Murdoch | Henry y Cato | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 87, 448 Seiten

Reihe: Impedimenta

Murdoch Henry y Cato


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-15578-78-9
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 87, 448 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-15578-78-9
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Cuando Henry Marshalson y Cato Forbes se encuentran en Inglaterra después de varios años sin verse, su existencia no se halla en un momento precisamente fácil. Tras la muerte de su hermano mayor, Henry regresa de los Estados Unidos convertido en el heredero de una fortuna que no desea, de modo que decide deshacerse de todos sus bienes para disgusto de su madre. Cato, por su parte, se ve inmerso en una profunda crisis de valores que le lleva a replantearse cada una de sus creencias tras haberse enamorado de un seductor muchacho del barrio marginal de Londres en el que ejerce el sacerdocio. De manera inesperada, las vidas de estos dos hijos pródigos vuelven a mezclarse en una espiral de despropósitos y venganzas que van a desembocar en una sorprendente verdad: ninguno de los dos puede huir de sí mismo. De la mano de una de las autoras más brillantes del pasado siglo, asistimos a un estimulante recorrido por los paisajes más sórdidos y también más generosos del alma humana.

Dame Jean Iris Murdoch nació en Dublín, en Phibsborough, el 15 de julio de 1919. Su padre, Wills John Hughes Murdoch, provenía de una familia de granjeros presbiterianos de Hillhall, Condado de Down, Irlanda del Norte, y su madre, Irene Alice Richardson, quien fuera educada desde niña para ser cantante, provenía de una familia de clase media de Dublín, perteneciente a la Iglesia Anglicana de Irlanda.

Murdoch Henry y Cato jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


—Es un diamante muy pequeño —dijo Stephanie. —Es un anillo de lo más bonito —dijo Henry—. ¿No te gusta? —Es un diamantito insignificante. —Bueno, pues es todo lo que te va a tocar. Bastante suerte tienes de poder tener un diamante. —A todas las novias se les regala uno. —Vale, pues tú ya lo tienes. Ahora cierra la boca. —Quiero comprar más vestidos. —Ya has comprado lo suficiente como para aguantar una guerra mundial. El cuarto de los invitados está lleno de trajes. —Todavía necesito más cosas. Necesito otro abrigo y… —Oh, está bien. Pero es tu última compra. —Cualquier cobrador de autobús se mostraría más amable conmigo. —¿Qué demonios quieres decir? —Los hombres corrientes se interesan por los vestidos de sus esposas. Se sacrifican para que ellas tengan… —A mí me interesan bastante tus sombreros. —Y tú, que eres rico, ni siquiera… —Yo no soy rico, esa es la cuestión. No quiero empezar a vivir como un hombre rico precisamente cuando me voy a hacer pobre. —Has dicho que no íbamos a ser pobres. —Bueno, más pobres que ahora. —Quiero tener vestidos elegantes. Nunca he tenido… —No voy a convertir a mi esposa en una muñeca de salón. —Quiero vivir en la Mansión. —No empieces con eso de nuevo. —Si esperases al menos un año, solo para ver… —No puedo esperar. Esto se ha convertido en una agonía, Stephanie, no puedes comprenderlo. —Eso es porque en realidad no quieres vender. Realmente no quieres… —¡Quiero vender! No te puedes imaginar con qué pasión quiero largarlo todo, hacerlo todo pedazos. Quiero liquidarlo todo y entonces nos iremos. Volver a mi casa de América es lo que más deseo en el mundo. —Más que a mí. —Quítate esa idea de la cabeza. Vamos a casarnos y tú te vienes conmigo. Vamos a casarnos, ¿verdad, Steph? —Sí —dijo Stephanie, mirándole fijamente. —No estás cambiando de idea, ¿verdad? Cuidaré de ti, te gustará América. No es como esta isla de mala muerte. —Quiero vivir en la Mansión. —No me vuelvas loco, por favor. Todo el patrimonio estará a la venta en unas cuantas semanas. No tenemos que quedarnos. Cuando haya arreglado todos los detalles lo dejaré en manos de Merriman. Nosotros nos escaparemos. Volaremos sobre el Atlántico y seremos libres. Nos divertiremos mucho cuando nos hayamos casado, Steph. Yo me encargaré de eso. Nos divertiremos muchísimo. Viajaremos. Mi sueldo no es tan malo, qué narices. Es bastante mejor de lo que conseguiría aquí por ser un maestrucho mediocre. Ánimo. ¿No estás siempre alegre y despierta? Ahora serás mi actriz particular. Deja de sentirte miserable porque no tendrás esa maldita casa. Hazte a la idea de una vez. ¿Quieres que te traiga un espejo para que puedas ver ese aire tan desagradablemente lastimero que tienes ahora mismo? —Nooo… —¿Recuerdas lo que dije que haría contigo si empezabas a llorar de nuevo? Tú me amas, ¿no? —Siií… —¡Oh, basta! Me estás convirtiendo en una especie de monstruo tiránico, y no quiero ser así. Tú me haces ser así. —Yo te amo —dijo Stephanie, conteniéndose las lágrimas con una servilleta de papel—. Eso es lo que resulta tan divertido. —Horrorosamente divertido. Sí. —Pero todo es tan raro y estoy tan asustada… —¿De qué estás asustada, por el amor de Dios? —Nunca he tenido a nadie. No he tenido un hogar ni una familia, y ahora quieres sin más que nos vayamos a América, precisamente cuando he visto lo hermoso que podía ser vivir aquí. —Cristo, ¿acaso quieres vivir con mi madre? —Bueno, tu madre me gusta. No me importaría. —¡Oh, Dios! Era la hora del desayuno. Media hora antes habían estado haciendo el amor. Y ahora comenzaba la acostumbrada discusión. ¿Disfrutaba Henry con aquella discusión? No estaba seguro. Se levantó, se dirigió a la ventana y contempló la cúpula de Harrods resplandeciente al sol y lavada por la lluvia. Se daba cuenta incluso de que, en contra de su voluntad, se estaba convirtiendo en una especie de chulo. Jamás se había considerado un chulo. Él siempre había sido el chuleado. Russ y Bella lo habían chuleado constantemente. Sus alumnos le chuleaban. Su padre y su madre y su hermano le chuleaban. ¿No tendría que contemplar su curiosa pasión por Stephanie, porque era realmente una pasión curiosa, a la luz de ese atributo exclusivo de ella de ser chuleable? ¿Era aquello lo que siempre había querido? ¿Alguien a quien chulear? —Qué extraño —dijo—. Has dicho que te parecía cómico amarme. Y a mí me parece cómico amarte a ti. No te pareces a nadie a quien haya podido conocer antes. —Tampoco tú te pareces a nadie a quien yo haya conocido nunca. —Ni siquiera sé gran cosa de ti. No quiero que me hables de Sandy. Y tampoco querrás hablarme de lo que te pasó previamente. —¡Era odioso! —Bueno, tal vez quieras hablar más adelante. No tiene demasiada importancia. Yo he vivido en América con unas personas que hablan de todo. De cada condenada cosa que les pueda suceder en la vida. Quizá sea más descansada una relación silenciosa. Henry la estudió. Llevaba puesta una costosa négligé satinada con un dibujo de rombos dorados y negros, y un cuello que parecía estar hecho enteramente de plumas negras. Nada más levantarse se había maquillado, con más habilidad esta vez. Todos los días aprendía algo nuevo. Parecía más hermosa, mayor, mejor conservada. Las líneas de las comisuras parecían menos macilentas. ¿Buen maquillaje, buena comida, felicidad? ¿Era feliz? ¿Lo era él? Estaba predestinada, era ineluctable. La felicidad no estaba aquí ni allí. Aunque, sin duda, le gustaba el dinero. En unos cuantos días había gastado cientos de libras. A Henry le había dado lástima. Aquella generosidad: un placer infantil ante el placer de ella, que finalmente podía convertirse en desagrado. No tenía ni idea de cuándo lo suficiente era suficiente. Por otra parte, pensó, también podría estar equipándose para pasar su vida como Mrs. Marshalson junior. Se acordó de cuando le dijo que Sandy la había calificado como «el tipo de femme fatale». ¿Era la mujer más sensual que había visto nunca, o se estaba volviendo loco? Bella, por supuesto, era una mujer sensual, pero era tan lista y charlatana y tenía una voz tan aguda… Y las chicas con las que había estado siempre habían sido flacas, con pechos pequeños y con gafas. Contempló la pesada mandíbula y gran barbilla redonda, la boca llena y las dilatadas fosas nasales, la fina pelusilla sobre el labio superior. No había allí nada frágil. Nada de pretensiones intelectuales, gracias a Dios. Contempló los grandes ojos húmedos y ávidos, una especie de azul con rayas de oscuridad. «Tienes los ojos a rayas», le dijo, acercándose a ella. Qué cuadro habría hecho Max de aquella cabeza pesada y huraña. «Hola, Colombina.» Stephanie, leyendo su mirada, empezó a sonreír. —No has leído aún tus cartas, amor. Y hay un telegrama. Su voz, un poco acentuada, era suave. Agradablemente inaudible. Se sentó a la mesa y extendió una mano hacia ella para presionar el espacio que se abría entre sus grandes senos. Ella se inclinó sobre aquella mano e hizo una mueca con sus labios sonrientes. —Sé lo que dice el telegrama, y las cartas no son importantes. —Suspiró, retiró la mano y se acercó la correspondencia—. Haz más café, Steph. Había un telegrama y tres cartas. Una de Merriman. Otra, remitida desde la Mansión, parecía como de Cato. La tercera tenía una letra redonda e inmadura, con el matasellos de Laxlinden. Henry sabía de quién era. Abrió el telegrama:

Recibida tu larga carta nuestro respaldo total chico Russell y Bella.

—¿Era lo que pensabas? —Sí —dijo Henry—. Es de unos amigos de Estados Unidos. Les alegra que me case contigo. —No me conocen. —Tienen mucha intuición. —¿Lo puedo ver? Le pasó el telegrama. Abrió la carta de Merriman, que venía llena de detalles técnicos sobre la venta. Mrs. Fontenay quería comprar el bosquecillo adyacente a su granja. Giles Gosling había tenido una trifulca con el ingeniero del distrito con respecto a la ampliación de la alcantarilla principal. Además, una de las vallas se había derrumbado. Henry la leyó por encima. Al fin, todo empezaba a parecer dichosamente irreal. —¿Quiénes son Russell y Bella? —Profesores de mi escuela. —¿Escuela? Creía que… —Facultad. Son personas maravillosamente cariñosas. Todos seremos muy cariñosos con los demás. Abrió otra carta apresuradamente y le echó un rápido vistazo.

Mi querido Henry:

Tu respuesta a mi carta fue brutal y mezquina. No soy una niña. Creo que piensas eso solo porque soy virgen. Creo que no me entiendes en absoluto. Ven a verme, por favor, y permite que por lo menos podamos hablar de esto. Te he conocido siempre y te quiero. De manera muy extraña y profunda, siento que solo valgo algo por ti y que no debo descarriarme....



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.