Kunth | Las palabras del cielo | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 192 Seiten

Kunth Las palabras del cielo


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16919-30-7
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 192 Seiten

ISBN: 978-84-16919-30-7
Verlag: Gedisa Editorial
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Durante miles de años, los seres humanos hemos contemplado sobrecogidos el firmamento. Esa bóveda infinita despertaba temor, respeto e invitaba a las ensoñaciones. El cielo siempre se mantuvo en silencio, entregándonos extraños mensajes, invariablemente codificados, pero nuestro lenguaje e imaginario siempre sintieron la necesidad de comunicarnos con él. Las palabras del cielo están ahí, discretamente entretejidas en nuestro lenguaje cotidiano, como 'desear' (del latín desiderare: dejar de contemplar la estrella) o 'desastre' (del italiano disastro: mal astro). Si nos paramos a reflexionar en ellas nos sumergiremos en el origen de la palabra y de nuestra necesidad de comprender. Este libro, escrito con pasión en el territorio fronterizo de la ciencia y el lenguaje, nos abrirá significados inadvertidos y nos ayudará a comprender más ese cielo inscrito en las palabras y que siempre ha arrebatado nuestra imaginación y anhelo. Preciosa edición cuidadosamente tratada en su formato en la que su autor consigue crear un universo propio lleno de sorpresas para el lector.

(París, 1946) Es astrónomo en el Instituto de Astrofísica de París (iap) y director de investigación en el Centre national de la recherche scientifique (cnrs). Especializado en la formación y evolución de las galaxias, Kunth tiene el privilegio de utilizar los grandes observatorios instalados en Chile, Hawai y Francia para sus estudios, además de poder acceder a telescopios en órbita como el famoso Hubble. Otros libros son: Les Oreilles dans les Etoiles o Peut-on penser l'astrologie: Science ou Voyance? .
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Cielo

* Abrigo * Asia * arcoíris * celesta * celeste * Celestina * cerúleo * Poniente * cimbra * firmamento*rasca-cielo * kamikaze * Levante * nadir * Occidente * Oriente * orientar * meteoros*polo de atracción * cénit *

«El cielo comienza a ras de suelo», escribe el poeta Bernard Noël en Le livre de la Coline (1973). Se puede agregar también que está bajo nuestros pies, ya que la tierra es redonda. ¿Un cielo? Su plural se enuncia doblemente, como en los «cielos de París» magníficos y cambiantes. La palabra cielo toma diversos giros visuales, expresando la bóveda celeste (cielo bajo, tormentoso o sereno), el techo (cielo de cama) o la ausencia de techo (mina a cielo abierto) o lo divino (¡el cielo te ayudará! ¡Justicia del Cielo!). En cuanto a «¡cielos, mi marido!», sigue siendo una de las exclamaciones convencionales que aparecen en los sainetes.

Los geofísicos y los astrónomos se reparten el cielo por razones diferentes. Los primeros se interesan en el estudio de la Tierra y algunos entre ellos en la preciosa atmósfera que la envuelve. Nosotros, astrofísicos, damos al cielo una definición más extensa. Se vuelve, para nosotros, pura ilusión óptica, ya que el cielo no es más que la proyección del gran espacio cósmico. El cielo de los primeros molesta a veces al de los segundos que, para observar, rebuscan sobre la tierra los mejores sitios posibles, desprovistos de nubes y de contaminación lumínica. Si bien todos observamos meteoros, no les damos el mismo sentido. Los geofísicos los vinculan a los fenómenos atmosféricos provocados por las vicisitudes del clima. Describen rayos y centellas, trombas marinas, incluso algunos vientos, como meteoros aéreos. Para los astrónomos, los meteoros son esos fuegos del cielo que atraviesan la atmósfera cuando un cuerpo sólido proveniente del espacio se consume. El término a menudo es sinónimo de estrella fugaz (véase página 38) y pasó al lenguaje común con la idea de lo, o el, que pasa o deslumbra de manera viva y pasajera: «Está en el carácter francés entusiasmarse, encolerizarse, apasionarse por el meteoro del momento» (Balzac, Eugénie Grandet).

Hasta el siglo xvii, ciertos meteoros fueron considerados como simples fenómenos meteorológicos. Hoy en día sabemos bien que provienen del espacio.

Cielo y beatitud

El origen etimológico de la palabra cielo, caelum, permanece misterioso, y sus hijos están esparcidos en palabras tan diversas como celeste, que calificaba al imperio chino, arcoíris, y rascacielos, que nunca sabemos poner en plural,2 o cerúleo, que significa «azulado».

El arcoíris siempre ha fascinado, y las fábulas en las que juega un papel son numerosas. En Irlanda se cuenta que en el lugar preciso donde el arcoíris se junta con la tierra se encuentra un caldero lleno de oro. Difícil apoderarse de él, ya que no solamente el leprechum irlandés (un duendecillo) protege celosamente su tesoro, sino que además el arcoíris es un fenómeno lumínico que se desplaza junto con el espectador, el cual jamás alcanza sus extremos. En la mitología griega, es el camino entre el cielo y la tierra creado por Iris, la mensajera de los dioses. Los poetas veían en él las huellas de los pies de Iris cuando descendía del Olimpo para llevar un mensaje. La huella semántica se encuentra en el término español arcoíris. En el simbolismo judeocristiano, aparece después del diluvio y firma la alianza de Dios con los hombres: no más diluvio… ¡con la condición de que se porten bien y respeten los mandamientos! El júbilo que siguió persiste en el dicho: «después de la tormenta viene la calma».

Más raramente, esta banda de luz fue percibida como premisa de un peligro venido del cielo: es entonces el arco del diablo o la cola del lobo. En Australia, está ligado a la serpiente responsable de las enfermedades, y la viruela, traída por los primeros aventureros europeos, fue nombrada «la escama de la gran serpiente». En el Renacimiento, la idea de que se podía cambiar de sexo pasando bajo el arcoíris era común, mientras que los marinos temían que su navío fuera aspirado al pasar por uno de sus extremos.

En nuestros días, está asociado positivamente a varias banderas, una de las cuales es la de los pacifistas europeos (siete colores con el violeta arriba) y el de los gays y las lesbianas (seis colores con el rojo arriba) creado en 1978 en Estados Unidos por el diseñador y militante político norteamericano Gilbert Baker.

Pero finalmente, ¿de dónde viene? Para el científico que soy, el arcoíris resulta de la dispersión de la luz del sol por gotas de lluvia, más o menos redondas. El arcoíris es una bella alianza de tonos cromáticos y de pureza del trazo. El color violeta está al centro, luego vienen el amarillo, el verde y el rojo hacia el borde externo. Para un ojo atento y según las condiciones, un segundo arco, más grande, se despliega y engloba al primero. Su brillo es atenuado y lo que sorprende aún más, sus colores están en orden inverso del primer arco: el rojo del lado cóncavo y el violeta del lado convexo.

Quedé atónito con la explicación, tan simple después de todo, proporcionada por Newton para explicar los dos arcos encajados y sus colores invertidos. Me parecía que esta comprensión no le quitaba en nada a este fenómeno su poesía natural.

Según las culturas, se acuerda ver entre tres y nueve colores. Estas representaciones permanecen íntimamente marcadas por el contexto cultural, las inclinaciones ideológicas o las representaciones simbólicas. En Occidente, es el inglés Isaac Newton, que no era sólo físico, sino también teólogo y alquimista, quien fijó en siete este número: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. ¿Por qué siete? ¿Su cultura bíblica le habrá impuesto esta numerología? Es probable que su creencia en una armonía universal de la naturaleza le sugiriera a Newton un espectro de siete colores por homología exacta con la escala musical.

El cielo llama a la beatitud. Lo mismo el celesta, ese pequeño piano de sólo cuatro octavas, que acciona timbres (y no cuerdas), y que Bela Bartok utiliza en su obra «Música para cuerdas, percusión y celesta». Es igualmente uno de los registros del órgano «Voz Celeste», que produce sonidos dulces, angelicales y velados.

Quedan los nombres. Hubo un san Celeste (¡qué colmo!) que habría sido obispo de la ciudad de Metz al principio del siglo III. Es honrado el 14 de octubre. Celeste, prima y esposa del elefante Babar, reina con él en Célesteville, y la pareja, creada por Jean de Brunhoff en 1931, continúa encantando a los jóvenes lectores en nuestros días. Celestina se adelanta en la ronda de los nombres (en Francia, ¡hubo 163 en 2009 contra 21 en 1990!). Debía su celebridad a La Celestina, tragicomedia estrenada en 1482 bajo la pluma de Fernando de Rojas, donde Celestina es una escandalosa alcahueta española guiada por el gusto al dinero.

¿Bóveda aplomada?

Pero de hecho, ¿de dónde viene entonces y de qué está hecho ese cielo que nos aploma? En la Antigüedad, el hombre pensaba en una inmensa bóveda sólida sobre la cual las estrellas estaban simplemente enchapadas, cuando no se lo imaginaba perforado por minúsculos agujeros más allá de los cuales estaban los rescoldos del fuego de la creación. Según las culturas, ha sido una cúpula, un dosel, una ampolla, una copa volcada, una sombrilla o un paraguas girando alrededor de su mango. ¡Los pueblos del norte lo conciben como una carpa gigantesca cuyo único mástil es la Estrella polar!

En la Edad Media, las estrellas del mundo cristiano se cuelgan en una última estrella celeste pura y transparente mientras que los planetas, el Sol y la Luna, son fijados sobre esferas más bajas y concéntricas. La esfera de las estrellas, el firmamento, nos separaba de Dios. Viene justo después de la de Saturno, la séptima, ya muy alejada; de ahí viene la expresión «estar en el séptimo cielo»: es el grado más alto de elevación. Hoy en día, la expresión es sinónimo de goce...



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