Bay | Altas esferas | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 1, 320 Seiten

Reihe: The Players

Bay Altas esferas


1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-19301-38-3
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 1, 320 Seiten

Reihe: The Players

ISBN: 978-84-19301-38-3
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Que me etiquetaran como un gran seductor nunca había sido un problema a la hora de tener éxito con las mujeres. Hasta que conocí a Truly Harbury. Truly fue la primera chica que me rechazó. La primera que fue mi amiga. Y puede que también sea la primera de la que me enamore. Cuando, por culpa de una emergencia, necesita que le eche una mano con la organización benéfica de su familia, me alegro de poder introducirla en el deslumbrante y glamuroso mundo empresarial londinense: la llevo a cenas, le enseño a dar discursos y le subo la cremallera de ese vestido tan sexy que la ayudé a elegir. Cuanto más tiempo pasamos juntos, más quiero convencerla de que no soy un hombre al que debería evitar, que no somos tan distintos como ella cree. Se considera una chica introvertida, amante de los libros y de la ciencia, mientras que a mí me ve como a un seductor que encandila a las mujeres y del que no se puede fiar. Cree que me encantan las fiestas y la gente, mientras que ella prefiere quedarse en pijama en casa y pedir comida a domicilio. Lo que no ve es que me gusta todo de ella: la manera en que su sonrisa ilumina una estancia o sus curvas incitan mi imaginación y, sobre todo, el sabor de sus labios cuando están bañados en tequila. Es la primera mujer de la que me he enamorado en mi vida. Solo necesito saber si algún día ella también podría enamorarse de mí.

Louise Bay adora la lluvia, Londres, los días en los que no tiene que maquillarse, disfrutar de tiempo a solas, estar con sus amigos, los elefantes y el champán. Todas sus novelas son auténticos best sellers. Altas esferas es la última novela de la autora en Phoebe, después del éxito conseguido con Una semana en Nueva York, con la serie Mister (Mister Mayfair, Mister Knightsbridge, Mister Smithfield, Mister Park Lane, Mister Bloomsbury y Mister Notting Hill), además de la serie The Royals (El rey de Wall Street, El príncipe de Park Avenue, El duque de Manhattan, El caballero inglés y El aristócrata de Londres) y la bilogía The Gentlemen (El caballero implacable y El caballero equivocado).
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3


Truly

Me mordí el lateral de la uña del pulgar mientras caminaba de acá para allá enfrente de las casas victorianas con patio. Una coleta era lo bastante informal, ¿no? Y todo el mundo iba a llevar vaqueros. ¿Pero el colorete y el delineador de ojos? ¿Un domingo? Abigail iba a darse cuenta, seguro.

No debía haber ido.

La puerta color gris pizarra de la casa de mi hermana se abrió y me quedé congelada.

—¿Truly? —rugió mi cuñado—. Me he imaginado que eras tú. ¿Qué haces ahí fuera?

—Lo siento, estaba terminando una llamada.

Ni siquiera llevaba el móvil en la mano y, de todas formas, ¿a quién iba a llamar un domingo? Me hacía mucha falta currarme un poco más las excusas.

Me puse de puntillas y le di un beso a Rob en la mejilla.

—¿Has hecho patatas asadas?

—No me atrevería a hacer otra cosa. —Cogió la botella de vino que llevaba yo en la mano—. ¿Has decidido cambiar? —preguntó, mirando la etiqueta—. Normalmente siempre traes tinto.

—Lo tenía en el frigorífico.

—¿Junto con algún queso mohoso?

Y hummus, pero no se lo dije. En su lugar, le di un golpecito en el estómago con el dorso de la mano por atreverse a tener razón. Un refrigerador lleno no era una prioridad. Solía pedir algo en la oficina, o me llevaba dos almuerzos y guardaba uno en el frigorífico común para después.

—¿Eres tú, Truly? —me llamó mi hermana desde la cocina.

Dejé atrás a Rob e inspiré hondo mientras me dirigía hacia la parte trasera de la casa. El colorete y el delineador eran solo una armadura. Una protección contra Noah y sus encantos. Estaba desesperada por verlo y por que no ejerciera ningún efecto en mí. No quería ser la chica que se desvivía por un tipo que ni siquiera sabía que estaba viva, o que al menos no la veía como posible pareja. Era triste y patético, y yo no era así. Cuadré los hombros y giré hacia la izquierda, esperando ver a Noah por primera vez en cuatro años. Pero la única persona que había en la sala, enorme y diáfana, era mi hermana, que estaba frente al hornillo mirando una sartén.

Se dio la vuelta cuando llegó Rob detrás de mí, con aspecto culpable.

—¿Lo has tocado? —preguntó él.

Rob solo accedía a cocinar bajo la condición de que Abigail le dejara hacerlo y no interfiriera.

—Te juro que no. Solo he mirado. Porque…

—No finjas estar ayudando, Abigail. Sirve el vino.

Le pasó la botella que me acababa de coger de las manos.

—Eres un hombre cruel, Robert Franklin, por hacer que una mujer embarazada sirva un vino que no puede beber.

Yo miré a mi alrededor y me di cuenta de que no había rastro alguno de Noah.

—¿Has traído blanco? —preguntó Abigail después de besarme en la mejilla.

Me encogí de hombros y me metí las manos en los bolsillos mientras ella estudiaba mi cara maquillada. Se dio cuenta, pero al menos no dijo nada. Al igual que tampoco dijo nada sobre la ausencia de Noah. Quizá hubiese salido del aprieto y él tenía otros planes. Seguro que tenía muchos amigos con los que ponerse al día, mujeres con las que pasar el rato, cosas que hacer. Así era Noah. Era un hombre ocupado. Siempre trabajando para conseguir un objetivo u otro. Siempre en constante movimiento.

Los pasos que retumbaron al bajar las escaleras me dijeron que no me había escapado con tanta facilidad como había creído.

Abigail miró hacia el techo.

—Te juro que va a echar la casa abajo.

Su voz se desvaneció, y solo pude centrarme en mi respiración. Al parecer, mi cuerpo había decidido que ya no era algo involuntario, y que, si no llevaba cuidado, mis pulmones podían vaciarse y nunca más iban a volver a llenarse.

Fui hacia las puertas de cristal para abrirlas y respirar algo de aire fresco.

—Eh, chicos, lo siento. Tenía que atender esa llamada —sonó la voz grave de Noah a mis espaldas, haciendo que toda la piel se me erizara.

Despacio, me di la vuelta y lo miré. Su metro noventa ocupaba todo el umbral. Me había olvidado de lo perfecto que era en persona. Mis recuerdos no lo representaban con tanta nitidez como al verlo cara a cara. Era como si el color se hubiera concentrado en él, en comparación con el resto de la población. Sus pómulos altos y perfilados, la nariz nórdica, que lo hacía parecer como si acabase de bajar de un viaje largo en barco, y el pelo rubio oscuro, que llevaba un poco más largo que hacía años… Todo era demasiado perfecto. Tenía sus larguísimas piernas enfundadas en unos vaqueros y su amplio pecho cubierto con lo que parecía ser un jersey de cachemir gris. Madre mía, no me extrañaba que ese hombre hubiera superado lo de acostarse conmigo y hubiese decidido que fuese su amiga con tanta facilidad. Parecía diseñado para mi hermana: guapo, elegante y poderoso.

Siguió la mirada de Abigail hacia mí y, cuando nuestros ojos se encontraron, lo saludé con las dos manos como lo haría un niño de cinco años.

—Truly —dijo, y su voz resonó por todo mi cuerpo.

Sus ojos se iluminaron como siempre lo hacían cuando sonreía. Pero no se reservaba ese cálido saludo solo para mí. Ni para las personas que le gustaban. Tenía una forma de ser que hacía que la gente a su alrededor se sintiera especial. Caminó hacia mí.

—Qué alegría verte. Hace siglos.

Mi cuerpo se calentó conforme se iba acercando, y, cuando se agachó, inhalé la mezcla a aroma de cítricos y piel cálida que recordaba. Su barba de un día me rozó la mejilla cuando presionó su cara contra la mía. El corazón empezó a latirme como loco, y deseé que se alejara para que no se diese cuenta.

—Tienes muy buen aspecto —anunció, con un tono de voz más alto que íntimo.

Me colocó las manos en los hombros y me sostuvo así, y después miró a Rob y Abigail, como esperando que se mostraran de acuerdo.

Él me soltó y, como si me hubiese estado sujetando, tuve que dar un paso atrás para recuperar el equilibrio. Me aclaré la garganta con la esperanza de que mi corazón volviera a latir a un ritmo normal.

—Bienvenido de nuevo —fue todo lo que pude decir.

—¿Vino? —preguntó Abigail.

—Me encantaría una copa de pinot noir, si tenéis —dijo Noah.

Rob resopló.

—Sabes que tenemos un montón. —Apartó la vista de la sartén que tenía delante y me miró con un gesto de exasperación—. Este tío ha aparecido con seis cajas. Y está muy bueno. Tú sueles beber tinto; ¿quieres probarlo?

Negué con la cabeza.

—Quiero tener la mente despejada, así que me quedaré con el blanco. Me espera una semana muy ajetreada.

—¿Y qué tal ha ido la búsqueda de piso? —preguntó Abi, y después se dio la vuelta y me dio una copa del vino que había llevado yo—. Noah ha estado fuera toda la mañana visitando sitios.

—Bien. Me está ayudando acotar lo que quiero en realidad —respondió Noah.

Me senté en uno de los bancos de roble que había junto a la mesa para mirar hacia la sala. Apoyé los codos a ambos lados de mi copa y esperé a escuchar todo sobre la vida de Noah en esos momentos. Sobre su futuro.

Iba a necesitar todo el vino.

—¿Y qué es lo que quieres? —inquirió Abigail.

—Un piso de soltero —sugirió Rob, y yo traté de que mi expresión se mantuviese neutral—. Algún sitio con espejos en el techo del dormitorio.

—Algo céntrico —replicó Noah, ignorándolo—. Quiero que sea fácil desplazarme, pero necesito poder salir de la ciudad con rapidez para ir al aeropuerto.

—¿No acabas de vender tu empresa? —intervino Abi mientras servía el vino en su copa—. ¿Adónde vas a ir? ¿Vas a buscar otro trabajo?

Noah levantó una de sus largas piernas musculosas por encima del banco y tomó asiento frente a mí, al otro lado de la mesa.

—Sigo estando en la junta, pero no soy ejecutivo, así que solo tengo que volar a Nueva York una vez al mes.

—Guau, un trabajo en el que solo tienes que aparecer una vez al mes… Debe de estar bien ser tú —comentó Rob por encima del repiqueteo de las sartenes.

Mi cuñado sabía, al igual que el resto de nosotros, que Noah trabajaba mucho. Tal vez solo tuviese que ir a Nueva York una vez al mes, pero no se tomaba las cosas con calma solo porque podía. Siempre estaba trabajando con un objetivo en mente.

—Estoy buscando mi próximo reto empresarial. Me estoy tomando mi tiempo y comprobando qué es lo que me interesa. Y estoy aprendiendo a volar.

—¿A volar? ¿Cómo? —Solo había estado escuchando a medias mientras recordaba el tacto de su piel cálida bajo mis dedos.

Noah sonrió.

—Voy de cabeza en busca de un Black Swan, pero, hasta entonces, me limitaré a conseguir la licencia de piloto.

—Ah —murmuré, mirando mi copa.

¿Por qué había hecho una pregunta tan estúpida? Ese era el motivo por el que no se me daban bien las galas y las cenas en las que Abi se movía con tanta facilidad.

—¿En serio? ¿Estás dando clases de vuelo? —preguntó Rob, mirando a Abi.

—No me mires como si necesitases mi permiso. No soy tu madre. —Ella se deslizó a mi lado.

—He asistido a la primera esta semana. He pensado que bien podía aprovechar que tengo algo de tiempo libre. También voy a hacer un curso de paracaidismo.

—Suena típico de ti —afirmó Rob—. Acción. Aventura. ¿Hay...



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