E-Book, Spanisch, 464 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
Birgisson En busca del Vikingo Negro
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-18930-86-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 464 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
ISBN: 978-84-18930-86-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Esta historia comienza en Rogaland (Noruega) en el año 846 d. C., con el nacimiento de Geirmundur Piel Negra. Pero de él no sabemos casi nada, no hay saga sobre él, y la posteridad ha hecho lo posible por olvidarlo. ¿Por qué?
Sabemos que su madre era de Siberia, por lo tanto, nació con rasgos asiáticos. Geirmundur Piel Negra se convierte en el Vikingo Negro, el colono más poderoso de Islandia a través de los tiempos. De piel oscura y rasgos faciales mongoles, fue un pionero en la economía cinegética internacional. Piel Negra tenía cientos de esclavos; cristianos de Escocia e Irlanda. Mil cien años después, un pariente lejano de Geirmundur, el autor Bergsveinn Birgisson, aborda la cuestión de la vida de Geirmundur Piel Negra y de por qué ha quedado en el olvido.
Bergsveinn Birgisson (Reikiavik, 1971) Estudió Literatura Islandesa y Comparada en la Universidad de Islandia, luego en la Universidad de Oslo y, finalmente, en la de Bergen, donde obtuvo un doctorado en Literatura Medieval Escandinava en 2008. Ha vivido en Noruega durante varios años. Publicó su primer libro en 1992, la colección de poesía Íslendingurinn, seguida de Innrás Liljanna en 1997. En 2003, publicó su primera novela, Landslag er aldrei asnalegt, luego Handbók um hugarfar kúa en 2010. Su novela epistolar Para Helga, publicada originalmente en 2010, fue traducida a varios idiomas, incluido el castellano, y obtuvo un gran éxito.
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A principios de los años noventa, un anciano solía visitar con frecuencia la casa de mi infancia, en uno de los barrios periféricos de Reikiavik. Se llamaba Snorri Jónsson y era amigo de mis padres. Snorri se había criado en Hornstrandir, la inhóspita región costera del extremo noroccidental del país. Como tantos otros, Snorri se fue de Hornstrandir en los años sesenta, pero su mente seguía allí y siempre hablaba con cariño de su patria chica. Era delgado pero de voz potente, capaz de imponerse sobre el graznido de las aves y la atronadora rompiente del mar. Le llamaban Sigmaður, que era el mote que aplicaban a quienes se descolgaban por el acantilado para alcanzar los escondrijos de las aves en la roca, y que, colgados de un cabo, saltaban de nido en nido para coger huevos. En el universo mental de Snorri, el gran héroe era Geirmundur Piel Negra.[2] De nadie hablaba con tanto respeto como de él, ni siquiera de Vigdís Finnbogadóttir, la recién elegida presidenta del país. Yo tenía diez o doce años y no comprendía del todo las numerosas historias que contaba sobre Geirmundur y su gente. La mayor parte las he olvidado, pero una de ellas ejerció tan gran influencia sobre mí que ha permanecido en mi memoria. Más o menos, era así… En Hornstrandir, Geirmundur tenía un gran número de esclavos irlandeses. Vivían en pésimas condiciones, abrumados de trabajo y faltos de alimento suficiente. Un día, decidieron huir. Robaron una pequeña barca de remos y se alejaron de la costa. No tenían ni idea de navegación, solo querían llegar lo más lejos posible. Remaron hasta llegar a un islote en medio del mar, no consiguieron ir más allá. Hoy en día, ese islote sigue llamándose «Escollo de los Irlandeses». Si hubieran seguido adentrándose en el mar, no hay duda de que la pobre gente habría acabado en el polo norte. Esta historia pervivía con viveza en mi imaginación. Por algún motivo, imaginaba a los esclavos aquellos como monjes, medio calvos y vestidos con hábitos grises de sayal con capucha. Rostros mugrientos, ojos inquietos y muy abiertos. La expresión de sus ojos dejaba traslucir el miedo. Algunos tenían remos, otros solo disponían de tablas. con las que intentaban remar. Ojos blanquecinos en rostros mugrientos. Remaban como desesperados. Lejos, lejos de todo esto. Cualquier tierra será mejor que esta. Llegaron al escollo en la inmensidad del mar. Quizá pensarían: ¿adónde llegaremos si continuamos? ¿Nos saldremos del planeta tierra? Me los imagino en el escollo, tiritando de frío entre los silbidos del viento del norte. Cuando se agotan los alimentos y la bebida que llevaban, se cierne sobre ellos el frío más gélido. Poco a poco, sus miembros se van entumeciendo. ¿Tal vez cantan tristes melodías irlandesas, o salmos (porque sin duda eran cristianos) y se tumban apiñados para intentar conservar algo de calor? Tan solo podemos imaginar el horror de una muerte tan lenta. ¿Se ayudaron unos a otros para adentrarse en la muerte? Entre tanto, Geirmundur Piel Negra se percata de que los esclavos habían desaparecido, y se hace a la mar en su busca. ¿Estaban vivos o muertos cuando los encontró en el arrecife? ¿Vieron acercarse los irlandeses la vela del barco de su amo? Lo único seguro es que murieron todos. Y las olas se llevaron sus restos, despedazaron las ropas talares de sayal que era lo único que les permitía conservar un poco de calor. Las olas hicieron desaparecer la carne y dejaron huesos mondos que acabaron por convertirse en polvo con alguna enorme borrasca del océano Ártico, hasta que las últimas huellas de su paso desaparecieron por completo. Murieron. Todos. Pero al menos murieron como personas honorables, en su propio escollo, donde nadie podía doblegarlos ni humillarlos. El escollo se convirtió en el país de aquellos irlandeses y recibió un nombre que impidió que se les olvidara por completo: Íraboði, «Escollo de los Irlandeses». Snorri se fue, pero su historia sigue viva. En el verano de 1992, unos diez años después de oír el relato de Snorri sobre los esclavos irlandeses, me encontraba en la región de Vestfirðir,[3] «Fiordos del Oeste», en un fiordo apartado, concretamente el Norðurfjörður, justo al sur de Hornstrandir. En esa misma época, aprovechaba los veranos con una barquichuela de motor, prestada por un pariente mío y que los bromistas llamarían «barreño», para dedicarme a pescar con el objetivo de financiarme los estudios en Reikiavik durante el invierno. Me siento y examino la carta náutica, para decidir dónde dirigirme al día siguiente. De repente, mis ojos se fijan en un topónimo de la carta, que conozco desde hace mucho tiempo y que destaca entre los demás escollos y arrecifes, a unas seis millas marinas de la costa: Íraboði. Vuelven las imágenes. Harapos de sayal. Ojos desencajados, blancos, sobre rostros ennegrecidos. Hombres que reman desesperados con unas tablas para huir lo más lejos posible de su terrible esclavitud. Cuerpos tiritando en el arrecife. Olas rompiendo sobre las piedras planas. Creo que fue la historia que me contó Snorri, o, más exactamente, la vivacidad con la que hablaba, lo que más me empujó a escribir este libro. También porque, mucho después, me di cuenta de que los eruditos medievales que empezaron a escribir la historia de la colonización de Islandia no tuvieron demasiado interés por contar la historia de Geirmundur. ¿De dónde sacó Snorri el material para su relato? ¿Tal vez lo que le había escuchado contar eran los últimos restos de una tradición, historias conservadas oralmente en Hornstrandir desde tiempo inmemorial? Me acosaban las preguntas: ¿quién fue Geirmundur Piel Negra? ¿Para qué utilizaba a los esclavos en el último confín del mundo? ¿Por qué lo describen como negro y feo, descripción aplicada sobre todo a esclavos? ¿Por qué no existe ninguna saga dedicada a él —porque lo cierto es que decían de él que era «el más noble de los colonizadores»—? ¿Podía deberse a que era originario de Biarmaland?[4] ¿Dónde conseguía esclavos irlandeses? ¿Los capturaba él mismo, o los compraba? ¿Cuánto pagaba por ellos? ¿Y si su legendaria riqueza no era más que simples historias contadas una y otra vez? ¿Y qué hay del hecho de que viviera en la zona más inclemente de Islandia? ¿Todo eso no era tema adecuado para una saga de islandeses? La ironía del destino es que, después de profundizar bastante en la historia de Geirmundur Piel Negra, y de estudiar los topónimos y otras muchas cosas, he llegado a la conclusión de que la historia de los esclavos de Íraboði es, con toda probabilidad, una invención literaria. Es un hecho perfectamente conocido que se construyen historias parecidas para explicar antiguos nombres de lugar. Pero es posible, quizá, que el topónimo «Íraboði» existiera desde los primeros tiempos e hiciera referencia a irlandeses que desembarcaron allí, voluntariamente u obligados. En las relaciones interpersonales, experiencias y recuerdos se convierten en historias, y nunca se cuestiona qué hay en ellas de verdad y qué de mentira, lo que importa es que la historia sea buena. Geirmundur tuvo un buen número de residencias en Islandia y en ellas disponía, al parecer, de varios centenares de esclavos irlandeses. Muchos de ellos acabaron en sus tierras de Hornstrandir al agotarse los recursos naturales en Breiðafjörður, el primer lugar en que se asentó. La mayoría de los esclavos procedían de tierras con clima más benigno y la vida en esa región debió de haber sido muy difícil, por las durísimas condiciones allí reinantes. Por eso no es absurdo pensar que algunos de ellos intentaran huir —la gran mayoría de los relatos sobre esclavos en la literatura nórdica trata de esclavos que huyen de sus amos—. Sobre ese terreno abonado pudo brotar la historia de Íraboði, en cualquier momento a lo largo de varios siglos. Quizá unos esclavos llevaron a Íraboði los huesos de Geirmundur. Quizá no. En el pasado, alguien habría podido enhebrar los fragmentos de una saga de Geirmundur Piel Negra que andaban dispersos en textos antiguos junto a los topónimos de sus tierras, a fin de otorgar cierta coherencia a la saga. Este relato es un intento de mantener vivo el recuerdo de un hombre misterioso, Geirmundur Piel Negra, acercarlo a nosotros, recordar sus peculiares actividades en el océano Glacial Ártico y proporcionar un retrato suyo como un gran y, en cierto grado, despiadado esclavista. Este libro trata de un hombre que vivió hace mil cien años. Su historia se ha conservado solamente en fragmentos carentes de los detalles necesarios para convertir a un hombre del pasado en una persona capaz de cobrar vida en la mente del lector. Las fuentes no dicen nada de la personalidad de Geirmundur Piel Negra. Ni si tenía una amplia sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes estropeados, ni si era cruel o ecuánime con sus subordinados, ni si sabía ver el lado cómico de la existencia. Tampoco si sonreía cuando se enfurecía o cuando estaba angustiado al llevar el timón en medio de una tempestad, si se ponía grandilocuente cuando bebía, si cojeaba o si tenía alguna cicatriz, si lloró alguna vez, si reprimía sus...