E-Book, Spanisch, 352 Seiten
Reihe: Psicología y psicoanálisis
Braunstein El Goce
1. Auflage 2014
ISBN: 978-607-03-0631-0
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Un concepto lacaniano
E-Book, Spanisch, 352 Seiten
Reihe: Psicología y psicoanálisis
ISBN: 978-607-03-0631-0
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
En 1990 apareció publicada por Siglo XXI la primera versión de este libro con el parsimonioso título de 'Goce'. Desde entonces el libro se convirtió en la obra de consulta más citada y recomendada para elucidar las dificultades del célebre concepto de Jacques Lacan, que corona y da sentido al conjunto del pensamiento psicoanalítico tal como surge desde los primeros trabajos de Sigmund Freud.
Años después, luego de la traducción al francés, el recorrido internacional de la obra hizo que se agregaran comentarios, fueran necesarias actualizaciones bibliográficas y enmiendas, y una consideración de nuevos temas que no figuraban en la versión original. Néstor Braunstein efectuó una revisión completa del texto y, en su conjunto, esta edición aumentada puede considerarse definitiva.
Entre la satisfacción profunda y la plenitud sexual, intelectual o espiritual, entre el placer propio y el del otro, entre la prohibición y el deseo, las nociones presentadas en 'EL GOCE: UN CONCEPTO LACANIANO' perseveran en la tradición renovadora de la teoría y la clínica psico-analítica. Los sucesivos desarrollos y sus efectos sobre la teoría del inconsciente, la sexualidad y la ética permiten vincular el goce a cuestiones tan urgentes como la drogadicción, las psicosis, las formas de la angustia contemporánea y el debate sobre las perversiones.
(Bell Ville, 1941-Barcelona, 2022) fue un médico, psiquiatra, y psicoanalista argentino exiliado en México desde 1974, donde trabajó como profesor de posgrado en la UNAM y de doctorado en 17, Instituto de Estudios Críticos. Desde 2015 residió en España, donde fue profesor invitado de la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad de Barcelona, así como miembro activo de la Federación Europea para el psicoanálisis.
Fue uno de los pioneros en la enseñanza de Lacan en México, y entre los numerosos libros y artículos destacan El goce. Un concepto lacaniano (1990) y Memoria y espanto o el recuerdo de infancia (2008). Sus escritos e intervenciones han sido parte fundamental de la potente irrupción del psicoanálisis lacaniano en las últimas décadas
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2. LOS GOCES DISTINGUIDOS
1. ENTRE GOCE Y LENGUAJE
Todo sujeto está y es llamado a ser. Esta convocación no podría proceder desde adentro, desde alguna fuerza interior que residiera en él o ella, de una necesidad biológica que lo impulsara a desarrollarse. La invocación es subjetivante, hace sujeto. A él se le demanda que hable asumiendo el nombre que el Otro le diera. Tiene que hablar, decir quién es, identificarse. El Otro requiere su palabra: si el lenguaje mata a la cosa al remplazarla y hacerla ausente, la palabra debe representarla y ella ordena, necesariamente, el reconocimiento de este Otro del lenguaje, el que confiere la vida apartando de ella, mortificando. El sujeto adviene, alcanza así su ex-sistencia… pero la debe. El Otro le indica de mil modos que la vida que recibió no es gratuita, que hay que pagar por ella. Mas, ¿con qué moneda podría pagar el infans, el sujeto anterior a la función de la palabra, el precio de su ex-sistencia? Pagar quiere decir que se acepta la deuda y el pago es una renuncia. Cada moneda entregada, cualquiera sea su naturaleza, es una renuncia al goce, cada vez que se la ha dado ella no puede volver a ser usada. La compra de un nuevo objeto o de una nueva prestación obliga a dar una nueva moneda; la pérdida es irremisible. Y para vivir hay que pagar, despedirse con renuencia del goce. Es más, la clínica muestra los efectos devastadores que se producen en aquellos a quienes la existencia les es dada gratuitamente, los que no tropiezan con un Otro que sea demandante en un sistema de equivalencias, los que reciben antes de pedir, fuera del régimen de intercambios, cuando la satisfacción anticipada de las demandas aplasta la posibilidad misma del deseo. “El toma y daca de leche y caca”1 del que hablé en otra ocasión manda que la vida se desenvuelva en un mercado del goce donde nada se adquiere si no es pagando. La transacción nunca es la buena, nunca se la acepta de buena gana, nunca se sabe si el precio pagado corresponde al valor de lo que se recibe a cambio, más bien, hay que resignarse a la pérdida que implica entregar algo real a cambio de una recompensa que es simbólica, un quantum de goce a cambio del brillo inconsistente de las imágenes y las precarias certidumbres que dan las palabras de amor y los signos siempre falaces que emanan del Otro, de un Otro que también se pregunta por qué habría él de renunciar a su goce. El Otro con mayúsculas, representado siempre para el sujeto por alguien en lo imaginario, por un otro con minúsculas, con lo que comenzamos a esbozar la función y también los atolladeros del amor. El conflicto del sujeto y el Otro sería fatal si no existiese una instancia simbólica que regulase los intercambios. Es la Ley, pero ésta, aunque ciega, no es neutral pues se trata de la Ley del Otro, de la cultura, que es consustancial al lenguaje y que se manifiesta para cada hablente como la obligación de apropiarse de una lengua, materna. La Ley no es sino la imposición de estas limitaciones y estas pérdidas del goce. Ser un buen niño, un niño prudente, bien educado, es decir, siguiendo la etimología, bien conducido desde afuera para aceptar que la madre pertenece al Otro, que la madre llega a existir a partir de que el Otro (Ley de prohibición del incesto) la tacha con su interdicción, que el pecho es un objeto imposible que existe en un reino de alucinación, que el excremento también debe ser entregado para el goce del Otro educador, que la producción que uno hace no puede ser gozada por uno mismo, que uno puede, a lo sumo, especular con ese bien, retardar su entrega o soltarlo cuando no se lo espera, pero que la razón (logos) del Otro acabará por imponerse sobre el goce de la acumulación y de la tensión, que al límite de esa barrera natural que es la ley del placer se superpone la Ley del Otro que promulga lo imposible de su franqueamiento y que los goces de mirar, de ser visto, de golpear, de escupir, de morder, de vomitar, de hacerse pegar, de hablar, de escuchar, de ser oído, de gritar y de ser gritado, todos ellos están sometidos a la educación, a la represión de sus representantes pulsionales, a la supresión discursiva de las palabras inconvenientes, a la retorsión sobre sí mismo, a la transformación en lo contrario, al desplazamiento sublimatorio de los objetos y de los fines, al desconocimiento, a la conversión del goce en vergüenza, asco y dolor y de la mordedura en remordimientos. Los párrafos precedentes pueden resumirse en su conclusión: la de la incompatibilidad del goce y la Ley que es la Ley del lenguaje, la que ordena desear y abdicar del goce. Ella obliga a vivir convirtiendo las aspiraciones al goce en términos de discurso articulado, de vínculo social. La demanda está condicionada por lo que puede pedirse. Del goce originario no queda sino la nostalgia que lo crea retroactivamente, que lo mitifica, a partir de que se lo ha perdido, de que es irrecuperable en esa forma primera, de que hay que vertirlo por otro canal, pervertirlo. El cuerpo, en principio un yacimiento ilimitado del goce, va siendo progresivamente vaciado de esa sustancia (mítico fluido libidinal) que trashumaba por sus poros, que inundaba sus recovecos y se agolpaba en sus bordes orificiales. Ahora se lo podrá alcanzar, sí, pero pasando por el rodeo del narcisismo, por el campo de las imágenes y de las palabras, como un goce lenguajero, puesto fuera del cuerpo (hors corps), sometido a los imperativos y a las aspiraciones del ideal del yo que lo comandan con falsas promesas de recuperación. [I(A)]. Del goce del ser se habrá pasado al goce fálico. De la Cosa absoluta del punto de partida, absoluta porque no sabía de topes ni de mercados de la renuncia, sólo quedan los objetos fantasmáticos que causan el deseo desviando hacia otra cosa las cosas del Otro, las que sólo se marcan cuando se las alcanza, por la diferencia decepcionante, por la pérdida con respecto a la Cosa que pretendían. El objeto @, ofrecido como plus de goce, es la medida del goce faltante y por eso, por ser manifestación de la falta en ser, es causa del deseo. Pues el goce de @ es residual, es compensatorio, indicador del goce que falta por tener que transarlo con el Otro que sólo da quitando. Así como la plusvalía es el plus de valor que produce el trabajador pero que en el acto mismo de la producción le es arrebatado por el Otro (así lo estipula el contrato de trabajo) y a él sólo se le deja un remanente de placer bajo la forma de salario que relanza el proceso y que lo obliga a regresar al día siguiente, así el plus de goce es ese goce que es la razón de ser del movimiento pulsional y, a la vez, lo que el sujeto pierde, su minus, la libra de carne, el valor usurario entregado una y otra vez a la codicia insaciable del Shylock Otro. Pero nadie se resigna de buena gana a la renuncia que se le exige. El goce rechazado vuelve por sus fueros, insiste. Es el fundamento de la compulsión de repetición. Lo perdido no es lo olvidado; más aún, es el fundamento mismo de la memoria, de una memoria inconsciente que está más allá de la erosión, de un anhelo infinito de recuperación que se manifiesta en otro discurso, el del inconsciente, el de la cadena de la enunciación que corre subterránea y que alimenta y perturba a la cadena del enunciado. Para tener y para conservar la vida se ha debido aceptar la pérdida de la bolsa: nunca se acaba de perdonar al ladrón. 2. EL GOCE (NO) ES LA SATISFACCIÓN DE UNA PULSIÓN
Difundir, comentar y extender sacando nuevas conclusiones de la enseñanza de Lacan e ir más allá de la letra de sus textos no es operación carente de riesgos. Muchas veces el expositor cita una frase, un aforismo de fácil memorización y el lector queda seducido por la facilidad de la expresión. Pero una cita es, en principio, una interpretación (el analista lo sabe bien cuando recorta una expresión de su analizante y se la devuelve dando por entendidas las comillas) y, además, un recorte que sólo conserva su sentido en la medida en que se conserve el contexto en donde lo citado recibe su valor. El problema se agrava cuando, como sucede muchas veces, el primer comentarista conoce y maneja con destreza el texto del cual extrae su cita, pero lo entrega a un público que, a su vez, deviene comentarista segundo, citador de segunda mano, fundador de una doxa corriente que desvirtúa la enseñanza sin alterar la literalidad. Vaya ese proemio como introducción al comentario de una sentencia de Lacan que está alcanzando un triste destino entre los lacanianos a partir de los comentaristas. Me refiero a la expresión multicitada de “El goce es la satisfacción de una pulsión” que aparece como frase subordinada en el medio de una oración en el seminario de la ética.2 Esta frase es retomada por Jacques-Alain Miller en su seminario de 19843 y es llevada casi al absoluto en un texto de Diana Rabinovich4 en el que se lee: “El goce, definido siempre por Lacan como goce de un cuerpo, recibe su definición neta en La ética: el goce es la satisfacción...