E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Reihe: Cladema/Filosofía
Berstein Violencia
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-9784-813-8
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Pensar sin barandillas
E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Reihe: Cladema/Filosofía
ISBN: 978-84-9784-813-8
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
En una sociedad donde el tema de la violencia está constantemente presente en los medios de comunicación que nos rodean, surgen diferentes interrogantes sobre ¿qué entendemos por violencia? ¿Qué puede lograr la violencia? ¿Hay límites a la violencia? Y, en caso afirmativo, ¿cuáles son? Bernstein responde a estas preguntas con un cuidadoso y exhaustivo análisis a través de la obra de cinco figuras fundamentales que han reflexionado profundamente en el tema: Carl Schmitt, Walter Benjamin, Hannah Arendt, Frantz Fanon y Jan Assmann. El filósofo estadounidense muestra que tenemos mucho que apren-der del trabajo de estos pensadores sobre el significado de la violencia en nuestro tiempo. A través de la revisión crítica de sus escritos pone de manifiesto los límites de la violencia. Hay razones de peso para comprometernos con la no violencia y, sin embargo, al mismo tiempo tenemos que reconocer que hay circunstancias excepcionales en las que la violencia se puede justificar. Bernstein argumenta que no puede haber criterios generales para justificar la violencia. La única manera plausible de hacer frente a este problema es cultivar ciudadanías en las que haya un debate libre y abierto, y en el que las personas se comprometen a escuchar al otro. Richard J. Bernstein es doctor en filosofía de la Universidad de Yale y actualmente desempeña el cargo de profesor Vera List en la New School of Social Research en Nueva York. Bernstein ha destacado por su arduo análisis y trabajo de síntesis sobre el pragmatismo americano, la hermenéutica y la teoría crítica.
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Presentación I Contrarrestando la inercia de clasificaciones y rótulos a los que nos hemos acostumbrado, más por la fuerza de la costumbre y la excesiva profesionalización de la disciplina que por genuinas motivaciones filosóficas, Bernstein sirve como anfitrión de verdaderas conversaciones filosóficas en las que participan los pensadores más diversos. Quizás hablar aquí de conversaciones puede resultar un tanto engañoso, en especial si lo que sugiere es un tipo de diálogo idealizado en el que lo que se busca es armonizar las posiciones de los interlocutores. Los encuentros auspiciados por Bernstein son mucho más interesantes y entretenidos que eso; en ellos las voces más coloridas se entrecruzan en un animado vaivén en el que prima un espíritu agonístico y la convicción de que lo importante no es tanto encontrar respuestas puntuales, como formular aquellas preguntas que nos remiten a los asuntos más apremiantes de nuestro tiempo. Y aunque suele decirse que el propósito principal de la obra de Bernstein es «tender puentes» entre diferentes tradiciones filosóficas, creo que entendemos mejor sus textos si los vemos como ejercicios de pensamiento en los que la multiplicidad de perspectivas, en vez de converger en un mismo punto, sirven como antídoto ante la tentación de cerrar la conversación de una vez por todas. Lo que sale a la luz en estos encuentros y desencuentros bernsteinianos es la irreducible complejidad de los fenómenos con los que tenemos que vérnoslas en nuestro día a día, y la tarea siempre pendiente de cuestionar y replantear las categorías que se han endurecido con el paso del tiempo y que a menudo nos conducen por los reconfortantes pero igualmente peligrosos caminos de lo sobreentendido. En las primeras líneas del libro, que ahora estamos presentando en su traducción al español, Bernstein nos recuerda que estamos rodeados —por no decir saturados— de escritos, discursos y, sobre todo, imágenes sobre la violencia. Y sin embargo, a pesar de las innumerables notas y reportajes de prensa y las mil imágenes que nos atormentan a diario en nuestros televisores, ordenadores y dispositivos móviles, una suerte de vértigo se apodera de nosotros cada vez que queremos precisar lo que entendemos por violencia. Se trata de un concepto demasiado vago y escurridizo, una palabra que usamos en los contextos más diversos y sin un criterio estable que nos permita identificar claramente sobre qué estamos hablando. Ante este panorama tan desalentador no es extraño caer en lo que Bernstein, en su libro de 1984 Objectivism and Relativism: Science, Hermeneutics, and Praxis llamó la «ansiedad cartesiana», una suerte de desazón existencial que nos golpea cuando nos damos cuenta de que no tenemos un punto estable o certeza indubitable sobre la que apoyarnos para hacer frente a las vicisitudes que nos acechan.1 De hecho, la respuesta más natural ante tal malestar es buscar refugio en alguna concepción esencialista o simplemente declarar que todo está perdido y que no hay manera de detener el avance del más pernicioso relativismo. Bernstein, no obstante, advierte que estas dos opciones no son exhaustivas, pues aún tenemos a nuestra disposición una poderosa capacidad que nos permite arreglárnoslas con los asuntos más complejos, a saber, eso que Hannah Arendt llamó «pensar sin barandillas» (Denken ohne Geländer). Pensar, en este sentido que tanto le interesaba a Arendt y que Bernstein recobra como modelo para su propia reflexión sobre la violencia, no tiene que ver con la racionalidad instrumental o el conocimiento científico. Se trata más bien de una actividad incesante, una búsqueda constante de sentido sin el apoyo de categorías políticas, morales y sociales estables. Pensar sin barandillas quiere decir abrirse paso entre las nociones preconcebidas que nos han sido legadas por las tradiciones de pensamiento dominantes y encontrar nuevas maneras de abordar los problemas que nos aquejan. Es una actividad valiente y arriesgada, una apuesta que hacemos cuando ya no tenemos donde apoyarnos, bien sea porque las categorías tradicionales resultan insuficientes, o porque nuevas realidades sociales y políticas emergen y demandan nuestra inmediata atención. Ahora bien, lo interesante es que hay diferentes maneras en las que podemos participar de esta actividad del pensar de la que estamos hablando, diferentes maneras de romper la costra de las preconcepciones dominantes y de dar nueva vida a nuestros análisis y explicaciones. Y es precisamente aquí que el método dialógico de Bernstein aparece como alternativa frente a otras aproximaciones tan apreciadas como la deconstrucción, la teoría crítica de la sociedad e incluso el «pensar sin barandillas» de Arendt. En el mejor espíritu pragmatista, Bernstein reconoce que pensar no es un ejercicio que podamos practicar en solitario, sino que requiere una comunidad activa de participantes en la que se pongan a prueba nuevas ideas y se sometan a un riguroso examen crítico. Para él, es sólo en el encuentro dialógico y agonístico con el otro que se abre un nuevo horizonte discursivo y conceptual desde el cual vemos todo de una manera renovada, como viéndolo por primera vez. Si esto suena profundamente hermenéutico es porque Bernstein percibió, mejor que ningún otro, la afinidad entre las ideas centrales del pragmatismo americano y la hermenéutica de Gadamer. En efecto, sus reflexiones sobre la violencia exhiben todas las virtudes del modelo de compresión dialógica de la hermenéutica filosófica: una apertura radical ante la palabra del otro, la aceptación de la propia finitud, el carácter siempre parcial y provisional de toda comprensión y la convicción de que incluso en contra de nuestras convicciones y creencias más arraigadas el otro puede tener razón. Pero veamos en términos un poco más concretos cómo es que Bernstein logra conducir estos fértiles e impredecibles diálogos que constituyen el núcleo de su propia versión del «pensamiento sin barandillas». II El libro comienza con una discusión crítica sobre Schmitt y su concepción de lo político, en la que Bernstein desmenuza sus planteamientos centrales y descubre una profunda inconsistencia que habita el corazón mismo de su posición. Tras la fría tranquilidad descriptiva de los análisis de Schmitt se esconde, según Bernstein, un apasionado compromiso con una concepción normativa de la política que Schmitt jamás reconoce. En otras palabras, el descarnado y brutalmente realista análisis político de Schmitt, con su énfasis en el momento de decisión soberana, se apoya sobre un ideal moral no justificado que determina por completo sus reflexiones, y en particular, su despiadada crítica al liberalismo contemporáneo. Una vez desnudamos esta inconsistencia en el planteamiento de Schmitt, vemos que también su famoso «decisionismo» aparece bajo una nueva luz, pues ya no es posible afirmar sin más que la decisión es un evento excepcional que no puede deducirse de una norma. Es decir, si seguimos la crítica de Bernstein, entonces toda decisión, por soberana que sea, sólo tiene sentido sobre la base de una concepción normativo-moral determinada, una serie de ideales que valoramos y que estamos dispuestos a defender incluso con nuestra propia vida. Lo que Schmitt presenta como un evento existencial que surge de la nada no es, en última instancia, más que la manifestación de una particular visión del mundo o forma de vida que se impone arbitrariamente sin cuestionar los fundamentos morales que la sustentan. Al problematizar la supuesta neutralidad existencial de la decisión, Bernstein pone de relieve la complejidad de la deliberación política y la multiplicidad de factores normativos que entran en juego cada vez que el soberano toma una decisión concreta. Si me he detenido un poco en el primer capítulo del libro y, particularmente, en la crítica de Bernstein al concepto de decisión en Schmitt, es porque se trata de un hilo central que conecta el resto de los capítulos, y por ende, nos ofrece una brújula para navegar entre los innumerables temas e interpretaciones discutidos a lo largo del texto. Así, por ejemplo, a pesar de que el segundo capítulo gira alrededor del texto de Benjamin «Para una crítica de la violencia», y en especial a la distinción entre violencia mítica y violencia divina que allí se expone, el tema de la decisión, y su relación especifica con la violencia, aparece de nuevo cuando Bernstein se pregunta sobre los criterios y consideraciones que entran en juego en el momento en el que decidimos apelar a la violencia. A Bernstein no lo convence la afirmación de Benjamin según la cual el mandamiento «no matarás» es una guía con la que cada uno de nosotros debe arreglárselas en soledad, y «en casos excepcionales asumir la responsabilidad de no observarla» (Benjamin, 204). Para Bernstein, lo problemático de esta afirmación no es en todo caso la posibilidad de romper con el mandamiento y recurrir a la violencia, sino más bien el hecho de que en último término, la decisión de hacerlo deba tomarse en soledad.2 Una vez más, Bernstein nos recuerda que una comprensión adecuada de la decisión política —concretamente la decisión de apelar a la violencia— debe reconocer que si bien no existen algoritmos o procedimientos racionales para determinar cuándo se justifica el uso de la violencia, no por ello debemos concluir sin más que se trata de un acto...