E-Book, Spanisch, 260 Seiten
Reihe: Caja baja
Armingol / Debat Colonización
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-17496-93-7
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Historias de los pueblos sin historia
E-Book, Spanisch, 260 Seiten
Reihe: Caja baja
ISBN: 978-84-17496-93-7
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Marta Armingol (La Cartuja de Monegros, 1982) es profesora y escritora. Ha publicado Los días blancos (Pregunta, 2018) y Esas montañas azules (Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2019). Ha participado en las antologías De bares y mujeres (Pregunta, 2021) y Mujeres y monstruos (Apache Libros, 2022). Ha sido ganadora del XVIII Certamen de Relatos Cortos Tierra de Monegros en la categoría de relato monegrino. Ha escrito artículos en National Geographic, Jot Down y Altaïr Magazine.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
Fernández del Amo: la ley oculta de la ordenación espontánea
Antes de embarcarse en el diseño de los pueblos de colonización, José Luis Fernández del Amo recorrió el interior del país y conoció las profundidades rurales y la pobreza de la posguerra. Así supo de primera mano cómo la gente, sin ningún conocimiento teórico sobre construcción, adaptaba sus casas al entorno y a la necesidad más inmediata. Y tal vez su logro más certero fue darle a todo eso una visión contemporánea y renovada a partir de un estilo arquitectónico que poco tiene que ver con la idealización folklorista y el trazado típico de los pueblos blancos convencionales. «De una arquitectura conceptual aprendida en la escuela, a una arquitectura de la necesidad, descubierta anónima. Fue para mí la revelación de la arquitectura anónima. Fue la gran lección de una arquitectura hecha desde la necesidad y con la medida justa del hombre a quien sirve», escribió sobre el doble camino por el que transitó siempre su obra: la academia y la calle.
Proyectó trece pueblos de colonización propios, de los cuales doce llegaron a hacerse casi tal como los pensó: Belvís del Jarama (Madrid); San Isidro de Albatera y El Realengo (Alicante); Vegaviana (Cáceres); Campohermoso, Las Marinas y La Puebla de Vícar (Almería); La Vereda (Sevilla); barrio de La Estacada en Jumilla (Murcia); Cañada de Agra (Albacete); Villalba de Calatrava (Ciudad Real); Miraelrío (Jaén). El número trece es Torres de Salinas, pensado para el interior de la provincia de Toledo, pero nunca fue construido. Asesoró y participó en otros, pero aquellos que llevan su firma son estos, tan únicos como diferentes entre sí.
Viajamos hasta Madrid para conocer y entrevistar a su hijo, también arquitecto, Rafael Fernández del Amo. Ya está jubilado, pero llegó a trabajar codo a codo con su padre en su estudio. Hoy se encarga de cuidar y difundir su legado. Nos recibe en su oficina del barrio de Chamberí, sentado en su escritorio delante de un retrato al óleo de José Luis pintado en su época de vejez, pocos meses antes de que muriera el 19 de agosto de 1995. En realidad, es la oficina de su hijo Bruno, que sigue la estirpe de la arquitectura en un despacho que funciona al fondo de una planta repleta de estanterías metálicas medio vacías y de escritorios que alquilan para coworking.
—De los trece pueblos que hizo mi padre, ninguno sigue las directrices que siguen todos los otros. Todos son diferentes, responden al sitio donde están y fueron construidos con los materiales que había. Ninguno cumple con las consignas oficiales.
José Luis Fernández del Amo nació en Madrid en 1914 y estudió el bachiller en el Colegio Calasancio de los Padres Escolapios. Desde muy pequeño y a lo largo de su vida, por vínculos familiares y por convicción, tuvo una relación muy estrecha con el catolicismo. Conoció a José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, en un viaje a Roma en 1934, aunque la relación, según su hijo, no prosperó porque entendían de manera muy diferente la liturgia. Y mantuvo una amistad duradera con algunos curas que apoyaron su tendencia a la abstracción en el arte sacro de las iglesias de colonización contra el mandato de muchos obispos.
En 1933 ingresó en la Escuela de Arquitectura. La guerra civil lo sorprendió mientras estudiaba y decidió exiliarse, temeroso de caer en manos republicanas por su reconocida vinculación con la Iglesia. Vivió en Bélgica hasta que en 1938 volvió a España para combatir del lado de los nacionales, en el Cuerpo de Ingenieros Zapadores. Acabó su carrera en 1942 junto a una promoción entre la que también figuraba como egresado otro arquitecto célebre de la colonización española: Alejandro de la Sota. Nada más finalizar, se incorporó a la Dirección General de Regiones Devastadas, un organismo creado en 1938 que se encargaba de reconstruir iglesias y edificios públicos que fueron dañados durante la guerra. Su primer destino fue en la zona de Belchite para diferentes poblados en las provincias aragonesas. La misión, tal como se definió en Reconstrucción, órgano de propaganda de la Dirección General de Regiones Devastadas, era la «reconstrucción de los daños sufridos en los pueblos y ciudades que fueron sangriento escenario de la santa y victoriosa Cruzada de liberación o testigos irrefutables del bárbaro y cruel ensañamiento de las hordas que, aleccionadas por Rusia, mostraron su odio hacia todo lo que significase representación real de los principios básicos y seculares del espíritu cristiano y español».
Hay algunos antecedentes tipológicos y urbanos en estos «pueblos adoptados», tal como los definen María Teresa Palomares Figueres y Ana Portalés Mañanós. Ya en las obras de reparación se aprecian los planes y los planos de los futuros pueblos de colonización: los trazados, las manzanas, el modelo de vivienda unifamiliar, las parcelas y la importancia que se les da, en ambos casos, al centro cívico y al religioso.
Sin la arrogancia de Víctor d’Ors y su precoz desplazamiento de su cargo en enero de 1943, quizá no estaríamos hablando de Fernández del Amo. Tras diseñar los dos pueblos pilotos en la provincia de Cádiz, El Torno y La Barca de la Florida, D’Ors fue reemplazado por José Tamés Alarcón, en el cargo hasta 1975. Tamés acabó de marcar las pautas urbanísticas de los pueblos de colonización y confió en el criterio y la audacia de José Luis Fernández del Amo desde que en 1947 obtuviera su plaza de arquitecto para el Instituto Nacional de Colonización.
José Luis Fernández del Amo aprovechó los materiales de cada entorno y aplicó en sus planos lo que vio en sus viajes iniciáticos durante su paso por Regiones Devastadas. Ahí aprendió a planificar un pueblo y, años después, en Vegaviana y en Cañada de Agra, ejecutó de manera integral lo que él mismo denominaba «la ley oculta de su ordenación espontánea». Su postura como arquitecto tendía siempre al minimalismo que había visto en la España rural y al que lo obligaba la economía de posguerra.
—Hay muchos arquitectos de la colonización que acaban cayendo en el pintorequismo, pueblos que son un cromito de los típicos de la arquitectura popular con los balconcitos y con no sé qué. Y mi padre no tiene un solo pueblo donde haya nada de eso —dice Rafael Fernández del Amo desde su estudio en Madrid.
Todavía está abierto el debate sobre si existió o no una arquitectura franquista. Lo que sí hubo, al menos, fue un deseo de romper con el modelo rojo que consideraban extranjero y recuperar las bases del clasicismo hispánico como símbolo de la grandeza patria. En lo rural tenían que emerger la pureza y lo impoluto frente a la ciudad mezclada y contaminada por las estéticas y las ideas foráneas. Aunque históricamente se han considerado un ejemplo de arquitectura franquista, los pueblos de colonización son bastante más complejos. Es cierto que a los primeros los mueve ese impulso tradicional, pero también lo es que, con la llegada de Tamés, los pueblos levantados en los cuarenta y bien entrada la década de los cincuenta se fundan sobre el racionalismo que ya había ensayado la República y, en cierto punto, continúan ese modelo. Según Miguel Centellas, la arquitectura del Instituto Nacional de Colonización destacó por su ambivalencia. Desde lo ideológico representó la utopía agraria franquista con un tipo de vivienda rural destinada a «ruralizar ideológicamente al proletariado», aunque su estética la dictaran jóvenes arquitectos influenciados por las vanguardias europeas.
Rafael Fernández del Amo escribe, refiriéndose a la trayectoria de su padre, que «la concepción de cada pueblo es contemporánea, sin mímesis de lo vernáculo» e intenta discutir o, al menos, complejizar, la definición genérica que suele darse sobre la arquitectura de colonización como racional, popular y orgánica: «¿Cómo llamar populares a productos intelectuales tan meticulosa y concienzudamente elaborados? ¿Cómo llamar racionales a esas arquitecturas que provienen casi de trances religiosos, pasiones del espíritu que rayan en la sinrazón? ¿Cómo llamar orgánicos a pueblos de una tal perfección formal que evidencian inmediatamente cualquier crecimiento o desarrollo nuevo como algo extemporáneo e indeseable?». Y señala lo mismo que tantos que han estudiado a José Luis Fernández del Amo, desde Centellas o García-Galiano hasta el escritor Julio Llamazares: que su obra se entendería mejor con términos más relacionados con las artes plásticas que con la propia arquitectura. Que convendría situarlo cerca de Mondrian, Tàpies, Chillida o Guerrero; en el lugar de la abstracción, el purismo en las volumetrías, el rigor geométrico y el tratamiento delicado de las texturas. Y en diálogo con ejercicios como los planos que Walter Gropius —fundador de la Bauhaus— hizo para la Colonia Törten en Dessau, en Alemania, que fueron una influencia a la hora de plantear, por ejemplo, casas con separación entre circulaciones: los peatones por unas calles, los coches por otras. O atento al movimiento de la Ciudad Jardín, iniciado a principios del siglo xx por el arquitecto británico Ebenezer Howard, que planteaba reemplazar las macrourbes por pueblos pequeños y agrícolas para conciliar la vida rural y la industrial.
Fue un ferviente seguidor y lector de las discusiones estéticas que se daban en la arquitectura mundial a partir de mitad del siglo xx, sobre todo el arco que traza la poética de Le Corbusier y la de su discípulo brasileño Oscar Niemeyer. En «El poema de la curva», Niemeyer respondía a su maestro suizo. La poética arquitectónica...




