Barret | Historia Natural | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 240 Seiten

Reihe: Otras Latitudes

Barret Historia Natural


1. Auflage 2025
ISBN: 979-13-8756315-8
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 240 Seiten

Reihe: Otras Latitudes

ISBN: 979-13-8756315-8
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Contadas con la elegancia característica de Barrett, su pasión por la ciencia y su maravilloso ojo para el mundo natural, las historias psicológicamente astutas y conmovedoras reunidas en esta colección evocan las formas en que las vidas y expectativas de las mujeres (en las familias, en el trabajo y en el amor) han cambiado a lo largo de más de un siglo. Vinculados entre sí, estos cuentos culminan brillantemente para revelar cómo los acontecimientos más pequeños del pasado pueden tener grandes repercusiones a través de las generaciones, y cuán potente, maravillosa y extraña puede ser la relación entre la historia y la memoria.

Boston(Massachusetts, 1954). Conocida por ser una escritora de ficción histórica. Su trabajo refleja su interés por la ciencia y las mujeres en ese campo. Muchos de sus personajes son científicos, a menudo biólogos, del siglo XIX. Como en el trabajo de William Faulkner, algunos de sus personajes han aparecido en más de una historia o novela. En un apéndice de su novela The Air We Breathe (2007), Barrett proporcionó un árbol genealógico que dejaba en claro las relaciones de los personajes que comenzaron en Ship Fever, por el que obtuvo el National Book Award.
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LA HISTORIA DEL REGIMIENTO

I. Hola, si estás leyendo

Una de sus tareas en casa de los Deverell era recoger las cartas, después de que las leyeran la familia y los vecinos cuyos hijos se mencionaban en ellas, y archivarlas en la caja especial. Cada sobre bien alisado y aplanado. Cada página de la carta desplegada con las arrugas aplastadas bajo un montón de libros y luego recogida y atada con un cordel limpio, para después colocarlas en horizontal con la carta más reciente en la parte superior.

Esa primavera de 1863 Henrietta tenía diez años, casi once: robusta y enérgica, alta para su edad, con el pelo oscuro aún colgando en dos largas trenzas. Con una ortografía excelente, una caligrafía ordenada y legible y una curiosidad que ofendía a algunos de sus vecinos, pero no, afortunadamente, a sus nuevos empleadores. Henrietta sabía, porque lo preguntó, que los autores de las cartas eran los hermanos pequeños del señor Deverell, Izzy y Vic, de veintitrés y veintiún años, que se habían alistado en parte por la recompensa. Pero ¿qué era una recompensa? (La señora Deverell, que le pidió a Henrietta que la llamara Aurie, se lo explicó). ¿Y por qué las cartas de Vic eran tan cortas, mientras que las de Izzy eran interminables? («Hermanos», dijo el señor Deverell encogiéndose de hombros). Ella prefería las cartas de Izzy, cinco o seis páginas por ambas caras llenas de detalles chismosos, añadidos de última hora y ocurrencias posteriores que apretujaba en los márgenes hasta quedarse sin espacio. Pero ¿qué era una compañía y qué era un regimiento? ¿Un cuerpo del Ejército era mayor o menor que una brigada?

—Más grande —dijo el señor Deverell. (No le había pedido que le llamara Maurice). Un cuerpo se componía de varias divisiones, una división de varias brigadas; una brigada contenía cuatro o cinco regimientos, y un regimiento como el de Vic e Izzy empezaba con diez compañías de unos cien hombres en cada una, pero se reducía a medida que los hombres enfermaban, desertaban, caían heridos o… se detuvo ahí, no quiso decir «fallecían». Henrietta tomaba notas.

—Bueno —dijo mientras ella esbozaba cajas dentro de otras cajas—, ya basta de eso. Ve a ayudar a Aurie.

Después de la primera semana, Aurie le dio un lápiz, le dejó numerar las páginas y, si las cartas tenían una fecha imprecisa o mencionaban un lugar —«Al día siguiente, por la mañana temprano». «En un tronco, en el campamento a una milla de la iglesia blanca»—, añadía una fecha y una ubicación provisionales. Henrietta había recortado del periódico xilografías de los campamentos y los hospitales. De una revista, un mapa del norte de Virginia con los ríos y las poblaciones. A nadie le importaba que leyese las cartas anteriores y cotejara los relatos de la prensa con lo que contaban las cartas, siempre y cuando no descuidase a Bernard.

Pero Bernard era un niñito fácil, sobre todo comparado con su propia hermana, Hester, tan inquieta como un recién nacido aunque era un año mayor que Bernard. El pequeño era alegre cuando estaba despierto y dormía a la hora de la siesta, y aunque empezaba a andar y había que vigilarlo continuamente, a Henrietta no le importaba ocuparse de él, ayudar con las tareas domésticas y luego concentrarse en las cartas y los documentos. Era como la escuela pero más interesante si cabe, y cuando Izzy describía un enorme cargamento de mulas o los avetoros que había visto en un pantano, ella se prometía que algún día vería cosas similares. Su padre la había llevado a diferentes sitios de los alrededores de Crooked Lake, también unas cuantas veces a Corning y Bath, dos veces a Rochester y una a Siracusa: pero nada más. Así que tal vez no fuera solo por la recompensa; a lo mejor Izzy y Vic se habían alistado el verano pasado para ver algo más que este pedazo del centro del estado de Nueva York.

Aurie decía que si los padres de su marido aún vivieran nunca habrían permitido que los dos hermanos se alistaran y que ojalá no lo hubieran hecho, resultaba imposible llevar la alfarería sin su ayuda. Era delgada pero fuerte, sufría náuseas por su embarazo y le agradecía tanto que la ayudase después de clase y los sábados que a Henrietta no le costaba hacer las tareas. Lavar los platos, pelar zanahorias, cambiar y entretener y alimentar a Bernard, que según Aurie se había destetado él solito simplemente rechazando un día su pecho sin más, y que ya comía, servicialmente, avena, huevos y puré de guisantes. Cómo había llegado a nacer era otra cuestión.

Entretanto, Henrietta servía tazas de té mientras Aurie esmaltaba bizcocho cerámico o decoraba las piezas antes del esmaltado. Hacía recados para el señor Deverell mientras este amasaba la arcilla (un buen momento para hacer preguntas) o (el peor momento, muy malo) descargaba el horno. Dos veces, todas las tardes —una tarea inútil, pero que tenía que intentar—, barría el polvo de la alfarería que había llegado al vestíbulo y la cocina. Luego, cuando Bernard dormía la siesta y Aurie pintaba flores en los cuencos, leía y organizaba las cartas y hacía listas de nuevas preguntas. El cuaderno que le había regalado su padre era verde oscuro, del tamaño de un libro de oraciones, y lo llevaba a todas partes.

Durante todo el mes de marzo llegaron cartas desde el campamento de invierno del regimiento en Virginia. Izzy escribía sobre los otros chicos de su compañía: quién tenía el sarampión y quién el tifus, quién no había vuelto de permiso y quizá hubiese desertado. Vic se quejaba lacónicamente de la comida y del tiempo, pero Izzy describía todo lo que le llamaba la atención: un globo de observación, por ejemplo, remolcado como una nube por un grupo de hombres que lo sujetaban con cuerdas. ¿De qué tamaño sería?, se preguntó Henrietta. ¿Qué lo mantenía en alto, quién lo inventó? Antes de la muerte de su padre, habían seguido la historia de un globo que transportaba a cuatro hombres y un robusto bote salvavidas desde San Luis hasta el extremo noreste del lago Ontario, donde una tormenta lo enredó en unos árboles. Envidiaba al grupo de colegialas que descubrió a los hombres bajando de las ramas.

Era frustrante no poderle preguntar directamente a Izzy por qué se prohibía volar a ese globo más pequeño. Un día Izzy narró la visita de un general, y otro las excelentes comidas que había preparado con sus compañeros cuando les llegaron algunas cajas con pollo en gelatina que no se había estropeado, un panal mal envuelto que no había manchado las camisas ni los sellos y manzanas secas que se habían librado del moho. Aquellas cajas húmedas y revueltas… Henrietta solo tenía que mirar el plato de Bernard para imaginárselas claramente. Tan claramente como imaginaba a los otros chicos de su condado que se habían alistado en diferentes regimientos y habían elegido canalizar sus palabras a través de Izzy.

Algunos no sabían escribir, decía Izzy; otros se sentían incómodos escribiendo a sus familias; él aceptaba peticiones cuando visitaba sus campamentos. La madre de Levi no le ha dicho si la parcela de bosque se ha vendido. ¿Puedes averiguarlo y decírmelo? Esto también le resultaba familiar, porque desde que tenía uso de razón Henrietta había ayudado a su madre con las cartas comerciales: primero observando y luego —había aprendido a leer y escribir muy joven, quizá por pasar tanto tiempo con su madre— escribiendo ella misma. Al principio, las cartas más breves; más tarde, cartas dictadas por su madre y relacionadas con lo que quedaba del negocio paterno y las patentes de sus inventos. De ahí fue un paso natural hacer de escribiente para vecinos y conocidos con dificultades para escribir. Había escrito cartas para vendimiadores y albañiles, para viajeros y recién llegados con parientes en otros países.

Cuando se enteró, Aurie reclutó a Henrietta para que escribiera lo que le dictaba el señor Deverell, cuyas manos estaban agarrotadas como las de un anciano después de trabajar todo el día con el torno. Aurie podía seguir pintando o jugando con Bernard y el señor Deverell podía envolverse las manos en franela caliente si a Henrietta no le importaba escribir sus respuestas. Orgullosa de que le confiaran semejante tarea, escribía las palabras cuidadosamente y veía cómo él suavizaba las noticias difíciles y eludía sus problemas en la alfarería sin llegar a mentir. Entre las cartas a las que respondió estaba esta, que Izzy había enviado a mediados de abril:

Querido Maurice, esta mañana llueve mucho y el viento sacude nuestra tienda, así que apenas podemos oírnos. Gracias por la noticia sobre la hermana de Albert, que le ha alegrado. También me alegra que la chica que ayuda a Aurie esté funcionando (¡hola, si estás leyendo! Tienes buena letra, pero has escrito mal «amigdalitis». Y «provisiones» no va con b). Vic ha estado enfermo con escalofríos y fiebre, pero el médico dice que ya ha mejorado; menos mal, porque nos han llegado rumores de que pronto nos trasladan. Ezra, que estuvo de guardia la semana pasada, dice que los rebeldes del otro lado del Rappahannock están muy activos y que tal vez marcharemos río arriba. Dos chicos secesionistas capturados; buen humor, sin zapatos. ¿Hay noticias del brazo de Hinckley?

«¡Hola, si estás leyendo!». Una invitación, quizás; ¿podría preguntarle algunas cosas directamente? Hasta que había empezado a leer sus cartas, Izzy era uno de esos chicos mayores que, como los otros que se habían alistado el verano pasado, solo conocía de vista: grande, bullicioso y que la ignoraba o la consideraba una molestia. Ahora Henrietta podía imaginarse...



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