará el pago, naturalmente nunca estará satisfecho. El ejemplo clásico es el de la revista Scientific American, que ofreció una suma importante a quien pudiera aportar pruebas fehacientes de un fenómeno psíquico, pero ante los fenómenos de Crandon, tal vez los mejor acreditados de los anales de la investigación psíquica, encontró excusas para denegar el dinero. Recuerdo que cuando llegué a Nueva York, Houdini apostó una cantidad desorbitada para probar que él era capaz de hacer todo lo que había visto hacer a los médiums. Acepté de inmediato el desafío y le propuse como prueba que materializara la cara de mi madre de manera tal que además de yo mismo otras personas que la habían conocido en vida pudieran reconocerla. No volví a oír hablar del asunto; sin embargo, en Inglaterra hubo un médium que lo había hecho. Habría llevado a mis testigos al otro lado del Atlántico si hubiese aceptado la prueba.
Estoy más que dispuesto a pensar que la campaña de Houdini contra los médiums tuvo un efecto positivo en relación con los falsos médiums, pero fue tan indiscriminada e iba acompañada de tantos detalles intolerantes y ofensivos, que contribuyó a alejar la comprensión y la ayuda que los espiritistas, preocupados por la limpieza de su propio movimiento, le hubieran prestado gustosamente. Desenmascarar a los falsos médiums es nuestro urgente deber, pero cuando se nos dice que, en contra de las pruebas aportadas por nosotros y tres generaciones de hombres, no existen médiums verdaderos, perdemos interés, pues sabemos que nos encontramos ante un ignorante. Además, los Estados Unidos, y en menor medida nuestra propia gente, precisan de una severa supervisión. Reconozco haber subestimado la corrupción en los Estados Unidos. La primera vez que me di cuenta fue cuando mi amiga, la señora Crandon, me...




