E-Book, Spanisch, Band 130, 336 Seiten
Reihe: Impedimenta
Benson Lucía en Londres
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-18668-00-5
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 130, 336 Seiten
Reihe: Impedimenta
ISBN: 978-84-18668-00-5
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Esta nueva entrega de las aventuras de Lucía ('Reina Lucía', 'Mapp y Lucía') es un delicioso brebaje de malicia y esnobismo que seducirá a todos los lectores. Emmeline Lucas, conocida como Lucía, es la más inolvidable, esnob y chismosa de las heroínas de la literatura inglesa del XX. Desde que alcanza la memoria, Lucía gobierna el villorrio de Riseholme con mano de hierro y guante de seda con la ayuda de su fiel Georgie Pillson, un eterno solterón aficionado al petit point y al cotilleo salvaje. Cuando Pepino, el marido de Lucía, hereda una fortuna y una casa en Londres, tras la muerte de su anciana tía, todos en Riseholme respiran aliviados, a la vez que empiezan a tramar su venganza tras largos años de opresión. Por desgracia para ellos, Lucía planea tomar Londres por asalto para 'la temporada' y conquista la capital del Imperio sorteando, uno tras otro, todos los obstáculos que se interponen entre ella y la grandeza. Pero ¿podrá Lucía aguantar el ritmo de la exigente y estirada sociedad londinense? ¿Pretende, tal vez, abandonar su amada Riseholme para siempre?
Benson, E. F. A la muerte de su marido, Minnie formaría un 'matrimonio de Boston' con Lucy Tait, hija del anterior Arzobispo de Canterbury. Benson fue hermano de una estirpe de escritores: A. C. Benson, Robert Hugh Benson y Margaret Benson, que además fue egiptóloga. Se afirma que los tres hermanos eran homosexuales, incluido E. F. Benson; de hecho, ninguno de ellos se casó. Tuvo otros dos hermanos que murieron jóvenes. En su juventud, E. F. Benson fue un excelente atleta y representó a Inglaterra en diversos campeonatos internacionales en la modalidad de patinaje artístico. Asimismo, fue un precoz y prolífico escritor, y publicó su primer libro cuando todavía era un estudiante. Aunque a él le gustaba considerarse un escritor de relatos de terror, hoy es conocido principalmente por su famosísima serie de novelas protagonizadas por las dos heroínas de la muy british burguesía rural, Elizabeth Mapp y Emmeline 'Lucía' Lucas, Mapp y Lucía, que escribió ya a edad bastante avanzada y que constituyen uno de los ejemplos más notables de comedia social inglesa de la primera parte del siglo XX. La serie consiste en seis novelas, Reina Lucía (1920), La señorita Mapp Mapp (1922), Lucía en Londres (1927), Mapp y Lucía (1931), Lucia's Progress (1935) y Trouble for Lucia (1939), además de dos historias cortas, 'The Male Impersonator', que tradicionalmente aparece como apéndice a la novela Miss Mapp, y 'Desirable Residences'. Benson, escritor victoriano, como M. R. James, es muy conocido también por sus historias de fantasmas, las cuales aparecen frecuentemente en antologías del género. En ellas, Benson evita los típicos escenarios góticos, buscando ámbitos más cotidianos. Cabe reseñar 'La confesión de Charles Linkworth', 'El terror nocturno' o 'Un cuento sobre una casa vacía'. E. F. Benson murió en Londres en 1940. Edward Frederic Benson nació en Wellington College (Berkshire, Inglaterra) en 1867. Fue hijo del director de escuela, y más tarde Arzobispo de Canterbury, Edward White Benson, y de Mary Sidgwick Benson ('Minnie'), descrita por William Gladstone como 'la mujer más brillante de Europa'.
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En la lengua vernácula de Riseholme, esta sencilla palabra, «no», venía siempre cargada de connotaciones. Por supuesto, sin énfasis alguno, se utilizaba como una mera negativa y, en caso de querer abundar en dicha negativa, se acompañaba de un «desde luego que no». Pero cuando se utilizaba con vehemencia, como lo había hecho Daisy desde la ventana de su dormitorio, nada tenía de negativa, y, en resumidas cuentas, venía a significar: «Jamás había oído nada tan extraordinario y me regocija de pies a cabeza. Haz el favor de continuar inmediatamente, cuéntamelo todo y vamos a hablarlo». En esa ocasión, sin embargo, Georgie no continuó inmediatamente, pues, tras haber alcanzado el clímax con genial maestría, cerró la ventana y bajó el estor, con lo que dejó a Daisy media noche en vela, cavilando sobre tan extraordinarias noticias y preguntándose qué harían Pepino y Lucía con tanto dinero. Llegó a varias conclusiones: adivinó que comprarían el prado junto al jardín y un nuevo telescopio, pero no cayó en lo de la biblioteca. Antes de irse a dormir, se le planteó un problema más importante aún, y se apresuró a escribirle una nota a Georgie, con la idea de que se la llevaran a primera hora de la mañana, para preguntarle: «¿Y ha contado algo de la casa? ¿Qué va a pasar con ella? Tampoco me has dicho en qué número está», igual que si Georgie no hubiese interrumpido la conversación cerrando rápidamente la ventana y echando el estor, corriendo el telón en aquel momento de espectacular clímax. Foljambe le subió la nota con el primer té de la mañana y el vaso de agua muy caliente que a veces se tomaba en lugar de la infusión —cuando sospechaba algún desbarajuste dietético de la noche anterior—, así como el vasito de cristal con las sales Kruschen que en ocasiones añadía al agua caliente o al té. Georgie tenía mucho sueño y, medio dormido, se volvió en la cama para que Foljambe no viera el claro donde se ponía el peluquín, y ahogó un ronquido, porque no quería que la criada pensara que roncaba. Pero cuando le dijo: «Señor, hay un telegrama para usted», no pudo evitar incorporarse de golpe con su pijama de seda rosa. —¡No! —exclamó con énfasis. Al rasgar el sobre, cayeron un buen montón de hojas. En cuanto puso los ojos en las primeras palabras, tuvo tan claro quién se lo había mandado que no se molestó en mirar la última hoja para corroborarlo con la firma. Queridísimo Georgie: Te he llamado hasta perder la paciencia, así que te mando esto. Más caro, pero de suma importancia. Llegué ayer a Londres y me gustaría ir a Riseholme el fin de semana. Quiero cenar contigo el sábado para que me cuentes. Ven a comer y cenar el domingo, y dile a todo el mundo que nos acompañe a lo uno o a lo otro, sobre todo a Lucía. Llevo cocinera, pero encarga comida suficiente para el domingo. Gira estupenda por EE. UU. y Australia, y alquilo casa en Londres para temporada. Iré en coche. Cuídate. Olga Georgie saltó de la cama tras mirar por encima la nota a lápiz de Daisy y tirarla a un lado. De todas formas, como le habían prohibido que divulgase el proyecto de la casa de Brompton Square, y tampoco sabía en qué número estaba, no podía responderle gran cosa. Pero el telegrama de Olga venía con tarea suficiente para entretener a cualquiera un día entero: debía invitar a todos los amigos a que fueran a cenar o a comer el domingo, encargar la comida necesaria y disponer una cena frugal a solas con Olga para la noche del sábado. Apenas sabía qué estaba bebiendo, si té, agua caliente o sales Kruschen, tal era su emoción. Previó que con Lucía tendría que hacer acopio de la más diestra diplomacia. Sin duda, debía invitarla a ella la primera, y no le quedaría más remedio que recurrir a ciertas presiones para conseguir que accediera a ir, al almuerzo o a la cena, por mucho que quisiera seguir observando su luto riguroso. También debería limitar la reunión a tan solo uno o dos invitados de su agrado. Con todo, a Georgie le daba la sensación de que acabaría cediendo y se dejaría convencer, porque como todo el mundo iba a ir a casa de Olga el domingo, habría sido un fastidio para ella tener que explicar una y otra vez en los días venideros que la habían invitado pero no se había visto con fuerzas para asistir. Y, si no se paraba a explicarlo en cada ocasión, Riseholme se inclinaría a pensar que no la habían invitado. «Un poco de diplomacia», se dijo Georgie, camino ya de casa de Lucía después de desayunar, sin sombrero pero con su estola de piel al cuello. Lo hicieron pasar a la sala de música, mientras la doncella iba en busca de su señora. El piano estaba abierto, prueba de que Lucía había estado practicando, y vio sobre el atril el libreto del dueto de Mozart que con tanta maestría interpretara su amiga la noche anterior. Por un momento, pensó que había olvidado llevarse su ejemplar, pero, cuando lo examinó con más detenimiento, vio unas anotaciones para la digitación, garabateadas a lápiz en los pasajes más difíciles del soprano, que sin lugar a dudas no eran suyas. En ese instante vislumbró a Lucía por la ventana, de vuelta del jardín, y se apresuró a tomar asiento lejos del piano y a enfrascarse en la lectura del Times. Se sentaron juntos al lado del fuego y Georgie empezó con su misión. —Esta mañana he recibido noticias de Olga, un telegrama muy largo. Viene para el fin de semana. Lucía sonrió con desgana. No le interesaba la llegada de Olga, esa mujer que tenía a Riseholme embobado. —Me alegro por ti, Georgie. —Te manda un mensaje especial. —Le agradezco el sentimiento. Tal vez podría haberme escrito a mí, pero estoy segura de que sus intenciones son nobles. Puesto que te ha escrito a ti personalmente, ¿podrías darle las gracias personalmente por mí? Te lo agradecería. —Mientras aún expresaba tan gélidos sentimientos, Lucía se levantó rápidamente y pasó a su lado. Algo blanco en el atril del piano había llamado su atención—. No te muevas, Georgie, entra en calor y enciéndete tu cigarrillo. ¿Algo más? Fue al fondo de la estancia, donde estaba el piano, y Georgie, pese a su ligera sordera, distinguió sin problema un pasar de páginas. Los rudimentos más elementales de educación le impedían darse la vuelta para mirar. Por lo demás, sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo. Después, escuchó una segunda pasada de hojas que no supo interpretar. —¿Algo más, Georgie? —repitió Lucía al volver a su silla. —Sí. El caso es que el mensaje de Olga no iba por ahí. Es evidente que no está al tanto de tu pérdida. —Qué raro… Había pensado que tal vez la muerte de la señorita Amy Lucas… Pero ¿qué decía entonces el mensaje? —Le apetece mucho que…, ha dicho «sobre todo Lucía», vayas a almorzar o a cenar a su casa el domingo. Con Pepino, claro está. —Es muy amable por su parte, pero lo veo imposible, desde luego. —¡Ay, no digas eso! —le insistió Georgie—. Viene solo para un día y quiere ver a todos sus viejos amigos. Sobre todo a su querida Lucía, como te acabo de decir. De hecho, me ha pedido que convoque a dos grupos pequeños para el almuerzo o bien para la cena. Así que, por supuesto, he venido a verte a ti primero para saber qué preferías. Lucía sacudió la cabeza. —¿Pero cómo se te pasa siquiera por la cabeza que me apetezca ir a una fiesta? —Es que no sería una fiesta como tal. Solo un par de amigos. Pepino y tú no vais a ver a nadie ni hoy ni mañana. Para el domingo ya te lo habrá contado todo. Y no es bueno quedarse en casa rumiando las cosas. Nada más decir que le era imposible, Lucía ya estaba deseando que Georgie le insistiera, y hasta se había hecho a la idea de animarlo a insistirle si no lo hacía él motu proprio. Sus últimas palabras le proporcionaban una apertura estupenda. —¿Tú crees? A lo mejor a Pepino le apetece, siempre y cuando no se trate realmente de una fiesta. No tiene sentido rumiar: llevas razón, no puedo permitir que Pepino se quede rumiando. ¡Qué egoísta por mi parte no haberlo pensado antes! Dime, Georgie, ¿quién iría? —Eso es cosa tuya. —¿Y tú? —le preguntó. —También —respondió Georgie, a quien no le pareció necesario añadir que Olga iba a cenar con él el sábado, y que además estaría tanto en el almuerzo como en la cena del domingo—. Sí, me ha invitado. —Bueno, entonces, ¿por qué no se lo dices a la pobre Daisy y a su marido? Sería todo un detalle. Así hacemos seis. Creo que con seis bastará. Haré todo lo posible para convencer...