E-Book, Spanisch, 144 Seiten
Gide La secuestrada de Poitiers
1. Auflage 2025
ISBN: 979-13-8756883-2
Verlag: Plataforma
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Y el caso Redureau
E-Book, Spanisch, 144 Seiten
ISBN: 979-13-8756883-2
Verlag: Plataforma
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
André Gide (1869 - 1951) formó parte del círculo literario de Mallarmé y Valéry desde 1891. En 1908, fundó junto a algunos amigos La Nouvelle Revue Française, donde en 1911 publicó Isabelle, una breve ficción psicológica. A través de su obra, sus posicionamientos, sus numerosas amistades y sus viajes, ejerció durante el período de entreguerras y más allá una verdadera influencia intelectual. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1947.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
capítulo i
El 22 de mayo de 1901, pues, el fiscal general de Poitiers recibió una carta anónima, con fecha del 19 de mayo, que comenzaba así:
Ilustrísimo fiscal general:
Tengo el honor de denunciar ante usted un hecho de excepcional gravedad. Se trata de una señorita que está encerrada en casa de la señora Bastian, privada en parte de comida y viviendo en un camastro infecto, desde hace veinticinco años; en pocas palabras, entre podredumbre.
Al recibir esta carta anónima, el comisario central de policía de Poitiers, bajo las órdenes del fiscal y siguiendo sus instrucciones, se dirigió al número 21 de la calle de la Visitation, el 23 de mayo, a las dos y media de la tarde.
Una de las dos criadas que la señora Bastian contrató, la chica Dupuis, contestó cuando llamaron a la puerta:
—¿Señora Bastian?
—La señora no recibe visitas, está guardando reposo.
—¿Podría decirle a la señora viuda Bastian, por favor, que soy el comisario central y que quiero hablar con ella?
La sirvienta subió al primer piso y volvió al cabo de poco, diciendo:
—Señor, la señora le pide que hable con su hijo que vive aquí enfrente.
El señor comisario central fue a llamar a la puerta del señor Pierre Bastian, pero le dijeron que el señor Bastian también se encontraba indispuesto.
—Qué extraño —insistió el señor comisario— que todos estén indispuestos en las dos casas. Dígale al señor que soy el comisario central y que tengo que comunicarle algo importante.
El señor comisario fue atendido por el señor Pierre Bastian, y le dijo:
—Una carta anónima denuncia a su madre por haber secuestrado a su hija Mélanie, quien estaría desde hace veinticinco años en la cama, en medio de una infecta podredumbre. La carta dice, además, que la ventana de la habitación está encadenada. En efecto, mientras estaba llegando a la vivienda, he visto en el segundo piso una ventana con las persianas cerradas. ¿Podría ver a su hermana?
—¿Quién ha dicho que era, usted? —preguntó el señor Bastian.
—Soy el comisario central, su empleada se lo habrá dicho.
—Lo que le han contado —siguió Bastian— es una calumnia espantosa. No tengo nada que ver con esta historia; por lo demás, mi madre y mi hermana viven juntas en una casa que no es la mía. Por respeto a la voluntad de mi madre, que es la dueña de su casa, yo no me meto en sus asuntos.
—Sea como fuere —interrumpió el comisario—, debo verlo con mis propios ojos. La mejor forma de justificarse, señor, es dejándome ver a su hermana, hablar con ella.
—No puedo dejar que la vea sin llamar antes al doctor. Solo él podrá decir si usted puede entrar en su habitación. Mi hermana padece, desde hace diez años, una fiebre muy dolorosa y no debe recibir a nadie.
Respondiendo a las preguntas del comisario, el señor Pierre Bastian reveló su edad, cincuenta y tres años, y otros datos personales: doctor en Derecho y antiguo subprefecto. También la edad de su hermana: cincuenta y dos. La señora Bastian no tenía más hijos. Pierre Bastian añadió que su hermana no estaba abandonada en absoluto: él mismo iba a verla varias veces al día. Protestó por la denuncia contra su madre y dijo que informaría de ello al fiscal de la República.
El comisario le hizo ver que la mejor manera de desmentir esa calumnia era dejándole pasar sin más demora a la habitación de la señorita Bastian. Pudo fijarse desde fuera en que los postigos de una habitación del segundo piso estaban cerrados con una cadena, lo que daba credibilidad a las denuncias de la carta anónima.
Parecía que Pierre Bastian iba a ceder, pero primero necesitaba la autorización de su madre, quien tomaba las decisiones en la casa.
Acompañado del comisario, se presentó allí. La señora Bastian vaciló un buen rato y al final, tras la insistencia del comisario, aceptó.
«El señor Pierre Bastian —dijo el comisario— nos lleva al segundo piso, a una habitación en la que solo entra luz por una ventana que da al patio. Estamos medio a oscuras y el aire es viciado al punto de tener que salir enseguida de la habitación, no sin haber constatado, sin embargo, que las persianas de la ventana están cerradas con una cadena alrededor que lleva candado, y que la misma ventana está cerrada herméticamente y tiene burletes en cada junta.
»Volvemos a entrar en la habitación e intentamos abrir la ventana para que entre aire, pero el señor Bastian nos lo impide diciendo que aquello iba a contrariar a su hermana.
»También constatamos que su pobre hermana, a quien no se puede distinguir, está tumbada en un camastro en malas condiciones y con una manta cubierta de una suciedad repugnante; que por ese mismo colchón, hay insectos y bichos alimentándose de sus excrementos, en la cama de esta desgraciada. Tratamos de verle la cara, pero se agarra a la manta, que la cubre entera, mientras chilla como una salvaje.
»Al no aguantar más en la habitación, que es de un desaseo repulsivo, nos retiramos e interrogamos a las dos criadas…».
Ese mismo día, a las cinco, vino el señor juez de instrucción Du Fresnel a ver la habitación. Tras las primeras constataciones, que coinciden con las del comisario, añade:
«Damos la orden de abrir inmediatamente la ventana. Esta operación se efectúa con dificultad, las viejas cortinas de color oscuro caen y levantan una considerable cantidad de polvo. Para abrir las persianas hay que quitar las bisagras de la derecha.
»Desde que entra luz en la habitación, se percibe al fondo, tumbada en una cama, el cuerpo y la cabeza tapados con una manta de una repugnante suciedad, de una mujer que Pierre Bastian nos dice que es Mélanie Bastian, su hermana… La pobre está estirada completamente desnuda sobre un jergón podrido. A su alrededor, se ha formado una especie de costra hecha de excrementos, de restos de carne, de verdura, de pescado y de pan en estado de putrefacción. Vemos también conchas de ostras e insectos moviéndose por la cama de la señorita Bastian. Esta última está cubierta de bichos. Le hablamos; da gritos, se agarra a la cama, tratando de taparse el cuerpo todo el rato. La delgadez de la señorita Bastian es escalofriante, su cabello forma una trenza espesa que no se ha peinado ni desenredado desde hace mucho tiempo.
»No se puede casi respirar, el olor que se desprende del piso es tan fétido que nos resulta imposible permanecer más tiempo para hacer otras constataciones».
El señor juez de instrucción decidió enviar a la señorita Mélanie Bastian de inmediato al hospital del Hôtel-Dieu. Como no tenía ni ropa interior, ni con qué vestirse, hizo que la cubrieran con una manta, y después ordenó que se desinfectase la habitación, en la medida de lo posible. A las seis, precintaron la puerta.
«Antes de irnos de la casa —añade el juez de instrucción—, procedemos a inspeccionar las habitaciones en uso. El comedor está bien amueblado, la cocina está bien atendida, las escaleras están limpias. La habitación de la viuda Bastian está desordenada, pero vemos que no está sucia; los muebles están en buen estado, la cama es cómoda, los cojines, las sábanas y las mantas están muy limpios. La señora Bastian madre, que tiene setenta y cinco años, lleva una bata de cuadros pequeños negros y blancos, y lleva un gorro blanco encañonado. En general se la ve aseada; está bien peinada; en pocas palabras, tiene el aspecto de una mujer que no desatiende su higiene personal».
El señor juez de instrucción volvió al día siguiente a las tres de la tarde, a la habitación casi desinfectada, a pesar de que el mal olor aún era fuerte, para proceder a hacer comprobaciones que la peste de la habitación no le había permitido llevar a cabo el primer día:
La habitación mide 5,40 m por 3,40 m; la ventana, 1,60 m por 0,98 m. El mobiliario consta de:
1.º a la derecha, cerca de la puerta, una cómoda sin cajón;
2.º dos estanterías de madera blanca, a la derecha y a la izquierda de la chimenea de mármol negro. En la de la derecha hay cuatro botellas vacías, tres latas de conserva, un juego de lotería y dos tuercas. En la de la izquierda, tapada con recortes de tela de colchón, no hay nada, pero en las esquinas hay telarañas densas; encima de la chimenea, una estatuilla de la Virgen;
3.º una cama de hierro delante de la cómoda: las sábanas y las mantas están limpias, ahí duerme una de las dos empleadas;
4.º delante de la estantería de la izquierda, una cama de madera pequeña, con un jergón y viejos andrajos sucios.
5.º una montura de sofá sobre la que hay prendas y harapos llenos de insectos;
6.º seis sillas de paja, cuatro de ellas en bastante buen estado;
7.º finalmente, la cama de la señorita Bastian, con un colchón podrido, una sábana doblada en cuatro para los excrementos, una almohada vieja entre la sábana y el colchón, y una manta de una suciedad pasmosa. La cama está recubierta de una especie de pasta formada por excrementos, de sobras de carne, de verdura y de pan en estado de putrefacción. A los pies de la cama, una baldosa de linóleo extremadamente sucia. El suelo está carcomido. Cerca de la pared, un agujero de 32 centímetros de largo por 5 centímetros de ancho, otro agujero a la altura de la cama, que permite que pasen las ratas. Entre la cama y la estantería de la izquierda, una caja pequeña llena de libros viejos está cubierta, como todo lo demás, de una gruesa capa de polvo. La tapicería casi ha desaparecido. Las paredes...