Esposito | Comunidad, inmunidad y biopolítica | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 216 Seiten

Reihe: Pensamiento Herder

Esposito Comunidad, inmunidad y biopolítica


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-254-3080-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

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Reihe: Pensamiento Herder

ISBN: 978-84-254-3080-0
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Comunidad, inmunidad y biopolítica son los términos que indican la clausura del léxico político moderno en una época que se desplaza mucho más allá de sus límites. También son palabras que inauguran un nuevo modo de pensar la política en el momento que más interpela a la vida, entendida en su dimensión biológica. Se trata, en suma, de las categorías fundamentales mediante las cuales Roberto Esposito elabora un pensamiento que se encuentra entre los más reconocidos y originales de la filosofía continental contemporánea. '¿Qué es, qué puede ser, una política que ya no piense la vida como objeto sino como sujeto de política? Una política, así, ya no sobre la vida sino de la vida. Son preguntas que, evidentemente, no pueden responderse en una investigación individual, sino que reclaman un esfuerzo colectivo al que estamos todos convocados.'

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Prólogo De lo impolítico a la biopolítica 1. Me parece útil, a fin de presentar esta edición española –debida a la atención y a la estima de mi amigo Manuel Cruz–, sintetizar en algunas páginas el itinerario filosófico que recorre el presente libro. De lo impolítico a la biopolítica, a través de la dialéctica antinómica entre comunidad e inmunidad: éstos son algunos de los nodos fundamentales de una línea de investigación que inicié hace por lo menos veinte años y que en absoluto está agotada,1 como demuestra mi último libro sobre el concepto de lo impersonal,2 de próxima aparición en castellano. El hecho de que también esta última categoría de lo impersonal –como ya sucedió con la de lo impolítico– nazca con un carácter negativo, asumiendo sentido sólo a partir de su contrario, testimonia una primera relación de mis reflexiones con aquella modalidad de pensamiento que, sobre todo a partir de Derrida, ha tomado el nombre de «deconstrucción». No obstante, para entender el significado que desde el principio atribuí al término de impolítico3 es necesaria también la referencia a la Destruktion heideggeriana. Frente a la opción de tomar una difusa postura en la filosofía política contemporánea –filosofía dirigida, sobre todo en el mundo anglosajón, a una aproximación de tipo normativo–, lo que me parecía urgente, a comienzos de los años ochenta, era someter el léxico político moderno a la misma destrucción-deconstrucción que Heidegger había reservado a los conceptos fundamentales de la tradición filosófica. La convicción implícita en esta posición era la de que todos los términos de la política han asumido o están desde el principio marcados por una inevitable inflexión metafísica que bloquea su poder de significación. Ya por los años treinta, por otra parte, Simone Weil había escrito que «se pueden tomar casi todos los términos, todas las expresiones de nuestro vocabulario político, y abrirlos. En su centro se encontrará el vacío».4 ¿Por qué, desde entonces, esta sensación de vacío, este desecamiento semántico de nuestros términos políticos? Naturalmente, para responder a tales preguntas se podrían invocar las grandes transformaciones históricas que han convulsionado el escenario internacional tras las dos guerras mundiales y, no con menor fuerza, los cambios operados en las dos últimas décadas. Yo creo, sin embargo, por no dar una respuesta reductora o parcial, que debemos referirnos a una dinámica de más larga duración, que concierne a todo el léxico político moderno, de modo inseparable a todo aquello que Heidegger reconoció en la constitución misma del lenguaje conceptual de nuestra tradición. Aunque no podemos entrar a fondo aquí en esta cuestión, digamos que el carácter metafísico de la filosofía política moderna se revela en su tendencia a identificar el sentido de las grandes palabras de la política con su significado más inmediatamente evidente. Es como si la filosofía política se limitase a una mirada frontal, directa, a las categorías de la política, siendo incapaz de interrogarlas de manera transversal, de sorprenderlas por la espalda, de remontar hasta las fuentes de su sentido y, de este modo, hasta lo impensado mismo. Todo concepto político posee una parte iluminada, inmediatamente visible, pero también una zona oscura, que sólo se dibuja por contraste con la de la luz. Puede decirse que la reflexión política moderna, deslumbrada por esa luz, ha perdido completamente de vista la zona de sombra que recorta los conceptos políticos y que no coincide con el significado manifiesto de éstos. Mientras este significado es siempre unívoco, unilineal, cerrado sobre sí mismo, el horizonte de sentido, en cambio, es mucho más amplio, complejo, ambivalente, capaz de contener elementos recíprocamente contradictorios. Cuando se reflexiona sobre ellos, todos los conceptos más influyentes de la tradición política –poder, libertad, democracias– ponen de manifiesto que poseen en el fondo este núcleo aporético, antinómico, contradictorio; están expuestos a una verdadera batalla por la conquista y la transformación de su sentido. Precisamente es este elemento contradictorio lo que capta la atención de la perspectiva de lo impolítico. ¿De qué modo y con qué propósito? Ante la dificultad de definirla en positivo –dar una definición completa de lo impolítico acabaría por convertirla en su opuesto, en una categoría de lo político– se puede decir mejor aquello que no es que lo que es. Lo impolítico no es una ideología, porque desmonta todas las oposiciones tradicionales de la política moderna –empezando por las de izquierda y derecha, conservación y progreso, reacción y revolución. Pero lo impolítico tampoco es una filosofía de la política porque no instituye, sino que más bien critica, toda relación funcional, instrumental, entre filosofía y política, ya sea entendida como condicionamiento de la filosofía por la política o como prescripción de la política por la filosofía. Lo impolítico, en suma, no tiene nada de postura meramente apolítica o antipolítica, porque no contrapone a la política ningún valor trascendente o superior. Eso no es óbice para que exista una esfera externa al conflicto político y a las fuerzas que lo determinan, pero –y he aquí su elemento característico– lo impolítico rehúsa al mismo tiempo toda forma de legitimación ética, o incluso teológica, de tales fuerzas; toda tentativa de conferir valor al hecho desnudo de la política, es decir, al enfrentamiento por el poder. El ejercicio del poder –que constituye el fondo primario e ineliminable de lo político– no tiene alternativa en la civitas humana. Puede ser regulado, contenido dentro de reglas que eviten unos efectos demasiado destructivos, pero no puede ser eliminado en cuanto tal. Y, sin embargo, esto no significa que pueda ser representado como un bien o, incluso como el Bien, desde el momento en el que el Bien, en cuanto tal, es irrepresentable en el lenguaje de la política, siempre conflictiva como el resto de nuestra alma: dividida, lacerada por deseos, instintos y pasiones a veces irreconciliables. Esta imposibilidad de representar el Bien, la justicia, el valor último, está rigurosamente custodiada por lo impolítico como algo insuperable. De ahí la oposición respecto a toda forma de teología política: ya sea la católica –que precisamente propone, o al menos admite, un plano de superposición entre poder y bien– o ya sea la teología política moderna, de derivación hobbesiana –que, por el contrario, produce una progresiva despolitización neutralizadora. El lugar específico de lo impolítico –lugar, como ya se ha dicho, negativo, intraducible a términos positivos– se sitúa en la distancia crítica entre despolitización moderna y teología política. Así, rehusando la lógica hobbesiana de neutralización del conflicto y situándose de este modo en sus antípodas, la perspectiva de lo impolítico rechaza igualmente todo retorno a la antigua representación teológico-política, toda declinación de lo político en términos de valor y todo lugar trascendente de fundación de lo político. Lo impolítico excluye la existencia de realidad alguna que escape a las relaciones de fuerza y de poder. Por eso, la extensión del poder coincide con la de la realidad. Es esto lo que prohíbe entender lo político bajo cualquier acepción dualista, como algo que positivamente se contrapusiera desde el exterior al lenguaje del poder. En este sentido, el punto de vista de lo impolítico se identifica con el gran realismo político que parte de Maquiavelo o, antes aún, de Tucídides, pero contemplado desde su reverso: desde los márgenes mudos a partir de los cuales se traza toda palabra de la política, desde el confín invisible que circunda la acción política como su límite infranqueable. Lo impolítico es el no-ser de lo político, aquello que lo político no puede ser, o convertirse, sin perder su propio carácter constitutivamente polémico. Por ello, como ya se ha dicho, lo impolítico es refractario a toda forma de filosofía política, a su modalidad necesariamente representativa. La filosofía política –tenga la inspiración que tenga– alcanza a comprender el núcleo conflictivo de lo político solamente ordenándolo en la unidad, presuponiendo una conciliación y, de este modo, eliminándolo en cuanto tal. Está forzada a marginar simbólicamente el conflicto. Por esta razón, al contrario que lo impolítico, la filosofía política acaba por negar la facticidad de lo político y, en consecuencia, a su vez, lo impolítico niega la filosofía política. El segundo no puede crecer sino sobre la hipótesis del fin de la primera.Sólo para lo impolítico es posible pensar la política. La tarea de lo impolítico es precisamente pensar la política en aquello que tiene de irreductible a la filosofía política. Una tarea que puede ser asumida por la filosofía política sólo a condición de autoproblematizarse en cuanto tal, de deconstruirse como filosofía política, de hacerse filosofía de lo impolítico. Y, de este modo, hacerse determinación de sus términos, más allá de los cuales no hay nada: el silencio del poder. Lo impensado. Es este silencio –lo impensado por el poder– lo que, al menos en esta etapa de mi investigación, me parece el espacio de responsabilidad del pensamiento. 2. La concentración de mi reflexión sobre la categoría de comunidad5 –iniciada a finales de los años ochenta– constituye al mismo tiempo un desarrollo y una modificación...



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