Beatty | La poda | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 229, 320 Seiten

Reihe: Impedimenta

Beatty La poda


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18668-11-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 229, 320 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-18668-11-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Hace mucho tiempo, a los quince años, Anne reunió el valor suficiente para abandonar su casa, adentrarse en el bosque que ve cada día desde la ventana de su casa, y no regresar jamás. Un lugar en el que esconderse y alejarse de su caótica familia. Poco a poco, aprende a buscar comida y a cazar con sus propias manos; a construir una casa y a descifrar el coro griego de los árboles. Observa a los zorros y los ciervos. Sobrevive a su primer invierno, y conoce la amarga y cálida belleza del amor. Pero en el bosque hay otras voces: un hombre armado con una pistola, niños que chapotean en las charcas... y pronto la ciudad, que poco a poco empieza a cercarla. 'La poda' es un libro desgarrador y hermoso, poético y brutal. Una conmovedora metáfora sobre la irresistible llamada de los bosques.

En 1999 publicó su primer libro, una biografía sobre la actriz y sufragista británica Lillie Langtry, Lillie Langtry: Manner, Masks and Morals. Más adelante optó por adentrarse en los territorios de la ficción, sin olvidar el plano histórico, y relató en Anne Boleyn, the Wife Who Lost her Head (2001) la vida de la reina Ana Bolena pensando en los lectores más jóvenes. Su primera novela, La poda (2008), la hizo merecedora del Author's Club First Novel Award (galardón que en su día obtuvieron autores como Brian Moore, con La solitaria pasión de Judith Hearne, o Alan Sillitoe, con Sábado por la noche y domingo por la mañana), y fue preseleccionada para el Royal Society of Literature Ondaatje Prize. En 2014 apareció Darkling, un dueto entre una voz que brota de la ficción y otra que mana de la realidad inglesa para, sirviéndose de varios archivos de cartas y cuadernos, trazar la relación que se establece entre dos mujeres a las que separan cuatro siglos de historia. En 2019, Laura Beatty publicó Lost Property, su última obra hasta la fecha. También ha trabajado como periodista, ha escrito relatos cortos, así como una introducción a Through the Woods, de H. E. Bates. Ha colaborado en la radio y ha enseñado Escritura Creativa en Falmouth. Actualmente vive entre Bath y su casa en Grecia.  Laura Beatty (Londres, 1963) estudió Filología Inglesa en Oxford y más tarde se especializó en Griego Antiguo.

Beatty La poda jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


Prólogo
Hubo una vez un bosque. Nada más en un principio, replegado, filtrando luz y meditando sobre las semillas que caían en espiral desde sus vástagos hacia la maraña del suelo. Pájaros, vida salvaje. Más tarde, alguien lo encontró, lo definió. «Bosque para ochocientos cerdos.» «Tres chelines por la adquisición del bosque.» Lo usó. Demarcado, como una ciudad, y nombradas sus cuadrículas. Luego se troceó en veredas, se cazó, se gestionó, se pastó, se taló, se forrajeó, se clareó, se volvió a llenar. Ahora es un parque natural. Espacio de paintball, tiro con arco. Conejos, ratas, ardillas, alimañas en su mayoría. Y es donde van quienes huyen. Hacen rondas de vez en cuando, por supuesto, y Guardabosques está ojo avizor, pero el lugar es grande y si una niña no quiere que la encuentren… Y el pueblo está justo ahí, jugando con el bosque al escondite inglés. Ahora hay una senda llena de maleza hasta la urbanización más cercana. La intención es que la zona vaya en alza, polígonos industriales, logística, ciento veinte mil viviendas en los próximos veinte años. Pero da lo mismo. Es como un cubo que gotea. Se derraman por doquier: los mendigos, los inadaptados, los vagabundos. No da tiempo a tapar todos los agujeros. Chusma. Haraganes. Por cada vivienda que construyen hay alguien que no puede vivir en un piso, otra persona en la calle, o eso es lo que parece. A vista de pájaro, los verías revolotear por las calles igual que desperdicios, los mismos rostros perdidos en los mismos lugares, desplazándose con arreglo a sus propias normas, normas que cuesta entender. Mi sector. Mi sección. Aparta. Podrías señalarlos en un plano si quisieras. Tienen la constancia de las Cruces de Leonor o de las fábricas de zapatos.[1] Mira a tu alrededor. Junto a la comisaría, diez y media de la noche, chicos de la urbanización. Golfillos algunos, pero es imposible de decir; quién pasa la noche fuera, quién se va a casa, quién se va por el sumidero antes que nadie. Esa antes era Lola, la de las piernas largas y la sonrisa ladeada —ahora es otra persona—, allí junto al Marks,[2] con un policía local, un poco deslenguada. Vas a acabar apaleada, en una bolsa y en un contenedor si no te andas con ojo, solo te lo digo, no te estoy gritando. Y así fue. Las tres cosas. La suya fue una historia corta. Bajo la columnata, Reuben le da el relevo a Bucky. Tom, Dick y Harry en el banco junto al canal, su caos de latas, sus caras lustrosas y abotagadas. O aquella, siempre en alguna parte pasada la iglesia, en los bancos del trocito de césped de detrás, en parte parque, en parte cementerio. Anne, la llaman, sin apellido conocido, edad incierta. Una vez cumplió condena. La religión se la transmitió, como un constipado, el capellán de la prisión. No le hagas caso. Tú aprieta el paso. Murmura cosas, a veces palabras extrañas, de la Biblia o de las vallas publicitarias, y luego está el montón de bolsas que arrastra con desmaña. Le sirven para recoger desperdicios. Eso se le da bien. Por lo demás, del todo ida. Entretanto, al pie de la colina el bosque aguarda, y observa el boyante avance del pueblo. Acepta las mareas de gente que palpitan bajo su ramaje. Tiene pocas opciones. Somos testigos, susurra, entrelazando sus hojas, somos testigos del cambio. En los troncos talados, en pilas piramidales a lo largo de las veredas clareadas, se pueden contar los años. Los árboles llevan el tiempo del revés, y en círculos. Pero el bosque es todavía más antiguo. Seguimos creciendo, se dicen los árboles unos a otros. Pese a todo. Seguimos funcionando, con agua y con luz. Respirando con muchas bocas. Equilibrando con precisión, y sin pensar, la proporción de raíces y brotes, calculando la marchitez. Somos testigos, dicen los árboles, mientras los años pasan. No existen similitudes entre un hombre y un árbol. Hasta donde alcanzamos a ver. * * * Y apartada tanto del pueblo como del bosque, consciente de nada, salvo de su propio limbo oscuro, Anne arrastra los pies por el camposanto, bajo costrosos plataneros. Se estira hacia dentro, hacia donde guarda su historia, en sus propios anillos del tiempo. Sabe que está ahí. Lo siente, aunque haya olvidado sus detalles. Así, no hay luz para Anne, salvo la que da un mechero de plástico coloreado que sostiene en los momentos de ansiedad, reduciendo el flujo de gas y accionando la piedra con la soltura de una experta. Sus dedos son ganchudos como raíces, purpúreos la mayoría de los días. Resulta asombroso que sea capaz de manejar algo tan delicado como esa pequeña lengüeta frontal del mechero, la lengüeta que controla la llama. Es obvio que le preocupa que el mechero se agote, de modo que lo ajusta y lo ajusta. Solo tiene ese. Ilumina nuestra oscuridad.[3] Es una persona religiosa y al parecer la reconforta, la llama. Cuánto te crees por lo demás, ¿lo que murmura o masculla a los voluntarios del comedor social? Viví tres meses en una zanja, dice. Una cosa sí es cierta, no logran mantenerla bajo techo. Abandona cada piso, cada habitación que le entregan. Dormía en el cobertizo de otros, en las parcelas, hasta que la largaban. Tres meses en una zanja y nunca sentí nada, dice. Quién sabe si es verdad. Dejad que los niños, es otra de sus expresiones. Ni preguntes. Los árboles no me dejan ver el bosque, dice Anne, y coge una colilla del asfalto delante del Café Nero, y de nuevo reúne sus bolsas. Rara vez lúcida. ¿Qué llevas en las bolsas, Anne? Los pecados del mundo, dice ella, y mete de golpe la colilla en esta o aquella bolsa. Caray, esa es una buena carga. Y luego se incorpora y de nuevo se va, tambaleándose por la calle mayor, pasado el Marks. Tiene un andar característico, levanta un poco las rodillas, como si los pies se le pegaran a algo todo el tiempo, como si caminara por un fangal. En Top Shop se detiene junto al escaparate y mira los maniquíes, con ropa de playa o de discoteca, ombligos al aire y pestañas azules. Se detiene y de nuevo rebusca y saca el mechero. Habla a los pájaros. Claro que habla a los pájaros. Si la pillaras en uno de sus días de pájaro te sorprenderías. Debe tener una docena entera de reclamos distintos, los silba por entre los dientes, o con los labios fruncidos, o desde algún lugar extraño próximo al fondo de sabe Dios dónde. Así que quizá. Más allá del Marks cruza con desmaña la carretera, despacio, delante de un autobús que atruena. Hubo palabras una vez, dice Anne sin inmutarse, en el lado opuesto. De pie inmóvil, entre peatones que se vuelven para mirar. Ahora no lo recuerda. Pero hubo una vez un lenguaje, antes de que cayera la oscuridad, antes de que la abandonaran, con los destellos del recuerdo y solo el mechero para alumbrarse. A traspiés por un revoltijo de frases hechas. Entonces el mundo estaba vivo. Podías plantar los pies sobre algo sólido. Podías confiar en que las cosas significaran algo pese a todo. Así que eso es lo que hace Anne, mientras escarba en las papeleras, o se detiene con el mechero en alto, desafiando al tráfico interurbano. Aguarda en una ventisca de palabras a que algo encaje con un clic. En el principio, dice para sí, y de nuevo rebusca, examinando cada desperdicio que aventado flota por las deterioradas calles. «Blair, en las últimas», lee. «Vuelta al cole» y «Vecinos Invasores». Avanza por el camino de grava hacia el portón de la iglesia. No dejes piedra sin voltear.[4] Y no lo hace. Pero aquí no está, lo que sea que va buscando. Ha desaparecido, lo sabe. Entonces, un día, cuando aún estaba oscuro, apareció un zorro. Un simple zorro que lamía como una llamarada maloliente los contenedores detrás de la panadería. Y eso encendió algo que en su cabeza cuadraba. De modo que lo siguió, pero él era más veloz que ella y enseguida lo perdió de vista, y desde entonces no ha dejado de desplazarse. Desplazamiento lento, porque lleva sus bolsas consigo, seis bolsas, todas de Mothercare.[5] Sale de las iglesias, de St. Giles y St. Peter, y aligera el paso sobre sus pies planos por las calles residenciales pintadas. Toma un rumbo taimado, por callejones de baldosas cercados por budelias, por esquinas, a lo largo de una estruendosa autovía. Cruza el puente, nunca se ha alejado tanto. Cruza un río y todos los golfillos apoltronados en el puente la llaman a gritos al pasar. Danos fuego, Annie. Venga danos fuego. Sabemos que tienes. Ella agacha la cabeza y aprieta con fuerza las bolsas y pasa deprisa. Por entre las viviendas nuevas. Muchísimas casas, muy duras y vacías, y más allá, los polígonos industriales, acres de ladrillo y asfalto con nombres familiares: Colina del zorro, ese es esperanzador, Los sauces, Humedal del junco. Y mientras camina, leyendo los letreros, el alba se insinúa en el cielo urbano, que tiene sus propias luces, y en cualquier caso le da lo mismo. Me da igual, dice, y encoge unos hombros[6] replegados. Pero Anne ve, y en alguna parte de su interior algo asciende en reciprocidad y gratitud. Una suerte de conexión. Y es en esta lobreguez cuando la distingue al fin, una forma más similar a ella a la cual puede que pertenezca. Una que no es plana ni cuadrada ni angulosa, ¡sino como aquella por ejemplo!, mientras llega a un tramo largo de malla metálica, caído en parte, tras el cual se levantan las siluetas de algo en pendiente, una curva, una elevación....



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.