García Roca | Apocalíptica y crisis global. Concilium 356 (2014) | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 10 Seiten

Reihe: Concilium

García Roca Apocalíptica y crisis global. Concilium 356 (2014)

Concilium 356/ Artículo 7 EPUB

E-Book, Spanisch, 10 Seiten

Reihe: Concilium

ISBN: 978-84-9073-039-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El universo apocalíptico irrumpe, actualmente, en contacto con el poder destructivo de la crisis global, se experimenta como fin de época y proyecta el futuro a través de la ruptura con la actualidad. La apocalíptica se cultiva en momentos de incertidumbre cuando se disuelve lo que parecía sólido y muestra la profunda vulnerabilidad de toda construcción social. Es parte de una cultura que ha pasado por un cementerio de promesas incumplidas, de sueños diurnos que se convirtieron en pesadillas. Se presenta en todos los disfraces posibles, como pronóstico científico, ficción colectiva, grito de alarma y producto de la industria del entretenimiento. Un estatuto que le ha permitido a Hans Magnus Enzensberger afirmar que «la catástrofe en la mente es omnipresente».
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Joaquín García Roca *
APOCALÍPTICA Y CRISIS GLOBAL
El universo apocalíptico irrumpe, actualmente, en contacto con el poder destructivo de la crisis global, se experimenta como fin de época y proyecta el futuro a través de la ruptura con la actualidad. La apocalíptica se cultiva en momentos de incertidumbre cuando se disuelve lo que parecía sólido y muestra la profunda vulnerabilidad de toda construcción social. Es parte de una cultura que ha pasado por un cementerio de promesas incumplidas, de sueños diurnos que se convirtieron en pesadillas. Se presenta en todos los disfraces posibles, como pronóstico científico, ficción colectiva, grito de alarma y producto de la industria del entretenimiento. Un estatuto que le ha permitido a Hans Magnus Enzensberger afirmar que «la catástrofe en la mente es omnipresente»1. En la actualidad, el universo apocalíptico juega un papel importante en el comportamiento de la gente y en su forma de pensar el mundo. Históricamente, los principales productores de apocalíptica han sido las víctimas, los empobrecidos y los excluidos, como resistencia de quienes se consideraban acosados y como un grito de rebelión contra el poder y dominio injusto. La apocalíptica libera a la esperanza de toda connivencia con los triunfadores y de ser una ideología de los vencedores. La apocalíptica pretende llegar lo más rápidamente posible a su final y espera en un futuro alternativo, en una liberación de la actual miseria, en una redención de la impotencia. Hoy, en lugar de proceder solo de los que están peor situados, es producida por los poderes políticos, económicos y culturales, con el fin de anular la protesta y transmitir que no hay alternativa. De ahí que el discurso apocalíptico encierra una intrínseca ambigüedad y cumple una función doble: por una parte, legitima el orden/desorden actual y sanciona las prácticas que originaron la catástrofe. Y, por otra parte, desvela la radical contingencia del crecimiento económico y revela la «innata precariedad de todos los mundos sociales»2. I. El universo apocalíptico
El universo apocalíptico es, de este modo, una amalgama de ideología y experiencia. Ninguna de las dos funciones actúan por separado, más bien los relatos apocalípticos tienen una radical ambigüedad. Ideología y experiencia Como ideología induce discursos y prácticas que enmascaran, mitifican e intentan justificar las contradicciones de la crisis actual. A su servicio actúan individuos y grupos organizados que provocan una sensación de catástrofe; gabinetes al servicio del pánico diario y predicadores del miedo. El resultado es un relato ideologizado que enmascara responsabilidades y legitima la realidad. Como experiencia constata la brecha entre el mundo deseado y el mundo real, testifica un horizonte de expectativas sobre el origen y el destino de las personas y de la sociedad. La experiencia apocalíptica explora el espesor de una realidad doliente. De este modo, las sabidurías mundiales han utilizado los códigos apocalípticos para representar el misterio y los enigmas de la historia3. A través de estos dos componentes, la apocalíptica arraiga en el imaginario colectivo de una época que ha llegado a entenderse como fin de trayecto. Es ante todo un «modo de ver» sobre aspectos a los que presta atención y otros que ignora. La metástasis apocalíptica actual nació en las últimas décadas, se desarrolló en torno a la amenaza nuclear, que puso a disposición del poder político el propio destino de la humanidad, hasta hablar de «el Apocalipsis nuclear de la humanidad». Günter Anders veía en el exterminio masivo nuclear «la última época de la humanidad»4. Hacia la mitad del siglo XX, se habló de «Apocalipsis silencioso» para aludir a la muerte masiva por hambre y desnutrición en los países del tercer mundo. Eso llevó a Frantz Fanon en Los condenados de la tierra a hablar de «la podredumbre irreversible, la gangrena instalada en el corazón del dominio colonial»5. La misma realidad era documentada por Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, al constatar que el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita6. A finales del siglo XX, la destrucción del medio ambiente se identificó como «Apocalipsis ecológico», para evocar el deterioro irreversible de las condiciones de vida por contaminar las aguas, desertizar la tierra o envenenar el ambiente. A principios del siglo XXI la manipulación genética se presentaba como un monstruo que empujaba a la humanidad a su destrucción total. Actualmente preocupa el poder destructivo de la crisis financiera, que produce la crisis económica, ecológica, energética, alimentaria, ética y cultural, hasta reinventar los rostros de la pobreza, de la desigualdad y de la exclusión. En la representación social, cultural y política de la crisis se muestra claramente el universo apocalíptico que ha servido para diagnosticar el malestar de la globalización como catástrofe, la salida de la crisis como ruptura, los efectos colaterales como fugas y como representación del final7. La catástrofe como diagnóstico
La globalización está cambiando la forma de vivir juntos y el carácter de los problemas. Cuando se representa la crisis como colapso por los economistas, desajuste sistémico por los sociólogos, desmoralización colectiva por los filósofos y tiempo de zozobra por los humanistas, se crea el universo apocalíptico. Los impactos de la mundialización se interpretan en clave apocalíptica. La movilidad, que produce comunidades des-territorializadas, devora la identidad hasta convertirlas en identidades asesinas, que obligan a fundar de nuevo la filosofía política, partiendo de la figura del desplazado»8. La des-nacionalización de las políticas de gobierno, los capitales y los espacios urbanos sirven para radicalizar el antagonismo entre lo global y lo local, que «tiene la capacidad de seducir, y, por lo tanto, de producir una gran penumbra a su alrededor»9. El desbordamiento de las fronteras, el idioma y las ideologías, se representa como la ruptura de la cohesión social y la llegada del perverso mestizaje10. Estos tres procesos, al alimentarse mutuamente, producen un huracán sumamente destructivo en torno al mercado, al que se le atribuye el malestar de la globalización y el origen de todos sus males. El mercado deja de ser considerado como «el más grande progreso funcional de la civilización»11 para convertirse en el gran mito apocalíptico12. En el origen de la situación actual hubo una confabulación de los mercados financieros y las agencias de «ratting», los mercados de la comunicación y las universidades privadas, las instituciones monetarias internacionales y los bancos centrales. Este conglomerado de mercados adquiere un poder inaudito, que sobrepasa las fronteras, domina a los pueblos y actúa como una mega-máquina dirigida por un «piloto automático» (Banco Central Europeo, dixit!). Nació, de este modo, el gran fetiche por encima de ideologías políticas y las voluntades democráticas, solo comparable en poder al Harmagedón bíblico. No solo debilita la capacidad de decisión de los seres humanos, sino que marca el destino de los pueblos, somete a las instituciones sociales y crea sufrimientos e iniquidad. El fetiche se representa como una catástrofe natural, que viene sin avisar y no es previsible en su llegada ni en su salida. Se alude insistentemente a que se trata de un tsunami provocado por el desplome de los fondos monetarios, de una sequía crediticia o de un huracán financiero. Estaríamos ante una crisis tan inevitable como ciertos fenómenos de la naturaleza, ya que se consideran naturales la avaricia del capital y las inversiones especulativas, la flexibilidad del mercado de trabajo y la expulsión de los inmigrantes. La crisis-fetiche se convierte en un ser autónomo que siente y actúa, se alegra y se deprime, desea y exige. El resultado es que nos sentimos ante un poder enajenado, que se independiza y se impone desde fuera como una voluntad inapelable e implacable. Los mercados financieros se representan como entes mágicos, que devoran la responsabilidad personal y colectiva. Como las catástrofes naturales, extiende sus efectos destructivos a toda la población, clases sociales y grupos poblacionales. Del mismo modo, se proclama que la situación actual ha generalizado la sensación de pérdida: perdieron los países, los bancos, las multinacionales, las empresas, los altos ejecutivos, los trabajadores e incluso los mendigos. Y como todos son perdedores, el desinterés es mutuo, porque todos están expuestos a la misma intemperie, comparten una suerte común y se borran los límites entre los de dentro y los de fuera. Otras crisis crearon márgenes, donde arrojaban lo sobrante y apartaban lo indeseado; pero la crisis global no deja nada fuera, es especialmente cruel pues la generalización produce invisibilidad, indefensión y desinterés. Como afirma el papa Francisco, «con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son explotados sino desechos, sobrantes» (Evangelii Gaudium 2013 n. 53). Sin embargo, las crisis locales o globales no son solo procesos sociales, sino también el resultado de decisiones personales a...


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