E-Book, Spanisch, 240 Seiten
Reihe: ENSAYO
Szablowski Los osos que bailan
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-120300-2-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 240 Seiten
Reihe: ENSAYO
ISBN: 978-84-120300-2-0
Verlag: Capitán Swing Libros
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Es un galardonado periodista y escritor polaco. A los 25 años se convirtió en el reportero más joven del suplemento semanal del periódico Gazeta Wyborcza, donde cubrió historias internacionales en países como Cuba, Sudáfrica e Islandia. Sus trabajos en diversas temáticas como inmigración, mujeres, Segunda Guerra Mundial, Turquía; han recibido galardones como el Premio de Periodismo del Parlamento Europeo, el Premio Ryszard Kapuscinski de la Agencia de Prensa Polaca, el Premio Beata Pawlak, el premio PEN inglés, la nominación al Premio Nike y el Premio Melchior Wankowicz.
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Limbos postcomunistas
Álvaro Corazón Rural
Está demasiado extendida en España una visión con pocos matices de lo que fue la vida en los países comunistas. Por la propaganda, por ignorancia o por desinterés, ya que no hemos tenido fronteras con ningún país del socialismo real, hay solo dos tendencias, la que tiende a mitificar la situación y la contraria, describir todo aquello como el infierno en la tierra. Ninguno de los dos extremos, lógicamente, está en lo cierto.
Partamos de la base de que el bloque socialista no fue tan bloque como lo pintan. Después de que se impusiera el estalinismo en todos los países satélite con la excepción de Yugoslavia, cuya herejía fue empleada precisamente para meter en cintura a los demás, en Moscú ocurrió algo extraordinario y muy difícil de predecir entonces. Nikita Jrushchov rechazó y denunció el estalinismo en el XX Congreso del PCUS.
Las cúpulas de los países satélite, que con tanto esmero, sacrificio y sufrimiento habían llevado a cabo unas dolorosas purgas para implantar los principios estalinistas, de repente vieron cómo desde Moscú se les pedía lo contrario: desestalinización y desatelización dentro de un orden. Rákosi, Bierut o Gottwald formaban parte del pasado. Y ocurrió en un sentido literal: el polaco murió, supuestamente, mientras asistía al XX Congreso en Moscú y el checoslovaco a su regreso.
Las tensiones generadas por ese giro de 180 grados fueron terribles de puertas adentro. A la vista está que en Hungría no se pudieron controlar los cambios, la inestabilidad llevó a la insurrección y hubo que intervenir manu militari.
Al final la autarquía estalinista en cada país dio paso a las vías nacionales al comunismo con una integración y cooperación transnacional a través del Comecon, pero, igualmente, las contradicciones no tardaron en estallar. Similar a como ocurre actualmente en la Unión Europea, aunque sea con sordina, los países eminentemente agrícolas se negaron a funcionar como economías auxiliares de los más industrializados, la RDA y Checoslovaquia. De estos desencuentros surgieron los primeros líderes comunistas y nacionalistas, como Ceaucescu en Rumanía.
China también se quedó descolocada con la desestalinización, una traición, a juicio de Mao. En una ofensiva diplomática, jugaron cartas en la Europa socialista en contra de Moscú. Su desestabilización se cobró en Albania, reacia a virar tras el XX Congreso, un enclave estalinista que se mantuvo hasta el final, incluso después de que los chinos también girasen 180 grados en 1978.
Yugoslavia, la primera en divorciarse de Moscú, volvió a la senda que garantizaba el monopolio del poder al Partido Comunista cuando Tito percibió que la liberalización se le había ido de las manos. Estuvo a punto de dar el paso a homologarse realmente a una socialdemocracia escandinava abriendo el camino a la discrepancia legal, a los partidos, pero también viró. Los años setenta yugoslavos se caracterizaron por la purga de liberales o aperturistas con carné comunista.
Antes de la crisis del petróleo, las economías socialistas siguieron creciendo y empezaron a orientarse a una mayor producción de bienes de consumo, también culturales. Aunque políticamente los regímenes estuvieran apuntalados, especialmente tras la intervención del 68 en Checoslovaquia, fueron años en los que se alcanzaron los mejores estándares de vida. En Rumanía se bautizaron como «La edad de oro». En Hungría es la época de esplendor del «comunismo gulash», una versión de economía planificada con concesiones privadas y mayor alcance de los derechos humanos. En Yugoslavia se recuerdan como «The good old times», entraba dinero extranjero a espuertas y en las zonas urbanas y ricas de la federación el régimen no era tan represivo como en las repúblicas hermanas.
En esa relajación de la ortodoxia, las fronteras se abrieron a los mercados financieros internacionales en la mayoría de países satélite. Por medio de la deuda exterior, se realizaron grandes inversiones, pero cuando la crisis internacional también cruzó el telón de acero, un poco más tarde que en Occidente, el declive fue imparable. Hasta entonces, se había vivido modestamente, se habían realizado grandes sacrificios, pero la civilización socialista avanzaba. La gente tenía poco, pero tenía futuro.
En los años ochenta, sin embargo, llegaron desabastecimientos, cortes de luz y descensos espectaculares del poder adquisitivo. En un desprestigio absoluto de la ideología del sistema, los guardianes del mismo sistema optaron por jugar la carta nacionalista. En unos casos hubo pactos con la oposición y transiciones a la democracia y el capitalismo tuteladas y sin sobresaltos, en otros hubo sangre y, en el conocido caso yugoslavo, guerra y actos de genocidio.
Desde la Europa occidental, la vida en los países socialistas se percibe como aislada bajo regímenes monolíticos, pero experimentó probablemente más cambios y sufrió mayor inestabilidad, a la vista está de las intervenciones militares en Alemania en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 y Polonia de facto en 1981, que en el oeste. Otra cosa es que para detectar el efecto de estos cambios y tensiones en los políticos locales y la opinión pública hubiese que detenerse a observar, por ejemplo, en qué orden citaba un secretario del partido al PCUS, a la revolución internacional y a los camaradas locales en un discurso para celebrar las cuotas de producción de una fábrica de tractores. Hubo una profesión, actualmente desaparecida, dedicada a desvelar los jeroglíficos de la retórica marxista-leninista: los kremlinólogos.
Por todo esto, si se le pregunta a alguien natural de estos países, que viviera todos estos años o parte de ellos, qué echa de menos de la vida en el socialismo real, habrá que entender que lo que rechaza y lo que añora está relacionado e influido por factores mucho más amplios que la adhesión o no a las ideas comunistas, que es como valoramos desde aquí todo lo que ocurrió allí en la segunda mitad del siglo XX.
Tenemos hechos palmarios, perfectamente constatables, como que ningún partido con opciones propone en la actualidad un regreso a la senda del marxismo-leninismo. Sin embargo, no faltan manifestaciones de cultura popular que añoran aquellos años. En España, una serie que juega con la nostalgia, como Cuéntame, ha recibido acusaciones de franquista o de tibieza antifranquista. Allí, no es infrecuente la nostalgia del socialismo con una amplia aceptación.
En 2001, se estrenó en Hungría La pesadilla de Susi, sobre una niña que debe reunirse con sus padres en Estados Unidos, en Los Ángeles, tras ser criada en la Hungría de los años cincuenta, y cuando cumple quince años, decide volver en busca de su identidad al país comunista porque no se adapta al capitalismo. Goodbye Lenin no era propaganda comunista precisamente, pero lo que reivindicaba sería impensable aquí, o la serie sobre un entrañable Brézhnev anciano que repasaba toda su vida que emitió la televisión pública rusa en 2005, menos todavía.
Cinco años después de la crisis de Lehman Brothers, en Polonia se publicó una encuesta que reflejaba esta aparentemente contradictoria opinión pública. Solo el 33,4% de los polacos creía que la economía de libre mercado era mejor que la planificación socialista. El 85% aspiraba a que el Estado le asignase un puesto de trabajo y el 61% prefería ser funcionario a trabajar en la empresa privada.
Krzysztof Zagórski, el sociólogo que dirigió la investigación, explicó en el semanario Wprost que los resultados se debían fundamentalmente al miedo a la crisis, que se traducía en miedo al paro: «No creo que haya un anhelo de volver a la República Popular de Polonia, sino a algunos de sus fundamentos. Ahora no tenemos la seguridad social de entonces, pero nadie sueña con volver a la censura y cerrar las fronteras. Si alguien se está ahogando, grita pidiendo ayuda, sin embargo, eso no significa que pida que drenen el lago».
Del mismo modo, hay que entender las diferencias entre norte y sur. El traductor gallego de serbocroata Jairo Dorado, que ha vivido en Bosnia y en Hungría, ponía dos ejemplos para hablar de la percepción que se tiene del pasado en cada lugar. El padre médico de una amiga suya no le hacía una enmienda a la totalidad al régimen comunista. Hablaba bien del sistema educativo y la sanidad, pero en su caso le molestaba cobrar prácticamente lo mismo que una cajera del supermercado. El hombre echaba de menos lo que llaman cultura del esfuerzo.
En contraposición, citaba el caso de una amiga musulmana bosnia cuyo abuelo había sido imán en Herzegovina. A este hombre los partisanos le llamaron para negociar después de la guerra. Le dijeron que, cuando recorriera la zona subido a su burra de pueblo en pueblo: «usted corte todos los prepucios que quiera y haga lo que tenga que hacer, pero se va a ir con una enfermera que atenderá a todo el mundo, y si no le dejan ver a las mujeres, usted les dice que debe hacerlo». Así fue y «el imán se volvió titista perdido», se ríe Jairo, porque vio que podía seguir predicando y con la atención sanitaria su gente estaba mejor y había más calidad de vida en el valle.
El profesor de la Universidad de Bucarest Mihai Iacob diferencia entre nostalgias en Rumanía. La que significa añoranza por algo perdido a lo que no se puede volver y la del que sí deja la puerta abierta para restaurar el supuesto pasado edénico. En Rumanía, las encuestas...