Carol Oates | Persecución | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Carol Oates Persecución


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-17109-92-9
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 224 Seiten

ISBN: 978-84-17109-92-9
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Cuando era una niña, Abby tenía una pesadilla recurrente en la que deambulaba por una pradera cubierta de cráneos y huesos humanos. La Abby adulta cree haber dejado atrás sus demonios hasta que, la víspera de su boda, el sueño regresa y la fuerza a afrontar los oscuros secretos de su pasado, que le ha ocultado a su futuro marido, Willem. Al día siguiente -menos de veinticuatro horas después de contraer matrimonio-, Abby es atropellada por un autobús. Mientras ella convalece en el hospital, Willem intenta averiguar si su mujer ha sido víctima de un accidente involuntario o, por el contrario, se ha lanzado contra el vehículo de forma premeditada. En Persecución, Joyce Carol Oates demuestra de nuevo por qué es la reina del suspense psicológico.

(Nueva York, 1938) ha cultivado todos los géneros literarios: novela (Qué fue de los Mulvaney, Blonde, La hija del sepulturero, Hermana mía, mi amor, Ave del paraíso, Carthage); relatos (Infiel, La hembra de nuestra especie, Mágico, sombrío, impenetrable); ensayo (Del boxeo); autobiografía (Memorias de una viuda); poesía (Women In Love and Other Poems, Tenderness); teatro (The Perfectionist and Other Plays) y libros para jóvenes (Como bola de nieve, Monstruo de ojos verdes, Sexy). Su obra es extensísima. En la actualidad enseña escritura narrativa en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). Ha sido galardonada con numerosos premios, entre ellos el National Book Award, el PEN/Malamud Award y el Prix Femina étranger. Desde 1978 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, y desde hace unos años es una permanente candidata al Premio Nobel de Literatura. De la misma autora, Gatopardo ediciones ha publicado Dame tu corazón (2017), Desmembrado (2018) y Persecución (2020).
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La novia

Una mañana radiante y cegadora de abril, de un año perdido. ¿Lleva casada un solo día?

Para ser exactos, a esta hora de la mañana (las 8.11 h) lleva casada apenas veintiuna horas.

Eso la deja sin aliento de puro asombro, de pura impresión.

«Oh, ¿esto me ha pasado a mí? Estoy casada.»

Siente la necesidad de estar sola en el autobús de Raritan Avenue que la llevará hacia el centro de Hammond, y confía en encontrar un asiento al fondo. Quiere contemplar a solas la maravilla que supone ser «una mujer casada».

Porque resulta que, a sus veinte años, tiene un rostro dulce, cándido y pecoso que provoca en los extraños el deseo de hablarle. De sonreírle. «¡Hola! Caramba, pero qué frío hace esta mañana, ¿verdad?» Y ella es demasiado educada para girarles la cara, demasiado tímida para no responder; y eso supondría echar por tierra su deseo de soledad en el autobús.

La primera mañana de su vida de casada es demasiado valiosa. Teme que alguien la importune.

«¿Coge a menudo este autobús, señorita? Me parece haberla visto antes…»

No. No.

«¿Quizá en el cine? ¿Suele ir al cine? ¿Fue este viernes pasado?… Juraría que la vi… Oiga, si la verdad es que tiene aspecto de salir en las películas, como esa chica, cómo es que se llama…»

No. Qué va.

«Solo que usted es más guapa que ella. Y más joven.»

Como el filamento en una bombilla, que reluce desde el interior: así es su felicidad por estar casada con un hombre bueno y decente al que ama, y que la adora.

Pero es una felicidad privada. Quiere conservarla entre las manos ahuecadas como una llama, protegerla del viento.

«¿Es eso una alianza de boda? Oye…, ¿estás casada?»

«Perdona si me meto donde no me llaman, pero…, bueno, no pareces lo bastante mayor para ser la esposa de nadie…, ¿eh?»

«No pareces tener más de…, ¿cuántos? ¿Dieciséis?»

Una sonrisita nerviosa. Siempre educada, evita mirarlos a los ojos. Tiene el hábito inconsciente de frotarse la muñeca izquierda.

En torno a la muñeca izquierda tiene una marca roja, como un sarpullido. Como si le hubieran atado esa muñeca, muy prieta, y la cuerda, o el cordel, le hubiera lacerado la piel sensible, dejándola en carne viva aquí y allá.

(De jovencita, aprendes a no ofender a los extraños con tu rechazo. En particular a los hombres. A los extraños, pero tampoco a los jefes. Ni a los profesores, en sus tiempos de estudiante, durante lo que le había parecido una eternidad. Siempre sonriente y cordial, porque eras una chica guapa, sí, pero si dices lo que no toca o no sonríes con la vivacidad que se espera, un hombre puede volverse muy desagradable, y rápidamente.)

«Bueno…, ¡que tengas un día estupendo, querida! Esta es mi parada.»

Hay dos asientos vacíos al fondo, y tiene la astucia de sentarse en el que da al pasillo, dejando libre el que queda junto a la ventana. De ese modo, nadie va a pretender pasar por encima de sus pies para sentarse ahí. Si alguien quiere sentarse junto a ella, tendrá que pedirle que se mueva, algo que hará (por supuesto), pero con aire distraído como si tuviera la cabeza en otra parte.

No tiene práctica en estar casada, pues no hace ni un día entero que es la señora de Willem Zengler, pero sí la tiene en evitar las miradas de extraños en sitios públicos. Incluso las de mujeres aparentemente cordiales.

—Disculpe, señorita…, ¿está ocupado ese asiento?

Tiene que decir que no, que no está ocupado.

Tiene que moverse hacia la ventanilla. Con una sonrisa tensa, se vuelve hacia fuera y esconde la mano izquierda con la alianza de plata.

—Menudo frío hace esta mañana, ¿verdad? Y menudo viento hacía esperando el maldito autobús…

Finge no oírlo. En el Centro de Servicios Asistenciales del Condado, una se encuentra a personas sordas; algunas son tan solo adolescentes, niños. Lo de tener problemas de audición no es tan raro.

Ella también ha trabajado con ciegos. Gente con problemas de visión.

Se pregunta si habrá una clasificación para la gente con problemas del alma.

La persona que va a su lado continúa hablándole, o hablando en dirección a ella. Es un viejo Elmer Gruñón, el padre de alguien. Habla para sí, quejándose, pero con tono divertido, con la esperanza de que la chica guapa y pecosa que va a su lado oiga algo interesante y responda con una risita, con una coqueta mirada de soslayo.

Ella no ha visto de quién se trata. No está dispuesta a volverse hacia él, ni siquiera con un suspiro de exasperación, aunque el hombre (maldito sea) ha empezado a invadir con su peso, con su mole, el duro plástico de su propio asiento, como quien no quiere la cosa, como si hubiera estado conteniendo el aliento y ahora lo soltase.

Qué lástima que su joven marido, tan alto y guapo, no esté con ella esta mañana. Pegado a ella, cogiéndole la mano. Willem daría la vida entera por protegerla. (Sabe que es así.)

Nadie podría sentarse a su lado si Willem estuviera ahí. Nadie podría inmiscuirse en su felicidad privada.

Pero Willem ha cogido otro autobús, hacia otra parte de la ciudad. Willem va de camino a la universidad.

¡Oh, su primera mañana como la señora de Willem Zengler! Su nueva vida.

De momento, los recién casados no tienen suficiente dinero para una luna de miel ni nada que se le parezca. Ambos deben trabajar, y Willem tiene clases. El sábado, a primera hora de la mañana, saldrán con el coche en dirección norte, hacia Lake George, donde se alojarán en una cabaña que les deja un amigo del padre de Willem; el domingo por la noche volverán a casa. Cuando dispongan de un fin de semana de tres días, posiblemente irán a ver las cataratas del Niágara, que quedan a solo cinco horas de distancia.

Pero algún día disfrutarán de una verdadera luna de miel, en algún sitio romántico como Miami Beach o París. Willem se lo ha prometido.

A su lado, el muslo del fornido extraño presiona contra el suyo. A través de las capas de ropa, incluso de su propio abrigo, la presión es insistente.

Ella se encoge. Trata de quitarse de en medio.

Es posible que la mole del hombre no invada su sitio a propósito. Sin duda es simplemente un hombre robusto. Y viejo: lo oye respirar con un resuello asmático.

Quizá su reticencia lo ofende. Su cháchara se ha interrumpido.

Pero la tensión la ha dejado llena de inquietud. Es muy sensible a los cambios de humor de los adultos, en especial de los hombres.

Qué rápido puede cambiar su humor. Puede hacerlo en cuestión de un instante. Los indicios son cierta rigidez en la mandíbula, los músculos del cuello, una repentina inhalación.

Ven aquí. ¿Adónde te has creído que ibas?

Aquí. Justo aquí. He dicho que

(Pero ¿por qué tiene ahora esos pensamientos tan inquietantes? ¡Y precisamente esta mañana, nada menos!)

Cuánto deseaba estar a solas con su recién descubierta felicidad. En su primera mañana de su vida de casada. La primera mañana del resto de su vida…, de la señora de Willem Zengler.

Cómo devora ese Zengler a Hayman. ¡Y cuánto lo agradece ella!

Todos los pasajeros del autobús le sonreirían a la señora Zengler si lo supieran. Cómo se ruborizaría ella si lo supieran. Seguirían bromas sobre lunas de miel y noches de bodas…; ella no las oiría, pues esas bromas no las encuentra divertidas.

Pero esta maravillosa mañana, esta mañana atesora un secreto mientras el traqueteante autobús de Raritan Avenue la lleva hacia el Centro de Servicios Asistenciales del Condado: si el hombre que va a su lado ha decidido dejarla en paz, se sentirá segura para centrarse de nuevo en su felicidad.

Una oleada vertiginosa de alegría, alivio, gratitud. El día de su boda.

(Francamente, no había esperado que ocurriera. Tenía la certeza de que algo terrible lo impediría.)

(Lo peor que podría pasarle ahora en la vida sería la muerte de Willem, por lo mucho que lo quiere. Su propia muerte no sería para tanto. Un simple borrón.)

Todos los invitados a la boda venían de parte del novio, y tampoco eran muchos. Los parientes de la novia vivían demasiado lejos para asistir. No podían permitirse viajar. En cualquier caso, circulaba la extraña creencia de que la novia era adoptada.

Se pregunta si los Zengler sospechan de ella. En su lugar, ella lo haría.

Si bien es cierto que la gente que sonríe siempre le despierta sospechas.

Es-que-le-to. ¡Esqueleto!

De golpe, como un...



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