E-Book, Spanisch, 270 Seiten
Betti Atropos
1. Auflage 2018
ISBN: 978-88-7304-757-5
Verlag: Tektime
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
El Caso De Los Crisantemos
E-Book, Spanisch, 270 Seiten
ISBN: 978-88-7304-757-5
Verlag: Tektime
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
¿Qué conexión existe entre una serie de homicidios cometidos en Bolonia y sus alrededores? ¿Se trata de un asesino en serie o es otra cosa? Descubrirlo será el trabajo del Inspector Stefano Zamagni y sus hombres.
Una mujer es encontrada muerta y hay razones para pensar que sea un homicidio. Comienzan las investigaciones, pero la policía parece estar en un callejón sin salida. Poco después, corren la misma suerte otras personas y de esta manera se descubre que tienen algo en común. La idea del asesino en serie viene a la mente de todos los investigadores hasta que el posible culpable es encontrado muerto de un disparo. El inspector Zamagni y el agente Finocchi no saben qué hacer hasta que reciben una confesión que dará un nuevo giro al caso. Un thriller lleno de giros en la trama que mantendrá al lector en tensión hasta la llegada de un inesperado epílogo.
PUBLISHER: TEKTIME
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22 Al día siguiente, el capitán Luzzi recibió el material encontrado en casa de la señorita Spaggesi y los resultados de los análisis concernientes al piso de la mujer, así que convocó al inspector Zamagni y al agente Finocchi para hablar con ellos. “Está todo aquí,” comenzó el capitán, “No es mucho, pero creo que será bastante para hacer algunas conjeturas.” Les mostró la tarjeta de visita de Massimo Trovaioli dentro del sobre franqueado, la del sobre que había sido enviado junto con las flores, además del paquete donde estaba el folio con la frase Te estoy esperando, la foto fúnebre del hombre y la necrológica, a continuación añadió: “Los agentes que han estado en casa de la mujer cuando nos ha telefoneado, han dicho que han sabido por ella misma que este Massimo Trovaioli era su ex novio, muerto hace ya tiempo. Lo explicó la misma Spaggesi.” “El asunto parece complicado” admitió el inspector, “Con respecto a la autopsia, ¿qué sabemos? ¿Se han encontrado signos de forcejeo?” “Parece ser que no” respondió el capitán. “Entonces, ¿cómo ha muerto la mujer?” quiso saber el agente Finocchi. “No lo sabemos con certeza” admitió el capitán Luzzi. “Puede haber más de una posibilidad” dijo el inspector. “El suicidio, ¿qué significaría? ¿qué habría podido impulsar a la mujer a tirarse por la ventana? ¿O también ella aquella noche estaba bajo los efectos de una cantidad elevada de melatonina y a lo mejor los mareos la han llevado hasta la ventana?” “Esto querría decir que, presa de los mareos incluso ha tenido la fuerza de abrir la ventana” hizo notar Finocchi. “O ya estaba abierta” dijo el capitán. “¿Alguien ha visto a un tipo con unos guantes negros por la escalera o lo han visto dentro del edificio en los momentos próximos a la muerte, cuando la señorita Spaggesi ha sido vista caer desde la ventana?” “Parece que no han visto a nadie.” “Quizás este hombre no sea un inepto, ha imaginado que alguien podría haberlo visto y ha esperado algún tiempo dentro del edificio antes de salir” propuso el capitán. “Puede ser” dijo Zamagni, “Nosotros hemos entrado enseguida en el edificio y en el piso de la mujer, por lo que tendríamos que haberlo visto con nuestros propios ojos. A no ser que se haya camuflado de alguna manera.” “Si hubiese ocurrido así, eso significa que es alguien muy listo para no dejarse coger” dijo el capitán. “¿Y cómo relacionamos todo esto con la señorita Mistroni y Pagliarini?” preguntó Finocchi. “Buena observación” admitió Zamagni. “¿Qué hacemos ahora?” “No lo sé” respondió Luzzi. Se sentía una cierta desazón en su voz. “Pensemos un momento” propuso el inspector, también para elevar un poco la moral del capitán. “Lo que es seguro es que estas tres personas no se conocían, ¿verdad?” “No lo creo probable” admitió el capitán, encontrando la confirmación de su pensamiento en la expresión del agente Finocchi. “Perfecto. ¿Qué pista tenemos? ¿La del asesino en serie? ¿O hay otras posibilidades?” preguntó Zamagni mirando a los otros dos. “Lo más sensato sería pensar que un asesino en serie con mucha experiencia está recorriendo Bolonia y sus alrededores” dijo el capitán, finalmente. “Si la verdad se encuentra en otra parte, no lo sabemos… y en el caso de que fuese así, ni siquiera quiero pensar cuál podría ser.” “Entonces, capitán, si usted está de acuerdo, le querría proponer ir al edificio del señor Pagliarini para mostrar el retrato robot del florista y ver si Falchetti y el hombre con los guantes negros son realmente la misma persona” dijo Zamagni. “Vale, id. Y mantenedme al corriente.” Zamagni y Finocchi salieron de la oficina del capitán y se metieron en el coche para dirigirse a San Lazzaro di Savena. Aquella misma mañana, Giogio Tosi recibió por correo un paquete. “Será un regalo por tu cumpleaños”, pensó la mujer. “Con un poco de retraso, pero quizás es culpa del servicio postal.” El paquete había sido traído por un cartero que se había ido enseguida. Giorgio Tosi lo había dejado sobre la mesa del salón y había cogido unas tijeras para cortar la cinta adhesiva que lo cerraba. Parecía bastante ligero y era pequeño. Sobre la parte exterior de la caja no había nada escrito, si no X GIORGIO TOSI y su dirección. No habían usado un rotulador sino letras adhesivas, de las que se pueden comprar en cualquier papelería. Una vez abierto, el hombre encontró en su interior un sobre blanco sin nombre y un objeto envuelto en papel de periódico. Abrió enseguida el sobre para conocer el nombre del remitente del paquete, pero se quedó desilusionado cuando la única cosa que vio escrita en el sobre del interior fue la frase Ahora te toca a ti, sin ningún tipo de firma. La mujer lo miró y dijo: “Probablemente quería decir Ahora te toca a ti cumplir años, pero por lo menos habría podido firmar.” La frase había sido impresa a máquina, así que ni siquiera se hubiera podido adivinar datos del remitente mirando la forma de escribir. “Si esta persona hubiera escrito la frase usando un rotulador o un bolígrafo, quizás hubiera podido imaginar su identidad” dijo el marido “en cambio, así, continuaré dándole vueltas.” “Mira a ver qué te han regalado. A lo mejor lo podría saber por esto. Imaginemos que se trata de una cosa de la cual has hablado últimamente con alguno de tus amigos del bar…” “Tienes razón” admitió el marido, “Veamos.” Y cogió el papel blanco del objeto que había en la caja. “¡Es preciosa!” dijo la mujer al ver la caña de pescar en miniatura que el marido tenía en la mano. “No sé quién puede habérmela enviado” dijo el señor Tosi, “Tengo que preguntar en el bar. Probablemente será alguien con quien juego a las cartas. Voy enseguida.” “De acuerdo” dijo la mujer. “Te espero para comer.” El hombre salió y, cuando volvió, quedaban pocos minutos para el mediodía. “¿Y bien? ¿Quién te ha enviado la caña de pescar?” preguntó la mujer. “Nadie sabe nada,” respondió el marido, “He preguntado a todos, y no faltaba ninguno de los habituales.” “¡Qué extraño!... ha sido la primera cosa que he pensado, pero si no ha sido ninguno de los del bar, entonces ¿quién ha podido enviarte el paquete?” “Ni la más remota idea” admitió el hombre. “Además es un paquete anónimo” recalcó la mujer. Continuó pensando en el posible remitente de aquel paquete, Giorgio Tosi esperó a que llegasen las tres de la tarde para estar seguro de no molestar a nadie, a continuación pasó las dos horas siguientes llamando a los parientes más cercanos para saber si alguno de ellos había enviado aquella minúscula caña de pescar como regalo de cumpleaños. Cuando terminó con la última llamada, dijo a la mujer, un poco decepcionado: “Nada, nadie sabe nada. No sé quien ha podido mandármelo.” Los dos pasaron el resto de la jornada intentando adivinar el remitente y contactando con los amigos de la familia y conocidos, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Zamagni y Finocchi llegaron al edificio donde vivía el señor Pagliarini intentaron hablar con todos los vecinos mostrándoles el retrato robot de Fulvio Falchetti, pero todos dijeron que no habían visto allí una persona de aquellas características. Regresaron a su coche y contactaron con el capitán Luzzi para decirle que no habían encontrado nada. “¿Qué hacemos ahora?” La pregunta del capitán estaba dirigida no sólo a Zamagni y Finocchi, también a él mismo. “No sabría decirle, capitán” dijo el inspector. “Podríamos volver a ver a Falchetti y hacerle cantar” propuso el agente Finocchi. “Personalmente creo que, aún en el caso de que no sea el asesino, ese hombre sabe algo.” “De acuerdo, id a verlo” asintió el capitán “pero actuad con prudencia, os lo ruego.” “No se preocupe” lo tranquilizó el inspector “tendremos cuidado.” Cuando llegaron a la vía San Vitale, aparcaron el coche en batería delante del negocio de flores, después entraron. El señor Falchetti estaba atendiendo a un cliente que se fue a los pocos minutos. “¿Otra vez vosotros?” dijo el florista poco después. “Todavía tenemos que hablar con usted” explicó Zamagni. “¿Tiene un momento?” “Dentro de un rato cerraré. Si es algo rápido…” “Terminamos enseguida” admitió el inspector. “Perfecto. Decidme qué necesitáis.” “Díganos lo que sabe” dijo Zamagni, directamente. “¿Con respecto a qué?” “No se haga el tonto, por favor.” El inspector estaba comenzando a enfadarse. “Han muerto tres personas en los últimos días, y en todos los casos se han encontrado uno crisantemos en el piso de la víctima” explicó Finocchi para aliviar un poco la tensión que se estaba creando. “Y parece ser que los crisantemos han sido entregados por usted, incluso en zonas que no están cercanas a su negocio… en pisos bastante alejados de aquí.” “Si me hacen encargos, por lo general los acepto” explicó Falchetti. “Hoy en día para poder trabajar bien no se rechaza...




