Greathead | Laura y Emma | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 449, 332 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

Greathead Laura y Emma


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-18245-41-1
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 449, 332 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

ISBN: 978-84-18245-41-1
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



UNA MADRE, UNA HIJA Y DOS DÉCADAS EN LA VIBRANTE CIUDAD DE NUEVA YORK. «Kate Greathead se ha impuesto en esta novela un desafío épico: despertar simpatía por una privilegiada y esnob familia neoyorquina. Y aunque es una tarea dura, lo logra con destreza magistral, frase divertida tras frase divertida. Al final, lo que parecía una desenfadada narración episódica se revela como la conmovedora y perfectamente trenzada historia de dos madres».JONATHAN FRANZEN Laura, nacida en el exclusivo Upper East Side de Manhattan, ha alcanzado la treintena como flotando en una nube. Hasta que un fin de semana de 1981 conoce a Jefferson, pasan la noche juntos, él desaparece, ella se queda embarazada... Y llega Emma. Aunque menos conservadora que su familia, Laura educa a su hija en el mismo mundo de sangre azul de los colegios privados y los veranos en la costa del que ella disfrutó. Sin embargo, Emma comenzará a no tomar al pie de la letra el guion impuesto por Park Avenue y a cuestionarse sus privilegios de un modo en que su madre nunca fue capaz. Narrada en pequeñas secuencias que extraen de las situaciones más mundanas lo verdaderamente esencial, Laura y Emma es una perspicaz interrogación sobre los conceptos de clase y familia, una elegante celebración de la comedia y la sensibilidad, a la vez que un matizado retrato de una madre y una hija que, durante dos décadas, lucharán por comprenderse sobre el siempre cambiante trasfondo de la ciudad de Nueva York.

Kate Greathead se licenció en la Wesleyan University y ha participado en el Programa MFA para Escritores del Warren Wilson College. Colabora en medios como The New Yorker, The New York Times o Vanity Fair. Laura y Emma es su primera novela.
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En una ocasión Margaret le había confesado un desinterés similar al suyo por todo lo relacionado con el sexo, aunque eso no le impidió casarse con Trip, un chico con el que habían crecido, conocido por su voraz y a menudo indiscriminado apetito sexual, entre otros vicios.

Cuando era adolescente, Trip se había emborrachado tanto en un baile de cotillón que se había puesto a vomitar y le había salido una alubia por la nariz. Aunque había ocurrido hacía media vida, a Laura aún le costaba mirarle sin recordar aquella imagen. Evidentemente no le sucedía lo mismo a Margaret, quien, en cuanto los declararon «marido y mujer» en el altar, había levantado un puño en el aire con gesto triunfante, como una deportista olímpica en lo alto del pedestal después de recibir el oro.

Tras la ceremonia, el banquete se había celebrado en el Carlyle. La familia había alquilado una flota entera de coches de la compañía London Towncars2 para trasladar a los invitados, pero Laura había decidido ir caminando. Había llovido, la agradable brisa de finales de abril formaba pequeños remolinos con los pétalos recién caídos y olía a asfalto mojado. Los charcos reflejaban la imagen temblorosa de los perales en flor que se alzaban a ambos lados de Madison Avenue. El sol calentaba las aceras y parecía que la ciudad se estaba despertando después de echar una cabezada. Laura podría haber seguido paseando durante toda la tarde, pero cuando por fin llegó al Carlyle se había sentido obligada a entrar.

El banquete pronto se había convertido en un tedioso maratón de conversaciones de treinta segundos con personas a las que creía conocer, pero de las que en realidad no sabía nada. En ninguno de los brindis se mencionó el incidente de la alubia, menos aún el suyo, que —como la misma Laura percibió mientras hablaba delante de todos los invitados— se centró exclusivamente en los primeros años de su amistad con Margaret, sin referirse en ningún momento a la mujer en la que se había convertido su amiga, ni a la relación entre «Margaret y Trip», que era lo que supuestamente debían hacer los brindis nupciales, en especial cuando eres una de las damas de honor.

Cuando llegó el momento en que la novia debía lanzar el ramo, en lugar de arrojarlo al azar hacia el grupo de chiquillas que se habían reunido en la pista de baile, Margaret (que no tenía ningún problema de coordinación) lo lanzó de tal modo que voló en diagonal cruzando la pista de baile y fue a caer justo a los pies de Laura.

Con todas las miradas fijas en ella, no le quedó otra opción que recogerlo. Cuando las chiquillas se arremolinaron a su alrededor, ella se lo dio a la más joven de todas, quien chilló de placer levantando su trofeo.

La Biblioteca, que en tiempos había sido la primera residencia del bisabuelo de Laura, era en la actualidad un museo utilizado para eventos privados. En origen este era un privilegio del que también gozaban los socios corporativos y donantes institucionales, pero los fondos de la Biblioteca eran limitados y, desde hacía una década, el Consejo de Administración había decidido alquilar el lugar al público. Sus habitaciones de época primorosamente renovadas y su salón de banquetes con suelos de mármol se habían hecho muy populares como escenario para la celebración de bodas. Después de licenciarse en Inglés en la universidad, Laura se había mostrado reacia a aceptar el trabajo en un principio. No era particularmente ambiciosa, pero deseaba implicarse en cuestiones de mayor importancia, hacer algo que tuviera un impacto positivo. Pero entonces había encontrado un apartamento. Aunque sus padres estaban dispuestos a ayudarla con el alquiler mensual sin tener en cuenta su estatus laboral, a ella no le hacía sentirse cómoda poseer su propio apartamento sin tener un trabajo. Había aceptado el puesto y diez años después seguía ocupándolo.

Ella sabía que las cosas no eran así para todo el mundo. Esas almas valientes y afortunadas que se mudaban solas a Nueva York tenían que empezar de cero.

Laura aún recordaba el día en que les había contado a sus padres que ya no estaba en la lista de espera de Barnard.

—Es fantástico —había dicho su padre, mientras su madre soltaba un gemido—. Supongo que esto significa que tendremos que invitar a cenar a cómo-se-llame y a su mujer.

Laura envidiaba las historias de lucha y esfuerzo que otras personas parecían recordar con cierto cariño. Habían vivido una aventura, la emoción del bullicio; habían perseguido un sueño contra viento y marea y ahora lo estaban viviendo. Solo podía imaginar el orgullo de aquella gente que había conseguido personalmente todo lo que tenía —éxito profesional, amigos, un apartamento— a base de duro trabajo, que sabía que nada de lo que llenaba sus vidas se lo habían regalado y que las cosas podían haber terminado de manera muy diferente.

Laura nunca había leído las ofertas de empleo. No lo necesitaba. Todo lo que tenía llegaba hasta ella a través de canales directos, y, si su entorno más inmediato no era capaz de proveérselo, alguien conocía siempre a la persona adecuada para conseguirlo. Cuando surgía algún obstáculo o no era posible cumplir el plazo acordado, una persona con poder e influencia intervenía en su favor. Por lo general dicha persona ni siquiera conocía a Laura: se trataba de un amigo de la familia, del vecino de un antiguo compañero de estudios, del padrastro de un primo político —eso no era problema—. Se realizaban algunas llamadas telefónicas, se hacían las excepciones necesarias y Laura se convertía en una prioridad.

La mayoría de las novias con quienes Laura trabajaba desconocían su vinculación personal con la Biblioteca y ella prefería que así fuera. Nepotismo aparte, Laura se sentía avergonzada de su bisabuelo, cuyo legado de astutas transacciones comerciales le había hecho merecedor de toda una página de su libro de historia de los Estados Unidos del décimo curso en la sección «Capitalistas sin escrúpulos». Su madre se lamentaba de no haber heredado ni un céntimo de su dinero (todo había ido a parar a manos de su tío, el primogénito de la familia), pero Laura se alegraba de ello. No quería ser la heredera de un hombre cuyo banco llevaba su propio nombre y que en una ocasión había sido fotografiado con un enano sentado en el regazo.

Y, a pesar de todo, cada vez que oía a otros pronunciar el nombre de su bisabuelo sin tener la menor idea de que ella era su nieta sentía una punzada de orgullo, un orgullo suscitado por cierta superioridad moral, pues sospechaba que, de ser ellos quienes tuvieran los antepasados de Laura (entre los cuales se encontraba el alcalde de la comunidad original, que había llegado a bordo del Mayflower, y fundador de la primera compañía de seguros del país), sin duda habrían aprovechado cualquier oportunidad para darlo a conocer en público.

A Laura no le gustaba viajar ni ir de vacaciones, así que cada mes de agosto solía trasladarse al 136, el edificio de arenisca de la calle Sesenta y Cinco donde se había criado. Sus padres pasaban todo el mes viajando por Europa, de modo que tenía la casa para ella sola.

Había un jardín trasero donde podía tumbarse en biquini, algo que no le gustaba hacer en Central Park. A Laura le encantaba tomar el sol. Sabía que había estudios que decían que era peligroso, pero seguía haciéndolo de todas formas. No bebía ni fumaba, no comía en exceso ni se consideraba consumista, pero adoraba tomar el sol. Era su único vicio y lo aceptaba sin remordimientos.

Un domingo por la noche, después de pasar el fin de semana leyendo y tomando el sol en el 136, Laura estaba en la cama a punto de quedarse dormida cuando escuchó un crujido amortiguado sobre la alfombra que cubría las escaleras. Ese verano había tenido lugar una serie de robos en el vecindario y, en cierto modo, ella lo había estado esperando. Se quedó quieta como un muerto, pues había oído que era eso lo que había que hacer en esos casos. Mientras el intruso no pensara que lo habían descubierto, no tendría motivos para matarte.

En un intento de controlar el terror que sentía, llevó a cabo un inventario mental de la gente a la que conocía que había sobrevivido a situaciones parecidas y que hubiera contado lo sucedido en alguna fiesta. Luego imaginó cómo contaría ella su propia historia después de haber sobrevivido a un robo. Normalmente Laura se ponía nerviosa cada vez que tenía que contar una anécdota en grupo y a menudo optaba por no hacerlo, pero esta sería demasiado buena para dejar pasar la oportunidad. Estaba en la parte de la historia que coincidía con el momento presente, a la espera de lo que iba a suceder a continuación, cuando escuchó la cisterna del cuarto de baño, seguida por el zumbido de un cepillo de dientes eléctrico, y se dio cuenta de que no era más que otro de los amigos de Nicholas.

Su hermano, Nicholas, dejaba de vez en cuando que algunos de sus amigos pasaran la noche allí. A Laura no le importaba. Se sentía más segura sabiendo que había otra persona durmiendo en casa, aunque no habría estado de más que Nicholas la hubiera llamado para avisarla con tiempo de que iba a tener un invitado.

A la mañana siguiente se encontraron en la cocina.

—Jefferson —dijo él, ofreciéndole la mano.

—Laura —respondió ella, estrechándosela.

Se preparó una taza de té y se sentó a leer el Times. Al parecer había un nuevo tipo de cáncer que, por razones aún desconocidas...



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