Lobe | Insu-Pu | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Reihe: El Barco de Vapor Roja

Lobe Insu-Pu


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-675-6753-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Reihe: El Barco de Vapor Roja

ISBN: 978-84-675-6753-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Su país,Umbría, estaba en guerra y Terrania, país vecino, había accedido a trasladar en grandes barcos a todos los niños de Umbría. Pero algo sale mal durante la travesía y un grupo de niños naufraga en una isla desierta. ¿Cómo lograrán salir adelante? Una historia que refleja la crudeza de la guerra y la importancia de la amistad en la superación de dificultades.

Mira Lobe nació el 17 de septiembre de 1913 en Görlitz, Alemania. Su talento para la escritura lo mostró ya en la escuela. Siempre quiso estudiar periodismo, pero los tiempos que le tocó vivir con el Nacionalsocialismo adquiriendo cada vez más fuerza, la obligaron a aprender a tricotar en una escuela de moda en Berlín primero y a huir a Palestina después. Desde 1935 hasta 1950 vivió en Palestina. Desde 1950 residió en Viena, Austria, donde adquirió la nacionalidad austriaca y donde falleció el 6 de febrero de 1995.   Mira Lobe escribió más de 100 títulos dedicados al público infantil y juvenil, muchos de ellos galardonados con premios y distinciones. Fue galardonada con el Premio Nacional Austríaco de Literatura Juvenil en 1958 y en 1965, y con el Premio de la Ciudad de Viena en 1961, 1965, 1968, y 1970. Su obra ha sido traducida a prácticamente todas las lenguas europeas.
Lobe Insu-Pu jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


Escribiendo una carta


–HEMOS vuelto a tener suerte –dijeron las madres cuando las sirenas de alarma dieron la señal de que los aviones habían pasado. Por esta vez, ya no corrían peligro.

Luego cogieron a sus hijos, los subieron a casa y los metieron en la cama.

–Y ahora dormíos en seguida, que pronto amanecerá.

¡Como si fuera tan fácil dormirse en seguida! Los niños habían pasado la mitad de la noche en el sótano, sentados en el regazo de su madre, en un banco duro o incluso en el suelo. Se habían puesto jerséis gordos y abrigos encima del pijama y zapatillas de lana en los pies. Pero daba lo mismo, al cabo de un rato hacía un frío helador, y cuando los niños regresaban del sótano de madrugada solían estar ateridos. Pegaban las manos a las tazas de té hirviendo y sentían el agradable calorcito que les daba tragarlo. Cuando luego se tumbaban tan a gusto en la cama, bien arropados y con una bolsa de agua caliente a un lado, para dormir las tres horas que faltaban para empezar las clases en el colegio, se destapaban en sueños, hacían un revoltijo con el edredón y la almohada y soñaban con la guerra y los bombardeos. A veces gritaban en sueños y despertaban a la madre, que tenía que ir a calmarlos. Y nada más quedarse dormidos, sonaba el despertador: eran las siete y tenían que levantarse para llegar a tiempo al colegio.

No era extraño que los niños estuvieran pálidos y nerviosos. Apenas tenían ya ganas de corretear como antes, sino que andaban a paso lento, en silencio y con cara de enfermos. Como es natural, los adultos se preocupaban por ellos. Muchos miles de niños fueron enviados al campo, a casas de campesinos y a grandes fincas. Allí, además de poder descansar de noche, tenían tanta leche, huevos, miel y mantequilla como desearan; y cuando les apetecía, podían tumbarse en el heno y dejar que los ternerillos les lamieran la mano. Pero no todos los niños podían ir al campo; la mayoría tenía que quedarse en la ciudad.

Una noche, cuando la señora Morin llevaba ya cuatro horas con sus dos hijos Stefan y Thomas en el refugio antiaéreo y les dolía todo por estar tanto tiempo sentados en los duros bancos, le dijo a la señora Bantock:

–Señora Bantock, los mayores sabemos que esto algún día terminará. Pero a los niños les cuesta mucho entenderlo. Es una pena ver cómo se vienen abajo. El mayor de los míos ha adelgazado dos kilos. ¡Se me parte el corazón!

–Eso no está bien –dijo Thomas con decisión–. Cuando papá venga de vacaciones y vea tu corazón partido, se enfadará muchísimo y le estropearemos las vacaciones. Al fin y al cabo –añadió con tono aleccionador mirando a la señora Bantock–, mi papá es médico y lo nota todo en seguida.

–No digas tonterías –le contestó Stefan–. El «corazón partido» no es una enfermedad, es solo una expresión.

–Pero de todas formas papá lo notaría en seguida –insistió Thomas enfadado.

Quería mucho a su hermano mayor y casi siempre estaba, incluso, orgulloso de él. Pero a veces Stefan tenía tan mala idea como solo pueden tenerla los hermanos mayores con los pequeños. Entonces se hacía el mayor, y él, Thomas, que solo tenía cuatro años menos, se sentía como un estúpido bebé. Sobre todo desde que Stefan estudiaba latín, desde hacía dos años, las cosas se habían puesto muy feas para Thomas, que por cierto no aprendía demasiado en el colegio y prefería patinar antes que hacer garabatos en los cuadernos.

–Cuando pienso –continuó diciéndole la señora Morin a la señora Bantock– que en otros países los niños están ahora durmiendo tranquilamente en su cama y soñando cosas agradables...

–Con mazapán –dijo Thomas.

–¿En dónde, por ejemplo? –preguntó Stefan–. Quiero decir en qué países. ¿En Terrania?

–Por ejemplo en Terrania –afirmó la señora Morin–. Allí no hay guerra.

–Entonces, ¿por qué no vamos allí inmediatamente? –se extrañó Thomas.

Nadie respondió. Los mayores sonrieron con desgana, y la señora Bantock tenía cara de querer decir: «¡Vaya un imbécil que estás hecho!».

De todos modos, Thomas no la soportaba porque siempre le prohibía bajar las escaleras deslizándose por la barandilla y porque olía a alcanfor y porque en general le parecía una vieja repugnante.

Pero entonces Stefan aprovechó el momento y se conchabó con su hermano pequeño:

–En realidad Tom tiene toda la razón –dijo–. ¿Por qué no nos marchamos a Terrania? Me refiero a nosotros, los niños. Podemos escribir una carta al presidente pidiéndole que convoque una reunión de todos los padres terranios cuyos hijos puedan dormir tranquilamente por la noche. Si les preguntara si podían añadir unas cuantas camas más, solo una por familia, para que los niños de aquí pudieran descansar al fin, ¿qué te parecería?

Miró a su madre con expectación. A Thomas se le habían puesto las orejas rojas de celos. Todos guardaron un silencio lúgubre. La señora Bantock resopló con fuerza por la nariz y dijo:

–¡Hay que ver la de tonterías que dice este niño!

Pero entonces la madre reposó suavemente la mano en el hombro de Stefan y respondió:

–Si te apetece, claro que puedes escribirle una carta al presidente de Terrania.

Entonces la señora Bantock se levantó y, pese a que aún no había sonado la señal de cese de alarma por el ataque aéreo, abandonó el refugio antiaéreo con un gesto severo de repulsa. Al marcharse, hasta su espalda parecía ofendida, como si quisiera decir: «Con una madre que consiente a su hijos semejantes tonterías, no puedo seguir sentada».

Al mediodía siguiente, Stefan salió del colegio y, después de ayudar a su madre a fregar los platos, se sentó todo ceremonioso junto a su mesa y arrancó una página doble del centro de un cuaderno.

–Es que esta no tiene renglones –le dijo a Thomas, que estaba de pie a su lado–. Al presidente de Terrania no se le puede escribir con renglones.

–¿Y por qué no? –preguntó Thomas.

–Porque es muy infantil y entonces no leería la carta –lo aleccionó Stefan.

Entonces escribió la fecha arriba a la izquierda y, en un rincón, arriba a la derecha, puso: «Asunto: Dormire necesse est».

–¿Qué significa eso? –quiso saber Thomas–. ¿Y qué es un asunto?

–¡No preguntes tanto, que no te soporto! Todas las cartas como Dios manda tienen un asunto. Así el que las recibe sabe en seguida de qué se trata.

–Ajá –dijo Thomas poniendo cara de entenderlo, aunque se había quedado igual que antes; pero Stefan, con toda su erudición, no tenía por qué saberlo–. ¿Y qué significa dormire, es latín?

–¿Creías que era chino, o qué? –respondió Stefan irritado–. Eso significa: «Dormir es necesario». Me lo he inventado. En realidad los antiguos romanos decían: «Navigare necesse est», o sea, «Navegar es necesario», pero eso aquí no pega.

–¿Por qué no pega? –objetó Thomas–. Si queremos ir a Terrania, tendremos que ir en barco. Cruzando el océano.

Esto último lo añadió en tono grandilocuente, afilando incluso los labios por la satisfacción que le producía haber dicho él también algo inteligente.

–Pero no se trata del océano, sino de dormir –dijo Stefan enfadado–, y si no me dejas en paz, vas a salir de aquí volando.

Entonces Thomas se quedó callado viendo lo que escribía su hermano:

Muy estimado señor Presidente:

Dado que mi padre es comandante (del Segundo Regimiento) y por eso casi nunca está en casa, mi madre me ha pidido que le escriba esta carta.

–¿Qué tiene que ver con eso que papá sea comandante? –preguntó Thomas.

–¡Deja ya de hacer preguntas estúpidas! Haz el favor de cerrar la bocaza.

–«Bocaza» no es una palabra bonita, dice mamá –comentó Thomas con una voz tan tierna que parecía un príncipe de porcelana–. Y además es mentira que mamá te haya pedido que escribas la carta. Ella solo...

–¡¡¡Fuera de aquí!!! –vociferó Stefan–. ¡Lárgate!

Se levantó de un salto, agarró a Thomas por el cuello del jersey y lo echó, literalmente, de la habitación. Cuando ya estaba otra vez sentado y dispuesto a utilizar de nuevo la pluma, se abrió la puerta despacito y Thomas, el perfeccionista, terminó su frase a través de la rendija:

–Ella solo ha dicho que si te apetecía, podías escribir esa carta. ¡Nada más!

Stefan cogió el diccionario de latín y apuntó hacia la puerta. Como era un libro bastante gordo, la puerta se cerró al instante. Desde fuera, Thomas preguntó amablemente, como si no hubiera pasado nada:

–¿Me la leerás cuando...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.