Huertas Gómez | El blog de Cyrano | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Gran Angular

Huertas Gómez El blog de Cyrano


1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-675-5764-0
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Gran Angular

ISBN: 978-84-675-5764-0
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



¿Sabes quién era Cyrano de Bergerac?Cyrano amaba a la bella Rosanne pero sabía que su amor era imposible, por eso le escribía encendidas cartas que jamás se atrevía a enviarle.Yo también escribo al alguien imposible, aunque se sienta detrás de mí en clase.

Nació en Madrid. Es Doctora en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia.Es profesora de Lengua y Literatura en el IES Europa de Rivas y en el Centro de Estudios Superiores Don Bosco de la Universidad Complutense. Colabora como asesora literaria en una editorial de Literatura Infantil y Juvenil.Ha publicado varios libros de recopilaciones de cuentos, así como de cuestiones didácticas y de fomento de la creatividad. Ha obtenido el Premio Hache de Literatura Juvenil 2011 y el X Premio Alandar de Literatura juvenil.
Huertas Gómez El blog de Cyrano jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


I

La vida es un gran teatro. Nosotros somos los actores de la obra de nuestra existencia. Podemos elegir el papel que queremos representar o consentir que otros, o las circunstancias, nos impongan los diálogos.

Peor aún resulta que solo interpretemos monólogos.

¿Y si el papel que te toca representar no es el que deseabas? ¿Y si preferirías convertirte en el protagonista? Solo hay que saber cómo darle la vuelta al guion, cómo cambiar de personaje. Será más fácil si eres tú quien escribe el texto.

Mi vida había sido un monólogo en voz baja durante demasiados años y buscaba un interlocutor válido, otro personaje con el que convertir mi existencia en una obra maestra o, al menos, en una realidad agradable. Lo que me ocurrió comenzó siendo un lánguido drama, para convertirse después en una comedia de enredo, en un despropósito con sorpresa final.

El azar me llevó, el día antes de estrenarme en la universidad, a darme un paseo sola por el Retiro. Desde pequeña me ha fascinado observar los espectáculos callejeros, los títeres que se representan alrededor del lago, los malabaristas, los músicos, los magos, las estatuas vivientes y hasta las señoras que leen las cartas interpretándolas sobre una mesa plegable. El conjunto destila una magia especial que nadie ignora: niños y mayores acaban atrapados y absortos ante alguno de estos artistas genuinos y entusiastas. Genios que cobran las escasas monedas que tú quieras darles.

Me gusta escribir después lo que he visto y vivido; por eso elegí estudiar Periodismo. También disfruto sentándome en un banco a leer, siempre que el tiempo lo permite. Me parece que el paisaje se difumina y me transporto al lugar que me cuenta el libro. Más de una vez, la tarde se me ha convertido en noche sin que me percatase y he tenido que salir a la carrera del parque para no quedarme la última, en compañía de los escasos vagabundos que dormitan allí con el buen tiempo.

Era un domingo por la tarde, de finales de septiembre. El otoño apenas había hecho acto de presencia en el parque, y la gente abarrotaba las terrazas mientras los niños se asombraban sentados en el suelo frente a las marionetas. Sería el destino el que me llevó ese día junto al lago, o esas casualidades extrañas que yo sé que no existen. Las piezas del rompecabezas de mi vida durante ese curso comenzarían a engarzarse allí mismo.

Caminaba abstraída, con mi libro bajo el brazo, cuando un sombrero negro de ala ancha cayó a mis pies. Me agaché a recogerlo y busqué a su propietario. En un banco, frente a mí, un hombre se maquillaba e intentaba, sin éxito, pegarse al rostro una enorme nariz.

–¿Esto es suyo? –le pregunté entregándole el sombrero.

–Gracias, señorita –tenía una voz grave, como surgida del fondo de una cueva–. ¿Podrías sujetarme este espejo, por favor? –me pidió.

Me senté a su lado y le sostuve el espejo minúsculo que había sacado de un destartalado maletín, para que continuase con su proceso de caracterización. El maquillaje le prestaba una edad indefinida, aunque parecía sobrepasar los cuarenta.

–Esta maldita nariz, que no quiere pegarse –se quejó–. Y sin ella no puedo representar a Cyrano.

–¿A quién? –pregunté.

–A Cyrano de Bergerac. Eres demasiado joven, seguro que no lo conoces.

Vaya, aquel hombre no sabía con quién estaba hablando. Los que están de vuelta de todo piensan que los jóvenes no sabemos nada.

–Claro que lo sé. Es un personaje de una obra de teatro, ¿no? –recordaba haber visto la versión cinematográfica interpretada por Gerard Depardieu unos años atrás.

–Bien –me miró sorprendido–. Algo sabes, chiquilla.

–¿Y para qué te disfrazas de Cyrano? ¿Harás de estatua viviente sobre una caja?

–Mucho más –su voz adquirió un tono teatral–. Voy a interpretar a Cyrano. Soy actor de monólogos. ¿No me has visto otras veces?

Negué con la cabeza. Lo cierto era que llevaba bastantes semanas sin pasear por allí. Por lo visto me había perdido sus memorables actuaciones.

–Tampoco llevo aquí demasiado tiempo. Antes estuve en Barcelona; no me gusta pasar más de tres meses en una misma ciudad. ¡Soy un alma errante! –exclamó–. Si te quedas te dedicaré mi monólogo.

Se puso en pie y comprobé que poseía una espigada figura y un cuerpo fibroso que parecía curtido en mil viajes y pocas cenas. Se caló su sombrero y comenzó a convocar a los viandantes a grandes voces. No era un espectáculo habitual; los artistas del Retiro se inventaban actuaciones cada vez más sorprendentes para llamar la atención. Pensé que pocas personas se detendrían a escucharle; la oferta de interpretaciones era grande, pues aún reinaba el buen tiempo. Me equivoqué. Su primera frase animó a unos cuantos a formar un corro a su alrededor:

–Un hombre honesto no es francés, ni alemán, ni español; es ciudadano del mundo, y su patria está en todas partes.

Totalmente metido en su papel, declamó un magnífico monólogo en verso en el que comenzó burlándose de su exagerada nariz y de sí mismo, y continuó lamentándose de que su amada jamás se fijaría en él por culpa de su fealdad.

Al finalizar, se acercó a mí haciendo una aparatosa reverencia. La gente aplaudió y unos cuantos dejaron monedas en su sombrero; yo también lo hice. Siempre que me paro a disfrutar de una actuación dejo algo a los titiriteros, me parece lo justo. Cuando era pequeña, mis padres se quejaban de lo caro que les salía llevarme al Retiro, más que pagar las entradas del cine.

Me acerqué a felicitarlo.

–Enhorabuena, me ha gustado mucho.

–Gracias, chiquilla –su sonrisa era franca, parecía una de sus señas de identidad.

Me despedí deseándole buena suerte, y ya me alejaba cuando me llamó.

–Espera. ¿Puedo contarte algo más de Cyrano? Veo que no sabes bien quién era –dijo al tiempo que me invitaba a sentarme a su lado.

Resultaba chocante sentarse a hablar en un banco del Retiro con un tipo ataviado con un estrafalario disfraz y una no menos llamativa nariz de Pinocho.

–Cyrano es un personaje, ¿no? Ese que acabas de representar.

–No exactamente –contestó sin parar de mover los brazos; se diría que continuaba actuando–. Existió también en la realidad. Fue un escritor y vivió en el siglo XVII. Un incomprendido y un adelantado para su tiempo: escribió una de las primeras novelas de ciencia ficción. Después, Rostand lo convirtió en personaje de una obra de teatro.

–No lo sabía –reconocí–. Gracias por contármelo. Volveré el próximo fin de semana a escucharte. ¿Estarás por aquí?

–¡Quién sabe! Ya me has oído, soy ciudadano del mundo. Es broma, sí que estaré, todavía llevo poco tiempo en Madrid y hay alguien que me impide marcharme aún. Si me aseguras que vas a volver, te dejo el libro.

–¿Qué libro?

Cyrano de Bergerac. Veo que te gusta leer –dijo señalando el volumen que llevaba bajo el brazo–. ¿Quieres llevártelo?

–Yo… –balbucí.

No estaba muy segura de qué contestar. Si aceptaba, me vería obligada a regresar y a seguir entablando conversación con aquel extraño personaje. La idea me gustaba; deduje que un tipo sin domicilio fijo siempre tendría algo interesante que contar a una aprendiz de periodista curiosa. El hombre sacó el libro de su maletín raído por mil viajes. Era un ejemplar desgastado en el que la portada aparecía borrosa. Me lo tendió y lo cogí con cierta aprensión: debía de llevar cientos de microbios incrustados.

–Te gustará, ya verás. Aunque seas tan joven. Se parece a mí –suspiró–. Cuando volvamos a vernos, te contaré por qué. ¿Te parece bien, chiquilla?

–Gracias –no fui capaz de negarme–. Te lo traeré el próximo domingo.

–Es una triste historia, pero de la que se puede aprender mucho. La verdad no reside en lo que vemos. Cyrano enamora a Rosana con sus cartas. Aunque ella crea que ama al guapo Cristián, son las frases de Cyrano las que la fascinan. El poder de la palabra, chiquilla.

Me despedí como quien cierra un libro y abandona un personaje en la página recién leída. Costaba creer que detrás de aquel discurso se escondiese un humano de carne y hueso. Desde luego, se trataba de un excelente actor y había logrado hacerme caer en su juego de la ficción.

Deambulé por el Retiro un rato más y comencé a ojear el libro. Algunas páginas estaban señaladas con papeles doblados y supuse que serían marcas para localizar los fragmentos que recitaba en sus actuaciones. Después de lo que me había contado el actor, recordé bien la historia: el personaje tenía un amor platónico al que escribía encendidas cartas de amor que otro firmaba como suyas. Ella ignoraba los sentimientos de Cyrano, aunque en realidad era a él a quien amaba.

Los personajes reales y los ficticios, en una extraña...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.