Gesteira Garza | Jesucristo, horizonte de esperanza (II) | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 336 Seiten

Reihe: GS

Gesteira Garza Jesucristo, horizonte de esperanza (II)


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-288-2551-1
Verlag: PPC Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 336 Seiten

Reihe: GS

ISBN: 978-84-288-2551-1
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Segunda parte de la cristología de un de los teólogos más importantes del siglo XX en España: Manuel Gesteira. En este volumen se recoge el paso que va de la vivencia de los primeros seguidores de Jesús al concepto que va dando forma al discurso teológico sobre Jesús, el Señor.Obra dirigida a estudiosos de la teología, en especial de la cristología, a cargo de un maestro en este campo del saber.

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1

LA COMUNIDAD CRISTIANA PRIMITIVA


1. El itinerario de la comunidad primera

La comunidad primitiva, integrada inicialmente por los seguidores de Jesús, tuvo que ir explicitando, a partir de la vida y la enseñanza de su Maestro, el misterio de su persona y el sentido salvífico de su actuación y su obra. Una explicitación que continúa a lo largo de la historia hasta el presente. ¿Cabe decir por ello que la cristología actual –después de dos mil años de reflexión teológica– es más rica y profunda que la cristología de la comunidad primera? No. Una respuesta adecuada a esta pregunta requiere tener en cuenta los niveles distintos de comprensión, condicionados por la diversidad tanto del contexto religioso como del cultural y el social?1.

En una primera instancia destaca sobre todo la dialéctica «vivencia-concepto». La vivencia remite a la experiencia más honda que acompaña al vivir humano: un conocimiento que acaece más por contacto o impresión, vinculado a la densidad de la presencia y la relación personal y a la comunión vital o el amor, y como tal dotado de una riqueza y una profundidad que desborda la posterior formulación explícita. Este conocimiento hondo, vivencial, de Jesús fue el que tuvieron aquellas personas que convivieron estrechamente con él: María, su madre, que «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19.51: referido a la infancia de Jesús), José, los Doce y los primeros discípulos y discípulas que convivieron con él. Así, aunque ellos habrían sido incapaces de formular una cristología tan elaborada como la de la teología posterior, su experiencia singular acerca de Jesús les permitió sin duda intuir su realidad misteriosa desde unas claves contemplativas que superan y desbordan el posterior conocimiento lógico (o «teo-lógico»), de carácter más discursivo: analítico o conceptual.

Más tarde, ese impacto inicial, vinculado a la vivencia original, se irá desplegando en un conocimiento discursivo y una reflexión conceptual que tenderá a ir parcelando la realidad para poder así «comprenderla» y, de este modo, expresarla conceptualmente. Ahora bien, la verdad formulada es más clara que la experiencia o la vivencia profunda del Misterio, pero también más pobre. Por lo que nos hallamos ante una dialéctica: a mayor profundidad vivencial responde una mayor oscuridad intelectual (pero no por pobreza, sino por desbordamiento: en virtud de una luz que es cegadora por su potencia), mientras que a una mayor explicitación intelectual responde una mayor claridad, pero desde una menor densidad o profundidad vital. Y aunque en todo caso nuestro conocimiento vaya siempre iluminado y respaldado por la experiencia viva del Resucitado presente y actuante en su Iglesia, esta doble tensión caracterizó especialmente a la cristología de la comunidad eclesial en sus inicios.

2. Los estratos principales de la primera comunidad cristiana

a) La comunidad judeo-cristiana palestinense

La comunidad cristiana más antigua estaba integrada por judíos de Palestina: hombres y mujeres que fueron discípulos inmediatos de Jesús y cuyo número podría oscilar entre las 120 personas (congregadas en Jerusalén, junto con María, la madre de Jesús, a raíz de la resurrección de este: Hch 1,15) o los «quinientos hermanos» a los que, junto con los Doce, se les manifestó el Resucitado en una época temprana de la Iglesia (según 1 Cor 15,6). Esta comunidad primera se caracterizaba por lo siguiente.

1) Dependencia del judaísmo, al que todavía se sentía vinculada en parte. De ahí su propensión a contemplar a Jesús a la luz de los personajes más importantes del Antiguo Testamento: los profetas, en especial Moisés y Elías (a quienes Dios se reveló), o a la figura del Mesías libertador esperado, aunque superándolos?2.

2) Expectación próxima del fin de los tiempos?3, pues el judaísmo tardío, en la época de Jesús, vivía en la esperanza de la próxima venida de Yahvé como juez, estableciendo así su reino definitivo. Expectación que se acrecienta en la primitiva Iglesia: Jesús, resucitado y sentado a la derecha del Padre, retornará pronto como salvador y juez, llevándose a sus discípulos consigo y dando fin así a la alianza antigua, tal como se refleja en la primera predicación de Pedro: «Arrepentíos y convertíos... a fin de que lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor y envíe a Jesús el Mesías... a quien el cielo debía retener hasta que llegue la restauración de todas las cosas», de lo que Dios habló por los profetas (Hch 3,18-22). La salvación aparece vinculada así al próximo retorno del Resucitado (que «descenderá del cielo» y se llevará consigo a los creyentes, aún vivos o ya muertos, cf. 1 Tes 4,15-18).

3) En este contexto inicial, la muerte de Jesús fue considerada sobre todo como el asesinato (cf. Hch 7,52) inicuo del Justo o el Profeta: «Vosotros lo entregasteis» o «lo habéis crucificado» (cf. Pedro: Hch 2,23; 3,13-15; 4,10; 10,39, y Pablo: Hch 13,27-28). Pero a esta traditio (o entrega, entendida como traición por parte de un discípulo) o como un asesinato (apokteíno: cf. Hch 7,52), Dios respondió con la glorificación del Hijo.

Finalmente, esta comunidad primera, integrada por testigos inmediatos, no necesitaba aún un relato escrito de la vida de Jesús. Antes bien, ella era el evangelio vivo que, inscrito en sus pupilas y su corazón, y revivido sobre todo en el memorial de la «fracción del pan» (Lc 24,35; Hch 2,42; 4,32), afloraba tanto en su vida comunitaria en seguimiento de Jesús como en su palabra: en la catequesis y la predicación.

b) La comunidad judeo-cristiana helenista

Si aquella comunidad primera estaba aún integrada por discípulos que convivieron con Jesús y caminaron a su lado, esta segunda comunidad está formada por personas que, provenientes de la diáspora judía, ya no lo conocieron?4. La religiosidad de estos judíos helenizados se centraba más en el culto sinagogal local que en el del templo de Jerusalén, demasiado lejano. Eran además menos rígidos en la observancia de ciertos preceptos judíos (y más en otros, como la «comida pura», que les servía para distinguirse de los paganos: cf. Hch 10,10-14; 11,7-8).

Pues bien, la primera conversión de judíos helenistas tuvo lugar poco después de la muerte y resurrección de Jesús. En la fiesta de Pentecostés, unas tres mil personas, judíos de diversa procedencia (de Roma, Asia Menor y norte de África, de Arabia y Mesopotamia) que habían acudido en peregrinación a Jerusalén, por la predicación de Pedro y la irrupción del Espíritu Santo se convierten y se bautizan incorporándose a «la comunión, la fracción del pan y la oración» (Hch 2,1-42). En este contexto, el relato resalta la diakonía o servicio diario a las mesas vinculada a la «fracción del pan» y estrechamente unida a la atención a los necesitados (cf. Hch 2,43-47), de manera «que no había entre ellos indigentes» (Hch 4,32-34). Poco después se nos habla de un rápido incremento de esta comunidad «hasta el número de unas cinco mil personas», por la predicación de los apóstoles que, en Jerusalén, anunciaban «cumplida ya en Jesús la resurrección de entre los muertos» (Hch 4,2.4; cf. 5,14)?5.

Esta comunidad judeo-cristiana helenista jugó un papel importante en la primitiva Iglesia, ya que sirvió de puente entre la experiencia original de la vida, muerte y resurrección de Jesús, por parte de sus discípulos primeros, y el posterior mundo pagano?6, del todo ajeno a esa experiencia. Entre los miembros más destacados de esta comunidad judeo-helenista se cuentan los siete diáconos (que, siendo judíos, llevan todos nombres griegos) y en especial Esteban, el protomártir. Además de Saulo-Pablo y los primeros misioneros, que, saliendo de Palestina, comenzaron a anunciar a Cristo también entre los paganos: así en Antioquía de Siria (donde los discípulos recibieron por primera vez el nombre de «cristianos»: Hch 6-7 y 11,19-26).

Ahora bien, la incorporación de estos nuevos miembros, que ya no habían sido discípulos inmediatos de Jesús, hará necesario que el relato (o la tradición) de su vida y su palabra empiece a ponerse por escrito, dando así el paso del evangelio vivo (la comunidad inicial) a los evangelios escritos (transición confirmada por Lucas: cf. Lc 1,1-4; Hch 1,1-3)?7. Así, en este nuevo contexto de la comunidad judeo-helenística se acrecentará el interés por la figura, la vida y la palabra del Jesús histórico, así como por el sentido y la interpretación de su muerte en cruz, tanto a la luz de su resurrección como del Antiguo Testamento (en especial de los libros sapienciales), como algo que estaba previsto en los designios de Dios, quien desde su presciencia «vela por el justo-hijo de Dios» (Sab 2,10.12-22). En este...



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