Deresiewicz | La muerte del artista | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 448 Seiten

Reihe: Ensayo

Deresiewicz La muerte del artista


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-123513-9-2
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 448 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-123513-9-2
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Una advertencia sobre cómo la economía digital amenaza la vida y el trabajo de los artistas: la música, la escritura y las artes visuales que sustentan nuestras almas y sociedades. Se escuchan dos relatos sobre ganarse la vida como artista en la era digital. Uno surge de Silicon Valley: 'Nunca ha habido un mejor momento para ser artista. Si tienes un ordenador portátil, tienes un estudio de grabación. Si tienes un iPhone, tienes una cámara de cine. Y si la producción es barata, la distribución es gratuita: se llama Internet. Todo el mundo es un artista; simplemente explote su creatividad y publique sus cosas'. El otro relato proviene de los propios artistas: 'Claro, puedes poner tus cosas ahí, pero ¿quién te va a pagar por ellas? No todo el mundo es un artista. Hacer arte lleva años de dedicación y eso requiere medios de apoyo. Si las cosas no cambian, el arte en gran medida dejará de ser sostenible'. Entonces, ¿qué relato es el verdadero? ¿Cómo se las arreglan los artistas para ganarse la vida hoy en día? Deresiewicz, un destacado crítico de arte y de la cultura contemporánea, se propuso responder a estas preguntas. Sostiene que estamos en medio de una transformación de época. Si los artistas fueron artesanos en el Renacimiento, bohemios en el siglo xix y profesionales en el xx, un nuevo paradigma está surgiendo en la era digital.

William Deresiewicz. Englewood (EE.UU.), 1964. Ensayista y crítico galardonado, orador frecuente en universidades, escuelas secundarias y otros lugares, y autor del éxito de ventas El rebaño excelente. Cómo superar las carencias de la educación universitaria de élite. Su nuevo libro es La muerte del artista. Cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología. Deresiewicz ha publicado más de doscientos ensayos y reseñas. Ha ganado el Premio Hiett en Humanidades, la Mención Balakian a la Excelencia en la Crítica y un Premio Sydney; también ha sido nominado en tres ocasiones al Premio Nacional de Revistas. Su trabajo, que ha aparecido en The New York Times, The Atlantic, Harper's Magazine, The American Scholar y muchas otras publicaciones, ha sido traducido a más de quince idiomas e incluido en más de treinta manuales universitarios y escolares. Enseñó Inglés en Yale y Columbia antes de dedicarse a la escritura a tiempo completo en 2008. Ha dado conferencias en más de ciento treinta instituciones educativas y ha ocupado puestos de visitante en las universidades de Bard, Scripps y Claremont McKenna, así como en la Universidad de San Diego. Deresiewicz es miembro de la Junta Directiva de Tivnu: Building Justice, un espacio de justicia social judía en Portland (Oregón) y del Consejo Asesor de Project Wayfinder, que dirige programas de orientación en escuelas de todo Estados Unidos y más allá.
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01

Introducción

Este es un libro sobre arte y dinero, sobre la conexión entre ambos y sobre cómo esa relación está cambiando y transformando a su vez el arte. Es un libro sobre cómo los artistas —músicos, escritores, artistas visuales, creadores de cine y televisión— se ganan la vida, o lo intentan con dificultades, en la economía del siglo XXI.

Algunas anécdotas:

Matthue Roth es un escritor de memorias judío jasídico, autor de libros infantiles y de novelas juveniles, escritor de cuentos, poeta de slam, diseñador de videojuegos, bloguero, creador de fanzines, columnista y guionista que una vez salió con una trabajadora sexual no judía, actuó en Broadway con el grupo de poetas Def Poetry Jam y se convirtió en el único miembro masculino de Sister Spit, un colectivo feminista de spoken word[1] de San Francisco, donde ha preparado la cena del shabbos para las Riot Grrrls. Sus libros tienen títulos como Yom Kippur a Go-Go, Never Mind the Goldbergs y My First Kafka (uno de los libros infantiles). Roth, hombre dulce, casi infantil, escribe en pequeños cuadernos durante el viaje de una hora entre Manhattan y Brooklyn, donde vive con su mujer y sus cuatro hijos. Si se le ocurre una idea durante el sabbat (y se le ocurren ideas sin parar), tiene que esperar hasta que se hace de noche para anotarla.

La mayor parte de las cosas que hace Roth le rinden poco o nada de dinero. Cuando en 2004 vendió su primera novela por diez mil dólares, la suma era aproximadamente el doble de lo que había ganado el año anterior. En 2016, después de trabajar en la producción de contenidos de vídeo para un sitio web judío, en la creación de videojuegos para una compañía de tecnología educativa y en la escritura de sketches relacionados con la ciencia para la organización independiente sin ánimo de lucro Sesame Workshop, Roth respondió a una oferta de empleo poco explícita en la página de Facebook de un pequeño grupo de escritores de guiones y narraciones para videojuegos del área de Nueva York. Resultó ser para un trabajo en Google. Como escritor creativo. Su primer puesto allí fue como miembro del «equipo de personalidad» para Google Assistant, escribiendo líneas de diálogo e ideando «Easter eggs»: bonos y chistes sorpresa.

«Cuando conseguí el trabajo en Google, muchos de mis amigos dijeron: “¡Lo has conseguido, ahora a darse la vida padre!” —me explicó Roth—. También yo lo creí así durante una semana y media». Pero el empleo resultó ser por contrato temporal, sin prestaciones: una buena suma de dinero para sus jóvenes compañeros de trabajo solteros, menos buena para alguien cuya familia gasta unos treinta mil dólares al año en seguros médicos. Podían renovarle con contratos de tres a seis meses, con una limitación por ley estatal de dos años en total. Cuando hablamos, ya llevaba año y medio trabajando allí. Y se enfrentaba a otro eslabón decisivo. «Casi treinta y nueve y medio —respondió cuando le pregunté la edad—. Cada día soy menos joven». Roth se comparó con el «Océano de la Fantasía», el narrador de la novela infantil de Salman Rushdie Harún y el Mar de las Historias, cuyo «Grifo de las Historias» se seca un día. «Me aterroriza que llegue un momento en que mi cerebro se apague o tenga demasiado miedo a inventar constantemente ideas nuevas y emocionantes», dijo, lo que haría que, al borde de la mediana edad, se encontrara sin la posibilidad de seguir trabajando como persona creativa.

Lily Kolodny (nombre ficticio) es, desde cualquier punto de vista, una joven ilustradora de éxito. Su encantador estilo aniñado e ingenuo le ha valido que Penguin Random House, HarperCollins, el New York Times, el New Yorker y muchas otras editoriales y publicaciones conocidas le hayan asignado encargos. «Mis amigos siempre me dicen: “¡Qué suerte tienes! Has encontrado lo que se supone que debes hacer” —me explicó—. Cuando estoy convencida de mi talento, me siento como si estuviera en la cresta de la ola, segura de lo que estoy haciendo. Sé que hago lo que debo hacer».

Al mismo tiempo, a Kolodny le consume la ansiedad por la cuestión económica. «Siempre he sobrevivido, sin más —me aseguró—. En realidad, no tengo nada ahorrado». Cuando le pregunté cuál era la cantidad mínima de dinero a la que debía llegar cada año, dijo: «No tengo ninguna cantidad mínima objetiva, pero eso es porque he estado posponiendo la idea de imponerme una. Me resulta difícil visualizar el futuro». Las cosas le iban bien en la época en que hablamos. Desde hacía algunos meses, había «comido fuera sin tener remordimientos de conciencia» en varias ocasiones, había «comprado algunas cosas» y había dejado de revisar sin parar su cuenta bancaria para ver cuándo le pasaban el alquiler. También trabajaba con un agente en un proyecto que esperaba que llevara su carrera profesional al siguiente nivel, unas «memorias ilustradas impresionistas semificticias», como ella lo describió. «He pensado en ello como mi plan para hacerme rica rápidamente —dijo—. Aunque no va nada rápido —se rio—, es muy lento».

«Para mí, es el huevo de oro —me explicó Kolodny—. Si no sale o acaba yendo mal tendré que reevaluarlo todo». ¿Y cómo sería esa reevaluación? ¿Qué otra cosa podría hacer? El plan B sería dar clases. Idealmente de arte, pero si fuera necesario podría dar de cualquier cosa. El plan C sería desempeñar cualquier tipo de trabajo. «Entre mis conocidos —me explicó—, los que no tienen un trabajo de nueve a cinco o no viven de rentas son profesores de yoga, o conductores de Uber, o niñeras». Sería difícil para ella, después de todos estos años, «recurrir a algo así, tan desconectado de mi oficio». Pero Kolodny, que tenía treinta y cuatro años en el momento en que hablamos, también sabía que se estaba acercando la hora de tomar una decisión. «No es sostenible —aseguró sobre su situación—, sobre todo si quiero tener hijos. Suponiendo que quiera tener uno… Y sí quiero tener un hijo».

Martin Bradstreet tenía veintinueve años cuando consiguió cumplir sus sueños musicales. Bradstreet, que se crio en Australia y vive en Montreal, fue el fundador de la banda de rock Alexei Martov. (La mejor manera de describir su música es como ruidosa y estridente). El grupo consiguió hacerse con un público fiel en los alrededores de Montreal, donde ofrecían conciertos que promocionaban en Facebook. En 2015, Bradstreet decidió organizar una gira. Eso es el éxito para un músico como él, me aseguró: «Ir de gira en una furgoneta y tocar canciones que has trabajado con tus amigos», comunicando algo significativo a completos desconocidos.

Así que Bradstreet se conectó a Internet, buscó grupos similares al suyo y estudió los horarios de sus giras, cientos de ellas, para identificar los lugares donde esas bandas habían tocado. Luego consultó la base de datos de salas de conciertos Indie on the Move para obtener información de contactos. Me explicó que era más probable que te contrataran si presentabas un programa completo ya cerrado, es decir, con un par de grupos locales más. Así que escuchó más de ochenta bandas de Louisville para contactar con las que le parecieran más adecuadas. «Luego tienes que encontrar la forma de promocionar un concierto en una ciudad en la que nunca has estado, en un local en el que nunca has tocado, con bandas que no conoces», dijo. Para conseguirlo, pidió a las salas de conciertos que le proporcionaran sus contactos en los medios y así poder comunicarse con ellos directamente.

Sí, reconoció Bradstreet, es mucho curro, pero gracias a Internet lo único que se necesita para organizar una gira son ganas de trabajar. Al principio se pierde pasta, reconoció, pero el dinero no era lo más importante para él. (Bradstreet vivía de sus ganancias jugando al póquer online y, como comentó de pasada, «de otras inversiones»). Le habría gustado poder pasar al siguiente nivel —tener un publicista, un representante, un contrato discográfico—, pero «hay un montón de gente como yo con mucho talento ahí fuera». Cuando hablamos, Bradstreet había pasado a dedicarse a otras actividades. «Molaría poder vivir de la música —dijo, poniéndose melancólico—, pero es difícil que todo encaje, sobre todo en nuestra vida contemporánea, a medida que uno se hace mayor». Aun así, no se arrepentía de haberlo hecho. De los cincuenta conciertos de la gira, aseguró, «la mitad se cuentan entre las cien mejores noches de mi vida».

Micah Van Hove es un cineasta independiente autodidacta de Ojai (California). Van Hove no fue a ninguna escuela de cine ni universidad. Si ha podido hacer su trabajo, me dijo, ha sido «gracias a Internet» y a lo que ha podido aprender ahí. Para él, si la televisión es como la ficción, el cine es como la poesía. «Se trata de comunicar lo máximo en el menor tiempo posible...



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