E-Book, Spanisch, Band 405, 208 Seiten
Reihe: Ensayo
Ratzinger / Scheffczyk / Auer Yo creo
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9920-557-1
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Prólogo de Monseñor Alfonso Carrasco Rouco
E-Book, Spanisch, Band 405, 208 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-9920-557-1
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
En los tiempos convulsos del Postconcilio una radio alemana invitó a catorce teólogos para comentar los artículos del Credo, destacando más allá de las modas teológicas el elemento permanente del patrimonio de la fe, radicando tales afirmaciones en los acontecimientos que narran los Evangelios y subrayando su significado para el individuo y para la comunidad. Muchos de aquellos hombres son hoy considerados los mayores teólogos del siglo XX, y algunos de ellos (destacadamente Joseph Ratzinger, actual Benedicto XVI) han sido llamados a servir a la Iglesia universal.
Aquellas intervenciones han dado lugar a un libro de plena vigencia para comprender nuestra fe, escrito con espíritu divulgativo por los mayores especialistas. 'No sólo siguen siendo válidos los motivos que llevaron a la preparación de este libro, sino que resultan cada vez más actuales. Sigue siendo urgente expresar en lenguaje actualizado y hacer accesible a todos el contenido de la fe cristiana, y más en una época en que crece rápidamente su desconocimiento y en que múltiples presentaciones, apoyadas en la fuerza de grandes medios de comunicación, distorsionan la imagen de Cristo y de la Iglesia a los ojos del gran público. Y, por otra parte, se hace necesario hoy día justificar incluso el acto del hombre creyente, la rotunda afirmación de la propia persona y de las propias convicciones profundas implicada en las breves palabras 'yo creo'' (del prólogo de Mons. Alfonso Carrasco)
Alfons Auer (1915-2005) fue profesor de Teología Moral en las universidades de Wurzburgo y Tubinga.
Hans Urs von Balthasar nació en Lucerna (Suiza) en 1905. Realizó estudios de música, filología germánica y filosofía en Viena, Berlín y Zurich. En 1929 entró en la Compañía de Jesús. En su formación teológica son decisivas las relaciones con Erich Przywara y Karl Barth, pero sobre todo destacan dos encuentros en particular: con Henri de Lubac, su maestro en teología, y con Adrienne von Speyr, junto a la que comenzó una experiencia de vida religiosa centrada en una visión trinitaria de la vida cristiana y en una presencia activa en el mundo. Al mismo tiempo funda y dirige la editorial Johannes Verlag, que se propone publicar los escritos de los Padres de la Iglesia y de algunos teólogos que situaron como centro de su reflexión a Cristo. Su pensamiento teológico está dominado por la idea de que sólo el amor es creíble. Sobre este fundamento von Balthasar construyó su vasta obra teológica cuya forma más acabada se encuentra en la trilogía Gloria, Teodramática y Teológica. En reconocimiento a su persona como punto de referencia para toda la teología católica, fue nombrado cardenal por el papa Juan Pablo II pocos días antes de su muerte, acaecida el 26 de junio de 1988.
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Creo en Dios Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra
JOSEPH RATZINGER
¿Qué hace propiamente el hombre que se decide a creer en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra? Quizá se entienda mejor el contenido de esta decisión mencionando primero dos errores corrientes, en los que se desconoce el núcleo mismo de lo que tal fe significa. Consiste uno de los errores en considerar la cuestión de Dios como un problema puramente teórico, que no cambia, en definitiva, el curso del mundo y de nuestra vida. La filosofía positivista sostiene que de tales cuestiones no puede decirse que sean ni verdaderas ni falsas; es decir, que no existe posibilidad de mostrar su verdad o falsedad, lo cual prueba precisamente su intrascendencia. En efecto, si algo prácticamente indemostrable no puede refutarse tampoco, prueba que nada cambia en la vida porque sea verdadero o falso; podemos dejar tales cuestiones tranquilamente a un lado1. Vemos, pues, que la irrefutabilidad teórica se convierte en signo de intrascendencia práctica; lo que no tropieza con nada, no significa nada. El que observa hoy los aspectos antitéticos de la evolución del cristianismo, cómo después de haber servido a la concepción monárquica y a la nacionalista se presenta ahora como ingrediente del pensamiento marxista, podría sentirse tentado a concebir la fe cristiana como una especie de medicamento neutro, que puede emplearse a placer por carecer de verdadero contenido. Frente a ésta, se alza la concepción exactamente opuesta, para la cual la fe en Dios es simple medio de una determinada praxis social, a la cual se reduce enteramente y que desaparece juntamente con ella. Se la habría inventado para consolidar el poder y para mantener a los hombres sumisos a las autoridades constituidas. En cuanto a los que ven en el Dios de Israel un principio revolucionario, en el fondo coinciden con este enfoque; sólo que equiparan la idea de Dios con la praxis que ellos tienen por justa. De hecho, el que lee la Biblia no puede dudar del carácter práctico de la confesión del Dios omnipotente. Para la Biblia está claro que un mundo sometido a la palabra de Dios es completamente distinto de un mundo sin Dios; más todavía, que nada permanece igual si se quita a Dios, o, viceversa, que todo cambia cuando un hombre se convierte a Dios. Así, por ejemplo, en la primera carta a los Tesalonicenses (4,3 y ss.) se dice a los maridos de una manera enteramente incidental que la relación con sus mujeres ha de caracterizarse por un respeto sagrado, y «no por afecto libidinoso como los gentiles, que no conocen a Dios». Según esto, el cambio que opera la aparición de Dios en el contexto de una vida alcanza a lo más íntimo de las relaciones humanas. El desconocimiento de Dios, el ateísmo, se manifiesta concretamente en la ausencia de respeto del hombre al hombre, mientras que conocer a Dios significa ver a los hombres con ojos nuevos. Así lo confirman también otros textos, en los que Pablo habla del ateísmo. En la carta a los Gálatas considera como efecto característico del desconocimiento de Dios la esclavitud bajo los «elementos del mundo», frente a los cuales el hombre aparece en una especie de relación de adoración, pero que, en realidad, se convierte en esclavitud, puesto que se basa en la mentira. El cristiano puede burlarse de los elementos como «flacos» y «pobres», porque él conoce la verdad y ha sido liberado de semejante tiranía (4,8 y s.). En la carta a los Romanos, Pablo desarrolla más esta idea. Afirma, a propósito de la filosofía pagana y de su relación a las religiones de entonces, que los pueblos de la cuenca del Mediterráneo habían reducido el conocimiento de Dios a algo meramente teórico y que por esta perversión habían sucumbido ellos mismos a la perversidad; al excluir de su praxis, a sabiendas, al fundamento de todas las cosas, que conocían muy bien, habían invertido la realidad, quedándose desorientados, sin criterio e incapaces de distinguir lo bajo y miserable de lo grande y noble, permaneciendo así prácticamente a merced de toda perversidad (1,18-32), razonamiento este al que ciertamente no se le puede negar una actualidad palpitante. Si, para concluir, consideramos el texto central veterotestamentario sobre la fe en Dios, vemos ratificado esto mismo: la revelación del nombre de Dios (Ex 3) es, a la vez, la revelación de la voluntad de Dios; por ella cambia todo no sólo en la vida de Moisés, sino también en la vida de su pueblo y, por tanto, en la historia del mundo. Es característico que aquí no se elabora un concepto de Dios, sino que se revela un nombre; es decir, no llega a una determinada culminación una cadena de reflexiones teóricas, sino que surge una relación comparable a la que existe entre personas, pero que la trasciende porque cambia el fondo de la vida como tal, o, más exactamente, porque ilumina el fondo de la vida oculto hasta entonces y lo despierta con su llamada. Por eso el israelita designa a la confesión de fe repetida diariamente como aceptación del yugo de la soberanía de Dios; la recitación del credo es el acto por el cual ocupa su puesto en la realidad. Hay que observar todavía otra cosa, que seguramente es lo más chocante para una mentalidad que desee permanecer neutral. Ya Pablo lo destaca acertadamente en el mencionado pasaje de la carta a los Gálatas donde les recuerda a sus destinatarios su pasado ateo, añadiendo: Pero ahora habéis conocido a Dios, para corregirse al punto: Más bien, habéis sido conocidos de Dios (4,9). Aquí se expresa una experiencia constante: el conocimiento y la confesión de Dios es un proceso activo-pasivo; no es una construcción del pensamiento, ya sea de tipo teórico o práctico; es un acto en el que nos sentimos afectados, al cual responde luego el pensamiento y la acción, pero que, naturalmente, también puede rechazar. Sólo desde aquí puede comprenderse lo que significa la relación de Dios como «persona» y la palabra «revelación»: en el conocimiento de Dios tiene lugar algo también, e incluso en primer lugar, desde la otra orilla; Dios no es un principio inerte, sino el principio activo de nuestro ser, que toma la iniciativa, que llama al centro más íntimo de nuestro ser, pero que puede ser desoído precisamente porque el hombre vive tan fácilmente lejos de su centro, de sí mismo. Este elemento pasivo que hemos descubierto en el conocimiento de Dios, es al mismo tiempo la raíz de las dos incomprensiones de que hablábamos al principio; ambas se fundan exclusivamente en un tipo de conocimiento en el que el hombre es él mismo activo. No conocen otro sujeto activo en el mundo que el hombre, y contemplan la realidad total meramente como un sistema de objetos muertos que el hombre manipula. Pues bien, precisamente en este punto les contradice la fe; sólo aquí se comienza a entender la postura de la fe. Mas, no vayamos demasiado deprisa. Antes de seguir adelante, intentemos recapacitar sobre lo que hemos visto hasta ahora. Ha quedado claro que la fórmula «Creo en Dios Padre todopoderoso» no es una fórmula teórica carente de consecuencias. Que sea o no cierta, cambia el mundo de raíz. La interpretación que Werner Heisenberg ha dado de esta idea en sus diálogos sobre la ciencia y la religión nos permite dar un paso más. Hoy incluso presenta resonancias proféticas, cuando leemos lo que, según su relato, le manifestó el físico Wolfgang Pauli en 1927. Temía Pauli que el derrumbamiento de las convicciones religiosas acarreara también en corto plazo el de la ética vigente, «y ocurrirán cosas tan terribles, que ni siquiera podemos hacernos ahora idea de ellas»2. Nadie podía entonces sospechar que ya poco después el escarnio del Dios de Jesucristo en cuanto invención judía había de alcanzar dimensiones desconocidas anteriormente. En ese mismo diálogo, Heisenberg aborda también con gran energía la cuestión que hemos dejado pendiente de respuesta en nuestras reflexiones: ¿No es «Dios», quizá, mera función de una praxis determinada? Refiere Heisenberg que, en cierta ocasión, preguntó al gran físico danés Niels Bohr si no debería considerarse a Dios en el mismo orden de realidad que determinados números imaginarios en el campo de las matemáticas, los cuales, si bien no existen en cuanto números naturales, de hecho en ellos se basan ramas enteras de las matemáticas, de suerte que «ciertamente existen a posteriori... ¿Se podría... entender también en religión la palabra ‘existe’ como instalación en un peldaño superior de abstracción? Esta instalación únicamente nos permitiría comprender con más facilidad las conexiones del mundo»3. ¿Es Dios una especie de ficción moral para representarnos relaciones espirituales de una manera abstracta y suprasensible? Tal es la cuestión que aquí se plantea, Heisenberg aborda en este contexto otro aspecto del mismo problema; una concepción de la religión como la defendida por Marx Planck. Este gran sabio, siguiendo una manera de pensar del siglo XIX, distinguía estrictamente entre el aspecto objetivo y el subjetivo del mundo. El aspecto objetivo se investiga con los métodos exactos de las ciencias naturales, mientras que la esfera subjetiva descansa en decisiones personales, que caen fuera del marco de lo verdadero y lo falso; entre estas decisiones subjetivas, cuya responsabilidad compete exclusivamente a cada uno, se cuenta para él el ámbito de la religión, la cual puede experimentarse mediante una convicción personal, sin entrar en el mundo objetivo de la ciencia. Heisenberg estima, como se puso de manifiesto en el diálogo entre él y Wolfgang Pauli,...