Sánchez / Simó | Héroes de la ciencia | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 57, 340 Seiten

Reihe: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber

Sánchez / Simó Héroes de la ciencia

De los primeros cazadores de virus a la vacuna contra la covid-19

E-Book, Spanisch, Band 57, 340 Seiten

Reihe: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber

ISBN: 978-84-19207-61-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Louis Pasteur, Carlos Juan Finlay, Lynn Margulis, Margarita Salas, Jean-Jacques Muyembe, Francis Mojica, Katalin Karikó... Científicos y científicas que han cambiado nuestra vida son los protagonistas de este emocionante recorrido por la historia de la ciencia.
Hoy todos conocemos la vacuna contra la covid-19, pero nadie se tomaba en serio a Katalin Karikó, la científica que la hizo posible, cuando empezó sus investigaciones. Igual que ella, los cazadores de microbios a lo largo de la historia se han enfrentado a menudo a la incomprensión y la indiferencia. Armados tan solo de curiosidad y una pasión feroz, se zambulleron en un mundo desconocido en busca de conocimiento y formas de vencer las enfermedades; algunos llegaron incluso a inocularse peligrosos virus para probar sus vacunas y sus curas.
Este libro está lleno de historias heroicas y alucinantes del mundo de la microbiología. Habla de los nombres que todos conocemos, pero también de científicas y científicos desconocidos y olvidados. También habla de plagas, de pandemias, de virus, de anticuerpos y de lo mucho que les debemos a las bacterias. Es una pequeña historia del misterio de la vida y de los héroes que lucharon y aún luchan por desentrañarlo.
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ANTON VAN LEEUWENHOEK
El cazador de animálculos
Durante siglos, las personas levantaban la vista hacia el cosmos mientras se hacían preguntas sobre los misterios que albergaba. Atribuían a los astros propiedades divinas, hacían cálculos matemáticos para predecir sus movimientos y suponían que allí, en las estrellas, estaban escritos los destinos de los seres humanos. A Anton van Leeuwenhoek, en cambio, le fascinaban los secretos más minúsculos de la naturaleza. En una gota de agua encontró universos enteros por explorar. No buscaba el origen de las enfermedades; solo quería ver lo que ninguna persona había visto antes. A este hombre sin estudios superiores ni formación científica le debemos las primeras contribuciones al estudio de nuestros más pequeños compañeros de viaje: los microbios. Hacía una preciosa mañana en Delft, una animada ciudad de los Países Bajos surcada por canales y rodeada de murallas. El sol empezaba a asomar después de un invierno particularmente largo y los balcones se iban llenando de flores que daban la bienvenida a la primavera. En una mercería con vistas al agua, la campanilla anunció la entrada de una clienta. —Buenos días, querida Barbara —saludó la compradora. Barbara Leeuwenhoek, la dueña de la tienda, reconoció al momento a la recién llegada. Era su amiga Catharina, esposa del pintor Johannes Vermeer, una joven de mirada inteligente y aspecto elegante—. Vengo a buscar un paño. Quiero encargarle un traje a mi marido para el bautizo —se tocó la barriga en la que se apreciaba un embarazo avanzado— y prefiero escoger la tela yo misma. Barbara, que también estaba embarazada, le mostró distintas opciones. —Esta acaba de llegar. Tócala y apreciarás su calidad. El tintado es excelente. Además, no sale demasiado cara. Anton la escogió especialmente. Ya sabes lo meticuloso que es. —¿Dónde está? —se interesó Catharina. —Ah, ya lo conoces, está en el taller con sus lentes. No le gustan las lupas que fabrican los ópticos de la ciudad. Dice que no le permiten ver la urdimbre de los tejidos más finos. Así que ha decidido fabricar sus propias lentes. Las pule una y otra vez hasta lograr la curvatura perfecta. A veces pienso que le interesan más las lentes que los paños. Las dos mujeres rieron con ganas. —No sabes cómo te entiendo —suspiró Catharina—. Mi marido es capaz de dedicar meses a un cuadro antes de darse por satisfecho. En fin, me llevo la tela que me has enseñado, siempre y cuando te parezca bien que te la pague dentro de unos días. Johannes está a punto de terminar un encargo. —Claro que sí —respondió Barbara sonriendo—. Ya me la pagarás cuando puedas. Somos amigas, ¿no? —Cuánto me alegro de que Anton decidiera volver a la ciudad —dijo Catharina cuando las dos mujeres se despidieron con un abrazo—. Nadie entiende tanto de telas como él. EL TERCER OJO Barbara, la esposa de Leeuwenhoek, tenía mucha razón al decir que Anton estaba cada vez más interesado en las lentes y menos en los paños. Nacido en la ciudad de Delft en 1632, Anton van Leeuwenhoek se había trasladado a Ámsterdam a los dieciséis años para aprender el oficio de pañero. Unos años más tarde regresó a su ciudad natal para casarse y abrir su propio negocio. Fue allí donde descubrió que esas lentes que elaboraba con tanto cuidado le permitían asomarse al mundo más fascinante que jamás hubiera soñado. Porque, además de un talento innato para pulir, medir y calcular, Leeuwenhoek poseía algo aún más importante: una curiosidad sin límites. ¿Y si usara las lentes para mirar algo más que las telas?, se preguntó. ¿Por qué no observar la arena, el moho, lana, un pelo de castor? Inspirado por un superventas de la época, la obra Micrographia, de Robert Hooke, fabricó un microscopio con minúsculas lentes que pulía con sus propias manos y luego montaba en una placa de cobre, de plata o de oro: un auténtico tercer ojo con una capacidad de ampliación que aumentaba doscientas veces la visión del ojo humano y que corregía las distorsiones, a diferencia de otros microscopios de la época. LAS CARTAS SOBRE LA MESA Sentado a la mesa de la cocina, Anton tomaba café con expresión adormilada. El día anterior se había pasado de la raya con el vino y necesitaba despejarse antes de ponerse en marcha hacia su segundo trabajo como funcionario del ayuntamiento. Corría el año 1673, su primera esposa había fallecido años atrás y Leeuwenhoek vivía ahora con su segunda mujer, Cordelia, y su única hija, María. Los suelos de madera resonaron con fuerza cuando María, de casi veinte años, entró corriendo en la cocina con una carta en la mano. —Hija mía, no hagas tanto ruido, por el amor de Dios —la regañó Anton llevándose una mano a la cabeza. —Padre, ha llegado una carta. —María se la escondió en la espalda—. ¡Adivina de quién es! —No lo sé… ¿Del zar de Rusia? Venga, hija, no será para tanto. —¡Viene del Reino Unido! —le dijo ella a la vez que se la entregaba—. ¡Es de esa sociedad científica tan importante de la que me hablaste! ¡La Royal Society! En aquel entonces, los instrumentos mágicos de Leeuwenhoek eran ya muy conocidos en la ciudad y no siempre para bien. Muchos se burlaban del pañero por su falta de formación y expresaban dudas sobre sus observaciones. Pero en Delft había un hombre más espabilado que los demás: era Regnier de Graaf, un destacado médico holandés que tuvo ocasión de mirar por los microscopios de Leeuwenhoek. Impresionado por lo que vio, animó a la Royal Society a ponerse en contacto con él. En ese momento Cordelia entró en la cocina procedente del jardín. Había oído las exclamaciones de su hija. —¡Ay, Dios mío, Anton! ¡Seguro que están interesados en tu microscopio! Con manos temblorosas, Leeuwenhoek abrió la carta y la leyó en silencio. Cuando terminó, levantó la vista hacia su mujer y su hija, que lo miraban expectantes. —Es de Henry Oldenburg, el secretario de la Royal Society. Me pide que le escriba explicándole mis observaciones —dijo con un hilo de voz. —Oh, Anton, es maravilloso. ¡Por fin vas a tener el reconocimiento que mereces! —Pero yo no sé escribir textos científicos —objetó Leeuwenhoek—. Ni siquiera sé dibujar. Solo soy un simple comerciante. ¿Cómo voy a explicarles a esos caballeros lo que hago? —¡Pues contrata a un dibujante para que tus escritos vayan acompañados de imágenes! —lo animó María—. Venga, padre, los vas a dejar con la boca abierta. Así aprenderán todos esos que se burlan de ti. ¡Se van a quedar con un palmo de narices! UN GENIO SOLITARIO Disculpándose por su osadía, Anton Leeuwenhoek envió a la Royal Society un detallado informe de lo que había averiguado sobre el moho, el aguijón de las abejas, los piojos y otras materias que se encuentran en la piel. «Mis observaciones y pensamientos solo son fruto de mi curiosidad y de mi impulso», les explicó. Fue la primera de las casi doscientas cartas que enviaría a la conocida sociedad científica a lo largo de su vida. Leeuwenhoek trabajaba a solas y únicamente se inspiraba en su genio innato. Nunca recibió ayuda de ningún otro microscopista, pero nada escapaba a sus lentes asombrosas. Observando su propia sangre al microscopio, descubrió los corpúsculos que le daban su color, que no eran otros que los glóbulos rojos. Vio los espermatozoides por primera vez y fue capaz de deducir el funcionamiento de la circulación de la sangre en la cola de una anguila. Miraba y volvía a mirar como un auténtico maniaco, dejando constancia de lo que veía en forma de notas y dibujos. Sus trabajos abarcaban una inmensidad de campos: zoología, botánica, química, física, fisiología, medicina… Pero fue en 1675 cuando Anton van Leeuwenhoek hizo el descubrimiento que lo convirtió en un auténtico cazador de microbios. EL UNIVERSO EN UNA GOTA DE AGUA Corría el mes de noviembre cuando María llamó a la puerta de su padre. Le traía una taza de té, como solía hacer todas las tardes. —Anda, descansa un rato —le dijo—. Y enciende otra vela. Anton sonrió. Disfrutaba de una vista excelente y su hija lo sabía. Pero María tenía razón. Los cielos estaban encapotados desde hacía semanas y la falta de luz lo fatigaba. Mientras levantaba la taza de té para tomar un sorbo, se quedó mirando las gotas que resbalaban por el cristal de la ventana. ¿Qué aspecto tendría una simple gota de agua al microscopio? De repente, Leeuwenhoek no podía esperar a saberlo. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Dejó la taza en el plato, salió corriendo al jardín y recogió agua de lluvia de una vasija. María observaba con mucha atención los procedimientos de su padre cuando este acercó el ojo al microscopio y observó a través de la lente el agua de lluvia recién recogida. Cuando Leeuwenhoek volvió la cabeza para mirarla, su hija se asustó. ¡Cualquiera diría que su padre había visto un fantasma! —¿Qué pasa? ¿Qué has visto? —le preguntó....


Simó, Victoria
Victoria Simó es periodista, escritora, asesora literaria y traductora especializada en libro infantil y juvenil. Es autora de varios libros para niños, entre ellos 50 cuentos que hay que leer antes de dormir o la serie Noa y Nico.

Sánchez, María José
María José Sánchez, psicóloga de formación, ha sido editora de libros para niños. Es autora de obras infantiles como Cuentos con beso para soñar despiertos, Las aventuras de 3 amigos y pico, La vuelta al mundo en 180 adivinanzas, y la serie Equipo H, entre otras.

María José Sánchez, psicóloga de formación, ha sido editora de libros para niños. Es autora de obras infantiles como Cuentos con beso para soñar despiertos, Las aventuras de 3 amigos y pico, La vuelta al mundo en 180 adivinanzas, y la serie Equipo H, entre otras.


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