E-Book, Spanisch, 128 Seiten
Reihe: CLA-DE-MA
Bernstein ¿Por qué leer a Hannah Arendt hoy?
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-17690-69-4
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 128 Seiten
Reihe: CLA-DE-MA
ISBN: 978-84-17690-69-4
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
El extraordinario interés internacional en la obra de Hannah Arendt se explica por la percepción sutil e intuitiva de la filósofa sobre los aspectos atemporales presentes en la realidad social, política y económica sobre la que reflexionaba. Ella desarrolló un concepto de política y libertad pública que sirve como estándar crítico para juzgar la realidad contemporánea. Richard J. Bernstein argumenta que Arendt debe leerse hoy porque sus penetrantes ideas nos ayudan a pensar tanto en la oscuridad de nuestro tiempo como en las fuentes de iluminación que podemos encontrar para construir el futuro. Él explora el pensamiento sobre la apatridia y los refugiados; el derecho a tener derechos; su crítica del sionismo o el significado de la banalidad del mal, entre otros. Este libro será de gran interés para cualquiera que quiera comprender las tendencias históricas que configuran el mundo de hoy.
Richard Bernstein (Nueva York, 1932) es doctor en filosofía de la Universidad de Yale y actualmente desempeña el cargo de profesor Vera List en la New School for Social Research en Nueva York. Bernstein ha destacado por su arduo análisis y trabajo de síntesis sobre el pragmatismo americano, la hermenéutica y la teoría crítica. Gedisa también ha publicado Violencia y DiálogosCharles Taylor y Richard Bernstein.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
Apátridas y refugiados Siempre he pensado que, sin importar cuán abstractas puedan sonar nuestras teorías o cuán consistentes puedan parecer nuestros argumentos, existen tras ellos incidentes e historias que, al menos para nosotros mismos, contienen el significado pleno de lo que queremos decir. El pensamiento mismo —siempre y cuando sea algo más que una operación técnica o lógica de una maquina electrónica mejor equipada para ello que la mente humana— emerge de la realidad de aquellos incidentes de la experiencia vivida que deben servir como guía para el pensamiento que se eleva o de orientación en las profundidades en las que se adentra (Arendt, 2018: 200-I). Este fragmento revela un profundo rasgo del pensamiento de Arendt, su convicción de que el pensamiento debe anclarse en la propia experiencia vivida. La experiencia primordial de Arendt, desde que escapó de Alemania y huyó de Francia hacia Nueva York, fue la de una apátrida y refugiada germano-judía. Sin la ayuda de organizaciones de refugiados, Arendt no habría obtenido el visado y el apoyo económico para viajar a los Estados Unidos. Al llegar a Nueva York, fue asistida modestamente por organizaciones de refugiados que le ayudaron a instalarse. A lo largo de su vida, muchos de sus amigos más cercanos fueron también refugiados que habían huido de los nazis. Su experiencia de vida como una refugiada apátrida determinó su pensamiento temprano en París y Nueva York. Arendt confiesa que de niña escasamente era consciente de su judaísmo. En los años 1920 descubrió la perversidad del antisemitismo nazi. Así, en una entrevista en la que reflexiona sobre este período de su vida, afirma: «Descubrí entonces lo que he expresado una y otra vez con la frase: si uno es atacado como judío debe defenderse como judío. No como un alemán, ni como un ciudadano del mundo o un defensor de los Derechos del Hombre» (Arendt, 1994:11-12). Durante los años 1930 y 1940 la mayoría de sus escritos lidiaban con varios aspectos de la cuestión judía y el sionismo. Por ese entonces trabajó como columnista regular en el periódico germano-judío Aufbau, un diario publicado en Nueva York y cuyos lectores eran en su mayoría exiliados germano-judíos. En sus páginas, y aún antes de que Estados Unidos entrara a la Segunda Guerra Mundial, Arendt defendió fervorosamente la creación de un ejército internacional judío para combatir a Hitler. En 1943, tan sólo dos años después de su llegada a Nueva York, publicó «Nosotros, los refugiados» en una recóndita revista judía. Allí escribió sobre los refugiados con singular perspicacia, ingenio, ironía y un sentido profundo de melancolía. En las primeras líneas declara que «en primer lugar, no nos gusta que nos llamen “refugiados”. Nosotros mismos nos llamamos unos a otros “recién llegados” o “inmigrantes”» (Arendt, 2009: 353) En un tiempo, refugiado era todo aquel que se veía obligado a buscar refugio debido a algún acto cometido o por sostener cierta opinión política. Pero eso había cambiado, pues en su gran mayoría, a quienes huyeron nunca se les pasó por la cabeza tener opiniones radicales. Fuimos forzados a convertirnos en refugiados, sostiene Arendt, no por algo que hicimos o dijimos, sino porque los nazis nos condenaron a todos como miembros de la raza judía. «Con nosotros, el significado del término “refugiado” ha cambiado. Ahora “refugiados” son aquellos de nosotros que han tenido la desgracia de llegar a un país nuevo sin medios y que han tenido que recibir ayuda de comités de refugiados» (Arendt, 2009: 353). Muchos refugiados se mostraban optimistas, ilusionados con la posibilidad de construir una nueva vida en un nuevo país. Burlándose del absurdo de esta aspiración de adaptarse rápidamente y asimilarse a un nuevo país, Arendt cuenta la historia de un judío alemán que tras llegar a Francia «fundó una de esas sociedades de adaptación en las que los judíos alemanes se aseguraban unos a otros que ya eran franceses. En su primera intervención dijo: “Hemos sido buenos alemanes en Alemania y, por tanto, seremos buenos franceses en Francia”. El público aplaudió entusiasta y nadie se rió; estábamos felices de haber aprendido cómo probar nuestra lealtad» (Arendt, 2009: 362). La triste realidad, bien lo sabía Arendt, era que habíamos perdido nuestros hogares, nuestras ocupaciones y nuestro lenguaje. Muchos de nuestros familiares y amigos fueron asesinados en los campos de concentración. Aún así, nos ofrecieron un «consejo amigable»: olvidar todo y en lo posible no hablar de horrores pasados. Nadie quiere oír hablar de eso. Pero hay algo superficial y falso en este optimismo profesado, un optimismo que fácilmente puede convertirse en un pesimismo mudo —aquel que llevó a muchos a quitarse la vida—. Arendt sabia lo impopulares que eran estos temas. Sabía que detrás de la fachada de alegría optimista se escondía una lucha constante contra la desesperación y una profunda confusión sobre nuestra identidad. Más independiente que muchos de sus compañeros refugiados, Arendt sin embargo escribió: Cuanto menos libres somos para decidir quiénes somos o cómo vivir, más intentamos construir una fachada, esconder los hechos y representar papeles. Fuimos expulsados de Alemania porque éramos judíos. Pero apenas cruzamos la frontera francesa, nos convirtieron en boches [expresión popular francesa para referirse a los alemanes —RJB]. Nos dijeron incluso que debíamos aceptar esta designación si realmente estábamos en contra de las teorías raciales de Hitler. Durante siete años interpretamos el ridículo papel de intentar ser franceses: al menos futuros ciudadanos; pero al comienzo de la guerra fuimos igualmente internados como boches. Entretanto, la mayoría de nosotros, sin embargo, nos habíamos convertido efectivamente en unos franceses tan leales que no podíamos ni siquiera criticar una orden del gobierno francés; así, declaramos que nos parecía bien ser internados. Fuimos los primeros prisionniers volontaires conocidos en la historia. Después de que los alemanes invadieron el país, el gobierno francés no tenía más que cambiar el nombre de la empresa; encarcelados por ser alemanes, no se nos liberó porque éramos judíos. (Arendt, 2009: 360). Aunque Arendt describe gráficamente el tormentoso destino de innumerables refugiados judíos que fueron expulsados de un país a otro, su preocupación provenía de algo más profundo. Ella quería comprender el fenómeno de aquellas masas de apátridas y refugiados que habían afligido a Europa desde la Primera Guerra Mundial. «Nosotros, los refugiados» concluye con una afirmación general sobre las consecuencias políticas de este nuevo fenómeno masivo: «Los refugiados empujados de país en país representan la vanguardia de sus pueblos si conservan su identidad. Por vez primera la historia judía no va por separado, sino ligada a la de todas las demás naciones. El entendimiento entre los pueblos europeos se hizo añicos cuando y porque permitió que su miembro más débil fuera excluido y perseguido» (Arendt, 2009: 365). «Nosotros, los refugiados», un texto basado en las experiencias de Arendt junto a otros refugiados, formula preguntas fundamentales sobre los refugiados y la condición de apátrida. Estos temas son tratados explícitamente en un notable capítulo de Los orígenes titulado «La decadencia del Estado-nación y el final de los Derechos del Hombre». El caso de los apátridas es «el fenómeno de masas más novedoso en la Historia contemporánea, y la existencia de un nuevo pueblo, siempre creciente, integrado por apátridas, el grupo más sintomático de la política contemporánea». (Arendt, 1998: 232). Su existencia difícilmente puede atribuirse a un solo factor; pero, si consideramos los diferentes grupos de apátridas, parece que cada acontecimiento político a partir del final de la Primera Guerra Mundial añadió una nueva categoría al grupo de los que vivían al margen del redil de la ley, mientras que ninguna de las categorías, por mucho que se transformara la configuración original, pudo siquiera ser normalizada. (Arendt, 1998: 232, cursivas propias). Cuando Arendt escribió esto, no podía anticipar lo relevantes que serían sus observaciones en la segunda década del siglo xxi. Prácticamente todos los sucesos políticos importantes de los últimos cien años han engendrado nuevas categorías de refugiados. Arendt se enfocó principalmente en los refugiados europeos, pero hoy en día el fenómeno es global. Parece no existir un límite al incremento en el número y tipo de refugiados. Con muy pocas excepciones, las naciones soberanas son cada vez más renuentes a recibir a los refugiados. Millones de personas viven en campos de refugiados sin la más mínima esperanza de regresar a sus hogares o encontrar un nuevo hogar. Arendt fue una de las primeras pensadoras políticas en advertir que el creciente número de apátridas y refugiados se convertiría en el grupo más sintomático de la política contemporánea. Arendt rastrea los origines del fenómeno de masas de los apátridas al declive del Estado-nación. Si bien el término «Estado-nación» se usa hoy en general para referirse a naciones soberanas cuyo gobierno se extiende sobre un territorio delimitado, Arendt tiene en mente un uso mucho más preciso de la expresión. El Estado-nación moderno surgió en Europa a finales del siglo xviii. Arendt distingue claramente entre «nación» y «Estado». «Nación» se refiere a un grupo dominante...