De Tovar / Vázquez Chamorro | Origen de los mexicanos | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 396, 190 Seiten

Reihe: Historia

De Tovar / Vázquez Chamorro Origen de los mexicanos


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9897-917-6
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 396, 190 Seiten

Reihe: Historia

ISBN: 978-84-9897-917-6
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El Origen de los mexicanos, se atribuye al jesuita mestizo Juan de Tovar (1540?-1626), quien fue prebendado de la Catedral de México y profesor del colegio de San Gregorio. El libro de Tovar se inspira en un Manuscrito azteca desconocido y resume los escritos de fray Diego Duran. Este fraile a su vez siguió muy de cerca una historia redactada por un indígena en lengua náhuatl o azteca. Aquí se relata la historia de la conquista desde la óptica de los vencidos. Este libro es una fuente vital para el conocimiento del México prehispano. Se conserva en un Manuscrito bautizado con el nombre de Códice Ramírez en honor a su descubridor, junto con los fragmentos de otras dos relaciones no menos importantes. Existen dos versiones manuscritas del mismo texto: - una se conserva en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia; - y la otra en la Biblioteca John Carter Brown, de Rhode Island, y contiene algunas láminas ilustradas.En general, cuando se habla del Códice Ramírez se trata del manuscrito de 1587 de Juan de Tovar. El nombre completo del documento es Códice Ramírez. Relación del origen de los indios que habitan en la Nueva España según sus historias. Y es una copia incompleta del Códice Tovar, del cual solo incluye la segunda parte y fue descubierto por José Fernando Ramírez, en 1856. Cabe añadir que Tovar envió el Origen de los mexicanos al también jesuita José de Acosta, quien transcribió pasajes íntegros en su conocida Historia natural y moral de las Indias.

Juan de Tovar

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LIBRO I (Segunda parte)
Electo por común consentimiento de todos los mexicanos a Chimalpopoca, muy contenta la ciudad, pusieron al niño en su trono real, y ungiéndole con la unción divina, le pusieron la corona con una rodela en la mano izquierda y en la otra una espada de navajas a su usanza, vestido con unas armas, según el dios que querían representar, en señal de que prometía la defensa de la ciudad y el morir por ella; eligieron a este rey así armado, porque ya entonces pretendían los mexicanos libertarse por fuerza de armas, lo cual hicieron, como luego se verá. Después de algunos años que reinaba Chimalpopoca, muy amado del rey de Azcaputzalco, su abuelo, teniendo los mexicanos por esto más entrada y familiaridad en Azcaputzalco, los señores de México persuadieron a su rey que puesto era tan amado de su abuelo, le enviase a pedir el agua de Chapultepec (que es cerro de que atrás se ha hecho mención), porque la de su laguna estaba cenagosa y no la podían beber. Envió Chimalpopoca sus mensajeros a su abuelo el rey de Azcaputzalco, el cual viendo que no perdían en ello ni era detrimento de su república, pues no se aprovechaban de ella, con sentimiento de los suyos se la dio. Los mexicanos muy alegres y contentos con el agua, comenzaron con gran cuidado y prisa a sacar céspedes de la laguna, y con ellos estacas y carrizos con otros materiales, en breve tiempo trajeron el agua a México, aunque con trabajo, porque por estar todo fundado en la laguna, y el golpe del agua que venía era grande, como el caño era de barro, se les deshacía y derrumbaba por muchas partes. Tomaron de aquí ocasión los mexicanos para provocar a enemistad a los de Azcaputzalco, deseando viniese ya todo en rompimiento para hacer lo que tanto deseaban, que era ponerse en libertad. Tornaron a mandar sus mensajeros con este intento al rey de Azcaputzalco, haciéndole saber de parte del rey, su nieto, cómo no podían gozar de aquella agua que les había dado, porque se les desbarataba el caño que había hecho para llevarla, por ser de barro, y así les hiciese merced de darles madera, piedra, cal y estacas, y mandar a sus vasallos les fuesen a ayudar para hacer un caño de cal y canto. No le supo bien al rey ni a los de su corte la embajada, porque les pareció muy atrevida y osada para Azcaputzalco, siendo el supremo lugar a quien reconocía toda la tierra, y aunque el rey quisiera disimular por amor del nieto, los de su corte se encolerizaron tanto, que con mucha libertad le respondieron diciendo: —«Señor y rey nuestro, ¿qué piensa tu nieto y los demás de su consejo? ¿Entienden que hemos de ser aquí sus vasallos y criados? ¿No basta que aposentados y admitidos en nuestras tierras, hayamos consentido funden y habiten su ciudad, dándoles el agua que nos pidieron, sino que ahora quieren tan sin vergüenza y miramiento de tu real corona, que tú y todos les vamos a servir y edificarles caño por donde vaya el agua? No queremos ni es nuestra voluntad y, sobre ello, perderemos todos las vidas, y hemos de ver qué es lo que les dé atrevimiento para tan gran desvergüenza y osadía como ésta». Dicho esto se apartaron de la presencia del rey, y tuvieron entre sí una consulta hallándose en ella los señores de Tacuba y Coyoacan que era toda la congregación tepaneca poco aficionada a la nación mexicana, donde determinaron no sólo no darles lo que pedían, sino de ir luego a quitarles el agua que les habían dado, y como a gente de tantos bríos destruirlos y acabarlos, sin que quedase hombre de ellos ni lugar que se llamase México. Con esta determinación comenzaron a incitar a la gente del pueblo y a ponerla en armas e indignación contra los mexicanos, diciéndoles cómo los querían avasallar y hacerles sus tributarios, para servirse de ellos, y para más manifestar el enojo que ellos tenían y que la guerra se efectuase, dieron pregón en su ciudad que ninguno fuese osado del tratar ni contratar en México ni meter bastimentos ni otras cosas de mercaderías so pena de la vida; y para ejecución de esto pusieron guardas por todos los caminos para que ni los de la ciudad de México entrasen en Azcaputzalco ni los de Azcaputzalco en México, vedándoles el monte que entonces les era franco; finalmente, todo el trato y comercio que con los tepanecas tenían. Viendo el rey de Azcaputzalco los suyos tan alborotados y que se determinaron a matar a los mexicanos haciéndoles guerra, quiso mucho estorbarlo; pero viendo que era cosa imposible, rogó a sus vasallos que antes que ejecutasen su ira le hurtasen al rey de México, su nieto, para que no padeciese con los demás. Algunos estuvieron de este parecer, excepto los señores ancianos que dijeron no convenía; porque aunque venía de casta de tepanecas, que era por vía de mujer el parentesco, y de parte del padre era hijo de los mexicanos, a cuya parte se inclinaría siempre más, y por esta causa, al primero que habían de procurar matar era al rey de México. Lo cual oído por el rey de Azcaputzalco recibió tan gran pena que de ella adoleció y murió, con cuya muerte los tepanecas se confirmaron más en su mal propósito, y así concertaron entre sí de matar al rey Chimalpopoca por el gran perjuicio que de ello a los mexicanos se seguiría, y para esto, y para perpetuar más la enemistad, usaron de una traición muy grande, y fue que una noche estando todos en silencio entraron los tepanecas en el palacio real de México, donde hallaron toda la guarda descuidada, y durmiendo, y tomando al rey descuidado lo mataron y se volvieron los homicidas sin ser sentidos. Acudiendo los mexicanos por la mañana a saludar a su rey (como ellos acostumbraban) halláronlo muerto y con grandes heridas. Causó esta desastrosa muerte en los mexicanos tanto alboroto y llanto, que luego, ciegos de ira, se hicieron todos en arma para vengar la muerte de su rey, pero sosególos y aplacólos un señor de ellos diciéndoles: —«Sosegaos y aquietad vuestros corazones, oh mexicanos, mirad que las cosas sin consideración no van bien ordenadas, reprimid la pena considerando que aunque vuestro rey es muerto, no se acabó en él la generación y descendencia de los grandes señores; que hijos tenemos de los reyes pasados que sucedan en el reino con cuyo amparo haréis mejor lo que pretendéis que ahora. ¿Qué caudillo o que cabeza tenéis, para que en vuestra determinación os guíe? No vayáis tan a ciegas, reportad vuestros animosos corazones, y elegid primero rey y señor que os guíe, esfuerce y anime y os sea amparo contra vuestros enemigos, y mientras esto se hace, disimulad con cordura, haced las obsequias a vuestro señor y rey ya muerto, que presente tenéis, que después habrá mejor coyuntura y lugar para la venganza». Reportándose con estas palabras los mexicanos, disimularon por entonces e hicieron las obsequias y oficios funerales a su rey según su uso y costumbre, y para ello convidaron a todos los grandes de Tezcuco y Culhuacan, a quienes contaron la maldad y traición que los tepanecas habían usado con su rey, lo cual dio en rostro a todos y pareció muy mal. Después de muchas pláticas dijeron los mexicanos a todos estos señores que habían convidado, que les rogaban que se estuviesen pacíficos y no les fuesen contrarios, ni ayudasen ni favoreciesen a los tepanecas, que tampoco ellos querían ni su favor ni su ayuda sino sola de su dios y la del señor de lo criado y la fuerza de sus brazos y ánimo de su corazón, y que determinaban morir o vengar su injuria, destruyendo a los de Azcaputzalco. Los señores comarcanos les prometieron no serles contrarios en cosa ninguna, ni dar favor ni ayuda contra ellos, y que pues los de Azcaputzalco les habían cerrado el camino vedándoles todo trato y contrato en su ciudad y los montes y agua, que ellos daban sus ciudades libres todo el tiempo que durase la guerra, para que sus mujeres y hijos fuesen y tratasen por agua y por tierra, y proveyesen su ciudad de todos los bastimentos necesarios. Lo cual los mexicanos agradecieron muy mucho con muchas muestras de humildad, rogándoles se hallasen presentes a la elección del nuevo rey que querían elegir; y ellos, condescendiendo en su ruego, se quedaron. Hicieron luego los mexicanos su junta y congregación para elegir nuevo rey, comenzando uno de los más ancianos con la oración que en tales elecciones se usaba, que entre esta gente hubo siempre grandes oradores y retóricos, que a cualquier negocio y junta oraban y hacían largas pláticas llenas de elocuencia y metáforas delicadísimas, con muy sabias y profundas sentencias, como consideran y afirman los que entienden bien esta lengua, porque después de muchos años que la deprenden con cuidado siempre hallan cosas nuevas que deprender, y se podrá inferir bien cuán excelente era el estilo y lenguaje por la oración que hizo un anciano de ellos en esta elección, y [por] algunas [otras] que en adelante se pondrán. Puesto, pues, delante de todos, el retórico viejo comenzó su oración en esta forma: —«Fáltaos, oh mexicanos, la lumbre de vuestros ojos, aunque no la del corazón, porque dado que habéis perdido el que era luz y guía en esta república mexicana, quedó la del corazón para considerar que si mataron a uno quedan otros que puedan suplir muy aventajadamente la falta que aquél nos hace. No feneció aquí la nobleza de México, ni se aniquiló la sangre real, volved los ojos y mirad alrededor, y veréis en torno de vosotros la nobleza mexicana puesta en orden, no uno ni dos, sino muchos y muy excelentes príncipes, hijos de Acamapichtli, nuestro legítimo y verdadero señor. Aquí podréis escoger a vuestra voluntad, diciendo este quiero y ese otro no quiero, que si perdisteis padre aquí hallaréis padre y madre. Haced cuenta, oh mexicanos, que por breve tiempo se eclipsó el Sol y se obscureció...



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