E-Book, Spanisch, Band 614, 136 Seiten
Reihe: Breviarios
Bartra Exceso de muerte
1. Auflage 2022
ISBN: 978-607-16-7494-4
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
De la peste de Atenas a la covid-19
E-Book, Spanisch, Band 614, 136 Seiten
Reihe: Breviarios
ISBN: 978-607-16-7494-4
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
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Armando Bartra estudió filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente es profesor investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco. Tiene un doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina, y de la Universidad Autónoma de Guerrero. Es autor de aproximadamente 40 libros entre los que se encuentran Los nuevos herederos de Zapata. Un siglo en la resistencia 1918-2018 (2019) y Suku'un Felipe. Felipe Carrillo Puerto y la revolución maya de Yucatán (2020).
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UMBRAL: LA GRAN CRISIS
La muerte es la muerte.
KATHERINE ANN PORTER1
La pandemia de la covid-19 ha desatado una crisis de origen sanitario cuyas ondas expansivas sacuden el conjunto del orden social y cuestionan nuestra relación con la naturaleza. Lo que hoy está en vilo es nuestro ser en el mundo; la conmoción en curso es ontológica.
Nos tocaron los tiempos de la Gran Crisis: una sacudida epocal, civilizatoria y ahora ontológica… Un desquiciamiento universal que más allá de sus diversos filos conforma lo que, al referirse a la emergencia sanitaria, Ignacio Ramonet ha calificado como “acontecimiento social total” y yo he llamado “experiencia desnuda planetaria”.
La pandemia es epítome de la Gran Crisis porque en ella convergen todos los males que padecemos. No hay herida sistémica en que no hurgue la omnipresente enfermedad; no hay dimensión previamente dañada de la vida que no dañe aún más la irrupción del virus: la pobreza, la desigualdad, la exclusión, el racismo, el sexismo, el adultocentrismo… y en el fondo la torcida relación entre sociedad y naturaleza que ya nos tenía al borde del colapso y enderezarla es hoy asunto literalmente de vida o muerte.
En cuanto a la dimensión social de la crisis ocasionada por la pandemia y sus secuelas, es evidente que el orden que hemos edificado tiene que responder por la forma particularmente lesiva que adopta la covid-19. La rapidez con que se extiende el virus transformando prontamente la epidemia en pandemia se explica por los intensos flujos globales de personas; la alta densidad y la movilidad poblacional en las megalópolis dificultan el control y la reducción de los contagios; la desigualdad de sus impactos sanitarios, económicos y sociales, que son mayores en los pobres, las mujeres, los niños y los jóvenes, se origina en el clasismo, el sexismo y el adultocentrismo de nuestras sociedades que los hacen particularmente vulnerables; el agravamiento de la enfermedad asociado con la presencia de comorbilidades proviene de la insuficiencia y la privatización de los sistemas de salud, el sedentarismo y el distorsionado sistema alimentario; la escasa cooperación internacional en el manejo de la pandemia resulta del predominio de los intereses nacionales y de bloque en el escenario mundial; la competencia desleal entre países por las vacunas proviene de la mercantilización de la salud con que lucran las grandes empresas farmacéuticas…
La modernidad capitalista está en entredicho y de la crisis pandémica surgirán quizá ideas e impulsos para transformarla y erradicar iniquidades vergonzosas que la pandemia exhibe y agudiza. Es inadmisible que los millones de pobres urbanos que trabajan por su cuenta o en pequeños negocios informales tengan que optar entre la muerte por hambre si para protegerse dejan de laborar o la muerte por enfermedad si continúan trabajando, saturando el espacio público y contagiándose; es inadmisible que se cargue casi exclusivamente sobre las mujeres el incremento de los trabajos domésticos de educación y salud resultante del cierre de las escuelas, de la mayor morbilidad y de la insuficiencia de los hospitales, lo que hace que pierdan gran parte de los espacios conquistados en el mercado laboral, a lo que se suma el incremento de la violencia doméstica a causa del encierro; es inadmisible que la de por sí alta deserción escolar de niños, adolescentes y jóvenes de familias pobres se incremente drásticamente por sus dificultades para acceder a la educación a distancia, y esto aumenta aún más la brecha educativa clasista; en lo internacional, es inadmisible que las grandes farmacéuticas cuyas investigaciones están siendo subsidiadas con recursos públicos lucren con el precio de las vacunas, como es vergonzoso que los países ricos las atesoren y los pobres carezcan de ellas.
La avería sistémica cuyos alarmantes rechinidos escuchamos desde hace rato, cuyas angustias padecemos cotidianamente y que el coronavirus agrava todavía más ha sido llamada porque exhibe la creciente inviabilidad del sistema económico; porque remite a lo que subyace; porque marca el fin de una etapa histórica; pues anuncia una nueva formación cultural. Al reconocer todo esto, yo la he llamado “Gran Crisis”, pues en comparación con ésta las otras son pequeñas, y he dicho que es dado que tiene muchos e indisociables filos.
En un texto titulado que escribí en 2009 y cuyo tema es el síndrome sistémico que por analogía con la Gran Peste (Londres, 1665), la Gran Guerra (Europa, de 1914 a 1918) o la Gran Depresión (el mundo, 1929 y la década de los treinta), empecé a llamar Gran Crisis, abordé sus indisociables facetas: medioambiental, energética, alimentaria, económica, migratoria, política… Me referí también a su dimensión sanitaria de la que ya había señales alarmantes:
El problema generado en 2009 a raíz de la pandemia de influenza AH1N1, provocada por un virus mutante, no pasó a mayores. Pero lo cierto es que el peligro de una crisis mundial de salud está latente. En una sociedad globalizada resulta una mezcla explosiva la combinación de enfermedades cada vez más rápidamente dispersadas por millones de viajeros y una medicina que casi en todas partes se privatiza excluyendo a las mayorías de la debida atención…
Hay, pues, un alto riesgo de que se repitan crisis sanitarias globales como la gripe asiática de 1957, que mató a cuatro millones de personas, o la gripe de Hong Kong que entre 1968 y 1970 dejó cerca de dos millones de víctimas, pero ahora agravadas por el efecto empobrecedor de la recesión económica que favorece las enfermedades, por un cambio climático propiciador de pandemias y por una agricultura y una ganadería industriales que producen alimentos contaminados y de mala calidad.
Además de que la avicultura y porcicultura intensivas, creadoras de lo que algunos llaman “monstruos metabólicos”, parecen estar asociadas a la aparición de virus mutantes. Según un estudio del Centro de Investigaciones Pew, “el continuo reciclaje de virus en grandes manadas o rebaños incrementará las oportunidades de generación de virus nuevos, por mutación o recombinación, que podrían propiciar una transmisión de humano a humano”. Las pandemias infecciosas dramatizan en el ámbito de la salud nuestro fracaso civilizatorio.2
Hace 12 años llamaba Gran Crisis a la que otros calificaban con no menos pertinencia de capitalista, estructural, epocal, civilizatoria… hoy añado que el tropiezo es ontológico. Y lo hago no por apostar más fuerte que los demás sino porque en el capítulo “pandemia” la Gran Crisis se presenta ineludiblemente como una experiencia radical de toda la humanidad, como un acontecimiento trascendental que remite a nuestra condición y del que nadie escapa.
Las experiencias colectivas que por su intensidad desnudan temporalmente las conciencias de conceptos, valores y sentires adquiridos son momentos extáticos en que al traspasar la confusión de los entes nos abismamos en el ser. Es en este sentido que desde la perspectiva de los sujetos que la vivimos, la debacle global de la que forma parte la pandemia puede calificarse de crisis ontológica, pues interpela a la humanidad no en alguna o algunas esferas de la existencia sino en lo sustantivo: en su ser.
El virus es, entonces, un ente físico y a la vez metafísico. Un agente material pero también espiritual que nos amenaza biológicamente y a la vez nos desafía ontológicamente al enfrentarnos a la muerte; no la muerte normalizada que a todos espera, sino una muerte desbordada, incontenible, torrencial… un “exceso de muerte” que devela nuestra íntima fragilidad a la vez que exhibe nuestra finitud como especie. “La pandemia convierte la muerte en un acontecimiento de la especie, masificada y más allá de nuestra comprensión racional”,3 ha dicho el sociólogo y activista Mike Davis.
De las dimensiones física y metafísica de la crisis que el virus profundiza trata este ensayo. No pretendo desmenuzar aquí la covid-19, que además está en curso, sino ponerla en la perspectiva de otras epidemias y pandemias que como ésta dramatizan dos temas liminares y a la vez fractales: la enfermedad y la muerte. Los materiales empleados no son tanto datos duros y estudios epidemiológicos como narrativas suscitadas por las pestes: testimonios, reportajes, ensayos, ficción…
En el primer capítulo una epidemia ocurrida hace casi 2 500 años y relatada por Tucídides confirma que Grecia es la cuna del pensamiento occidental, pues la peste que nos describe el ateniense es paradigmática: un clásico. En el segundo me ocupo de la dimensión social de las pandemias con base en el sesgo discriminatorio de las afectaciones del sida, como lo documenta entre otros Henning Mankell. El reto que para la solidaridad humana representan las epidemias y el emblemático protagonismo que en ellas tienen los trabajadores de la salud son materia del tercer capítulo, donde me apoyo en una novela de Albert Camus. En el cuarto Virginia Wolf y Katherine Ann Porter, ambas sobrevivientes de la “influenza española”, nos recuerdan con sus reflexiones y vivencias que el cuerpo es la residencia de la enfermedad y de la muerte. En el quinto capítulo, siguiendo a Daniel Defoe, abordo la agonía de toda una ciudad y con ello...




