Braem | Tanausú, rey de los guanches | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 320 Seiten

Braem Tanausú, rey de los guanches


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-948381-3-2
Verlag: Zech Verlag
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

ISBN: 978-84-948381-3-2
Verlag: Zech Verlag
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



De forma paralela al descubrimiento de América por Cristóbal Colón, Alonso de Lugo conquista la Isla de la Palma, la penúltima de las siete Islas Canarias que aún no había sido sometida a los Reyes Católicos. En 1492 llega De Lugo con tres navíos a la costa occidental de la isla. En Benahoare, como los guanches llamaban a La Palma, el pueblo se une a Tanausú, el rey de la tribu de Aceró y guardián del Roque Santo, para preparar la resistencia. Pero con el engaño y la traición consiguen los españoles vencer a los guanches y detener a Tanausú…

En esta novela, Harald Braem describe el panorama de toda una cultura desaparecida, recreando un mundo mágico y profundamente enraizado con la naturaleza de los guanches.

"¡Enhorabuena! Así se hace comprender la historia a la gente." (Offenbach Post)

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PRIMERA PARTE
ABONA
–Escucha –dijo el anciano–, voy a contarte la historia, y te sonará distinta a como la has oído antes. Pues al contrario que la mayoría, yo sé de lo que hablo. Yo estuve allí entonces, hace cuarenta años, cuando los extranjeros llegaron a nuestra isla cruzando el mar… »¿Ves el barranco que se extiende desde aquí hasta la bahía? Se llama Barranco de las Angustias, y ya lo creo que merece ese nombre. Fue terrible lo que ocurrió allí abajo; corrió mucha sangre y el río Taburiente se tiñó de rojo. Numerosos guerreros murieron en la lucha, casi todos enemigos, pero también muchos de nuestra tribu. Yo mismo resulté herido y yací un largo tiempo en el umbral del Reino de las Sombras. Pero mi hora aún no había llegado. El Guayote del volcán, el demonio que devora las almas, no me quería, y me arrojó de nuevo a la vida para que pudiera reflexionar sobre todo lo ocurrido y lo contara a los demás. »Sucedió así: Como tú ahora, yo también fui nombrado vigía y enviado al Peñón de las Ánimas. Y, como tú, yo también dudaba secretamente del sentido de mi misión pues hacía mucho tiempo que no había guerra con los hombres del valle de Aridane. A pesar de ello, había que hacer guardia; así lo había decidido el Consejo de Ancianos. »Y un día vi un barco completamente distinto a nuestros botes de madera de drago. Era gigantesco; tenía mástiles enormes y velas imponentes, y en el mástil más alto ondeaba un patio de colores. El barco entró en nuestra bahía y echaron el ancla. Del gran barco se separó un bote más pequeño, cargado de hombres de armas relucientes y trajes que brillaban al sol. Remaron hacía la orilla, atracaron, saltaron del bote y subieron por la playa. »En un primer momento no quise dar crédito a mis ojos, pues nunca había visto algo así ni un barco como ése, ni hombres como aquellos. Pero luego eché a correr tan rápido como pude por las colinas, hacia Tijarafe, para alertar a la tribu. Madango, que entonces aún era joven y hacía muy poco tiempo que era rey, envió espías a Time. Yo fui con ellos. Vimos desde los pefiascos cómo cada vez más hombres salían del barco y subían a los botes. La playa de Tazacorte pronto fue completamente suya. Levantaron un campamento y encendieron grandes hogueras. »Nosotros no sabíamos si la gente del valle de Aridane también los había visto. El valle es llano, y desde la aldea no se ve la playa. En cualquier caso, tocamos el cuerno de concha para alertarlos. Quizá tendríamos que haber hecho precisamente lo contrario, permanecer en silencio. Como supimos más tarde, los extranjeros también escucharon el cuerno. Se pusieron a registrar la playa y, a la mañana del día siguiente, empezaron a avanzar por el valle de Aridane. »Cuando llegaron a Tazacorte, lo encontraron abandonado. Los habitantes habían dejado el pueblo para retirarse con todos sus animales a las tierras altas. Pero los extranjeros registraron todo el pueblo, saquearon las casas y se llevaron consigo todo lo que podía servirles, sobre todo cabras, comida, enseres domésticos y joyas. También descubrieron y tomaron prisionera a una muchacha, Gazmira, que se había quedado con su madre enferma. »¿Quiénes eran esos extranjeros? Averiguamos que se llamaban a si mismos castellanos y que venían de un país que se encuentra al otro lado del mar. Los gobierna un gran rey, que tiene a su mando un gran número de guerreros y barcos. Habían cruzado el mar con sus veleros, ocupando varias islas, incluida la que puede verse desde la cima de nuestras montañas los días de sol, a la que llamamos Gomera. Como tú sabes, Gomera está bastante lejos y es peligroso intentar ir allí con nuestras barcas de madera de drago. Por eso no recibíamos noticias de Gomera desde hacía mucho tiempo, y ni siquiera sospechábamos que los conquistadores extranjeros ya se encontraban allí. Llegaron a nuestra isla completamente por sorpresa. »Más tarde, cuando ya todo había pasado, nos enteramos de algunas cosas más sobre los extranjeros. Uno de ellos, al que tomamos prisionero y que luego moriría por sus graves heridas, nos lo contó todo. Hablaba un idioma completamente distinto al nuestro, pero a pesar de ello supimos sacarle todo lo que queríamos saber. »Su comandante se llamaba Guillén Peraza y era hijo de un tal Hernán Peraza, que gobernaba Gomera en representación del rey extranjero. Ese Hernán Peraza debía de ser un mal bicho, un verdugo y un carnicero, o al menos eso dijo su guerrero agonizante. Más tarde oímos que Hernán Peraza había sido asesinado por un príncipe guanche llamado Huatacuperche, lo que había sido la señal para el levantamiento de las tribus de Gomera. »Su hijo, Guillén Peraza, era tan despiadado como él, pues, a pesar de que aún era joven, quería conquistar nuestra isla y vender como esclavos a todos sus habitantes. Es lo que se acostumbra en ese lejano país llamado Castilla: se hacen a la mar con un gran numero de barcos, atacan islas y trafican con esclavos. Encadenan a los hombres, los meten en jaulas, como a animales, y los venden en cualquier lugar donde den grandes riquezas a cambio de hombres fuertes para el trabajo. »Pero volvamos a mi historia: los guerreros de nuestra tribu estaban ocultos en las montañas, observando a los extranjeros. Dos o tres días después vimos que un gran ejército de extranjeros, unos doscientos hombres bien armados, entraba en el barranco. Al frente de ellos iba Guillén Peraza. Montaba un animal muy curioso, de largas patas. Como algunos otros hombres del convoy, Guillén Peraza llevaba un traje que brillaba como las escamas de los peces. Los extranjeros avanzaban lentamente, algunos arrastrando pesadas cargas, y emitían un ligero tintineo a cada paso. »Entretanto, los guerreros de la Caldera y los del valle de Aridane se nos habían unido. Vigilamos juntos el convoy de los extranjeros. Madango sabía que no tenían intenciones pacíficas. Habían atacado y saqueado Tazacorte y ahora se estaban dirigiendo con todas sus armas a la Caldera, donde se levanta nuestra montaña sagrada, el Idafe. ¿Debíamos, pues, presenciar cómo llegaban al Idafe y profanaban el lugar de los sacrificios sagrados? Madango intentó detener a los extranjeros y hablar con ellos. Envió al barranco a tres guerreros de la tribu: Darapara, Chimayo y Garfa. Todavía me parece estar viéndolo, como si hubiera sido ayer. Los tres bajaron por la escarpada pendiente del Time y se interpusieron en el camino de los extranjeros. Eran valientes y osados, y estaban armados con lanzas y mazas. Todos vimos que no se acercaron a los extranjeros de modo amenazador, sino con tranquilidad, para negociar con ellos. Pero ¿qué hizo Guillén Peraza? Sin bajar de su animal de largas patas, hizo una señal con la mano, la señal de atacar. Sin previo aviso. Algunos extranjeros levantaron unos largos maderos y apuntaron con ellos a nuestros guerreros. Entonces tronó y salió humo, y Darapara, Chimayo y Garfa cayeron al suelo como fulminados por un rayo. Entonces otros extranjeros salieron adelante y arrojaron unas varas brillantes a nuestros guerreros, que yacían ya en el suelo. No sé qué armas eran aquéllas, pero vi que habían matado a esos tres hombres en un brevísimo instante. »¿Qué habrías hecho tú, de haber estado en nuestro lugar? ¿Debíamos huir, dejar a los enemigos la isla, nuestra querida tierra de Benahoare, sin siquiera luchar? Madango decidió atacar. Dejamos que los enemigos se internaran un poco más en el barranco, y atacamos. Primero hicimos rodar grandes rocas hacia el valle y desatamos avalanchas de piedra. Luego dejamos nuestro escondite y corrimos pendiente abajo. Muchas de nuestras lanzas y de las piedras lanzadas por nuestras hondas acertaron y mataron guerreros enemigos. Pero las armas de los castellanos demostraron su superioridad. Eran especialmente peligrosas sus largas cañas, que escupían rayos y truenos. Algunos de nuestros mejores hombres murieron bajo su fuego aun antes de que pudieran acercarse al enemigo. También sus varas brillantes eran mejores que nuestras lanzas y mazas. Una de esas varas me alcanzó en el rostro, desgarrándome la carne. Casi me parte el cráneo en dos. Escapé de allí arrastrándome con las últimas fuerzas que aún me quedaban, a pesar de que había perdido mucha sangre. Finalmente perdí el sentido. »Cuando volví en mi, yacía sobre un saliente rocoso oculto tras un arbusto, no lejos del fondo del barranco. Sentía un ardor espantoso en la herida y estaba demasiado débil para levantarme, pero no volví a perder la conciencia, de modo que pude seguir el desarrollo de la batalla. »Nuestros guerreros habían retrocedido un trecho hacia las montañas,...


Harald Braem (Berlin, 1944) fue profesor de comunicación y diseño en la escuela superior de Wiesbaden. Hasta 2013 fue director del Instituto de Investigación Interdisciplinaria sobre Culturas Antiguas KULT-UR-INSTITUT. Desde hace treinta años visita periódicamente las islas Canarias, para investigar la cultura guanche a través de los yacimientos arqueológicos. Es autor de una treintena de libros, entre ellos Tanausu, rey de los guanches, Hem-On, el Egipcio y El Mensaje de las Pirámides así como del documental televisivo, Las Islas del Drago, que profundiza en las culturas primitivas del Archipiélago Canario. Las obras de Harald Braem se han editado en diferentes países e idiomas.



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