Angulo | El gen Alexander | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 236 Seiten

Angulo El gen Alexander


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16936-24-3
Verlag: Nowevolution
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 236 Seiten

ISBN: 978-84-16936-24-3
Verlag: Nowevolution
Format: EPUB
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Marlowe Thaw decide dejarlo todo para proteger a su hijo de su propio pasado. Antes de conseguir poner al niño a salvo, ambos serán retenidos por un hombre misterioso que le ofrece la vida y la seguridad del niño a cambio de encontrar a una mujer, Lilith. La misteriosa mujer contiene en su cuerpo la cura definitiva para el envejecimiento y la demencia, un don y una mercancía valiosa en una sociedad capaz de alterar el ADN con el uso de virus modificados. Dos grandes empresas punteras en este campo, amparadas en la desidia de los gobiernos, llevan décadas realizando estudios con humanos de forma descontrolada y cruel. Marlowe Thaw es uno de esos primeros especímenes que escaparon de la muerte y de sus torturadores; su vida y su material genético se han visto alterados para siempre. En un viaje hacia la misteriosa Lilith y hacia su propio pasado, el protagonista atraviesa un siglo XXI marcado por una epidemia capaz de inducir mutaciones genéticas impredecibles y la necesidad de huir de quienes intentan silenciarla o explotarla.

María Angulo Ardoy (Granada, 1978) es, accidentalmente, médico de familia desde hace más de 10 años. Su relación con la escritura es más intencionada pero menos constante, teniendo hasta ahora tan sólo algunos cuentos publicados: Di 'Hola' de parte de Gwydion (co-escrito con el hilarante y tenebroso Steve Redwood, publicado en Mariposas del Oeste y Otros relatos, Editorial Sportula), Eternidad (Visiones 2015, AEFCFT) y Nacidos Perfectos (Supersonic Magazine #3). Está pendiente de publicación el relato Under my skin (Visiones 2016). Esta es su primera novela, co-escrita con la ayuda inestimable de su fiero gato (cuyas aportaciones fueron retiradas en una revisión posterior por motivos oscuros y nunca bien explicados).

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    1. Roma 30 de julio de 2096         Huir otra vez. Desaparecer y dejar atrás otra vida. Morir. Cambiar de ciudad. Creí que Roma sería la última. La ciudad Eterna, ¿no sonaba perfecta para un hombre demasiado viejo? Aunque no me sienta tan viejo. No ahora, con Simone tan pequeño. Duerme. Sigue durmiendo, sin enterarse. ¡Parece tan tranquilo y tan feliz! ¿Y si no sé hacerlo bien? ¿Y si no valgo para padre soltero? No tengo elección, en todo caso. Simone es mío. Lo vi en la cara del médico. Es como yo. Lo ha heredado. Lo buscarán. ¡Estúpido viejo! ¡Creerme a salvo ya de todo! ¡Creer que actuar como si el pasado no existiese lo podía borrar! El coche… No, será mejor no ir en coche. Lo pueden localizar por GPS. Y el teléfono. Tengo que apagar el teléfono, desconectar de la red mi memoria externa, el tele-med. ¡Mierda! Si lo apago saltará la alarma y si no lo apago, podrán encontrarme. Dejarlo… No, claro. Si no detecta mis constantes vitales, dará la alarma. Tal vez… Suele haber un hombre pidiendo en la puerta para turistas del Coliseo. Puedo pagarle por llevarlo unas horas o un día. Sí, podría funcionar. Bendito instinto de huida. Si hubiese hecho caso a Chiara y llevase un tele-med implantado, en lugar del dispositivo antiguo de pulsera, no habría podido deshacerme de él. «Son más seguros», dijo, «No te lo podrán robar». ¡Si ella hubiese sabido la verdad! Alguna vez estuve a punto de contárselo todo. Cuando insistió en tener hijos. No lo habría entendido. Me habría denunciado. Siempre tuvo miedo al mundo real y sus miserias. Mira, ahí está el mendigo. Alguna vez le he traído comida, a escondidas de tu madre. Pocas. No suelo acordarme. Aunque siempre esté ahí. —Tengo un trato que ofrecerle. ¡No! ¡No se vaya! Tengo dinero. —¿Dinero? ¿Cuánto?… —Mira con desconfianza los billetes—. Mucho dinero. Mucho problema. —Solo tiene que llevar esto puesto hasta mañana. Nada ilegal. —¿Y si dicen yo robo? —No lo buscarán mientras lo lleve puesto. Solo cuando se lo quite —Saco otros dos billetes—. Puedo darle aún más dinero. —¿Seguro no problema? —Seguro. Uno resuelto. El dichoso cacharro seguirá emitiendo desde el Coliseo casi todo el día. Nada sospechoso, si ese hombre está medianamente sano. Ahora, transporte. El coche no; lleva GPS. Taxi… No. La entrada para taxis al aeropuerto tiene sat-vision. Puedo evitar cámaras, pero el escáner multidato de sat-visión… ¡Seguro que Beatriz sabría qué hacer! Tren. También las paradas de tren lo tienen. ¡Fiera di Roma! Salió hace poco en las noticias. Cada pocos días rompían el sistema y la ciudad dejó de renovarlo. Fiera di Roma no tiene sistemas de vigilancia. No piso los suburbios desde hace años. Antes iba, de vez en cuando. Suelo hacerlo en todas las ciudades que piso. Nostalgia, tal vez. O miedo a volver. Cada vez son más extensos, más pobres. Más precarios, sucios, más llenos de gente desnutrida y castigada y niños enfermos. O me lo parecen, al lado del piso en Coliseo y la vida de lujo con Chiara. —¡Taxi! Sí, perdone. Acomodo primero al niño. Querría ir a Fiera di Roma, a la estación de tren. Duerme, Simone, duerme. —Guten Abend, gute nacht, mit Rosen bedacht1. No recuerdo la letra. Mi madre solía cantarla, con frecuencia se la cantaba a Freddy. También estaba Schlummre! Schlummre und träume von kommender Zeit2. No la recuerdo bien. Ella tenía mejor voz, desde luego. Quería ser cantante profesional. Estudió en el conservatorio muchos años. Luego lo dejó, cuando se casó. Cantaba bien. Intentó enseñarme música, antes de su enfermedad. Después no quise seguir. —Mira, Simone. Mira bien. El río Tíber. ¿Ves la isla al fondo? Puede ser la última vez para los dos. No sé si volveremos a Roma. A veces nunca se vuelve a un lugar. He tenido épocas muy felices en Roma. No ahora, con lo de tu madre. ¡Qué te estoy contando! La echarás de menos, claro. Te quiere, ¿sabes? Te quería antes de tenerte. Y cuánto insistió. Yo me temía esto, la enfermedad. Me hice las pruebas genéticas. Los resultados fueron normales, claro. Los médicos solo encuentran lo que buscan. Al final dije que sí y te tuvimos. Ella siempre te quiso, a su manera extraña, a veces demasiado y a veces tan escaso. Es a mí a quien ya no quiere, a quien ha sustituido. La añorarás, lo sé, pero no tenemos elección. No lo entendería. Acabarías en un hospital toda tu vida. No tenemos elección. He sido un tonto, un viejo tonto incapaz de decir «no» a una mujer hermosa. ¡Tan hermosa! ¡Se parece tanto a Carmen! Menos mágica, menos rubia, más coqueta. Chiara es capaz de volverte loco de muchas formas. —No llores, Simone. ¿Quieres que te cuente un cuento? Si, un cuento. Había tres cerditos… No te gustan los cerditos, de acuerdo. Érase una vez una princesa… Nada de princesas, de acuerdo. Hubo una vez un muchacho que huyó… Pero ya estamos en la estación. —Aquí tiene. Quédese el cambio. ¿Le importaría ayudarme con las maletas? —Por supuesto —acepta el mozo, guardándose la propina en el bolsillo—. Tenga cuidado, señor. Este barrio es movido. —Eso dicen. Espero tener suerte. Gracias y buena tarde. —Buen viaje. Increíble. Nadie en las taquillas, las máquinas de venta rotas, los torniquetes rotos. Sigue saliendo más barato no arreglarlos y dejar a la gente de estos barrios viajar gratis, si evitan los controles en las estaciones de salida. Muchos de ellos no están ni siquiera registrados. No existen. Ni partida de nacimiento, ni huellas, ni fotografías. Nada. Son fantasmas. Aparecen por la ciudad de vez en cuando, cuando consiguen trabajo, siempre en negro. Luego vuelven a los barrios de chabolas o a las casas okupas, un poco más lejos de la estación, y nadie se da cuenta. Una vez fui como ellos. Luego Beatriz me ayudó, me dio nombres nuevos, vidas nuevas. Debería haberla llamado. No había tiempo esta vez. Ella siempre sabía cómo hacer bien las cosas. Esta gente no tiene una Beatriz capaz de rescatarlos, como un hada madrina. El hada de mi historia. Hubo una vez un muchacho que huyó. Hubo una vez un muchacho que huyó. Vivía en Sankt Pölten, Austria, en una casa grande, con una familia adinerada de padre inteligente, madre hermosa y dos niños listos y buenos. Vistos así, podrían parecer una familia de cuento de hadas. Y todos los cuentos de hadas empiezan cuando el protagonista se ve obligado a huir. —Las familias no siempre son como soñamos. Ni siquiera cuando, vistas desde fuera, lo parecen. Tú, por ejemplo, tienes una madre hermosa y rica. Te quiere, lo sé. A pesar de todos sus viajes, fiestas y compromisos, te quiere. Para mí dejó de haber espacio hace meses. Antes, al principio, era irresistible. Teatral, es cierto. Le gustaba jugar a la caza y yo era una presa difícil. El solterón crónico, el caballero británico, viajero inagotable, lleno de cicatrices y experiencias, el que se le había escapado a tantas otras. Durante varios años, mereció la pena dejarme atrapar. Sabe hacerse imprescindible. —Si no fuese por ti, Simone, me habría ido antes, ¿sabes? Ya no había sitio para mí. Esta vez quería hacerlo bien. Quería ser el buen padre, cuidarte. Elegí tenerte. Fue mi decisión y es mi responsabilidad. Cuando vi la cara del médico, lo supe. Eres mi hijo, también para lo malo. Lo habías heredado. Debíamos huir de nuevo, juntos. «Tienes la familia que te toca, la que quieres, la que encuentras y la que eliges», me dijo Beatriz. Tal vez no fuese ella, sino su hermana. A veces tienes suerte y todas coinciden. Otras, acabas marchándote. Hubo una vez un muchacho que huyó. —Mira, Simone, ya estamos llegando al aeropuerto. Será mejor recoger las maletas.   Septiembre de 2023 a abril de 2024. Hubo una vez un muchacho que huyó. Vivía en Sankt Pölten, Austria, en una casa grande y amplia, con una familia de padre severo y sacrificado, madre bellísima que un día dejó una prometedora carrera para casarse y hermano menor dócil, callado e irritantemente obediente. Vistos desde fuera, habrían parecido perfectos. Sin embargo, nuestro joven tenía preparada la maleta desde hacía años, desde siempre. Una beca universitaria le dio la excusa perfecta para marcharse lejos, en principio un año, a un país cuyo nombre no importa, una ciudad que sería mejor olvidar y un piso destartalado y medio vacío compartido con otros tres Erasmus de «familia bien», no muy lejos de la Universidad. Era un pequeño orgullo haber conseguido el beneplácito de su padre. —Será solo un curso. Volveré pronto —dijo, creyéndolo de verdad. Omitió el plan de volver a marcharse pronto—. Freddy...



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