E-Book, Spanisch, 376 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
Johansson El rostro de Gógol
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18930-07-2
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 376 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
ISBN: 978-84-18930-07-2
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
'Yo estaba en la explanada observando la hoja de roble ocre y reseca. Cuando fui a cogerla, se alejó volando repentina e inexplicablemente. Eché a correr tras ella. Una vez más se me escapó de las manos. Una vez y otra y otra, hasta que por fin la atrapé, la apreté fuerte para, al abrir la mano, descubrir que ¡había dejado de existir! Ese es el comienzo del relato' Así comienza esta apasionante novela, publicada en Suecia en 1989, que recibió el Gran Premio de Novela y el premio de la prestigiosa revista Vi y, además, fue candidata al Premio August. Tuvo una acogida excelente y se publicó al poco tiempo en francés, alemán y ruso. Johansson realizó para este libro un magnífico trabajo de documentación sobre el genio ruso Nikolái Gógol y el resultado es esta novela autobiográfica en la que el mismo Gógol nos va contando cómo fue su infancia, las relaciones con sus padres y, lo más importante, cómo y por qué empezó a escribir y lo duros que fueron sus comienzos. Por fin sabremos cómo se gestó su obra maestra, Almas muertas, y conoceremos su relación con los zares y con la censura, además de acompañarlo en sus viajes por Europa En resumen, se trata de un divertido recorrido por la vida y obra de uno de los personajes más fascinantes y desconocidos de la Literatura Universal y por la historia de la Rusia del siglo XIX. Una joya de la literatura nórdica de los últimos años y todo un descubrimiento que, por fin, podemos disfrutar en castellano.
Kjell Johansson (Estocolmo, 1941). Creció en Midsommarkransen, zona del extrarradio de la capital que se convirtió en el escenario en que se desarrollan la mayoría de sus novelas, que escribe a mano en el sofá de su residencia. Tras cursar estudios universitarios, trabajó como profesor de sueco para extranjeros e impartió la asignatura de lengua sueca en el programa de enseñanza para adultos. Durante varios años, simultaneó con la escritura trabajos de asistente social, en hospitales, en una empresa de reparto y en instalaciones portuarias. La literatura rusa despertó muy pronto su interés y en 1989 se publicó El rostro de Gógol (Gógols ansikte). También su novela Huset vid Flon (La casa cerca de Flon) tuvo una excelente acogida, se tradujo a varios idiomas y fue candidata al Premio August y al Premio de Literatura del Consejo Nórdico. En 2003 publicó Sjön utan namn (El lago sin nombre), como continuación a Huset vid Flon. Hasta que en otoño de 2006, con la novela Rummet under golvet (La habitación bajo el suelo) Kjell Johansson completó la trilogía titulada De utsatta (Los desprotegidos). Esta obra tiene carácter autobiográfico y, para su ejecución, Johansson tuvo acceso, gracias a las investigaciones genealógicas de un pariente lejano, a un material que hasta entonces desconocía.
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EL PRINCIPIO DEL RELATO
Yo estaba en la explanada observando la hoja de roble ocre y reseca. Cuando fui a cogerla, se alejó volando repentina e inexplicablemente. Eché a correr tras ella. Una vez más se me escapó de las manos. Una vez y otra y otra, hasta que por fin la atrapé, la apreté fuerte para, al abrir la mano, descubrir que ¡había dejado de existir! Ese es el comienzo del relato… Me gusta utilizar esas palabras. Mi madre siempre las pronunciaba al comenzar su historia sobre mi nacimiento y el icono milagroso de Dikanka. —Ese es el comienzo del relato —mi vida presentaba un vínculo con él. En mi mano, la hoja se había transformado en un montón de pequeños fragmentos delicados. Algunos cayeron al suelo oscilando despacio, otros permanecieron pegados a la piel. Me quedé mirándolos y, presa de un ansia extraña, los froté entre las manos. Se pulverizaron, se hicieron cada vez más pequeños. Al final, desaparecieron. ¡Nada quedó! Mis primeros recuerdos están preñados del terror a los cambios repentinos y a las desapariciones misteriosas. Como la de esta hoja que se esfumó o el charco que, cuando yo volvía de comer, ya no estaba. También los cambios de la naturaleza eran para mí desapariciones. No era que la noche acudiese al atardecer, era que se marchaba el día. E igual veía la luz y la oscuridad, el calor y el frío. Piotr Andréievich salió una noche y nunca más volvió. Está muerto, decían. Es el curso de la naturaleza, decían, seguramente para tranquilizarme. Pero pervivía el miedo como algo esencial en aquel caos de desapariciones de origen inexplicable. El miedo no perecería jamás, aunque su intensidad disminuyese cuando la realidad se reguló con el tiempo, cuando los acontecimientos y los objetos adquirieron nombre, como las personas. Mi madre se llamaba Maria, mi padre Vasili. Yo, Nikolái y mi hermano, un año menor que yo, Ivan. Más adelante fueron naciendo mis hermanas Anna, Yelizaveta, Maria y Olga. Nacieron más, pero no les fue dado vivir. Nuestra hacienda Vasílievka tenía una extensión insignificante, pero los que vivíamos allí éramos significativos. Éramos descendientes de Ostap Gógol, el célebre coronel cosaco cuyas valerosas hazañas premió con tierras el rey polaco en el siglo xvii. Doscientas almas pertenecían a nuestros pagos, los siervos de la aldea Soróchintsy. Nuestro pueblo se hallaba en la provincia de Poltava, que formaba parte de la inmensa Ucrania, la cual a su vez integraba un reino más inmenso aún, gobernado por nuestro bien amado Alejandro I, por la gracia de Dios emperador y autócrata de todas las Rusias, Moscú, Kiev, Vladímir, Nóvgorod; zar de Kazán, zar de Astracán, zar de Polonia, zar de Siberia, zar del Quersoneso Táurico, zar de Georgia, Gran Duque de Finlandia… Un día hice un gran descubrimiento. ¡Yo también pertenecía a los que llevan el mando!: «Sal conmigo, Ivan», le dije a mi hermano. ¡Y él me obedeció! ¡Me siguió porque yo le había ordenado que lo hiciera! Sentí una felicidad triunfal, arrolladora, cuando comprobé el efecto que mis palabras surtían en él. Sucedió a aquello una época de exaltación extrema. ¡Con mis palabras gobernaba un reino infinito de posibilidades! «Este es el principio del relato», me dije repitiendo las palabras que me llenaban de fascinación constante. Sin embargo, no tardaría en verme decepcionado. En efecto, sobre las fuerzas de la naturaleza no ejercía ningún poder. Y tampoco las personas hacían siempre lo que yo les indicaba, ni siquiera Ivan. Había algo que no cuadraba. En ocasiones, mis palabras surtían efecto, pero no era así con demasiada frecuencia. Probé entonces con otras palabras, modifiqué la potencia de mi voz y cambié el tono. De nada sirvió. «Que así sea», decía. Era la fórmula mágica con la que el zar otorgaba vigencia a sus decisiones. Yo repetía aquellas palabras, pero no surtían ningún efecto. Mis palabras eran insuficientes. Sospechaba que había estado manipulando lo prohibido. De alguna manera, había hecho un uso indebido de las palabras. Y sería castigado por ello. Yo, solo yo, que nadie más que yo era el culpable. ¡Yo! Fue entonces cuando, por primera vez y de un modo más profundo, tomé conciencia de mi yo. Constituyó para mí un segundo nacimiento y se produjo a partir de una sensación compleja de insuficiencia, de soledad, de miedo y de culpa. No mucho después de aquello, caí enfermo con fiebre y dolores. Era un dolor que se concentraba en distintas partes del cuerpo, a veces en la cabeza, a veces en el pecho, a veces en el estómago. Pasé mucho tiempo en cama. Estar enfermo era aburrido. Un día me regalaron una muñeca que mi padre le había comprado a un buhonero. Descubrí que dentro de la muñeca había otra igual, solo que más pequeña. Y, dentro de esta, otra más. Y otra, y otra… Me entretenía con las muñecas. La más grande tenía que quedar siempre fuera pero, por lo demás, yo decidía cuáles se quedaban fuera y cuáles dentro. Sentía pena de la más grande. Y también sentía pena de la más pequeña, porque no podía llevar a ninguna en su interior. Y luego me vi obligado a sentir pena por todas las demás, para no ser injusto. Al final, me cansé, las coloqué todas en su sitio y dejé la muñeca en la ventana. El invierno se fue y llegó la primavera. Los días empezaban a ser más largos, la oscuridad más breve. Y yo guardaba cama y observaba a las moscas que ya habían despertado. Intentaban salir. Se estrellaban volando contra el cristal, como si quisieran horadarlo con su zumbido iracundo. Finalmente caían al suelo, se quedaban boca arriba agitando las patas. A veces batían las alas y entonces se ponían a dar vueltas y más vueltas sobre el alféizar. Y luego morían. Las moscas grandes morían antes que las pequeñas. Me goteaban la nariz y los ojos. El oído izquierdo se me llenó de pus. Más tarde, cuando me curé, había perdido parte de la capacidad auditiva. No me causó ninguna pena. Si no quería oír algo, podía achacárselo a mi sordera. Otro tanto pasaba con mi miopía, lo que no quería ver, no lo veía. Los objetos eran blandas sombras envueltas en una bruma agradable. Estuve enfermo mucho tiempo. Me aplicaron sanguijuelas. Yo me quedaba muy quieto por temor a que se me colaran por la oreja o por la nariz o por la boca. Eso sí, movía los ojos todo el tiempo, para que ninguna creyese que estaba muerto. Un día Ivan me dijo que alguien había preguntado por mí, una muchacha, que me llamó a gritos. Mi madre lo interrogó y yo sabía por qué. La muerte llamaba a las personas antes de hacerse presente. —¿Quién era? —preguntó mi madre. —No tenía nombre —respondió Ivan—. Ni cara. Mi madre palideció. Ivan mantuvo sus palabras, pese a la paliza que le dio mi padre. —Recemos juntos, Nikolái —propuso mi madre. Nos arrodillamos ante el icono. Mi madre empezó a rezar. Rezó entre sollozos, largo rato, con sentimiento. Lloraba. También yo empecé a llorar, probablemente solo porque mi madre querida estaba llorando. Mis lágrimas no eran auténticas. —No has de tener miedo —aseguró mi madre—. Eres de salud endeble, como tu padre, pero no vas a morir. Hay niños que nacen muertos. Y los hay que mueren en los primeros días o durante las primeras semanas o meses de vida en la tierra. Pero es raro que mueran tan mayores como tú. No has de tener miedo. Así que yo era muy joven, ¡pero demasiado viejo para morir! Mi madre me sonreía. Tenía la cara delgada, las cejas largas y oscuras, los ojos bonitos. Y tenía una sonrisa amplia y cálida. —Cuando seas viejo, te sentarás aquí en Vasílievka, quizá en el banco de la charca, o junto al roble, o en el porche. Y tu hijo también se sentará aquí, y el suyo, algún día… Y tú y tu esposa veréis a vuestros hijos y a vuestros nietos jugar en el jardín, igual que Ivan y tú. Claro que entonces no estaré yo, ni tu padre tampoco. —¡No! —grité. —Pero ¿qué pasa, Nikosha? No respondí. No sabía. —¡Que sea la voluntad de Dios! —dijo mi madre persignándose. Me puso la mano en la frente, me dio una palmadita y me besó apasionadamente. —No vas a morir —repitió. Me aterrorizó sin querer. —Cuéntame la historia de cuando yo nací —le rogué. Mi madre miró por la ventana, permaneció inmóvil unos minutos, al cabo de los cuales se dirigió a mí y comenzó a relatarme la historia tal y como hacía siempre: «Una madre había perdido dos hijos poco antes de su nacimiento. Cuando volvió a quedarse embarazada, se encaminó a la iglesia de un pueblo vecino llamado Dikanka. Y ante el icono milagroso de san Nicolás, rogó largo rato y con fervor. Hizo la promesa de que si el hijo que estaba por nacer era un niño, lo bautizaría con el nombre del santo. Ese es el principio del relato… »¡Y verás lo que ocurrió! Llegado el momento, su esposo la llevó al mejor médico de toda Ucrania. Él le ayudó a dar a luz sin incidencias, pero parió un niño menudo y endeble. Seis semanas tardó en cobrar la fuerza suficiente para que la mujer pudiera llevarlo a casa. »La madre del pequeño contaba a la sazón dieciocho años, el padre tenía treinta y dos. Conforme a la promesa, su hijo primogénito recibió en el bautismo el nombre del santo. Lo llamaron Nikolái». A mí me gustaba mucho que mi madre me contara la historia de aquel modo, como si fuéramos otras personas. Y me gustaba su mirada,...