E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: GS
Crossan El poder de la parábola
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-288-2741-6
Verlag: PPC Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 272 Seiten
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ISBN: 978-84-288-2741-6
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John Dominic Crossan es un reconocido investigador del 'Jesús histórico· y autor de varios libros de enorme repercusión, entre los que destacan 'Jesús: vida de un campesino judío' (Barcelona, Crítica, 1994), 'Jesús: biografía revolucionaria' (Barcelona, Crítica, 1996) y 'El nacimiento del cristianismo' (Santander, Sal Terrae, 2002).
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PRÓLOGO
RELATO Y METÁFORA
En el verano de 1960 yo era monje y sacerdote en el monasterio servita en lo alto de la colina del Janículo, en Roma, y estaba a la mitad de dos años de investigación posdoctoral en el Pontificio Instituto Bíblico, en el centro de la ciudad.
Roma se estaba preparando para los Juegos Olímpicos a finales de agosto y, aparte del calor normal, la ciudad prometía demasiadas construcciones y demasiada gente. (Hasta el papa deja el Vaticano en agosto y va al fresco Castelgandolfo, en los Castelli romani, en las cercanas colinas albanas –una prueba segura, aunque pequeña, de su infalibilidad–.)
Aquel agosto yo agradecí recibir una «obediencia» –el equivalente monástico de las «órdenes» de un soldado– para cambiar Roma por Lisboa, encontrarme con un grupo norteamericano en esa ciudad y hacer de capellán suyo por los lugares más importantes de peregrinación católica en Europa occidental. Entre ellos estaban Fátima y Lourdes, por la Virgen María; Lisieux, por santa Teresita; Mónaco, por Grace Kelly, y Castelgandolfo, por Juan XXIII. Y entonces ocurrió.
Cuando nuestro grupo viajaba lentamente en autobús desde Roma a París para el vuelo hacia casa, paramos en Oberammergau, a los pies de los Alpes bávaros, para asistir a la representación de la pasión, una dramatización de la semana final de la vida de Jesús en la tierra que duraba unas cinco o seis horas. Se representa cada diez años por los habitantes del pueblo como acción de gracias por la curación de una peste bubónica en 1634. Naturalmente no hubo representación en 1940, pero se reanudó en 1950. Asistieron entonces el canciller Adenauer y el general Eisenhower.
En otras palabras, lo que nosotros veíamos en 1960 era la obra sin cambiar que Hitler había visto antes de su elección en 1930 y nuevamente en 1934, por una conmemoración especial con motivo del tricentésimo aniversario. Pero en aquel comienzo de septiembre en 1960 yo no había leído todavía el entusiasta comentario de Hitler sobre la representación:
Es vital que la pasión siga en Oberammergau; porque nunca la amenaza del judaísmo ha sido representada tan convincentemente como en esta representación de lo que ocurrió en los tiempos de los romanos. Se puede ver cómo Poncio Pilato, racialmente un romano e intelectualmente muy superior, está firme como una limpia roca en medio de todo el barro y fango del judaísmo.
Este obsceno comentario aparecía en julio de 1942, cuando los ejércitos alemanes estaban empezan do su terrible avance hacia Stalingrado. Pero aunque yo no conociera el comentario de Hitler, ciertamente conocía lo que ocurrió en la Semana Santa del cristianismo tanto por la liturgia monástica como por el estudio bíblico.
Pero lo que yo no esperaba es que una historia que conocía tan bien como texto escrito resultara tan profundamente poco convincente como drama representado. La representación empezaba a primera hora de la mañana del Domingo de Ramos, y el enorme escenario estaba lleno con una muchedumbre que gritaba su aprobación y aclamación en honor de Jesús cuando entraba en Jerusalén. Pero al final de la tarde la obra había avanzado hasta el Viernes Santo, y la misma enorme multitud estaba ahora gritando por la condena y pidiendo la crucifixión. Sin embargo, nada en la obra explicaba cómo la gente había cambiado de parecer tan radicalmente.
Me preguntaba si la infame escena en que la muchedumbre se hace responsable de la muerte de Jesús gritando: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos», era realidad o ficción. Como historia no parecía convincente. ¿Cuál fue la razón para el cambio de actitud de la gente desde la aceptación al rechazo? ¿Podría ser este relato más parábola que historia?
Esta idea llevó a otras. Si fuera parábola, es decir, un relato ficticio inventado con finalidades morales o teológicas, entonces habría no solo parábolas de Jesús –como la del buen samaritano–, sino parábolas sobre Jesús –como la de la muchedumbre asesina en esta obra sobre la pasión–. Y más aún, habría no solo parábolas de luz, sino parábolas tenebrosas. La historia fáctica de la crucifixión de Jesús se habría convertido en parábola –historia parabólica o parábola histórica, si se quiere, a lo que volveré con mayor detalle más adelante– y, a partir de ello, en el terror de los tiempos, un antijudaísmo teológico habría engendrado antisemitismo racial.
En junio de 1967 volvía de un período sabático de dos años en la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa, justo al norte de la Puerta de Damasco, en la Vieja Jerusalén. Me fui –el término técnico es «huí»– justo antes de que la Jerusalén Vieja pasara de Jordania a Israel en la Guerra de los Seis Días. Durante los siguientes dos años, antes de dejar el monasterio y el sacerdocio e ir a la Universidad DePaul en 1969, enseñé en dos seminarios en la zona de Chicago. Uno de mis cursos era sobre las parábolas de Jesús, y el otro sobre los relatos de resurrección acerca de Jesús.
Con estos cursos me encontraba volviendo a explorar –como antes en Oberammergau– la relación entre parábola e historia. Había observado que los relatos parabólicos de Jesús parecían notablemente similares a los relatos de resurrección acerca de Jesús. ¿Pretendían ser estos últimos tan parábolas como los primeros? ¿Habíamos estado leyendo parábolas como si fueran historia y equivocándonos en ambos casos, al menos desde que el literalismo deformó tanto la imaginación procristiana como la anticristiana en respuesta a la Ilustración? Piénsese, por ejemplo, en el camino de Jerusalén a Jericó, con su buen samaritano, y el camino de Jerusalén a Emaús, con su Jesús de incógnito después de la resurrección. La mayoría acepta el primer relato (Lc 10,30-35) como un relato de ficción con un mensaje teológico, pero, ¿qué pasa con el último (Lc 24,13-33)? ¿Es este último relato hecho o ficción, historia o parábola? Muchos dirían que este relato realmente ocurrió. Pero, ¿por qué es así cuando solo unos pocos capítulos antes un relato parecido es considerado pura ficción, una parábola completa? Tenemos que contemplar esta pregunta un poco más de cerca.
Una primera clave de que el relato de Emaús fue pensado como parábola es que, cuando Jesús se une a la pareja en el camino, no le reconocen. Es como si estuviera viajando de incógnito. Una segunda clave es que, cuando explica con detalle cómo las Escrituras bíblicas señalan a Jesús como Mesías, todavía no lo reconocen. Pero la tercera y definitiva clave para la finalidad de la historia está en el clímax y requiere una cita completa:
Cuando se acercaban a la aldea a la que iban, hizo ademán [Jesús] como de seguir adelante. Pero ellos le insistieron con vehemencia, diciendo: «Quédate con nosotros, porque anochece y el día va de caída». Entró y se quedó con ellos. Cuando estaba a la mesa con ellos, tomó pan, recitó la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se abrieron sus ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Entonces se decían uno a otro: «¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,28-32)1.
Esto es parábola, no historia. La liturgia cristiana implica la Escritura y la eucaristía, siendo la primera preludio y prólogo para la segunda. Así ocurre también con los componentes gemelos del relato de Emaús. Primero viene la sección de la Escritura, pero con el mismo Jesús como intérprete el resultado es « corazones ardientes», es decir, corazones dispuestos a actuar. Pero, ¿hacer qué? En la sección de la eucaristía tenemos la respuesta a esta pregunta. Es tratar al extraño como a uno mismo, invitar al extraño al propio hogar, hacer que el extraño comparta la propia comida. Y es precisamente en una comida compartida de ese tipo como Jesús es reconocido presente... entonces, ahora, siempre. Por eso las palabras clave «tomó», «bendijo», «partió» y «dio» en el clímax del relato de Emaús se usan también en la comida pascual de la última cena, antes de la ejecución de Jesús (Mc 14,22).
Este relato es una parábola sobre el amor, es decir, dar de comer al extraño como a uno mismo y encontrar a Jesús todavía –¿o solamente?– del todo presente en ese encuentro. Esto me resultaba muy claro hace algunas décadas y yo resumía la antigua intención cristiana y el moderno significado cristiano de esa parábola diciendo: «Emaús no sucedió nunca, Emaús siempre está sucediendo». Por cierto, eso es una definición inicial de parábola: un relato que no sucedió nunca, pero que siempre sucede... o al menos debería suceder.
Toda la sección precedente introduce las cuestiones básicas de este libro. Si por lo menos hubo una parábola oscura en los detalles de la crucifixión y una parábola brillante en los relatos de la resurrección,...