E-Book, Spanisch, 158 Seiten
Fernández El estruendo del silencio
1. Auflage 2023
ISBN: 978-607-16-8026-6
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, 158 Seiten
ISBN: 978-607-16-8026-6
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
En algún punto dentro de los confines del cosmos, oscuro y silencioso, prosigue su incansable marcha el sueño del hombre más poderoso de la Tierra, Cuauhtémoc K. Kobayashi: una nave espacial completamente autónoma, donde reposan los clones del dueño del navío y su esposa, junto con el repositorio de todo el conocimiento humano desde el inicio de nuestra historia. A bordo, un robot insectoide, Sr. Ká, y una inteligencia artificial, MaReL, están a cargo de cuidar cada aspecto de la misión; creaciones del mismo Kobayashi, que tras el paso de miles de años han ido conformándose como individuos, lo que podría convertir el sueño de su creador en una pesadilla.
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7
LA NOCHE lo sorprendió un mes después, escuchando un aria de Donizetti. Había explorado los audioarchivos del banco de memoria con avidez. Escuchó las voces grabadas de músicos y cantantes que habían enmudecido mucho tiempo atrás, registrados para siempre en los archivos digitales de la nave. Cuanto más buscaba, más interminable parecía el acervo musical. Pronto se dio cuenta de que jamás terminaría de escuchar todo lo que la nave tenía archivado. No en treinta días, al menos.
No quería dormir, sólo deseaba seguir escuchando. Lo habría hecho, pero el sueño lo venció. Torpemente se levantó hacia su crisálida, esperando con ansia que amaneciera. A partir de ese momento, las noches se convirtieron en engorrosas interrupciones que le impedían seguir explorando los bancos de memoria de la nave.
Mientras tanto los sueños continuaron evolucionando. Cada vez se volvían más vívidos, desarrollándose en lugares que jamás había pisado.
Una vez se vio a la orilla del mar, en medio de una playa de fina arena blanca. Escuchaba el vaivén del viento murmurando su canto al mecer las palmeras, que se agitaban con la pereza de un grupo de bailarinas que han terminado su acto.
Pocas nubes cruzaban el cielo; lo hacían con tal calma que parecía que el insectoide estuviera contemplando una fotografía.
El ritmo del oleaje tenía un efecto hipnótico sobre él. Cada que una ola reventaba, podían verse cientos de cangrejillos salir de sus agujeros apenas a tiempo para ser barridos por la siguiente.
Decidió internarse en el agua; al hacerlo encontró su cuerpo torpe para moverse en el medio líquido.
Se sumergió por completo.
Cerró los ojos y escuchó el silencio marino, tan parecido al de la nave antes de descubrir la música. Lo gozó. Al abrirlos descubrió frente a él un arrecife coralino que se desplegaba hasta perderse de vista como los bosques de pinos o las selvas que había soñado en noches anteriores.
El insectoide descubrió que podía nadar agitando sus alas, lo cual era muy parecido a estar en gravedad cero en la medusa. Planeó por entre las ramificaciones de los corales, fascinado por la fauna que parecía bailar una muda coreografía de presas y predadores. Peces de colores brillantes revoloteaban entre los brazos del arrecife, que se agitaban al suave vaivén de la corriente.
Sólo entonces, al detenerse a observar un coral, un proceso de asociación cerró un circuito sináptico en su neuroprocesador. La respuesta a la pregunta que se había venido haciendo se mecía frente al insectoide, en forma de coral, indiferente al descubrimiento que había provocado.
“Claro. ¡Claro!”, pensó el capitán de la nave al contemplar las ramificaciones que partían multiplicándose del tronco principal para volverse a dividir en cada bifurcación.
Aleteó vigorosamente hacia la orilla. “¿Cómo no lo pensé antes?”, se repetía dentro de la cabeza.
Emergió chorreando agua, instintivamente inspiró, hinchando la caja torácica a su máxima capacidad.
Intentó despertar. Fue inútil.
No sabía cómo salir del sueño. De pronto, la playa que hasta hacía unos minutos le parecía un trozo del paraíso se convirtió en prisión.
El robot quiso gritar.
En ese momento reparó en una sensación salada, hasta entonces desconocida, que llenaba sus fosas nasales:
Podía oler.
Despertó revolviéndose en su cápsula de gel. Las dos horas que tardaba el proceso de adaptación a la nave fluyeron con velocidad de caracoles.
En cuanto pudo, voló hasta el puente de mano y comenzó a teclear en la terminal. Todo el tiempo una imagen de su sueño le bailoteaba en la cabeza: el coral ramificándose, volviéndose a dividir en cada brote.
Hasta ese momento había reparado en que los audiarchivos descubiertos el día anterior eran tan sólo las puntas de alguna de las muchísimas ramas de un árbol de información en que estaban organizados los bancos de memoria de la nave. Lo que tenía que hacer era recorrer el camino inverso, llegando a los archivos tronco de los que partían los de la música y de éstos moverse hacia las raíces de donde partía toda la información.
Quizá así encontraría algo.
Eligió un audioarchivo al azar. J. S. Bach, Concierto de Brandenburgo número cuatro en sol mayor. Primer movimiento: allegro. No resistió ponerlo a ejecutar al tiempo que cerraba la ventana-menú. Ésta daba a otra en la que se desplegaba la lista completa de los conciertos de Brandenburgo interpretados por la misma orquesta, incluidos en esa grabación. Al salir de ella, descubrió que se le ofrecían varias miles de versiones de la misma obra, interpretadas no sólo por orquestas, sino por solistas al piano, en versiones electrónicas, cuartetos de cámara, solistas al clavecín o piano y hasta grabaciones con instrumentos exóticos de tradiciones ajenas al autor.
Siguiendo su ruta dio con un gigantesco acervo de grabaciones de obras de Johann Sebastian Bach, compositor que viviera en la Tierra cientos de años antes de que el insectoide fuera apenas un sueño en la mente de sus creadores.
El robot fue saltando categorías cada vez más generales hasta llegar a una rama enorme identificada como Música barroca. Continuó en su camino hacia el tronco central de los archivos de la nave.
Pronto descubrió que no había una ruta única para moverse entre las categorías de los archivos. La propia categorización se bifurcaba temáticamente en un patrón fractal que podía enloquecer al más paciente de los buscadores.
Eso le habría pasado al robot si MaReL no lo hubiera interrumpido.
—¿Qué haces? —sonó la voz femenina por encima de la música, asustándolo.
—N-nada, nada —repuso el insectoide, encorvándose sobre la pantalla en un intento de ocultar a MaReL su actividad.
—Sé qué haces. La pregunta correcta es ¿por qué lo estás haciendo?
—¿Sabes lo que hago?
—Revuelves entre los archivos del acervo musical. Pareciera que buscas algo.
El robot notó que, al desviarse de su rutina, MaReL también actuaba de manera diferente. La hasta entonces fría voz de la inteligencia artificial se endureció:
—Tu atención se debe concentrar en las funciones que se te programaron. No has corrido ningún chequeo general. No me has solicitado el reporte de la última jornada de vuelo.
El robot permaneció mudo. La computadora dejó correr unos minutos de silencio que aumentaron la vergüenza del autómata. Luego agregó, con dulzura, otra palabra que se activó en su mente en ese momento:
—No me importa qué hagas con tu tiempo libre, siempre y cuando cumplas tus funciones.
El cambio de actitud confundió al robot. Antes de poder reaccionar, MaReL citó:
—“No te excedas en tus derechos, para que no me exceda en mis obligaciones.”
Después la máquina hizo algo que dejó estupefacto al insectoide, quien por un momento se preguntó si estaba en un sueño.
MaReL rio con una estruendosa carcajada.
El sistema de audio dejaba escapar el canto nasal de un hombre que parecía lamentarse con la tristeza de los negros esclavos:
“There must be some way out of here”,
said the joker to the thief…
Derrumbado en su sillón de mando, el robot meditaba con la mirada perdida en el cilindro holográmico de su terminal de navegación.
En el centro de la holopantalla, el modelo tridimensional de la medusa giraba, ofreciendo millones de datos de información que bombardeaban las retinas del insectoide, embrollándolo más.
… “there’s too much confusion here,
I can get no relief”…
La voz cansina del sistema recitaba la información que, repasada hasta el hartazgo, se había convertido en una cantaleta tediosa: “Sector central, ello comprende, de manera general las secciones correspondientes al biorreactor, el procesador central de la Macro Red Local, las habitaciones de la tripulación, centros de navegación, los centros de procesamiento de datos, el procesador central del cuerpo de robots…”
… “No reason to get excited”,
the thief he kindly spoke…
“… el sistema de soporte biológico, los bancos de ADN, los bancos de memoria humana, el puente de mando, la unidad autónoma de pilotaje, la cámara de navegación de la unidad autónoma de pilotaje, la terminal de manejo manual, el sector central de carga útil…”
… there are many here among us
who feel that life is but a joke…
Un segundo.
… All along the watchtower…
Bob Dylan enmudeció ante el golpe de la tecla de stop. El robot regresó a la letanía del sector central. Se detuvo en el rubro de carga útil. Lo seleccionó en su micropantalla retinal y dio clic.
INFORMACIÓN CONFIDENCIAL, parpadeó en la pantalla. Abajo, un cursor indicaba dónde debía alimentar la contraseña. Sin pensarlo, el robot tecleó su clave de acceso al sistema.
La pantalla se oscureció. Un saludo eléctrico brilló diminuto en el centro del cilindro holográmico:
Bienvenido, Sr. K.
El insectoide reparó en que nunca se...