Dexter | El misterio de la tercera milla | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 563, 304 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

Dexter El misterio de la tercera milla

Serie del inspector Morse 6
1. Auflage 2025
ISBN: 979-13-8768846-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Serie del inspector Morse 6

E-Book, Spanisch, Band 563, 304 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

ISBN: 979-13-8768846-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Un nuevo caso para Endeavour Morse, el mítico inspector de la policía de Oxford «Endeavour Morse es un personaje que sin duda conservará su lugar como uno de los más populares y perdurables detectives de ficción».P. D. James, The Sunday Telegraph Hace casi una semana que no hay noticias del profesor Browne-Smith, de la Universidad de Oxford. El viernes 11 de julio cruzó frente a la portería sobre las 8.15 de la mañana, y desde entonces nadie lo ha vuelto a ver. Extraño, piensa el inspector Morse. Realmente extraño. Y es que el señor Browne-Smith no es un profesor cualquiera. Le dio clases a Morse durante su época universitaria, y es la razón de que este desarrollara su desquiciante obsesión por la gramática y la ortografía. Por eso, el inspector no tiene dudas: su maestro nunca habría desaparecido una semana sin dar señales de vida. Y una semana es tiempo más que suficiente para que alguien cometa un asesinato... Cuando la policía descubre un cadáver irreconocible en el canal, el caso se precipita y Morse inicia una investigación que lo obligará a emprender un viaje por la historia más reciente y oscura de Europa, desde el Egipto de la Segunda Guerra Mundial hasta el Londres de la década de 1980. «Historias de aroma oxoniense protagonizadas por un personaje inolvidable. Si han visto la serie, pasen por los libros; si no, también».Juan Carlos Galindo, El País «Lo importante es contemplar a estos personajes de carne y hueso, creíbles, nunca pueriles ni demenciados, deambulando por las calles de Oxford, investigando, dialogando con estudiantes y dons y con otros, y asistir a sus comedidas penas».Javier Marías

Colin Dexter (Stamford, 1930?-?Oxford, 2017) ganador en dos ocasiones del prestigioso premio Gold Dagger de la Crime Writers Association, escribió numerosas novelas y relatos protagonizados por Endeavour Morse, inspector de la policía de Oxford. Desde su estreno en 2012, la serie basada en el personaje ha ido convirtiéndose, temporada tras temporada, en uno de los grandes éxitos recientes de crítica y público de la televisión británica.
Dexter El misterio de la tercera milla jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


1

Lunes,
7 de julio


En el que un veterano de la ofensiva de El Alamein
recuerda el día más trágico de su vida.




Eran tres, los tres hermanos Gilbert: los gemelos, Alfred y Albert, y el más pequeño, John, que cayó en combate un día en el norte de África. Y era en su hermano muerto en quien pensaba Albert Gilbert, sentado a solas en un
pub del norte de Londres justo antes de la hora de cierre: John, que siempre fue menos fuerte y más vulnerable que el formidable, inseparable y prácticamente indistinguible dúo conocido por sus compañeros de colegio como «Alf y Bert»; John, a quien sus hermanos mayores siempre intentaron proteger; el mismo John al que no pudieron salvar aquel día terrible de 1942.

En la madrugada del 2 de noviembre se lanzó la Operación Supercarga contra la pista de Rahman, al oeste de El Alamein. A Gilbert siempre le había parecido extraño que esa campaña fuera considerada por los historiadores bélicos como un milagroso triunfo de planificación estratégica, pues de su breve, aunque no poco heroica, participación en esa larga batalla solo podía recordar la ciega confusión imperante a su alrededor durante aquel ataque previo al amanecer. «Los tanques deben pasar», esas fueron las órdenes de la noche anterior transmitidas desde la jerarquía de la Brigada Acorazada a los oficiales de campo y a los suboficiales de los Wiltshires Reales, regimiento en el que Alf y Bert se alistaron en octubre de 1939. Poco después se encontraban recorriendo la llanura de Salisbury al volante de antiguos tanques y, tras ser debidamente ascendidos ambos al rango de cabo, fueron enviados a El Cairo a finales de 1941. Y fue un día feliz para los dos cuando su hermano John se reunió con ellos, a mediados de 1942, mientras cada bando esperaba refuerzos antes de la inminente confrontación.

En aquella madrugada del 2 de noviembre, a la 1.05 horas, Alf y Bert avanzaban en sus tanques por el lado norte de Kidney Ridge, donde fueron recibidos por el intenso fuego de los Flak 88 alemanes y los Panzer atrincherados en Tel el Aqqaqir. Los cañones de los tanques de los Wiltshire escupieron y lanzaron cientos de proyectiles hacia las líneas enemigas y la batalla se recrudeció furiosamente. Fue una lucha desigual, ya que los carros de combate británicos en pleno avance eran blancos expuestos por todos los flancos y caían eliminados poco a poco bajo el fuego de la artillería antitanque alemana.

Era un duro y amargo recuerdo incluso ahora, pero Gilbert dio rienda suelta a sus pensamientos. Ahora podía hacerlo, sí. Y era importante que lo hiciera.

Unos cincuenta metros por delante de él, uno de los tanques en plena ofensiva estaba ardiendo; el cuerpo del comandante tendido sobre la escotilla con el brazo izquierdo colgando hacia la torreta principal y el casco en la cabeza salpicado de sangre. Otro tanque a su izquierda traqueteó enloquecido hasta detenerse por completo cuando un proyectil alemán destruyó su oruga izquierda y cuatro hombres saltaron y echaron a correr a toda velocidad hacia la relativa seguridad del inmenso arenal a sus espaldas.

El fragor de la batalla era ensordecedor mientras la metralla ascendía, silbaba, caía y repartía su muerte en mitad del desierto antes del amanecer. Los hombres gritaban, imploraban, corrían… y morían. Algunos misericordiosamente rápido, aniquilados al instante; otros despacio, heridos de muerte sobre la arena ensangrentada; algunos más se asaban vivos dentro de los tanques, atrapados bajo las escotillas atascadas o con algún miembro herido, incapaces de encontrar un punto de apoyo para salir.

Después le llegó el turno al tanque situado a la derecha de Gilbert. Un oficial bajó de un salto sujetándose una mano que chorreaba sangre, justo a tiempo para alejarse antes de que el vehículo estallara envuelto en llamas cegadoras.

El artillero de torreta de Gilbert estaba gritando.

—¡Dios! ¿Has visto eso, Bert? ¡No me extraña que llamen «Abrasa-Tommys»1 a esos putos trastos!

—¡Tú limítate a machacar a esos cabrones, Wilf! —chilló Bert.

No recibió respuesta, pues Wilfred Barnes, soldado del Real Cuerpo de Voluntarios de Wiltshire, había pronunciado sus últimas palabras.

Lo siguiente que vio Gilbert fue la cara del soldado Phillips mientras este forcejeaba con la escotilla del conductor y lo ayudaba a salir.

—¡Corra como alma que lleva el diablo, cabo! Esos dos ya se han llevado lo suyo.

Se habían alejado apenas unos cuarenta metros antes de arrojarse al suelo cuando otro proyectil levantó una nube de arena justo delante de ellos, escupiendo sus fragmentos de acero en una lluvia de metal dentado. Y cuando finalmente Gilbert levantó la vista, descubrió que el soldado Phillips también estaba muerto, con una esquirla de acero retorcido clavada en la zona lumbar. Después de la explosión, Gilbert se quedó un rato sentado donde estaba, presa de una terrible conmoción, pero aparentemente ileso. Miró sus piernas y después los brazos, se palpó la cara y el pecho y luego intentó mover los dedos de los pies dentro de las botas militares. Hacía solo treinta segundos eran cuatro hombres y ahora solo quedaba él. Su primera emoción consciente (que ahora recordó con gran intensidad) fue una indescriptible furia, aunque casi al instante su corazón se regocijó al ver una nueva columna de tanques de la Octava Brigada Acorazada avanzando entre los restos destrozados o ardientes de la primera formación de asalto. Poco a poco le invadió una gran sensación de alivio, de alivio por seguir vivo, y como agradecimiento rezó una breve oración a su dios.

Después oyó una voz.

—¡Por el amor de Dios, cabo, salga de ahí!

Era el oficial de la mano ensangrentada, un teniente de los Wiltshires conocido por ser muy estricto con la disciplina, además de algo pomposo, aunque no era impopular; de hecho, la noche anterior fue quien entregó a sus hombres el memorándum del mariscal Montgomery.2

—¿Se encuentra bien, señor? —preguntó Gilbert.

—No demasiado mal. —Bajó la vista hacia su mano derecha, de la cual colgaba el dedo índice por un delgado jirón de carne—. ¿Y usted?

—Estoy bien, señor.

—Volvamos a Kidney Ridge. Poco más podemos hacer.

Incluso allí, en mitad de aquel espantoso y sangriento escenario, su voz parecía salida de un anuncio radiofónico de antes de la guerra, elegante y precisa, con su característico «acento de Oxford».

Los dos hombres avanzaron con dificultad por la arena varios cientos de metros antes de que Gilbert se derrumbara.

—¡No se detenga! Vamos, hombre, ¿qué le pasa?

—No lo sé, señor. Creía que no me…

Bajó la vista hacia la pernera izquierda del pantalón, donde había sentido un fuerte dolor, y vio que la sangre empapaba el grueso tejido color caqui. Entonces se llevó la mano a la parte trasera de la pierna y palpó la pegajosa ciénaga de carne sangrante donde le habían volado media pantorrilla.

—Continúe usted, señor —dijo amagando una miserable sonrisa—. Yo vigilaré la retaguardia.

Pero otra cosa había atraído ya su atención. Un tanque que un momento antes parecía dirigirse hacia ellos de repente giró sobre sí mismo apuntando en dirección contraria con la parte superior totalmente destrozada. No obstante, el motor seguía zumbado y rugiendo, y sus engranajes chirriaron como el crujir de dientes de un torturado en el infierno. Gilbert oyó algo más, los gritos de agonía de un hombre desesperado, y se sorprendió tambaleándose hacia el tanque mientras este giraba penosamente de nuevo levantando una nube de arena. ¡El conductor estaba vivo! En ese momento Gilbert se olvidó de sí mismo por completo: olvidó su pierna herida, olvidó su miedo, olvidó su alivio, olvidó su furia. Solo pensaba en el soldado Phillips, de Devizes.

La escotilla era un pedazo de acero destrozado y candente que no se abría. Él siguió intentándolo y el sudor le empapó la cara mientras maldecía, gemía y se retorcía con el esfuerzo. El depósito de combustible se incendió con un suave y casi tímido silbido, y Gilbert supo que era cuestión de segundos que el otro hombre muriera quemado dentro de aquel Abrasa-Tommys.

—¡Por Dios santo! —gritó al oficial a sus espaldas—. ¡Ayuda, por favor! Ya casi lo he…

Forcejeó por última vez tratando de abrir la escotilla y de nuevo el sudor goteó sobre las venas hinchadas de sus antebrazos.

—¡Joder! ¿Es que no lo ve? ¡No ve que…!

De repente se calló y se dejó caer en la arena, abrumado por la impotencia y el agotamiento.

—¡Olvídelo, cabo! ¡Apártese del tanque! ¡Es una orden!

De modo que Gilbert se alejó a rastras por la arena, llorando y con el rostro desencajado de frenética desesperación, y al levantar la mirada vio entre lágrimas el brillo en los ojos del oficial: el brillo de una gélida cobardía. Recordaba poco más, salvo los gritos de su compañero agonizando entre las llamas, y solo más tarde...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.