E-Book, Spanisch, Band 141, 296 Seiten
Reihe: Historia-Viajes
Fernández De Moratín Viaje a Italia
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9816-983-6
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 141, 296 Seiten
Reihe: Historia-Viajes
ISBN: 978-84-9816-983-6
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Viaje a Italia relata un viaje a través de Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, Suiza e Italia. Leandro Fernández de Moratín se presenta como un viajero culto, conocedor de las situaciones políticas de los territorios que recorre y, además, dispuesto a entregarse a todo tipo de aventuras. Su reflexión sobre el equilibrio precario que sufría Suiza durante el siglo XVIII resulta interesante para comprender cómo se fraguó la estructura nacional y territorial de la Europa contemporánea: «Podrían en caso urgente, poner cien mil hombres en campaña; pero tendrían que dejar el arado para tomar el fusil; por consiguiente, a los tres meses de guerra ya no habría víveres; para un armamento extraordinario necesitan cargar tributos sobre el pueblo, y éste no puede contribuir a tales gastos. Toda la Suiza, en general, es muy pobre; las artes y el comercio pudieran haberla enriquecido, pero, por descuido imperdonable en los que la han gobernado hasta aquí, no se ha hecho. Ha debido su existencia por mucho tiempo a los celos recíprocos de Francia y la Casa de Austria; pero si la Francia decae, ¿quién la apoyará? En la ocasión en que yo pasé, las circunstancias eran tan críticas que cualquier partido que pudiesen tomar los suizos les debía ser necesariamente funesto [...].» Cabe añadir que el viaje era entonces una práctica formativa y que la escritura de las impresiones y las culturas vividas durante el mismo empezaba a constituir un género literario.
Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828). España.
Hijo del escritor Nicolás Fernández de Moratín, Leandro nació en Madrid el 10 de marzo de 1760, en la calle que hoy lleva su nombre. Sus padres, que habían visto morir a sus otros hijos a corta edad, se volcaron sobre su cuidado y educación, incluso con un exceso de atención y de rigurosidad. El Moratín niño fue, al parecer, introvertido y sensible. Las obras teatrales y poemas de su padre gozaron de cierta resonancia en su época, pero su interés no ha pervivido sustancialmente. Leandro, quien ya tuvo medios y lecturas para formarse en su propia casa, estudió latín y otras materias, pero no ingresó en la universidad. Pronto fue orientado por su padre hacia el aprendizaje de las artes del dibujo y de la joyería (fue aprendiz de joyero durante unos años), pero Leandro se inclinó por la literatura, aunque también cultivó aquellas artes a lo largo de su vida. A los dieciocho años de edad, envió un poema a la Academia (La toma de Granada) por el que se le concedió un premio menor, pero que quizá lo animó a frecuentar los círculos literarios madrileños que se reunían en los cafés.
La muerte de su padre, en 1780, coincide con un momento de cierto reconocimiento de Moratín como poeta, confirmado, dos años después, por otro premio recibido en un certamen académico con el poema Lección poética, una sátira sobre la mala poesía. Su primera incursión en el teatro llegaría en 1786 con El viejo y la niña, que se estrenaría cuatro años después. En 1787, Jovellanos conectó a Moratín con el político ilustrado Cabarrús (padre de Teresa Cabarrús, involucrada en la revuelta francesa del 9 de termidor, que acabó con el régimen de Robespierre en 1794), para que fuera su secretario en un viaje a París. Allí estudió francés, reencontró a algún amigo e hizo contactos nuevos, como con el ya anciano dramaturgo italiano Carlo Goldoni. A su regreso a Madrid, y con Cabarrús cuestionado e incluso encarcelado y temporalmente desterrado debido a sus posturas ilustradas, Moratín hubo de buscar su sustento, el cual encontró con el conde de Floridablanca y, después, con Godoy. Este último lo envió como representante a Francia en 1790, haciendo escala en Bayona para visitar a Cabarrús (que sería rehabilitado por Godoy en 1792). En París, en julio de ese año, fue testigo directo de la situación revolucionaria y la violencia implícita a ella, ante lo cual decidió marchar a Inglaterra.
Allí pudo profundizar en sus estudios dramatúrgicos, así como realizar viajes y conocer a escritores destacados (también inició su conocida traducción de Hamlet). Su viaje continuó atravesando Europa central hasta Italia, donde pasó tres años visitando varias ciudades. Moratín escribió numerosas notas y observaciones de todos estos viajes.
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Viaje a Italia II
Lucerna, Lugano, Milán, Parma, Bolonia, Florencia 30. Salgo a las cuatro de la mañana y llego a las 11 a Lucerna, capital de cantón. Su situación es muy parecida a la de Zurich, a la orilla de un lago, dividida en dos porciones, puentes cubiertos que sirven de comunicación; un pequeño río y montes que la rodean; es más pequeña y de más estrecho horizonte que aquélla; llana, limpia, algunas calles espaciosas, edificios decentes, muchos nuevos o renovados, ninguno magnífico que merezca nombrarse. Las iglesias muy curiosas y adornadas, aunque no con el mejor gusto; en la Catedral hay un órgano, el mayor que he visto hasta ahora; la Iglesia de los Jesuitas está enriquecida con mármoles en sus altares; aún existen aquí los Padres de esta Orden extinguida, y continúan en la enseñanza de la juventud, no reciben novicios; en lo demás, permanecen como estaban antes. Hay un convento de Franciscos, otro de Capuchinos, uno de Monjas Ursulinas y no sé si alguno más. Un arsenal, donde hay fusiles, según dicen, para ocho mil hombres, debiendo advertirse que todo ciudadano tiene uno en su casa; unos cien cañones de varios calibres, espadas, cartucheras..., y porción de armas antiguas, que ya son inútiles. En la Casa de la Ciudad, donde se junta el Senado, hay una sala muy bien adornada, con los retratos de los Magistrados del Cantón desde unos trescientos años a esta parte, o poco menos, y varios cuadros, que forman una serie completa de los sucesos más célebres de este país. Es muy común este estilo en Suiza, y conveniente para renovar en la memoria del pueblo los hechos de sus mayores [...]. En uno de los puentes que atraviesan el lago, hay también pinturas históricas de este género; en la Iglesia de San Francisco están pintadas las banderas que han ganado en varias batallas a sus enemigos, y aun en las paredes exteriores de las casas he visto representados sucesos nacionales. Cada Cantón es independiente de los otros; el de Lucerna se gobierna por un Senado, un Consejo y dos Magistrados, que llaman Escultetos, elegidos en el orden Senatorio. Todo ciudadano puede ser senador; pero ya debe suponerse que estas elecciones recaen siempre en ciertas familias o ciertos sujetos, a quienes su nacimiento o sus facultades elevan sobre los demás. Todos los Cantones componen una República Federativa, que en las ocasiones de peligro o utilidad común une toda su fuerza. Hay también otras pequeñas repúblicas por este país, que regularmente suelen constar de una sola población, y éstas son aliadas de los Cantones; otras que están bajo la protección de ellos, y otros lugares que son súbditos y a los cuales envía el Cantón soberano un Gobernador, a sus habitantes los llaman nuestros vasallos. Además hay varios príncipes soberanos como el Abad de San Gall, que es un fraile benedictino muy gordo, gran comedor, que come con cubierto de oro y, después de haber comido el potaje, limpia la cuchara en su servilleta para proseguir comiendo las judías fritas; y un día decía a un huésped que le daba conversación: «Abbas Murensis est Princeps titularis, sed ego, ego sum verus Princeps». La multitud de estadillos de la Suiza y los Grisones, sus príncipes, su independencia, sus alianzas y la varia forma de su gobierno son digno objeto de la observación de cualquiera que visite estos países. En Lucerna residen el Ministro de España y el Nuncio Apostólico, lo que a primera vista la da visos de Corte; pero es invisible a los ojos de un viajero el Soberano a quien estos personajes son enviados; ni palacio, ni guardias, ni ministros, ni cortesanos, nada se encuentra; sin embargo, yendo a una casa a visita, hallé un hombre muy gordo, vestido de negro, con su peluquín; y éste era precisamente el Esculteto, el Jefe Supremo de todo el Cantón. Aquí no hay fábricas, ni manufacturas; cultivan el campo; hay mucha pobreza; por consiguiente, nada de magnífico; ni espectáculos, ni cafés, ni coches, ni trajes, ni edificios. Las vistas de Lucerna son agradables: el lago, el campo y la ciudad, mirados desde cualquiera de las alturas vecinas, son cosa digna del pincel; y los montes que cierran el horizonte por la parte del Sur, escarpados, desiguales, desnudos, forman una masa oscura, que hace resaltar mejor todo lo restante, donde el agua, la verdura y los edificios presentan objetos varios y alegres. Olvidábaseme decir que encima de las salas del Arsenal hay unas vidrieras pequeñas, donde están pintados los escudos de los Cantones suizos, acompañados de figuras y otros adornos. Es de lo mejor que he visto en su línea por la hermosura de los colores, y es sensible ciertamente que este arte se haya perdido; las dichas vidrieras están hechas a principios del siglo pasado. Una de las cosas que deben verse en esta ciudad es el modelo de la parte de Suiza, hecho por Mister Pfifer, Teniente General retirado del servicio de Francia. Este modelo, que es por el género del de Cádiz que hay en el Retiro, comprehende todo el Cantón de Lucerna y parte de los que le rodean. Los que conocen el país alaban la exactitud con que está ejecutado; es obra de mucho trabajo y mérito: allí observé sobre todo, la gran población de Suiza entre Lucerna y Zurich, la aspereza de los montes a la parte meridional la multitud de lagos y torrentes que de ellos se precipitan, habitación de osos y lobos, no de hombres. Toda aquella parte está cuasi desierta. El cementerio de la Catedral es uno de los más charrangueros que he visto; tiene una pequeña galería con varios sepulcros, cuyos epitafios no son los mejores ejemplares en materia de gusto; las sepulturas, que están a cielo abierto, tienen cada una de ellas una cruz, la mayor parte de hierro, con muchos adornos de cartelas y festones dorados, óvalos y tarjetas con pequeñas pinturas de santos, y al pie su pililla de hierro o piedra, con agua bendita [...]. Las mujeres labradoras o criadas de las casas van vestidas con un guardapiés muy corto, su devantal, su jubón, en mangas de camisa, muy anchas, el pelo dividido en dos trenzas colgantes, y un sombrerillo de paja, con lazos de varios colores. Las de una clase algo más elevada, en vez de trenzas llevan rodete, con una lámina de plata, larga y angosta, donde enlazan el pelo; las señoras de rumbo, ya se supone, llevan escofietas, sombrerillos o peinado de rizos. En esta ciudad hay muy buenas caras: las mujeres son vivarachas y alegres, los hombres parecen bonazos y sencillos. La libertad de la Suiza está prendida con alfileres; he oído a hombres muy sensatos razonar sobre ello, y temen que el tiempo de perderla está muy inmediato. Podrían en caso urgente, poner cien mil hombres en campaña; pero tendrían que dejar el arado para tomar el fusil; por consiguiente, a los tres meses de guerra ya no habría víveres; para un armamento extraordinario necesitan cargar tributos sobre el pueblo, y éste no puede contribuir a tales gastos. Toda la Suiza, en general, es muy pobre; las artes y el comercio pudieran haberla enriquecido, pero, por descuido imperdonable en los que la han gobernado hasta aquí, no se ha hecho. Ha debido su existencia por mucho tiempo a los celos recíprocos de Francia y la Casa de Austria; pero si la Francia decae, ¿quién la apoyará? En la ocasión en que yo pasé, las circunstancias eran tan críticas que cualquier partido que pudiesen tomar los suizos les debía ser necesariamente funesto [...]. Además, me aseguran que no hay en Suiza todo aquel desinterés republicano, aquella energía de ánimo que es tan necesaria en estos peligros inminentes; que los que gobiernan no despreciarán los medios de aumentar su fortuna haciendo antesala en las secretarías de Viena, y que el pueblo, dormido en el ocio de una larga paz, necesitando todos sus brazos para la subsistencia diaria, ni resistiría largo tiempo ni creería perder mucho en la mudanza de su constitución [...]. El vino de Suiza es un vinillo que, si fuese algo más fuerte, parecería vinagre aguado. Cuantas viñas he visto desde Bonn a Lucerna, todas están como las de Burdeos, esto es, trepados los sarmientos en estacas, y las cepas a unas tres cuartas de distancia unas de otras; no sé si este método es preferible al que se sigue comúnmente en España, o si será relativo a la situación, al clima o a la calidad de la tierra. 3. Después de haber comido con el Enviado de España, salgo a las seis, en compañía del secretario de legación Don Pascual Vallejo, y emprendemos nuestro viaje por el lago, en un barco chato, endeble, desabrigado y ridículo. Mucho miedo; cierra la noche; lobreguez profunda, montes a una parte y otra, sueño, frío; llegamos a Fliela a las 12; cenamos tortilla, y a dormir. 4. No se trate ya de sillas de posta; nuestro camino sólo sufre sillas de caballos; monté en uno, mi amigo en otro y precedidos de los cofres y lo bagaje, empezamos a caminar, después de un buen pueblo llamado Altorf, por un país quebrado y áspero. Casas de madera, tierra pobrísima, gente infeliz; pero a mitad de jornada, ni casas ni gente; montes horribles; el río, que se rompe entre los peñascos; arroyos que se precipitan con estruendo de las alturas; cuestas, camino malísimo; una garganta estrecha, donde está el que llaman Puente del Diablo, lugar espantoso, donde el río parece que baja a los abismos entre enormes peñascos, que le convierten en espuma y niebla; aire, frío, estrépito; grande y tremendo espectáculo; después del puente se entra por una boca, abierta a pico en el monte, que tendrá unas cincuenta varas de longitud; y al salir de ella se ve un valle espacioso, cubierto de verdura, hermosos árboles, y el lugar de Ursera al pie de un cerro, bien situado, formando un grupo pintoresco entre la frondosidad...