E-Book, Spanisch, 368 Seiten
Pavlenko El sol de tu vida
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19680-18-1
Verlag: NOCTURNA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 368 Seiten
ISBN: 978-84-19680-18-1
Verlag: NOCTURNA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Déborah comienza su último año de instituto sin zapatos: el perro callejero que ahora vive con ella parece muy interesado en destrozarle todos los que tiene. Para colmo, su madre ha empezado a comportarse de un modo muy extraño, su mejor amiga se ha distanciado y el chico que le gusta apenas se fija en su existencia. Pero lo peor llega cuando encima ve a su padre besándose con una desconocida.
Con la graduación a la vuelta de la esquina, Déborah va a necesitar toda la ayuda posible (amigos humanos y caninos, coraje y mucho humor) para despejar su vida de todas esas nubes que últimamente la emborronan.
El sol de tu vida se ha publicado con gran éxito de crítica y ha ganado una decena de premios literarios en Francia, donde su adaptación cinematográfica se encuentra en preparación. Perfecta para lectores de Becky Albertalli y Nicola Yoon, es una divertida y emocionante historia de amor, amistad y lazos familiares sobre la llegada a la madurez de una adolescente armada con una buena carga de valentía y humor ácido.
Marie Pavlenko vive entre París y las montañas Cevenas. Durante más de una década ha cultivado obras para todos los públicos y de diversos géneros. Divertidos, alocados, poéticos o trágicos, sus libros profundizan cuestiones como los cambios, la relación con la naturaleza o los derechos de la mujer con personajes que son frágiles y resilientes. Su trabajo ha ganado numerosos premios, incluido el Gran Premio de Literatura de la SGDL en 2020, y se ha publicado en una decena de idiomas. Actualmente se está preparando una película basada en la novela El sol de tu vida (2017; Nocturna, 2022), que además ha sido reconocida con diez galardones literarios en Francia.
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CAPÍTULO 1 YA QUE, A FIN DE CUENTAS,
DÉBORAH DEBE HACER SU ENTRADA EN ESCENA Un ruido desagradable me chirría en los oídos, una especie de aullido de aspiradora enfurecida, como cuando la dichosa máquina se traga un calcetín olvidado bajo la cama y sube el tono, lanzándose a una escala de agudos. Intento no pensar en ello, opto más bien por concentrarme en el magnífico, divino panorama. ¿No os he dicho que el marco era di-vi-no? Me explico: estoy tumbada en una playa de arena blanca, bajo un cocotero cuyas perfiladas hojas se agitan al impulso de la brisa. El cielo es radiante, al igual que mi sonrisa. Pavoneos aparte, que ese no es mi rollo, estoy bastante sublime con mi bikini rosa, que moldea una figura irreprochable. Doy sorbitos a uno de esos cócteles donde una sombrillita de papel multicolor se pega a la escarcha azucarada, y escucho a un tipo bronceado rasguear una guitarra. Tiene una voz etérea y me devora con los ojos. La saliva abrillanta la comisura de sus labios. ¿Mickaël? ¿Antoine? ¿Denis? Imposible acordarme de su nombre, pero una cosa es segura: me desea. Estoy acostumbrada. Todos me desean. El aspirador de válvula enloquecida imita los niveles sonoros de la Castafiore y el ruido estridente acaba por engullir el paisaje. Querría retenerlo, pero se desintegra a ojos vista: la arena blanca se disuelve, el tipo bronceado y su guitarra se esfuman en jirones. Mi bikini se borra. Abro un ojo. Estoy en mi cama individual, la que mis padres me regalaron a los cinco años. Me palpo el culo y compruebo que mi figura irreprochable también se ha dado el piro. Se asienta en su lugar el reino de Dama Celulitis, implantado en el territorio desde hace generaciones y firmemente decidido a no librarse ni de un centímetro de terreno. Mi madre, mi abuela y mi bisabuela también lo habitaron. Si consultas con atención los álbumes fotográficos familiares, verás que la celulitis corre por nuestras venas. Alargo el brazo y apago mi despertador, ese cabrón que me ha sacado de este sueño tan…, tan… Bah, no hay palabras que lo describan. «Todos me desean». Auxilio. Algo así se sabría. Resoplo de despecho y mi propio aliento me hechiza las aletas de la nariz; entonces suspiro en mis pensamientos y apuesto. El principio es simple: dentro de unos segundos, encenderé el botón de la radio y, si la canción es de…, veamos, si la canción es de Number 30, eso es, de Number 30, cualquiera de ellas, en realidad (no seamos demasiado exigentes, la apuesta tiene que ser factible), pasaré un maravilloso, sublime último año de bachillerato. Atención, redobles de tambor, Number 30, Number 30, Number 30… «… por el CAC 401 que perdió ayer 0,3 puntos. Antes de darle la palabra a Yohann, les recuerdo la catástrofe ferroviaria sucedida en Gran Bretaña. Los muertos ascienden a mil quinientos cuarenta y seis, pero las autori…». Off. ¡Off, off, off! Me trago un litro de agua, parece ser que es bueno para el cutis. Ayer me preocupé de preparar mi ropa de hoy, sudadera, falda y bailarinas, pero, por supuesto, el mundo dispuso las cosas de otra manera. Llueve. París está gris. Antes de salir me doy una vuelta por la cocina y le lanzo un «bye!» a mi madre, inclinada sobre su café. Está tan despeinada que se diría que lo ha hecho a propósito. Tiene los párpados hinchados de sueño. —¡Buenos días, mucho ánimo! —Ciao, ciao! Rápido, salir a tomar el aire. No sé qué pasa, pero el ambiente de nuestro piso se lleva últimamente la palma del enrarecimiento. Mi madre nunca ha sido muy locuaz, pero lleva ya un tiempo errando como un espectro atrapado en su limbo mientras mi padre se desloma en el trabajo. Ya no los aguanto más. Antes de cerrar con un portazo, compruebo mi aspecto en el antiguo espejo colgado del recibidor y me fijo en un pósit. Hay un número de teléfono escrito con rotulador rojo. Me largo. Bajo su bonito paraguas fucsia con orejas de oso, Éloïse me aguarda delante de la Conejera. Nadie recuerda de dónde surgió ese apodo, «la Conejera», pero todos conocen el motivo. Nuestro instituto tiene clases tan masificadas que te creerías dentro de un inmenso criadero industrial de conejos. A eso se le llama cunicultura. Todo un programa. En resumen, que Éloïse está delante de la Conejera. ¤ ¿Quién es Éloïse? ¤ Mi mejor amiga, la hermana con la que siempre soñé, una chica genial. Por supuesto, la señora Soulier, nuestra profe de Ciencias de la Tierra y el Medio Ambiente, no comparte mi opinión. Ha escrito en su boletín que «Éloïse es la alumna más nula que he tenido la ocasión de conocer a lo largo de toda mi carrera de profesora de Ciencias de la Tierra y el Medio Ambiente. Tiene un tarro en lugar de cerebro. Merecería que la disecaran». Me importa una mierda, a mí me encanta su lado chiflado. ¤ Encapuchada para protegerme de la lluvia torrencial, me deslizo, esquío, hago eslalon entre los charcos y suspiro de alivio. Éloïse sonríe y prodiga miraditas a izquierda y derecha bajo su kilo de rímel. Conozco esa expresión: es la de la victoria. Nos han puesto en la misma clase. —¡No estamos en la misma clase! —me suelta cuando llego a su lado. —¿Estás segura? —Yo estoy en TL2. Tú, en TL4. —¿Y por eso te muestras radiante de decepción? —Claro que no, pero espera, deja que te cuente, no te lo vas a creer. ¡Estoy en la clase de Erwann! —¿Air One? ¿Qué es eso, un nuevo desodorante? —¡Erwann, el hermano de Greg, ya sabes, ese tío bueno que se fue a estudiar Filosofía a la Sorbona! —¿Estás de broma? ¡Erwann tiene un brócoli dentro del cráneo! ¡En su mundo, Victor Hugo es futbolista y Descartes el inventor de un juego de naipes! ¿Quién hay en TL4? —Pues… la verdad es que no me he fijado mucho —se defiende Éloïse mientras les echa ojeaditas apreciativas a nuestros compañeros por encima de mi hombro—. ¡Ah, sí, ya me acuerdo! ¡Jamal! ¡Ya sabes, el tío con colmillos tamaño XXL! El que cría migalas2, ¿no? —Genial. ¿Algo más? —No pongas esa cara. Sois treinta y nueve. Tiene que haber por fuerza uno o dos potables. ¿Qué diablos llevas en los pies? Pues mis katiuskas verde manzana, las de goma con ojos en 3D sobre los dedos gordos, las únicas ponibles con este tiempo. Mis Converse pasaron a mejor vida, las enterré en agosto. Y mis deportivas de piel de serpiente sintética también expiraron. Pero ya estoy acostumbrada, de modo que soporto con estoicismo la sonrisa apenas sarcástica de Éloïse, esta zorra siempre impecable y bendecida por los dioses. A las pruebas me remito: es guapa, es divertida, está en la mejor clase. Yo, en cambio, me voy a pasar el curso con Migalaman. No quedó otra que entrar y arrastrar mis botas de rana hasta el aula 234. Por mucho que otease a mi alrededor, no vi nada trascendental en el horizonte. Un amasijo de trenzas, un par de aparatos dentales, matas de pelo hirsuto, una gorra roja. Nada sexy. Ningún alumno nuevo caído del cielo, del tipo de vaya, qué bien, aquí está el hombre de mi vida. Solo mediocridades, tíos con pinta de gilipollas a más no poder, sosainas al por mayor. Acabaré solterona. Mi epitafio rezará: «Bajo esta lápida yace Déborah, la chica que amaba a las ranas. Por desgracia, ninguna tuvo el buen gusto de transformarse en príncipe encantador». Jamal está en un rincón, con la nariz metida en la pantalla del móvil y un gorro color boñiga encasquetado hasta las cejas. Sus dientes gigantescos sobresalen de su boca cerrada. Me repugna. Haríamos una pareja perfecta. Migalaman y Batraciangirl. Me aplasto contra un radiador del pasillo y saco mi móvil, simulando hacer algo. Trato de no prestar atención al enjambre de chicas comandadas por Tania, que cotorrean señalándose mis botas unas a otras. Migalaman y Tania, el premio gordo. Hasta ahora había logrado evitarlo, pero la tregua se terminó. Voy a tener que soportarla a ella y a su coleta alisada cada mañana con la plancha. Durante un año. Tania es una especie de Éloïse, en plan rollo más brillante y menos simpática. Muy buena alumna, guapa, muy arreglada. Organiza fiestas en su piso de doscientos metros cuadrados con la flor y nata de la Conejera. Los chicos beben los vientos por ella. Nunca se pondría botas de rana. Ni en sus pesadillas más gore. Me siento sola. Peor aún, de repente me da por ponerme a pensar en mis padres. Desde su ascenso en el periódico, mi padre está cada vez menos en casa. Redactor jefe. Sonaba guay. Es como para creer que ha decidido casarse con su curro, solo que, en su caso, la novia tenía la lepra y nadie estaba al corriente. Al parecer, se prepara una oleada de despidos. De modo que, cuando tienes la suerte de cruzarte con él, mi padre está cansado, preocupado, ausente. Y por lo que se refiere a mi madre, tan pronto está apática como sobrexcitada. Esos momentos me obsesionan. Es como si un panel fluorescente con el lema «Ocúpate de tu hija» se encendiese de golpe sobre mi cabeza y, ¡bum!, la cosa está en marcha, ella empieza a bombardearme con preguntas a las que no tengo ganas de responder, del tipo de: «¿Cuál es el grupo de moda entre los jóvenes?». O bien me suelta chorradas que quedarían mejor si se...