E-Book, Spanisch, Band 24, 232 Seiten
Reihe: Caja baja
Abril Los irrelevantes
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-17496-56-2
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Escenas de la jungla global
E-Book, Spanisch, Band 24, 232 Seiten
Reihe: Caja baja
ISBN: 978-84-17496-56-2
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Guillermo Abril Fernández-Xesta (Madrid, 1981) es corresponsal en Bruselas del diario EL PAÍS. Entre 2007 y 2020 ha sido reportero de la revista El País Semanal. Especializado en el gran reportaje con vocación internacional, ha cubierto la crisis de refugiados en la frontera exterior de la Unión Europea y zonas de conflicto como Siria y Libia, así como las consecuencias del Brexit y el auge de la ultraderecha. Sus trabajos junto al fotógrafo Carlos Spottorno han recibido amplio reconocimiento en España y el extranjero, como el European Press Prize en 2019 por el reportaje «Palmira, el otro lado»; el Prix Atomium en 2017 a la mejor novela gráfica periodística por La grieta, obra traducida a varios idiomas; y el premio World Press Photo en 2015 por el documental A las puertas de Europa. Es también codirector del cortometraje documental The Resurrection Club, sobre la abolición de la pena de muerte en EE.UU., nominado a los premios Goya en 2017.
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A bordo del buque militar europeo hay más de un centenar de personas procedentes de Eritrea, Sudán, Yemen, Níger, Marruecos y Siria y el buque sigue navegando, punteando la costa norteafricana en busca de más náufragos, mientras los marinos y los más pequeños juegan un partido de fútbol en el hangar. Ahora que el sol se hunde en el horizonte y desparrama su sangre sobre el mar como un mal presagio, el doctor Adolfo Carabot se hace una foto con los críos:
–¡PA-TA-TA!
A su espalda, asoma una nueva patera al fondo, y en el buque reina un revuelo bien engrasado de militares.
–¡Vienen con un bebé a bordo! –grita alguien.
El doctor se desplaza de inmediato hasta su pequeño hospital. Mientras, por la baranda comienzan a subir a los rescatados. El bebé es el primero. Un marino se lo entrega a los sanitarios envuelto en ropa sucia. A continuación, sube una mujer apoyada en un militar, y ella se desmaya en cuanto pisa la cubierta. Creen que es la madre, nadie está seguro.
El bebé se encuentra tumbado en la camilla. No llora.
Le cubre una costra negra y reseca, tiene aún el cordón umbilical colgando y el médico lo limpia con chorros de suero, frotando su cuerpo suavemente con gasas.
–Yo creo que nació anoche, porque aún tiene muy pegado el meconio.
A su alrededor, siguen subiendo personas de la embarcación, llegan más mujeres, jóvenes y exhaustas, varias de ellas embarazadas, se echan agua sobre la cabeza y cierran los ojos y se sientan a descansar; una niña coge la pelota que ha quedado olvidada en un rincón del hangar y juguetea con ella. Viste una camiseta de París.
–¿Hay biberones? –pregunta. Pero enseguida le interrumpen.
–Teniente coronel, viene uno en camilla, está herido.
El herido es un muchacho joven y delgado con los dos pies descalzos destrozados por unas heridas blancuzcas. El doctor le entrega entonces el bebé a un oficial, que lo pasea por el hangar en brazos, hasta que los sanitarios logran fabricar una cuna de cartón y lo depositan allí, junto a la madre, que descansa en un extremo. El médico se centra ahora en el muchacho; este se retuerce en un gesto desbocado de dolor. Adolfo Carabot es un cirujano enérgico de cincuenta y tres años curtido en misiones en Irak, Afganistán, Mali y el golfo de Adén. Le gustan los toros, y más tarde me contaría que una vez salvó al matador el Cordobés en una corrida en La Línea de la Concepción; lo operó allí mismo, en la enfermería de la plaza, tras recibir una cornada de veinte centímetros por parte de una bestia que ya había sido indultada.
Mientras, la madre del recién nacido explica que se llama Faith. Es nigeriana. Tiene veintiún años y viaja sin familia. Durante el parto la ayudaron otras mujeres que viajaban con ella. Faith piensa que el bebé ha debido de pasar once meses en su tripa, retenido en su seno por el estrés que ha sufrido en el viaje. Llamará a su niño Bright. Lo toma en brazos de su lecho de cartón.
–¿El padre?
–El padre está muerto.
Estas tres nigerianas que conversan ahora en el hangar con una oficial especializada en trata de mujeres se llaman Amanda, Promiss y Deborah. Tienen entre veinte y veintitrés años y dicen que se han conocido a lo largo del camino. A las cuatro o las cinco de la madrugada ayudaron a Faith a parir en un extremo de la lancha. Las tres cuentan que fueron a Níger y luego atravesaron el Sahel en camionetas. Hay partes de la narración en que caminan, las recogen desconocidos, las sueltan, vuelven a caminar, vuelven a recogerlas. Las tres acaban hacinadas en un almacén al borde del mar, en una ciudad costera de Libia, a la espera de embarcar, con enmascarados que abren la puerta y dejan agua y comida y cierran la puerta. Que vuelven a abrir la puerta y van armados y eligen a una o dos de ellas y las sacan fuera y las violan. No todas regresan.
Según cuentan, se han salvado de milagro. Un día se empezaron a oír disparos, como si la guerra se aproximara a las puertas de su celda. Alguien abrió de nuevo la puerta, pero esta vez les dijo que corrieran a la playa «sin mirar a nadie», y corrieron, mientras volaban los disparos sobre sus cabezas.
–No sabía que el viaje era así de duro –dice una.
–Pensamos que es preferible morir en el mar que junto a aquellas personas.
Las otras mujeres parecen dormir recostadas en el hangar, un cuerpo junto al otro sobre el suelo. Pero tienen los ojos abiertos. Y miran a Amanda, a Deborah y a Promiss mientras desgranan su relato y ruedan sus lágrimas por las mejillas.
El buque lleva veinticuatro horas rescatando náufragos sin descanso, y el doctor Adolfo Carabot tiene cinco minutos de paz en una esquina de su hospital de campaña. Dice:
–Estás viendo a la gente más fuerte que existe en la Tierra. Cuando inician su viaje, tienen que atravesar medio continente africano y la mayoría va a caer por el camino. Llegan aquí como supervivientes.
Echa un vistazo a su alrededor. El hangar reconvertido en el refugio de mujeres y niños. Dice el doctor:
–De las mujeres hay algo que sospecho, porque tienen todas la misma edad, la piel fina… Cuando estuve destinado en la fragata Canarias, me contaron la historia de Julie. Julie es una niña de un pueblo de Eritrea. Muy guapa, tiene quince, dieciséis o veinte años. Alguien un día le dice a su padre en el pueblo: «Tu niña vale mucho, puede estudiar peluquería en Europa. Allí le van a dar trabajo. Te podemos ayudar con un dinero para que tu hija se pueda desarrollar en Europa». Julie sale entonces con amigas de su pueblo. Y va a emprender un camino en el que su piel no refleja la dureza de tanto recorrido. A ella le han dicho: «No te preocupes, cuando llegues a Europa vas a trabajar cuidando niños para pagar tus estudios». Todas van contentas. La mayoría quieren ser peluqueras. «Vas a ir con una tía tuya que os acompaña», le dicen. «Y cuando lleguéis, alguien con un contrato de trabajo os va a sacar del centro de refugiados».
»Hasta ahí todo es muy bonito. Hasta que llegan a un sitio que es muy distinto. ¿Ellas no pagan nada y atraviesan tres fronteras? Siempre hay dos mujeres mayores con ellas que controlan todo, pero todavía no he conseguido dar con ellas. Yo necesito tres días más… Los hombres, en cambio, los que están ahí fuera en la cubierta, no se parecen. Están comidos de sarna, llenos de piojos, con la piel curtida. Pero no están enfermos. Los enfermos han caído por el camino. Y estos tíos salen sin un duro. ¿Cómo atraviesan las fronteras? ¿Has visto el sufrimiento de la piel de los tíos esos? Ellas, en cambio, han venido en autobús sin que nadie las haya tocado por el camino. ¿Qué le pasa a Julie? Un día, cuando se va a duchar en esa casa tan magnífica a la que ha llegado, se encuentra un trajecito. Ella dice que no. La violan hasta que lo asume. Ese es el drama de Julie. En mi anterior misión ¡Dios santo! Cuántas Julies llevé a Europa. Esto ya me suena mucho. Aquí solo conseguimos que las personas no se ahoguen.
***
Es extraño lo que ha sucedido con la última embarcación rescatada, la quinta en menos de veinticuatro horas. Los oficiales recibieron una orden del Centro de Coordinación Marítima de Roma para que se dirigieran hacia el punto desde el que se había producido de madrugada una llamada de auxilio procedente de un teléfono de conexión satélite. Cuando llegaron, allí no había nada. Luego, recibieron el aviso de que esa misma embarcación había sido vista en otro punto. Pero de nuevo, cuando llegaron, los supuestos náufragos ya no estaban allí. Así se pasó el buque militar varias horas jugando al gato y al ratón hasta que dio con la embarcación. Era una pequeña lancha, y la encontraron finalmente atracada en una plataforma petrolífera. En ella viajaban cuatro jóvenes de buen aspecto que zarparon desde Libia con maletas incluidas rumbo a Europa. Los militares no se lo creían: ¿de verdad han venido con maletas?
Son libios de origen acomodado y se encuentran ahora en un extremo de la cubierta, separados de los demás, tratando de marcar la diferencia con el resto de los rescatados. Visten buenas prendas: unas gafas de sol Carrera, mocasines, pantalones de chándal de Nike Air Jordan, un coqueto anorak de plumas. Pronuncian buen inglés. Son universitarios, amigos, de la ciudad costera de Zuara. Uno de ellos, Fadi Fahmi, estudiante de ingeniería de petróleo, explica que es gay. Y que recibió una paliza un día mientras hacía jogging en la playa. Iba escuchando música con auriculares. Vio a dos hombres aproximarse. No recuerda más. Despertó en el hospital. Tiene un desprendimiento de retina; ha sufrido numerosas intervenciones quirúrgicas, asegura. «Traigo todos los informes médicos».
Otro de ellos, Megar Abu Dibi, cubre también uno de sus ojos con un parche. Le dispararon en la calle hace cuatro años y un perdigón se le incrustó dentro. Ha viajado varias veces a Ucrania para tratar de recuperarlo, pero cree que en Barcelona podrían tratárselo mejor; según su información, allí hay buenos oftalmólogos. «Somos jóvenes, queremos una vida mejor», resumen. Mientras comienza ya a asomar la isla italiana de Sicilia en el...




