Martín Gaite | El cuento de nunca acabar | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 286, 336 Seiten

Reihe: Libros del Tiempo

Martín Gaite El cuento de nunca acabar

(apuntes sobre la narración, el amor y la mentira)
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-16280-33-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

(apuntes sobre la narración, el amor y la mentira)

E-Book, Spanisch, Band 286, 336 Seiten

Reihe: Libros del Tiempo

ISBN: 978-84-16280-33-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El cuento de nunca acabar permite al lector, como ningún otro libro, conocer y disfrutar el rico pensamiento y el extraordinario mundo que caracterizaron la obra y la vida de esta autora salmantina. «Lo que Carmen Martín Gaite se propone es dirigirse al lector de su libro como ese niño que ha de aprender a leer y se resiste... La autora nos invita a almorzar literatura, no a sentarnos ceremonialmente a la mesa de la literatura. Por eso su texto adquirirá el aire de divagación que no deja de recordar a sus cuadernos de todo, esos cuadernos en donde iba apuntando y explayando lo que se le ocurría al paso de la vida y de la escritura y cuyo nexo de unión era, naturalmente, la mirada del narrador. En verdad hay que decir que El cuento de nunca acabar es, además, el diario de una escritora.»José María Guelbenzu

Carmen Martín Gaite (Salamanca 1925-Madrid 2000), novelista, poeta, ensayista y traductora, publicó su primera novela El balneario en 1955 y es una de las más destacadas representantes de la generación de la posguerra. De sus libros hay que destacar Entre visillos (Premio Nadal 1958), Ritmo lento (1963), El cuarto de atrás (1978), El cuento de nunca acabar (1983), Usos amorosos de la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo 1987), Nubosidad variable (1992), Lo raro es vivir (1996) o Irse de casa (1998). Carmen Martín Gaite ha recibido también los premios Príncipe de Asturias 1988 y el Nacional de las Letras Españolas 1994.
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Prólogo

La chica junto al vaso de vino

Acabo de terminar su relectura y tengo entre mis manos la primera edición de El cuento de nunca acabar, publicada bajo el sello Trieste, en edición cuidada por Andrés Trapiello con su característico buen gusto e ilustrada con unos enredados dibujos a tinta de Francisco Nieva. El libro viene encabezado por una dedicatoria de amistad noble que me devuelve la figura de Gustavo Fabra, tan culto y cordial y tan desdichadamente desaparecido en plena juventud. Es un libro en octavo, cosido y encuadernado en tapa dura y todo él rezuma repentinamente nostalgia de un tiempo en el que cada libro lo celebrábamos como una hazaña personal y una nueva y trabajada contribución al conocimiento y a la belleza.

La chica junto al vaso de vino es la primera imagen que tengo de Carmen Martín Gaite. Era una fotografía del diario Pueblo aparecida al día siguiente de obtener el Premio Nadal de novela con Entre visillos. En ella aparecía con una media melena lacia y cara lavada de muchacha sencilla con un punto de algo entre frescura y malicia; y en la entrevista confesaba haberse bebido una botella de vino mientras aguardaba la decisión del jurado en la noche del fallo. ¡Una mujer que se bebe una botella de vino en aquellos tiempos!

Esta noticia era mucho más llamativa que la concesión del premio y en ese momento concebí una fascinada admiración por aquella audaz y desprejuiciada escritora.

Carmen no perdió nunca ese estilo peculiar y propio que con el tiempo la convirtió en una señora culta y divertida con el pelo gris y el aspecto entre demodé y desparpajada, que amaba la palabra y la expresión por la palabra con una sinceridad y un rigor impecables. Recuerdo oírle contar entusiasmada, como ejemplo de justeza y precisión, la respuesta que dio un hombre del campo a la pregunta de si había visto pasar a una persona: «Si pasó, yo no lo vi». La respuesta tenía concisión, información y actitud; toda una proeza que ella celebraba justamente. Pues bien, El cuento de nunca acabar es un libro que dispone de todo cuanto acabo de comentar. Se puede clasificar como un libro de teoría literaria, pero es algo más: es una narración cuyo sustento es la expresión literaria y la construcción del texto narrativo, de ahí su encantadora originalidad. Pero, además, conviene señalar otro dato de importancia: no es frecuente en nuestro país la existencia de narradores que reflexionen sobre su oficio. Carmen Martín Gaite lo fue y lo fue por amor; más precisamente, por amor a la literatura.

En este libro vamos a encontrar un hilo conductor que no es el único, pero sí el más funcional. En la sección que se titula «La entrada en el castillo» (y es ésta una imagen muy afortunada de la entrada en la lectura) leemos: «Los autores de esa prosa excelente que nos recomiendan en la infancia como medicina provechosa pueden venir retratados en los libros de literatura, pero los sentimos tan irreales como estatuas en un parque, personajes, no personas, tardamos mucho tiempo en relacionar esas miradas desvaídas de la foto con la idea de que aquellos ojos de verdad estuvieron un día abiertos sobre el mundo que transformaron en literatura. Nos los presentan como artífices de un producto cultural cuyo ejemplo encoge y desalienta, no como seres de carne y hueso que tuvieron una infancia y un duro aprendizaje como el nuestro, no se nos cuenta si se desesperaban o no, de qué hablaban con sus hermanos y sus amigos, cómo era su colegio ni cómo hicieron para aprender a escribir de esa manera ni por qué esa manera es buena y no son buenas otras». En este largo párrafo está ya contenida la mitad del libro. La lectura, como sabemos, es un esfuerzo: requiere atención, concentración y tiempo. El libro no es más que un artefacto muy útil, la literatura es un afán de expresión y el autor es un ser humano que necesita expresarse. Frente a estos sencillos elementos, la lectura se le ofrece al escolar –tomemos, al igual que Carmen, al escolar como ejemplo de primer lector o lector ingenuo, el padre del que será buen lector– como un cúmulo de adversidades u obstáculos que tienden a hacerle rehusar el esfuerzo. Si el autor es alguien como nosotros, si tiene algo que contar y lo hace con gracia, ¿qué nos impide entrar en su mundo? Respuestas: la obligación del estudio, la frecuente aridez de esos textos de los clásicos que nos observan ceñudos desde el tiempo pasado en las páginas del libro, la distancia que nos separa de ellos, que no tiene por qué ser ni un siglo (basta con una generación hoy en día)... En definitiva: el texto se percibe como una barrera, no como una invitación.

Lo que Carmen Martín Gaite se propone es dirigirse al lector de su libro como ese niño que ha de aprender a leer y se resiste. Entonces se plantea no hacer una exhibición teórica sobre la lectura sino una propuesta práctica. En eso consiste El cuento de nunca acabar. Es un libro de teoría literaria lleno de anécdotas que vienen al caso de lo que se está tratando; los enunciados son mínimos y claros y los ejemplos son abundantes, la sal del guiso. La autora nos invita a almorzar literatura, no a sentarnos ceremonialmente a la mesa de la literatura. Por eso su texto adquirirá el aire de divagación que no deja de recordar a sus «cuadernos de todo», esos cuadernos en donde iba apuntando y explayando lo que se le ocurría al paso de la vida y de la escritura y cuyo nexo de unión era, naturalmente, la mirada del narrador.

En verdad hay que decir que El cuento de nunca acabar es, además, el diario de una escritora. Sus «cuadernos de todo» han ido con ella a todas partes, también de viaje, y están llenos de concreciones (amigos, paisajes, olores, recados, recuerdos...) y de abstracciones: lecturas y notas que, «gracias a la peculiaridad de los cuadernos que las contienen, no han quedado relegadas al plano de los olimpos académicos, donde se reniega de toda geografía, sino que reclaman su derecho de bajar a revolcarse en la yerba y fragmentarse contra las esquinas de la calle, a respirar el aire del campo o la polución de la ciudad en un atardecer determinado y a espejarse en los ojos de la gente que va recogiendo mi discurso y en los vasos de vino que van ayudando a entretener el viaje». ¡Vaya! Aquí aparece el vino otra vez. Y de repente, cumplida buena parte de la tarea, Carmen se cansa o dice que se cansa, y nos ofrece un apartado final que es una preciosa selección de esos «cuadernos de todo» ofrecidos tal cual, textos que son el remate ejemplar de su manera de ver las cosas. Durante el trayecto hemos disfrutado de visiones y consideraciones impagables, tan convincentes y expresivas como, por ejemplo, la del Gato con Botas como fabulador vocacional. Una vez más, la mirada del artista es la que descubre un sentido distinto al mundo de lo conocido; el artista, cuando mira, no ve lo que los demás ven: ve lo que los demás no ven; por eso es el artista, por eso nos propone Carmen su mirada sobre la historia del gato, la que descubre el hecho de que lo importante del gato es la «elaboración solitaria de esa versión ficticia» –la historia que el gato inventa– «y la credibilidad que él mismo consigue prestarle». Un gato narrador, un colega de Carmen. Entre ellos se reconocen en seguida.

En segundo lugar (en orden, que no en importancia) Carmen establece una premisa que es en realidad una regla de oro de la escritura. Lo dice así: «la calidad de un texto, como la de un relato oral, se mide por su capacidad de sugerencia, es decir, por el texto paralelo capaz de engendrar en el lector u oyente». La narración, como sabemos, es una ficción que aspira a establecer un pacto de credibilidad con el lector; cuando lo consigue, utiliza todos sus recursos para penetrar y fecundar la mente de ese lector obligando a trabajar a su imaginación, de manera que el lector, a la vez que lee, imagina lo que está leyendo y, de esta manera, se convierte en un recreador. Pues bien, el arma principal de que se vale el autor es la que señala Carmen: la sugerencia. Sólo por medio de la sugerencia se obliga a trabajar a la imaginación. La literatura es sugerencia, del mismo modo que, a sensu contrario, el discurso filosófico lo que pretende es la evidencia, la demostración. Y aunque este libro casi podemos considerarlo un libro de viajes por la narración (no por las narraciones sino por la narración en sí, por el hecho narrativo), la sugerencia, como no podía ser menos, asoma, apoya, subraya y consigue que se lea... como un cuento. Ahí es donde crece el valor tan importante de las anécdotas y observaciones acerca de la vida cotidiana de la escritura que proliferan por todo el texto. Su autora ha querido darle un aire entre desgarbado y espontáneo, pero así como el estilo se corresponde perfectamente, la línea de pensamiento que lo sustenta no cede un ápice. ¿Qué es lo que se sigue de todo esto? Pues que nos vamos de excursión con Carmen Martín Gaite y, si bien sabemos a dónde vamos, no dejaremos de entretenernos tanto en tantos detalles como accidentes encontramos en el camino. Lo bueno de las excursiones es disfrutar de la caminata, pararse a beber agua o a buscar una sombra, ver desde distintos ángulos un mismo paisaje, descubrir en él la belleza y atractivo de las partes que lo componen, de manera que ahí vamos charlando con Carmen hasta que.

Que este cuento es de nunca acabar lo descubrió su autora al cabo de ocho años de tomar apuntes. «Llamarlo libro es un error –dice–: ha sido y sigue siendo un proyecto inconcluso. Lo único que sé es que ha vivido conmigo a lo largo de todo este tiempo [...], ya fuera en...



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