E-Book, Englisch, Spanisch, Band 559, 375 Seiten
Reihe: Breviarios
Crane La mente mecánica
1. Auflage 2023
ISBN: 978-607-16-7668-9
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Introducción filosófica a mentes, máquinas y representación mental
E-Book, Englisch, Spanisch, Band 559, 375 Seiten
Reihe: Breviarios
ISBN: 978-607-16-7668-9
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Tim Crane es profesor de filosofía y vicerrector de enseñanza y aprendizaje en la Central European University de Viena. Se ha especializado en filosofía de la mente, filosofía de la percepción y metafísica.
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INTRODUCCIÓN
Un amigo observó que llamar a este libro es un poco como llamar a una novela de misterio Sería una vergüenza si el título tuviese esta connotación, porque la meta del libro es esencialmente suscitar y examinar problemas, más que resolverlos. A grandes rasgos, trato de hacer dos cosas con este libro: primero, explicar el problema filosófico de la representación mental; segundo, examinar las cuestiones acerca de la mente que surgen cuando se trata de resolver este problema a la luz de supuestos filosóficos dominantes. Fundamental para estos supuestos es la idea que llamo “mente mecánica”. A grandes rasgos, éste es el punto de vista de que la mente debe ser considerada como un mecanismo causal, un fenómeno natural que se comporta de una manera regular, sistemática, como el hígado o el corazón.
En el capítulo I introduzco el problema filosófico de la representación mental. Este problema es fácil de enunciar: ¿cómo puede la mente representar algo? Mi creencia, por ejemplo, de que Nixon visitó China trata de Nixon y de China, pero ¿cómo puede un estado de mi mente “ocuparse” de Nixon y de China?, ¿cómo puede mi estado mental dirigirse a Nixon o a China?, ¿qué es para una mente representar algo?, ¿qué es para (ya sea una mente o no) representar otra cosa?
El problema, que algunos filósofos contemporáneos llaman “el problema de la intencionalidad”, tiene orígenes remotos. Recientes adelantos en la filosofía de la mente —junto con desarrollos en las disciplinas afines, la lingüística, la psicología y la inteligencia artificial— han suscitado el viejo problema de una manera nueva. Así, por ejemplo, la cuestión de si una computadora puede pensar es reconocida ahora como estrechamente ligada al problema de la intencionalidad. Y lo mismo ocurre con la cuestión de si podrá haber una “ciencia del pensamiento”: ¿puede la mente ser explicada por la ciencia o requiere su propio modo no científico de explicación? Una respuesta completa a esta cuestión depende, como veremos, de la naturaleza de la representación mental.
Como fundamento de los más recientes intentos de responder tales cuestiones está lo que he llamado el punto de vista mecánico de la mente. La representación se considera un problema porque es difícil entender cómo un simple mecanismo puede representar el mundo, cómo estados del mecanismo pueden “alcanzar el exterior” y dirigirse al mundo. El propósito de esta introducción es dar mayor idea de lo que quiero decir al hablar acerca de la mente mecánica, esbozando los orígenes de la idea.
LA IMAGEN MECÁNICA DEL MUNDO
La idea de que la mente es un mecanismo natural deriva de pensar en la naturaleza misma como una especie de mecanismo. Así, comprender esta manera de ver la mente requiere comprender —en términos muy generales— esta manera de contemplar la naturaleza.
El punto de vista occidental moderno del mundo nos conduce a la “revolución científica” del siglo XVII y las ideas de Galileo, Francis Bacon, Descartes y Newton. En la Edad Media y en el Renacimiento el mundo se había considerado en términos orgánicos. La tierra misma era juzgada una especie de organismo, según lo ilustra de manera colorida este pasaje de Leonardo da Vinci: “Podemos decir que la tierra tiene un alma vegetativa y que su carne es la tierra, sus huesos son las estructuras de las rocas… su sangre son los depósitos de agua… su respiración y sus pulsos son el flujo y el reflujo del mar”.1
Esta imagen orgánica del mundo, como podemos llamarla, debía mucho a las obras de Aristóteles, el filósofo que tuvo, con mucho, la mayor influencia durante la Edad Media y el Renacimiento. (De hecho, su influencia era tan grande que a menudo simplemente era llamado “el Filósofo”.) En el sistema del mundo de Aristóteles, todo debía tener su “lugar” o condición natural, y las cosas hacían lo que hacían porque estaba en su naturaleza alcanzar su condición natural. Esto se aplicaba a las cosas inorgánicas tanto como a las orgánicas: las piedras caen al suelo a causa de que su lugar natural está en el suelo, el fuego se eleva a su lugar natural en el cielo, y así sucesivamente. Todo en el universo era visto como si tuviese su carácter final, punto de vista que estaba plenamente en armonía con una concepción del universo cuya fuerza impulsora es Dios.
En el siglo XVII todo esto empezó a desmoronarse. Un importante cambio fue que el método aristotélico de explicación —en términos de fines y “naturalezas”— fue remplazado por un método mecánico de explicación, en términos del comportamiento determinista regular de la materia en movimiento. Y el modo de encontrar algo acerca del mundo no era estudiando e interpretando las obras de Aristóteles, sino observando y experimentando, así como midiendo matemáticamente las magnitudes e interacciones de la naturaleza. El uso de la medida matemática en la comprensión científica del mundo era uno de los elementos clave de la nueva “imagen mecánica del mundo”. Galileo tuvo fama de hablar acerca de
este gran libro del universo que… no puede ser comprendido a menos de que uno empiece por comprender el lenguaje y leer el alfabeto en el cual está compuesto. Está escrito en el lenguaje de las matemáticas, y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es humanamente imposible entender ni una palabra de él.2
La idea de que el comportamiento del mundo podía medirse y entenderse en términos de ecuaciones matemáticas precisas o leyes de la naturaleza, estuvo en el corazón del desarrollo de la ciencia de la física, tal como hoy la conocemos. Hablando muy toscamente podemos decir que según la imagen mecánica del mundo, las cosas hacen lo que hacen no a causa de que traten de alcanzar su lugar natural o final, o porque obedezcan la voluntad de Dios, sino, más bien, porque se tienen que mover según ciertos modos de acuerdo con las leyes de la naturaleza.
En los términos más generales, esto es lo que entiendo por un punto de vista mecánico de la naturaleza. Por supuesto, el término “mecánico” significaba —y a veces sigue significando— algo mucho más específico. Se consideró que los sistemas mecánicos sólo interactuaban en contacto y deterministamente, por ejemplo. Progresos posteriores de la ciencia —por ejemplo la física de Newton, con su postulación de fuerzas gravitacionales que aparentemente actúan a distancia, o el descubrimiento de que los procesos físicos fundamentales no son deterministas— refutaron la imagen mecánica del mundo en este sentido específico. Estos descubrimientos, por supuesto, no socavan la imagen general de un mundo de causas que actúa de acuerdo con leyes o regularidades naturales; y esta idea más general es a la que me referiré como “mecánica” en este libro.
En la imagen “orgánica” del mundo de la Edad Media y el Renacimiento se concibieron las cosas de acuerdo con las líneas de las cosas orgánicas. Todo tenía su lugar natural, ajustado al funcionamiento armonioso del “animal” que es el mundo. Pero con la imagen mecánica del mundo la situación se invirtió: las cosas orgánicas fueron juzgadas siguiendo las líneas de las cosas inorgánicas. Todo, orgánico e inorgánico, hacía lo que hacía porque estaba causado por algo más, de acuerdo con principios que podían ser formulados precisamente, matemáticamente. René Descartes (1596-1650) fue famoso por sostener que los animales no humanos son máquinas que carecen de cualquier conciencia o mentalidad: pensó que el comportamiento de los animales podía ser explicado de modo enteramente mecánico. Y conforme se desarrolló la imagen mecánica del mundo, el reloj, más bien que el animal, se tornó una metáfora dominante. Como escribió Julien de La Mettrie, un precursor dieciochesco del punto de vista mecánico de la mente, “el cuerpo es sólo un reloj… el hombre sólo es una colección de resortes que se dan cuerda mutuamente”.3
Así, no es sorprendente que, hasta mediados de este siglo, un gran misterio para la imagen mecánica del mundo fuese la naturaleza de la vida misma. Muchos supusieron que había en principio una explicación mecánica de la vida por descubrir —Thomas Hobbes había afirmado confiadamente en 1651 que “la vida es sólo un movimiento de los miembros”—;4 el único problema era encontrarla. Gradualmente, se descubrió más y más acerca de cómo la vida era un proceso puramente mecánico, lo que culminó en el descubrimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick en 1953. Ahora, según parece, la capacidad de los organismos para reproducirse puede ser explicada, en principio, en términos químicos. Lo orgánico puede ser explicado en términos de lo inorgánico.
LA MENTE
¿Dónde deja esto a la mente? Aunque estaba perfectamente dispuesto a considerar a los animales como puras máquinas, Descartes no hizo lo mismo con respecto a la mente humana: aunque pensó que la mente (o el alma) tiene efectos sobre el mundo físico, la colocó fuera del universo mecánico. Sin embargo, muchos filósofos mecanisistas, en siglos posteriores, no podían aceptar este punto de vista particular de Descartes, y por lo tanto se enfrentaban al mayor reto al explicar el...




