E-Book, Spanisch, Band 616, 99 Seiten
Reihe: Breviarios
Barbero Benditas guerras
1. Auflage 2023
ISBN: 978-607-16-7633-7
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Cruzadas y yihad
E-Book, Spanisch, Band 616, 99 Seiten
Reihe: Breviarios
ISBN: 978-607-16-7633-7
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Benditas guerras. Cruzadas y yihad explora, por un lado, la historia de las Cruzadas: los motivos religiosos y económicos que las originaron y la justificación que las validó; y por el otro: analiza la respuesta musulmana a las invasiones, el papel de los textos santos, tanto cristianos como musulmanes, y el redescubrimiento del concepto de yihad presente en el Corán.
Alessandro Barbero (Turín, 1959) es profesor de historia medieval en la Universidad de Piamonte Oriental. Prolífico autor, contribuye regularmente en Il Sole 24 Ore y La Stampa, donde escribe sobre arte y cultura. En 1996 su novela Bella vita e guerre altrui di Mr. Pyle, gentiluomo le valió el premio Strega, el mayor reconocimiento literario de Italia. En 2005, la República de Francia lo condecoró con el título de caballero de l'ordre des Arts et des Lettres por sus contribuciones al estudio del arte y la historia medieval europea.
Weitere Infos & Material
II. LA EPOPEYA
PARA tratar de entrar en la mentalidad de aquellos occidentales de la Edad Media que aprobaban la cruzada con entusiasmo viene a cuento relatar cómo grandes personajes de nuestra historia se volvieron famosos precisamente por su participación en las cruzadas. El juicio sobre los acontecimientos cambia en el tiempo; sin embargo, la gran mayoría de nosotros ha oído hablar de Godofredo de Bouillon o de Ricardo Corazón de León: ¿por qué? Porque participaron en las cruzadas, y así se volvieron modelos, ejemplos para las generaciones futuras. Sobre Godofredo de Bouillon realmente se puede decir muy poco: es uno de los líderes de la primera cruzada y ya eso —¡que puede parecer una paradoja!— significa que era un personaje de segundo plano. El papa Urbano II, efectivamente, lanza la idea de la peregrinación armada a Jerusalén en un momento en el que la Iglesia romana está urdiendo decididamente convertirse en la guía política de la cristiandad. Mientras que en los siglos a caballo entre el año mil son el momento en el que en Occidente el Estado está más débil; los reyes protagonizan, pero cuentan con pocos medios, todo el poder está administrado por los señores locales en sus castillos, o bien, por príncipes y obispos que tal vez poseen muchos castillos en determinada región, de modo que un rey, con todo y que su coronación hace de él una figura sagrada, es apenas más poderoso que ellos y se pasa la vida luchando contra ellos para tratar de imponer su autoridad. Había por supuesto un soberano más poderoso que los otros, el emperador, heredero de Carlomagno, pero en esa época acababa de salir traumatizado de la Lucha por las Investiduras. Todos recuerdan a Enrique IV humillado en Canossa con los pies descalzos esperando el perdón del papa: el emperador ha salido definitivamente debilitado de ese conflicto. Así entonces, la primera cruzada es la única en la que no participa ningún rey, y mucho menos el emperador, porque su capacidad de acción se ha reducido a los mínimos históricos. No es casual que el papa escoja justamente ese momento para salir con su propuesta y organizar la gran empresa colectiva de toda la Europa cristiana. Los reyes ya no son competencia; está el papa y están los príncipes locales que gobiernan a nivel regional, y son ellos quienes marcharán a la cruzada: el conde de Tolosa, Bohemundo I de Tarento, el normando que poseía un pedazo de la Italia meridional, y otros, entre ellos Godofredo de Bouillon, de la familia de los duques de Lorena. De él no sabemos prácticamente nada: para aquella época todavía no poseemos cartas privadas o diarios, no tenemos testimonios ni un poco libres de alguien que nos describa a los protagonistas también en lo privado, como más tarde sí los tendremos. Más adelante hablaremos de Luis IX de Francia; sobre él contamos con relatos de amigos suyos íntimos que exponen los detalles más personales, pero para ello nos encontramos ya en el siglo XIII; en el siglo XI, cuando parte la primera cruzada, no existe material de ese tipo; aquella es una Europa todavía muy retrasada, y lo vemos justamente en la pobreza de las fuentes que nos ha dejado. Quién fue íntimamente Godofredo de Bouillon no lo sabemos, sólo sabemos que se volvió famoso porque entre los muchos que partieron en la primera cruzada es quien finalmente se convirtió en rey de Jerusalén. Hacía tres años que estaban lejos de casa y todos habían arriesgado el pellejo muchas veces, y ahora lo habían conseguido: conquistar Jerusalén, cabalgar por las calles de la ciudad y por el atrio de la mezquita con la sangre que les llegaba hasta las rodillas a los caballos, y ahora se encontraban con que habían ocupado este inmenso país, desde Turquía hasta Egipto; ¿qué hacer ahora con este país? Ni por un instante pensaron en regresar a casa: por la fe de Cristo habían conquistado un nuevo reino y ahí se quedarían a gobernarlo. Era cuestión de organizarse. Ya hemos dicho que para aquella generación los reyes contaban poco, quienes mandaban eran los príncipes, y precisamente por esto decidieron elegir un rey: de esta manera todos los jefes podrían continuar cada uno dirigiendo un pedazo del territorio, pero habría un primus inter pares, que no tendría mucho poder político, pero sí tendría esa sacralidad que sólo los reyes tienen, y ello garantizará el equilibrio de poderes. No sabemos casi nada de cómo fue elegido, podemos sólo imaginarnos las discusiones; no sabemos si eligieron al más valiente, al que ocasionaba menos problemas de todos o al que ya estaba mal de salud —y, en efecto, Godofredo de Bouillon murió casi enseguida—; no sabemos nada pero eligieron a Godofredo de Bouillon, que en consecuencia se convierte en el primer rey de Jerusalén. No hay más; algunos siglos después Torquato Tasso ayudará a construir un mito que se arraigó en nuestro imaginario, pero hasta aquí llega Godofredo de Bouillon; no se sabría qué más decir de él. Anteriormente citamos a otro rey, que tal vez en Italia es un poco menos conocido que Godofredo de Bouillon, pero en realidad es un personaje histórico de un peso enormemente mayor: Luis IX de Francia, también conocido como San Luis Rey. Luis IX es un personaje extraordinario que encarna plenamente el ideal de la cruzada, en un momento, mediados del siglo XIII, en el que en torno a su figura hay quienes ya comienzan a no creer tanto en la empresa; es alguien que tiene un reino que perder y decide jugárselo todo para ir a Jerusalén, y es, para gran fortuna de quien se dedica a mi oficio, el protagonista de muchas narraciones, un personaje que siempre ha tenido un gran impacto sobre quien lo ha conocido. Ya en vida se consideraba un santo, en ocasiones incluso hacía perder la paciencia a quienes estaban a su alrededor justamente por eso, y muchos narraron la experiencia humana que tuvieron a su lado. Gracias a lo anterior es que podemos reconstruir la imagen de un hombre a quien todos sus contemporáneos consideraron el sumo ejemplo de héroe de la cruzada. ¿Quién era, entonces, el rey Luis? Era un cristiano que vivía la cruzada con gran conciencia de su valor de peregrinación penitencial: ir a conquistar Jerusalén es una obligación, y si para conseguirlo sufrimos y arriesgamos la vida, esto es un bien, porque la finalidad es, justamente, hacer penitencia. Que quede claro: no es un demente dispuesto a dejarse matar por el frenesí del martirio, sino otra cosa completamente diferente. En una situación peligrosa, durante la cruzada en Egipto, uno de sus vasallos le dijo: “Tal vez haríamos bien si nos pusiéramos a salvo, no venimos hasta acá para que nos maten”, y él, Luis, le replicó: “Mira que no hay quien ame la vida más que yo, pero para un rey cristiano arriesgarla en este lugar es un deber”. Éste es el pathos con el que ellos vivían la cruzada; nosotros, por supuesto, podemos encontrar estas conductas muy lejanas a las nuestras y difíciles de aceptar, pero tenemos que compartir con nuestros antepasados el sentimiento de que se trataba de cosas de peso, importantes, y en las que se involucraban hasta el fondo. Luis IX, entonces, vive la cruzada como un momento de sufrimiento, de humillación, de penitencia, y, al mismo tiempo, como una gran empresa de la que es responsable y a la que quiere convertir a cualquier costo en un éxito, si bien al final todo acaba bastante mal. Cuando decide ir a liberar la Tierra Santa, pasando por Egipto, donde esperaba encontrar una resistencia menos organizada, tiene que poner en marcha un complejo mecanismo militar y financiero, vacía el tesoro para obtener recursos, recluta caballeros, alquila los barcos, construye un puerto para el efecto, Aigues-Mortes, en la costa provenzal; luego procede a embarcarse, atravesando su reino de Francia a pie, a menudo recorriendo descalzo el tramo que conduce a un santuario, vestido como peregrino, con el bastón y la alforja, y la gente de ahí lo mira pasar estupefacta, porque, como se ha dicho, ya entonces hay quien no cree tanto en la cruzada, y ver a un rey que por su parte sigue creyendo hasta tal punto los convence de que se trata de un santo. Hay un fraile italiano que se llama Salimbene de Parma, un franciscano que se encontraba en Francia, en el convento de Sens, donde se había reunido el capítulo general de la orden franciscana; el rey pasa por ahí durante su viaje para ir a embarcarse a la cruzada y Salimbene relata: Se sabía que habría de llegar y que quería hablar con los frailes, de modo que todos fueron a su encuentro. En el convento también estaba el arzobispo de Ruan, que perdió mucho tiempo vistiendo sus paramentos sacerdotales para ir a ver al rey, así que cuando por fin estuvo listo ya todos habían salido, y entonces —dice Salimbene—, yo lo vi que se precipitaba fuera con la mitra y el báculo pastoral gritando: “¿Dónde está el rey, dónde está el rey?”, y todos los demás le pedían que se callara porque ya todos estaban en el camino viendo al rey que llegaba. Y lo vieron llegar a pie, con el bastón de peregrino y el morral en bandolera; cuando llegó entre ellos empezó a hablar y a decir que necesitaba su ayuda, y en ese momento los más despabilados se preocuparon, porque cuando el rey pide ayuda a la Iglesia normalmente hay que echar mano del tesoro. Sin embargo, esta vez Luis dice enseguida que no, que la campaña la paga él y no le quiere pedir dinero a nadie, que correrá todo a sus expensas. “La ayuda que necesito —dice— son sus plegarias.” El italiano Salimbene, que estaba presente, relata que todos los frailes franceses estaban llorando. Luis partió a la cruzada...