E-Book, Spanisch, 360 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
Bodei Imaginar otras vidas
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-254-3382-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Realidades, proyectos y deseos
E-Book, Spanisch, 360 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
ISBN: 978-84-254-3382-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Nuestra vida natural se entremezcla constantemente con otras vidas: narradas, imaginadas, inventadas. Hoy más que nunca -dice Bodei-, en una sociedad poblada de modelos con los que identificarse, la ilusión de un yo autónomo se vuelve todavía más incierta y deriva en un sujeto que debe reinventarse constantemente. Cuando sentimos que nuestra vida se ha quedado estrecha, que no nos basta con lo que somos, nos servimos de la imaginación como antídoto y guía. Gracias a la imaginación, podemos desafiar los condicionantes no elegidos y proyectar la existencia más allá de sus confines; podemos vivir otras vidas, que se alimentan no solo del encuentro con otras personas y situaciones reales, sino también de figuras y modelos procedentes de textos literarios y de los medios de comunicación. Desde que los modelos con los que identificarse se han ampliado, poblándose de celebridades, la construcción de un yo autónomo se ha vuelto más incierta. En este contexto, Bodei nos invita a 'crecer sobre sí y alejarse de sí': apropiarnos de nuestra mejor parte y, a la vez, experimentar trayectorias alternativas. En el fondo, no existe un yo compacto, un todo unitario del que se pueda ser dueño absoluto. Cada uno de nosotros es el fruto de una continua reinvención de sí e interacción con los demás: es en la propia identidad donde crece la diferencia, con todas las dificultades, las ansias, los extravíos que esto comporta. Ser huéspedes de la vida quiere decir vivir en el límite entre interior y exterior, identidad y diferencia, sí mismo y otro. 'En los mejores casos -escribe Bodei? respecto a la vida realmente vivida, las vidas imaginadas resuenan como los armónicos naturales en la música, vibraciones que acompañan la nota fundamental, enriqueciendo su timbre.'
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1. Vidas imaginadas Recordatorio A menudo tendemos a olvidar que somos huéspedes de la vida. Nacemos sin quererlo ni saberlo en un determinado tiempo y lugar y, sin quererlo ni saberlo, el cuerpo que hemos recibido en herencia biológica despliega espontáneamente sus admirables y a veces terribles procesos: la sangre circula, las glándulas segregan hormonas, el pelo y las uñas crecen, y millones de glóbulos blancos se inmolan por nosotros para combatir las infecciones. Todo esto se produce independientemente de nuestra voluntad, de nuestra conciencia y de nuestra memoria, del mismo modo que involuntario, inconsciente y olvidado fue nuestro nacimiento.1 Somos huéspedes de la vida precisamente porque estamos insertos en procesos automáticos: la vida se reproduce y se mantiene a través de elaborados sistemas de autorregulación, tanto si se trata de nuestro organismo como si es una bacteria o una brizna de hierba. Debemos redescubrir la maravilla por medio de la naturaleza que, dentro y fuera de nosotros, nos determina y nos guía sin reflexión, y sentir de nuevo el asombro que esta experiencia elemental ha suscitado en los hombres a lo largo de milenios, alimentando religiones, filosofías y literaturas. El hecho de que dependamos de potencias inconscientes o superiores a nosotros, que actúan sin nuestro consentimiento y que marcan en parte nuestro destino, no significa que debamos entregarnos a ellas pasivamente. Al contrario, toda la evolución de nuestra especie representa el esfuerzo por emanciparnos de su dominio directo, por interrumpir la inmediatez del instinto, por educar y poner freno a las pasiones a través de la consolidación de la voluntad, por incrementar los conocimientos gracias a la experiencia y a la reflexión, por aprender a remontar el curso del tiempo a través de la memoria. Las civilizaciones han ido cultivando a los seres humanos hasta apartarlos progresivamente de la dependencia, considerada durante mucho tiempo obvia e insuperable, de algunos de estos mecanismos espontáneos. Por último, las nuevas fronteras de la investigación médica y biotecnológica han procurado a la humanidad un nuevo suplemento de antidestino, superando límites impensables: el trasplante de órganos, la reproducción asistida, la curación de muchas enfermedades genéticas. Precisamente gracias a esos logros, la percepción de nuestra dependencia de la naturaleza ha disminuido a menudo hasta el punto de que la mayoría prácticamente la hemos olvidado (solo nos acordamos de ella, con injustificada sorpresa, en las situaciones de emergencia, cuando nos azotan epidemias o cataclismos). El inicio de una nueva historia De nuestro nacimiento no recordamos nada. Entre el momento de venir al mundo y la conciencia de estar en él hay un hiato, un vacío que tratamos de colmar sin lograrlo nunca. Vivimos un tiempo sincopado, dividido en dos por una cesura que separa la fase del primer crecimiento olvidado e irreflexivo de la fase de toma de conciencia y del despliegue de la memoria.2 Si bien es cierto que cada individuo constituye una novedad inimitable,3 empieza una nueva historia en cuyo centro se sitúa inevitablemente, también es cierto que se encuentra ante una realidad ya construida. No obstante, venir al mundo no significa caer en un contenedor inmóvil e indiferenciado, sino entrar a formar parte de un orden complejo y cambiante, compuesto por instituciones, poderes, saberes, reglas y tradiciones de duración muchas veces milenaria. Orientándonos en la realidad a través del aprendizaje de la lengua, la adopción de modelos culturalmente transmitidos, la inserción en la familia y en los sistemas educativos, económicos, religiosos, políticos y culturales vigentes, todos estamos obligados, con mayor o menor conciencia, a recorrer a marchas forzadas el camino de la civilización a la que pertenecemos, casi recapitulándolo según nuestra perspectiva personal. Este itinerario no lo recorre el individuo en soledad: hereda un mundo que le resulta relativamente homogéneo, porque forma parte de una generación, de una «cohorte» de individuos que nacen, crecen y se desarrollan juntos.4 Situándose en la intersección entre biografía e historia, compartiendo con los coetáneos vicisitudes históricas semejantes (de forma distinta a las otras tres o cuatro generaciones que le son contemporáneas), cada persona recibe un imprint causado por las experiencias vividas en los años en que se forma. Cada generación se inserta en una comunidad de vivos que descienden de una larga secuencia de muertos, comparte el destino de su tiempo y se prepara para engendrar a su vez una nueva oleada de vivos. Como eslabones de una cadena, intermediarios entre el pasado y el futuro, vidas provisionalmente encajadas entre los muertos del pasado y los del futuro, los individuos viven su existencia en el breve tiempo que les ha sido concedido sin lograr captar su sentido global. Por lo general, se limitan a poner el piloto automático, esperando ser guiados sin excesivos bandazos o choques traumáticos. Sin embargo, para «merecer el propio nacimiento», cada individuo ha de llegar a ser contemporáneo de sí mismo, ha de aprender a orientarse con suficiente conciencia especialmente en la elección del camino que ha de tomar en la vida. Como dice el joven Descartes: Quid vitae sectabor iter? 5 Entre dos extremos La filosofía y el sentir mayoritario han privilegiado por lo general el momento de la muerte y han reducido el nacimiento a una cuestión de obstetricia, de separación en el parto de dos cuerpos, el de la madre y el del niño;6 o bien, al modo de Lucrecio, a un trágico naufragio (en la variante agustiniana: a ser «arrojados a los flujos del tiempo», y en la nueva versión realizada por Heidegger, a un «estado de yecto», Geworfenheit),7 que no afecta solamente al momento de venir al mundo: la desorientación existencial se prolonga a lo largo de toda la vida, comprimida entre las dos márgenes de la finitud, el nacimiento y la muerte.8 Desde el punto de vista histórico y cultural, es fácil intuir cuál es la razón para preferir la muerte al nacimiento. Todas las religiones y las concepciones del mundo hunden sus raíces en la experiencia común de la muerte ajena y de la espera de la propia, pero ha sido la filosofía occidental, de Platón a Heidegger, la que ha situado la preparación para la muerte en el centro de sus meditaciones. Melete thanatou, Respice finem, Sein-zum-Tode han sido durante mucho tiempo sus consignas, a las que se han opuesto esporádicamente algunos pensadores, como Spinoza, que consideran la filosofía «meditación de la vida, no de la muerte».9 Se ha sacrificado así la natalidad a la mortalidad, aunque el propio Lucrecio, para eliminar el miedo y las supersticiones sobre el más allá, estableció la simetría entre la nada que hubo para nosotros antes del nacimiento y la nada que habrá después de la muerte10 (confinando así la vida humana entre dos naufragios, el segundo más dulce que el primero, ya que interrumpe los inevitables sufrimientos a los que en cualquier caso estamos sometidos). Orientarse hoy He querido rememorar brevemente los rasgos esenciales de la existencia del hombre a fin de crear el trasfondo necesario para resaltar la especificidad de la pregunta que, reformulada, se presenta necesariamente en nuestra época y en nuestra cultura: ¿cómo orientarse y situarse en el mundo sobre la base de ciertos modelos, criterios e imágenes de una vida mejor? En el pasado, los individuos estaban encapsulados en una multiplicidad de esferas tendencialmente concéntricas y cerradas (familia, linaje, corporación, Estado, Iglesia). Abandonando esa estructura jerárquica y situando al individuo en la intersección de círculos sociales excéntricos, intersecantes y de límites inciertos y cambiantes, las sociedades contemporáneas han favorecido y acentuado su autonomía y diferenciación.11 En los regímenes democráticos, sobre todo, esa mayor libertad le permite llegar a ser tanto más él mismo cuantos más rasgos de universalidad compartidos con otros engloba y cuanto más amplía el abanico de posibilidades a las que puede aspirar (su personalidad podría compararse a las largas combinaciones alfanuméricas de una caja fuerte, cuyos elementos son comunes, pero cuya composición, si es suficientemente compleja, puede resultar única). Hasta hace unos pocos decenios, para quien podía permitírsela, la educación era bastante uniforme, regida por cánones relativamente consolidados que transmitían modelos para imitar. Orientarse y encontrar el propio camino no solo resulta hoy más difícil que en las generaciones anteriores sino que además presenta una dificultad distinta. Los motivos los conocemos todos: la multiplicación y polinización recíproca de módulos culturales pertenecientes a civilizaciones antes separadas –debido al desarrollo de los medios de comunicación de masas y a las migraciones masivas de poblaciones de lengua y tradiciones diferentes–, el aumento de la...